Una gran exposición en Ámsterdam lo relaciona con Van Gogh. Paisajes dibujados con el iPad, cuadros extremadamente sencillos pero con cierta complejidad. Obras que no sacian nunca.
Y un trabajo continuo, agotador, con un solo objetivo: no anteponer nada a la mirada. Por esto vale la pena prestar atención a este artista británico
Durante años David Hockney ha pasado desapercibido ante mi mirada. Sabía de su existencia, sabía que muchos lo consideraban el mayor pintor viviente, pero todavía no se había dado un encuentro.
Un día recibo desde Los Ángeles una postal que representaba una calle de la ciudad conocida por haber dado nombre a mi película favorita: Mulholland Drive, de David Lynch. El pintor del cuadro era David Hockney (Bradford, 1937). No era sin duda la primera vez que veía reproducida una de sus obras, pero esa pos-tal hizo entrar a Hockney en el ámbito de mi vida, porque yo había discurrido varias veces con esa persona del film de Lynch y por ello me la había enviado. Cuando intentamos hablar de algo que amamos, hablamos de alguna manera del amor. El cuadro de Hockney se introdujo en ese amor, y tras esa pintura se introdujo también el resto de su obra.
No sé si todo esto tiene algo que ver o no con la palabra "atención", una de las más hermosas de nuestro vocabulario humano, pero el hecho es que desde que recibí aquella postal empecé a prestar atención a David Hockney.
Durante la visita a una de sus muestras, en Londres, en 2017, en compañía de Giuseppe Frangi que me hizo de guía, plasmé en mí esta definición: genio y descaro. Tal me apareció, ante una mirada ingenua pero honesta, su obra. Por descaro no quería decir que hubiera algo escandaloso en sus cuadros; en realidad, algunas veces sí lo hay, pero no era eso a lo que me refería. Me llamaba la atención el hecho de que Hockney, por decirlo de alguna manera, no antepone nada, literalmente nada, a su mirada: ni un estilo ni una técnica. Su obra no es "abstracta" o "figurativa” u otra cosa: hay algo que precede a estas palabras (y las demás), y es en relación a ese "algo" que el cuadro, el dibujo o el collage toman forma.
Por ejemplo, cuando Hockney ya había superado los 70 años, decidió utilizar el iPad para pintar, con resultados sorprendentes. No creo que se planteara a priori: ¿qué puedo hacer con este aparato? No creo que tuviera un plan en la cabeza. No, empezó a utilizarlo, y trabajando apareció la respuesta a esa pregunta implícita.
Esta me parece su grandeza: un trabajo continuo, agotador, con inevitables errores, con el fin de que la mirada hacia las cosas se vea obstaculizada lo menos posible. Y las "cosas" son tanto sujetos (un rostro, un paisaje, una escena a veces incluso escabrosa, una naturaleza muerta) como los instrumentos utilizados. Incluso en la pintura más sencilla de Hockney resulta extraordinaria la integridad de los elementos observados; incluso cuando usa pocas líneas, todo está representado con el cuidado de quien mira de verdad: nunca se le escapa un detalle. Durante aquella visita en 2017, Giuseppe tardó diez minutos en describir un cuadro que reproducía una ventana entreabierta. Aquel cuadro sencillísimo revelaba toda su enorme complejidad, que encerraba en sí sin pesar en el espectador, sino penetrando en él mediante la simple mirada. Cuando me pongo a mirar ciertos cuadros de Hockney, nunca me sacio. Es la sensación más hermosa que se puede experimentar cuando contemplamos una obra de arte. La admiro, pero es como si ella me dijera: todavía no has acabado de mirarme. Y te entran ganas de seguir mirándola.
Justamente esta limpieza (que me induce a vincular a Hockney con Matisse y Piero della Francesca) remite a lo que santo Tomás de Aquino llamaba claritas, "la claridad", o transparencia, o sea, la capacidad suprema de captar al mismo tiempo el corazón de las cosas y lo que está dentro de nuestro corazón. Una experiencia que hemos conocido muy bien mirando los cuadros de Van Gogh, relacionado con él en la exposición de Ámsterdam, en programa desde el 1 de marzo al 26 de mayo, con el título “Hockney - Van Gogh: The Joy of Nature”.
Me interpela siempre el hecho de que Hockney, en contra de lo que pueda parecer, nunca hace nada "en serie". Cada retrato o paisaje, cada boceto, cada imagen realizada con el iPad tiene su propia razón de ser, es decir: no solo la razón que mueve al artista a realizarla, sino también la razón de la cosa pintada o dibujada, una razón que abarca a quien pinta y lo que pinta.
Todo verdadero artista, inconscientemente a lo mejor, tiende a reproducir el modo en que Dios crea el mundo: una creación no genérica -no dijo "hagamos un hombre" sino "hagamos al hombre". Cuando decimos que cada uno de nosotros es único e irrepetible queremos decir que Dios no nos crea, digámoslo así, "por razones suyas", sino por razones que calan, cada una diferente de las otras, en lo más profundo de cada uno de nosotros. Dios no crea en serie.
No sé si la palabra "libertad" es lo que resulta al final de estas observaciones. Lo cierto es que la impresión de libertad que nos trasmiten las obras de algunos grandes artistas se relaciona con este descaro.
Para cualquier gran artista la frase "tu nombre nació de aquello a lo que mirabas" es el primer, misterioso dato de la experiencia. Sin duda David Hockney es uno de ellos.
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