¿Vale la pena desgastarse por el bien común cuando hay tantas dificultades y los resultados son tan escasos? ¿Qué nos puede sostener? ¿Y cuál es la tarea? Un grupo de políticos brasileños se ha encontrado con Julián Carrón en Sao Paulo. Algunos momentos del diálogo
Cleuza y Marcos Zerbini son los fundadores de los Trabalhadores Sem Terra de Sao Paulo, un movimiento que ha ayudado a miles de personas a conseguir una casa. Tras su encuentro con Comunión y Liberación, en 2003, su trabajo adquirió un significado nuevo y siguió creciendo. El pasado 31 de marzo, Marcos y Cleuza invitaron a algunos políticos, procedentes de quince ciudades del Estado de Sao Paulo, con los que estos años ha nacido una amistad. Alcaldes, consejeros y líderes locales se reunieron así con Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL, al que invitaron a confrontarse sobre lo que significa el bien común. A continuación, algunos fragmentos del diálogo.
Marcos Zerbini: Para nosotros, el encuentro con CL supuso una revolución porque nos hizo entender que nuestra responsabilidad no era resolver los problemas de la gente sino el sí que Cristo nos pide. Por eso hemos invitado a Carrón, y queríamos empezar con una pregunta. Hoy, el que se involucra en la vida pública seriamente sufre mucho, pues todavía queda mucho por hacer en la construcción del bien común. Y a veces parece que no vale la pena. En Brasil estamos viviendo un momento de gran crisis y muchos se preguntan: ¿de qué sirve que yo haga mi parte, si luego hay tantas dificultades? Muchas veces me siento chantajeado por un resultado que no depende de mí. Me gustaría que nos ayudases a entender cuál es nuestra tarea personal, aunque a menudo tenga poca incidencia sobre el "todo". ¿Qué me permite seguir en este camino?
Julián Carrón: Una dificultad es un desafío que todos tenemos que afrontar. Como os pasa con vuestros hijos. ¿Qué lleva hoy a una persona a desear tener hijos y mantenerlos, con todos los gastos que comporta? ¿Qué le ayuda a darse gratuitamente a los hijos en vez de usar el dinero, por ejemplo, para tener otro estilo de vida, para divertirse, viajar, ser más ricos? Cada uno de nosotros tiene esta experiencia elemental: construir una familia, tener hijos, es un bien. La existencia es muy distinta cuando uno piensa solo en sí mismo. Entonces nace una experiencia de vida completamente diferente. También lo podemos ver en los países más desarrollados: la gente no está más contenta por el hecho de pasar tiempo viajando o por ahorrar.
Tengo una amiga que está trabajando y estudiando en California y una pareja bastante rica la invitó a cenar con ellos y sus cuatro hijos. Al día siguiente se encontró con el hombre que la había invitado y él le dijo: «Tienes que volver a cenar a mi casa porque has tratado a mis hijos como yo no sé hacer. Hago todo lo que puedo, pero no consigo ser feliz». Este hecho me impactó mucho, me hizo pensar: «una persona puede tener todos los recursos económicos posibles, pero eso no basta para darle la felicidad, ni a él ni a sus hijos». Y ahora Marcos se pregunta: «¿Por qué hago las cosas?». Es una pregunta humanísima, no solo cuando uno se dedica a sus hijos sino también cuando trabaja para muchas personas, para el pueblo, para gente que a veces ni siquiera conoce. Siempre pienso que la razón que puede sostener a una persona en su trabajo es la relación amorosa con su mujer o su marido. Si no tenemos algo que llene nuestra vida, que nos haga felices, es difícil resistir mucho en una actividad cuando no vemos los resultados. La satisfacción que el marido y la mujer experimentan en su relación es lo que les hace estar contentos, lo que les sostiene en la dedicación a sus hijos sin recibir nada a cambio, en una experiencia de gratuidad. Sin esto, es muy difícil.
