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Huellas N.05, Mayo 2019

BREVES

En la puerta de casa

Llaman al timbre unos minutos antes de sentarse a la mesa. Carla está en los fogones. La comida casi está lista y solo faltan los cuatro nietos que vienen a comer con sus padres los domingos. Mira por la ventana. Hay un chaval con una gran mochila al hombro esperando a que alguien responda. Algo molesta, Carla se asoma: «Gracias, pero no compro nada». El chico agacha la cabeza, luego vuelve a levantarla, la mira a los ojos y dice: «¿Tenéis algo de comer?». Carla mira lo que acaba de preparar: embutidos, salchichas, puré de patatas. «Es todo de cerdo», piensa, «seguramente, este es musulmán». «Espera un momento, mi marido te lleva algo». Corta unas rodajas de pan y prepara dos bocadillos de queso. Armando baja a llevárselos.
Al cabo de unos minutos vuelve. Detrás de él, el joven africano. Carla lo fulmina. «Hace frío fuera, me pidió si podía tomarse aquí el bocadillo», se justifica Armando mientras invita al chaval a sentarse a la mesa. «¿Cómo te llamas?». «Said». «¿De dónde vienes?». «De Marruecos. Tengo 27 años». «¿Has llegado en un barco de inmigrantes?». «No, vine andando». Carla está incómoda. El joven está sucio y huele mal. Intentando librarse de él lo más pronto posible, le prepara una bolsa con otros bocatas, fruta y latas de atún. Él lo capta al vuelo. Abre su mochila, busca en la ropa que lleva para vender y saca un pijama de la talla justa para Carla. «¡Ten! Te lo regalo». Cuando él le cuenta que está durmiendo en la calle y que necesitaría 50 euros, ella le apunta en un papel la dirección de Cáritas en Rovereto. «Allí hay unos frailes que pueden ayudarte».
Pasa un día y Said llama otra vez al timbre. Carla está sola cuidando de sus nietos. Lleva en brazos a la última nieta, de pocos meses. «No, de verdad, no puedo. Yo "ya he cumplido". He prestado ayuda a todos los que me la han pedido. Ahora con este no puedo más. Vendrá a pedirme dinero.». Hace como que no está en casa. Al final de la tarde, se percata de que Said le ha dejado algo escrito en el polvo del alfeizar: su nombre y el número del móvil. Algo en Carla empieza a ceder. La necesidad de Said se insinúa en las grietas de sus justificaciones y de su "conciencia tranquila". «Anda Armando, llámale tú». Pero Said no responde.
El domingo por la mañana se presenta de nuevo. Carla y Armando se lo encuentran en el jardín de regreso a casa. Hace mucho frío, el invierno no parece querer irse y sopla un viento helado en los valles del Trentino. «Llevo horas esperándoos», les dice. Está aterido de frío, con las manos lívidas. Le invitan a entrar. Carla le prepara algo caliente mientras Armando se sienta delante de él. No dice nada: abre una cartera y saca 20 euros.
Said agacha la cabeza y empieza a llorar. En silencio. Carla le sirve la sopa y se sienta a su lado. Busca sus ojos y por primera vez los ve. Ve la desesperación y la necesidad. Piensa en la madre de Said en una lejana aldea de Marruecos. Y ese pensamiento la lleva a hacer un gesto que la sorprende. Alza la mano, la apoya en su mejilla y lo acaricia. Ella que todas las veces que lo había visto corría después a lavarse las manos. «Armando, saca el coche que lo acompañamos adonde los frailes de Cáritas. Así le ayudamos también con los papeles.».
Por la tarde, Carla va a misa. El coro entona como canto de entrada Ubi caritas et amor Deus ibi est. La embarga el recuerdo de lo ocurrido con Said. «¿Qué he visto yo realmente?». El coro sigue cantando.
Y Carla lo comprende: «Solo Jesús, que se hacía presente como y donde yo no quería, sacó de mí esa caricia. Suya, no mía».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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