La religión y el espacio público. La educación y el pluralismo.
Y la libertad, el deseo, el bien... El 26 de diciembre, en la Biblioteca de Alejandría, se presentó la traducción al árabe de La belleza desarmada, de Julián Carrón. ¿Pero qué ha permitido que una propuesta así llegara al corazón del mundo islámico? ¿Qué camino nos indica un hecho como este? Lo cuenta uno de los protagonistas. Partiendo de una historia que empezó hace mucho tiempo...
Llegué a Alejandría llevando el libro y lo que sobre él se había escrito en los periódicos, con la esperanza de que la antigua biblioteca de esta ciudad histórica nos concediera una sala para presentarlo junto a un grupo de egipcios que habían emprendido un camino espiritual muy bello. Esta Biblioteca fue concebida a imagen de un sol que surge en el Mediterráneo. Y verdaderamente lo era. Su valor no se debía tanto a una historia gloriosa, engullida siglos atrás por las llamas de la ignorancia y el fanatismo, como a su capacidad para infundir vida a su propia herencia histórica. Con las manos sumergidas en la tierra del pasado y los ojos puestos en el futuro, se convirtió en el corazón latiente de la cultura egipcia, un espacio de libertad para plantear preguntas, donde la razón podría buscar respuestas valientes. El guardia de seguridad me llevó al despacho del director, lleno de visitantes egipcios y extranjeros. Me senté a esperar mi turno para entrar. Yo era el último de la lista, puesto que no era ni ministro ni embajador, sino solo un joven profesor universitario. Al cabo de cinco horas, se me acercó la secretaria para informarme de que ese día no podría ver al director, y me preguntó si podía volver la semana siguiente. Volví a la semana siguiente, a la otra y todas las semanas durante tres meses seguidos antes de conseguir verlo. Al final, accedió a concedernos la sala, no porque creyese en la importancia del libro sino gracias a la intercesión de los empleados de la Biblioteca, para los que hice de correo entre El Cairo y Alejandría durante tres meses...
Corría entonces el año 2006 y aquel libro era El sentido religioso, de Luigi Giussani. Después de esa presentación, la actitud de los responsables de la Biblioteca cambió radicalmente. El libro anticipaba el debate sobre la renovación del discurso religioso. En aquel entonces, el diálogo interreligioso había perdido mucha credibilidad. Los egipcios lo llamaban «el beso de las barbas», la barba del imán y la del sacerdote, porque era un puro acto formal donde solo se encontraban las barbas, no las personas.
Los que asistieron a la presentación de El sentido religioso se dieron cuenta de que la convivencia entre islam y cristianismo en Egipto era una cuestión de identidad que afecta al yo, a la razón y a la realidad, aparte de la relación entre las tradiciones y el momento presente. Eso fue lo que más atrajo a los lectores. Les fascinó la creatividad expositiva de Giussani, que identificaba dos componentes en la identidad, la una indispensable para la otra. Más aún, cada una de ellas inexistente sin la otra. La primera era la "materia de la identidad", es decir, esas tradiciones arraigadas en la historia y consolidadas en la conciencia del hombre contemporáneo que se practican diariamente bajo la forma de categorías de pensamiento y formas de ser. La segunda era la "forma de la identidad", es decir, la conciencia que se genera en cada persona por la experiencia que vive en la realidad, siempre única y nueva. En otras palabras, la persona en sí misma, donde –y por medio de la cual– la fe toma cuerpo.
Pocos años después, Egipto atravesó una revolución que hizo caer muchos estereotipos. En la plaza Tahrir, los cuerpos de muchos musulmanes se convirtieron en iglesias, una cadena humana que recreaba el espacio donde los cristianos podían celebrar misa. A su vez, los cuerpos de los cristianos se
convirtieron en mezquitas donde los musulmanes podían rezar. En la plaza Tahrir no hubo diálogo sino el testimonio de fe de las personas que allí se juntaron, arriesgándolo todo en nombre de la libertad. Ya no se hablaba de diálogo sino de testimonio y oración común.