Por ejemplo, veo que para nosotros, aquí, esta experiencia de amistad puede ser algo más que sostiene nuestra dedicación y servicio, como les pasó a Cleuza y Marcos cuando nos conocieron. Nadie hizo el trabajo por ellos, pero la amistad con nosotros supuso la posibilidad de redescubrir por qué vale la pena desgastarse.
Siempre recuerdo que cuando Cleuza nos encontró estaba muy desanimada y quería dejarlo todo. ¿Qué hicimos? Simplemente nos hicimos amigos. Ella hizo con nosotros un camino humano y religioso que le restituyó su deseo de seguir dedicándose con su marido a este movimiento para ayudar a la gente a tener una casa. Estando solos, siempre tendremos la tentación de abandonar. En cambio, juntos, compartiendo, intercambiando ideas, podemos mantener encendido el fuego que nos empuja a entregarnos. Sin esta compañía, sin esta amistad, es difícil no caer en la tentación y decir: «ya he hecho demasiado por los demás, es hora de pensar en mí mismo». Y esto cierra el horizonte de la vida. Y nos ahoga, porque no nos da la plenitud que en cambio puede darnos la entrega. Si no partimos de nuestra experiencia elemental, de cómo funcionan las cosas, acabamos sucumbiendo a una imagen falsa que nos lleva a decir: «bah, seré más feliz si me dedico a mí mismo en vez de darme a los demás». Es mentira. Sabemos que uno está más contento cuanto más ama a sus hijos, a sus amigos, a la gente del barrio, a la gente con la que trabaja. Es mucho mejor que cuando los consideramos enemigos. Estamos hechos para tener una relación de amistad con todos. Entonces nace otra pregunta: ¿cómo podemos sostenernos mutuamente en esta amistad? Cuando uno se enamora está tan fascinado, tan feliz, que parece que eso va a durar eternamente. Pero en cambio vemos cómo decae. Es un dato de hecho, no conseguimos mantener vivo aquel inicio. La vida nos enseña todos los días este realismo. Esta decadencia también se da en las relaciones de amistad, en el trabajo. Por tanto, la ayuda prestada a Marcos y Cleuza consistió en partir de este realismo, algo de lo que solos no nos damos cuenta, a pesar de toda nuestra buena voluntad.
Nosotros somos cristianos y hemos encontrado en Cristo todo el ímpetu necesario para mantener viva esta llama que nos renueva. Me llama la atención el hecho de que en vuestro país la religiosidad forme parte del pueblo, como si la gente no pudiera vivir sin ella. Ciertos intelectuales y pensadores modernos dicen que la religiosidad es algo del pasado, pero podemos ver cómo florece en muchos lugares. Entonces habrá que preguntarse: «¿qué tipo de religiosidad es capaz de mantener vivo el fuego?». Encontrar una forma para que la religiosidad crezca y se difunda, no cree barreras ni intolerancia sino que ayude a todos a vivir el bien común, es una tarea no solo política sino también religiosa. Y es posible si vivimos la experiencia religiosa de un modo que nos sostenga. Si esto no sucede, todo acabará en manos del poder, en el peor sentido del término. Nosotros somos un movimiento religioso y estamos muy contentos de poder sostener a Marcos y Cleuza para que puedan continuar con su trabajo de una manera no fundamentalista. La religión no se limita a poner un velo intimista. Estamos viendo todo su potencial social.