Más tarde, por primera vez en la historia, el presidente egipcio participó en la misa de Navidad y el papa Francisco visitó El Cairo, donde presidió la misa más grande que Egipto ha tenido nunca. En el estadio que albergaba aquella misa había católicos, ortodoxos, protestantes y musulmanes rezando juntos. En su encuentro con el gran imán de Al- Azhar, el papa Francisco devolvió a la vida ese otro encuentro entre san Francisco y el sultán Kamil.
Después de esa visita, Mustafa Al-Fiqqi, el director de la Biblioteca, lanzó la propuesta de estudiar el discurso del papa Francisco en todas las escuelas egipcias, y luego fue al Meeting de Rímini, diciendo que todos los egipcios, musulmanes y cristianos, son hijos de Cristo.
Este contexto, esta realidad y esta historia entusiasmaron a Al-Fiqqi, suscitando en él el deseo de traducir al árabe La belleza desarmada, el libro de Julián Carrón, y ofrecerlo gratuitamente desde la web de la Biblioteca para que pudiera llegar a todos los lectores árabes. Para este trabajo, eligió al traductor más experto e ilustre que estaba disponible y la Biblioteca insistió en hacerse cargo de los costes de traducción, impresión y publicación.
Así es como vuelvo a encontrarme enfrente de la Biblioteca de Alejandría para presentar otro libro al lector árabe. Pero esta vez todas las puertas y todos los corazones están abiertos de par en par. La mañana del encuentro, 26 de diciembre, hay más de doscientos escritores e intelectuales reunidos en la Biblioteca para hablar del discurso religioso. Para cerrar el debate, Al-Fiqqi dice que la auténtica conclusión de nuestro trabajo tendrá lugar por la noche, con una discusión sobre el libro de Carrón, que aconseja leer a todos. Algunos intelectuales, jóvenes y asentados, deciden quedarse, aplazando su regreso a El Cairo para poder asistir al encuentro con Carrón. Por la noche, la sala está llena de gente. En las mentes y corazones todavía resuenan los debates de esos dos días sobre el significado de la fe, su relación con el espacio público, su lugar en la sociedad y su papel en la educación.
Empieza el encuentro. Habla Hussein Mahmoud, el traductor, decano de la Facultad de Lenguas y Traducción de la Universidad Badr de El Cairo (BUC),
un ateneo privado donde estudian casi diez mil estudiantes. También él tradujo Jesús de Nazaret, del papa Benedicto XVI. «Al principio rechacé traducir La belleza desarmada. Luego, una noche, movido por la curiosidad, me puse a hojearlo. Sentí que respondía a muchas preguntas que afectan de cerca a la cultura árabe-islámica y que, sin dar demasiadas prédicas morales, tocaba cuestiones sensibles, describiendo además un remedio adecuado. Entonces corrí a llamar a la Biblioteca para anunciarles mi deseo de traducirlo». Mahmoud prosigue, reseñando los puntos que le han llamado la atención, hasta que le interrumpe la rocambolesca entrada de Al-Fiqqi. Se había excusado por no poder participar porque tenía que acompañar al presidente de la República, de visita en Alejandría para inaugurar ciertos proyectos. Pero nada más terminar la visita, volvió corriendo a la Biblioteca. Entra en la sala, sube al estrado y pide perdón porque la visita del presidente le ha hecho perder tiempo. Enseguida se corrige, riendo. «¡Parece que mi deseo de ver a Carrón me va a hacer perder mi puesto de trabajo!». La sala se echa a reír con él. Al-Fiqqi explica por qué tenía tanto interés en traducir el libro e invitar a Carrón para presentarlo: porque reanuda el hilo interrumpido de una larga historia de intercambios fértiles en el Mediterráneo. El libro les interesa a "ellos" igual que a "nosotros". Es una contemplación de uno mismo con los ojos puestos en el otro.
En este punto, la mirada de Al-Fiqqi se dirige al jurista Mufid Shihab, exministro de Educación y jefe del equipo jurídico que negoció la restitución de la ciudad de Taba a Egipto tras la ocupación israelí del Sinaí. Me pide –puesto que yo soy el moderador– que le dé la palabra para poder dar la bienvenida a Carrón. El profesor Shihab expresa su alegría por la presencia de esta distinguida delegación italiana que reaviva su nostalgia de los años pasados en Roma estudiando arte. «Todavía no he leído el libro, pero lo que he oído decir del texto me ha convencido de que una de las razones de la crisis del discurso religioso es cerrarse en uno mismo. Extremismo y terrorismo no existían cuando nuestros universitarios iban a estudiar a Europa y los profesores europeos venían a dar clase en nuestras universidades. Espero que esta tradición se recupere. Aunque ya me acerco a los ochenta años, estoy dispuesto a ofrecerme voluntario para trabajar en cualquier proyecto capaz de ampliar el horizonte de los jóvenes egipcios». El micrófono pasa al profesor Salah Fadl, uno de los padres de la modernidad egipcia y el mayor experto de Dante Alighieri en lengua árabe. Fadl está sentado entre el público, así que la palabra pasa a la sala mientras el estrado queda a la escucha. El profesor dice que el título del libro y el breve coloquio que ha tenido con Carrón antes del acto le han abierto los ojos sobre cuál puede ser la respuesta a la crisis del discurso religioso islámico. «Es una solución que siempre hemos tenido ante nuestros ojos, pero nunca le hemos prestado atención. Era necesario que Carrón cruzara el Mediterráneo para hacernos ver que la solución es la belleza». Luego empieza a enumerar todos los modos en que la belleza se manifiesta en las prácticas religiosas y culturales, sobre las que es posible construir un nuevo discurso.
Volvemos de la platea al estrado, de la belleza de las tradiciones y la lengua a la belleza de la ley. Marta Cartabia, vicepresidenta del Tribunal Constitucional italiano, nos transporta al espacio de sociedades pluralistas que no piden a nadie que renuncie a la belleza y a la libertad en nombre del interés público, porque la ley que regula este interés público debe ser bella para ser justa. Dicho de otro modo, es justa porque es bella. Las palabras clave del libro son encuentro y libertad, ambas imposibles sin la belleza. Cartabia conquista a los oyentes y hace pensar que tal vez sea realmente necesario que el hombre de leyes sea un poeta, porque en las cosas ordinarias debe percibir lo que los demás no ven.
Hasta aquí han pasado dos horas y media. Carrón aún no ha hablado. Pienso entonces que nunca había participado en un encuentro tan caótico, donde los límites entre el escenario y la sala se mezclan. Parece una manifestación más que una conferencia, pero una manifestación de amor. Quizás él tuviera esa misma percepción, pues cerró su intervención diciendo: «Me parece que nada puede decir mejor lo que yo intentaba decir en el libro que lo que hemos visto esta noche. Necesitamos crear espacios donde, escuchándonos y estando abiertos a la contribución de los demás, podamos salir distintos a como entramos. Y ello a pesar de todas nuestras diferencias, por las que solemos pensar que esto es imposible».
El concepto de diálogo ha sufrido una profunda transformación. El libro de Carrón y la historia de su traducción al árabe son una etapa importante en este cambio. El diálogo ya no es una forma de negociación para llegar a un compromiso. Ya no es la búsqueda de puntos de contacto, ni el intento de sobrevolar sobre las diferencias. Ya no es diálogo formal sino presencia. En todas sus formas, la presencia genera esperanza. No hace falta ser intelectuales o poderosos, basta estar, como seamos capaces, como podamos.
La presencia que suscita el deseo de bien y belleza, el testimonio que abre el camino al encuentro, la mirada que ayuda a descubrirse uno mismo...Son palabras nuevas para una fase nueva, para una nueva experiencia de interacción con la realidad, donde las incomprensiones quedan disipadas y los estereotipos desmantelados, donde uno se libera de los prejuicios. Es una continua celebración de la vida. Un gesto importante. Después de la presentación de Alejandría, es probable que sigan otras. Pero mientras tanto nos dedicaremos a festejar la visita del papa Francisco a los Emiratos Árabes.
La presencia esparce semillas sin saber en qué corazones germinarán, pero tiene la certeza de que darán fruto.
(Traducción del árabe de Elisa Ferrero)
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