Zerbini: Nuestra experiencia ha sido verdaderamente la de encontrar personas que nos han ayudado a mirar nuestra vida, nuestra fe, nuestro propio camino. Porque, como decía don Giussani, cuando se participa en un grupo siempre hay alguien que brilla, alguien que tiene una energía vital muy valiosa, que contagia a los que ya se están cansando. De ahí la importancia de estar juntos, de ser amigos, para ayudarse en los momentos de debilidad, para encontrar a alguien que te da energía, que te tiende una mano. Esta ha sido exactamente nuestra experiencia con CL. Por todo el mundo, hemos conocido el trabajo de gente que da su vida para ayudar a otros, y de esta manera no nos hemos sentido solos. Creo que es fundamental cuando Carrón dice que nuestro problema es que no hacemos experiencia. Muchas veces vivimos las cosas sin mirar ni juzgar lo que experimentamos. Mientras que cuando empiezas a juzgar, empiezas a entender qué es adecuado para tu vida y qué no. Por ejemplo, ¿quiénes son las personas más felices que conoces? Las personas más felices que yo conozco son las que dedican su vida a construir la de los demás. Y yo quiero ser tan feliz como ellos. Si reconozco que la única manera de ser felices es entregarme para construir la vida de los demás, entonces doy gracias por seguir este camino. Esta es una experiencia humana.
Carrón: Por eso, el compromiso político es también un compromiso educativo. Muchas veces podemos confundirnos sobre quién nos está ayudando o quién nos toma el pelo, no está usando para llegar adonde quiere. Parte de la tarea política es la educación. Entonces, encontrar personas como vosotros puede ayudar a distinguir y a no acabar diciendo "todos los políticos son iguales", a ver las diferencias. No hace falta estudiar en Harvard para saber si uno está sano o no, si le duele algo o no. En la vida pasa igual. Somos capaces de juzgar cuando una persona nos ama o nos toma el pelo, ¡incluso cuando parece que nos ama! Hace falta educar a la gente para distinguir a los políticos que ayudan de aquellos que usan a los demás para alcanzar sus objetivos de poder. Hay que saber reconocer los signos. A veces, la gente puede quedar deslumbrada por ciertas personalidades que en cambio no construyen nada bueno. Por tanto, si la política no vuelve a ser educativa, será complicado que cambie y vaya en la dirección que deseamos.
Esto también tiene que ver con la crisis que estamos viviendo. Antes había certezas compartidas por todos, hoy estamos llamados a iniciar la construcción poniendo fundamentos que ya no existen. Sin un compromiso educativo, nos perdemos y confundimos. Mientras construimos algo, debemos ayudar a la gente a reconocer el bien. Estamos viviendo un momento nuevo, no podemos seguir esperando. Lo veo en la educación. Si hubiera veinticinco chavales deseando aprender matemáticas, podríamos encontrar mil profesores. El problema es que no hay veinticinco jóvenes interesados. Por tanto, lo primero es suscitar el deseo de aprender matemáticas. Sin esto, podremos llenar clases con chavales que calientan sus sillas, pero no despertaremos su interés. Vosotros queréis ayudar a otros, pero no podéis dar por descontado su interés. Por eso, ya no podemos hacer nuestro trabajo -yo como sacerdote, vosotros como políticos, otros como profesores- sin darnos cuenta de que este es un momento nuevo, caracterizado por el hecho de que lo primero que hace falta es suscitar el interés del otro. La crisis nos ha llevado a la apatía y tenemos que empezar por despertar el yo del otro. Debemos ayudarnos a entender qué está pasando en la sociedad para hacer algo que se corresponda con la situación, con las necesidades que tienen las personas con las que vivimos, con las que nos encontramos.
El año pasado conocí en Paraguay a un profesor de música que da clase en un barrio muy pobre de la periferia de Asunción, donde los chavales no tienen dinero para comprar los instrumentos. Él contaba que solo necesitaba cinco minutos para convencerles y que se interesaran por la música: construyen violines con residuos, ponen una sola cuerda y él luego les pone a tocar; a los cinco minutos les introduce en una orquesta y los conquista. Así se abre en ellos toda su disposición a aprender música, para poder tocar en una orquesta. Es necesario que primero se suscite el interés para luego poder transmitir todas las competencias técnicas. Una amistad que ayude a comprender qué está pasando en la sociedad y por tanto encontrar los medios necesarios para responder es la mejor respuesta para la llamada "emergencia educativa".
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