Una comida con alguien necesitado. La invitación del Papa asumida en primera persona y lo que ha nacido de ella. Encuentros que ayudan a ser leales con nuestra propia humanidad. Hasta compartir mesa con Asunción: «Me siento la más afortunada del mundo»
Papá, mamá, ¿quiénes eran los pobres?». Cecilia, de cuatro años, va en el coche con sus padres de vuelta a casa, después de una comida de la que probablemente lleva días oyendo hablar en casa: ¡una comida con los "pobres"! Quién sabe las imágenes que se había hecho en su cabeza, pero parece que la realidad ha resultado ser otra cosa.
Todo empezó por un aviso en la Escuela de comunidad. «Me llamó mucho la atención cómo nos invitó Nacho a secundar la II Jornada Mundial de los Pobres: "El Papa nos propone invitar a nuestra casa a comer a pobres que conozcamos. Esta es la genialidad de nuestro Papa, no nos dice ni nos explica mucho más, nos propone abrir las puertas de nuestras casas para que veamos qué sucede haciendo algo así". La propuesta me cazó de inmediato», cuenta Lucas, padre de Cecilia. Después de varias conversaciones, se juntaron con sus amigos en una casa, con sus familias, un nigeriano que pide limosna en un semáforo y una familia boliviana que recibe alimentos del Banco de Solidaridad. La conversación enseguida se centró en la vida de los «invitados de honor», su agradecimiento y sobre todo sus fatigas. Hasta que «en un determinado momento, un amigo me pregunta por mi padre, que llevaba varios días ingresado. Podría haberle dado el parte médico, pero lo cierto es que explotó en mí toda la intensidad y dramaticidad que me provocan los diferentes problemas de salud e ingresos que mi padre, a su avanzada edad, está viviendo en estos últimos meses. Fue una ocasión para hablar del dolor, la certeza, el drama, el agradecimiento y los interrogantes que todo esto genera en mí. Al terminar, otro amigo nos contó que esa misma semana había sufrido nuevos brotes de la enfermedad que padece; igualmente, nos habló del diálogo y lucha en los que se fajó con el Señor ante estas circunstancias. Al terminar, pensaba en lo dulcemente irónicas que habían sido aquellas horas: fuimos con las ganas de acompañar un rato a los pobres y acabamos acompañándonos, de manera muy explícita, unos a otros».
De ahí la pregunta de Cecilia al volver a casa. «Tenía toda la ingenuidad propia de su edad, pero a mí me sonó como si un sabio hubiese hablado por su boca diciendo: "Al menos por un rato, hoy todos hemos sido pobres de corazón"», apunta su padre.
Algo parecido les pasó a los hijos de Manu y sus amigos, que organizaron una comida «"para saciarse", como pedía el Papa», con un grupo de jóvenes que viven en pisos a cargo de la ONG CESAL y algunos menores presos. «Sorprendentemente, lo que dominaba era un afecto recíproco entre gente desconocida y que, a ojos de la sociedad, comparte tan poco. Algo que era especialmente llamativo en nuestros hijos que, lejos de la sospecha y el recelo habituales, trataban a estos chicos por lo que son, y no por el mal que han cometido, como tantas veces les juzga la sociedad».
Una nueva familiaridad. En algunos casos, esta sorpresa de afecto mutuo no solo se ha dado entre anfitriones e invitados, sino también incluso entre los propios voluntarios. Muchas parroquias han convertido sus salones en restaurante con motivo de esta Jornada, y a veces los voluntarios que se ofrecían para cocinar o servir no se conocían entre sí. Algo así le pasó a Juan en Parla. Cuando llegó a las once de la mañana, se encontró con que compartía cocina con voluntarios con los que apenas tenía relación. «Fue inevitable preguntarme qué hacía allí y por qué estaba con esas personas haciendo aquello. Así que les invité a rezar juntos un Ave María, pues me di cuenta de la necesidad que tenía de hacer explícito el motivo que nos reunía para ese gesto».
Al final la comida acabó siendo una fiesta, un verdadero banquete de bodas, pues hacía poco que habían contraído matrimonio Isabel y Vicente, unos recién casados de 86 y 63 años respectivamente, beneficiarios del BdS que, después de más de cuarenta años juntos, han decidido casarse. «Desde que empezamos a llevarles comida, hemos comprobado que el verdadero alimento que necesitan no es otra cosa que compañía», cuenta Alberto, el voluntario que les acompaña. «Este gesto ha cambiado la forma de mirarse a pesar de llevar tantos años juntos y también nos permite a nosotros reconocer la grandeza del Señor, que obra a través de nosotros incluso cuando menos conscientes somos de ello». Y lo dice a sabiendas de que muchas veces él mismo se pregunta qué utilidad tiene la caritativa que hace. «A menudo me recoloca ante el ritmo frenético que la sociedad impone día tras día, especialmente estos meses donde la carga laboral que he tenido genera tal ceguera que cuestiona el sentido de este y otros gestos».
Y es que, en el fondo, resulta que no somos tan distintos, aunque a primera vista pueda parecer que hay un abismo.
Marta, de Alcobendas, se quedó muy impactada por la aparente distancia que percibió con el grupo de inmigrantes con el que la invitaron a compartir mesa aquel domingo. «Lo primero que me llamó la atención fueron sus rostros, sus miradas un tanto esquivas, sus saludos discretos y su silenciosa presencia entre nosotros, que tenemos una comunidad parroquial formada por buenos amigos que se encuentran cada domingo, ríen, se besan y abrazan, se ayudan en la vida y comparten su fe y sus alegrías con frecuencia con festejos, cantos y comidas ricas».
La compañía de una herida. Ella sigue recordando aquella comida con esta «espina clavada: nosotros en una compañía permanente y ellos, en soledad». Ahora le toca afrontar la vida con esta herida abierta y reconocer el cambio que esta herida genera en su mirada. «¿Y ahora qué? ¿Qué significado tienen para mí palabras y conceptos que leo, escucho y proclamo como "acoger al otro", "la vida es para darla", "el otro es siempre un bien" o "tú eres un regalo"? Han pasado diez días del encuentro con estos nuevos amigos y he tenido oportunidad de acoger con otra mirada a mis compañeros de trabajo, he podido caer de nuevo en la cuenta de que mis hijos son un regalo». Con ella estaba Asunción, que también tuvo que superar el malestar de su primera reacción. «Algunos se habían arreglado para la ocasión, pero otros venían como habitualmente están en la calle, lo cual incrementó la dificultad que para mí ya tenía la situación. Nos fuimos sentando y al lado de una de las mendigas había un sitio libre que era claramente complicado de ocupar. Me habría sentado de buen grado en cualquier otro sitio, pero algo me hizo ocupar ese lugar a su lado». Al final, le esperaba una sorpresa, a ella que tanto se "pelea" con la idea de verificar la promesa del ciento por uno. «Me sentía preferida por haber podido ocupar el sitio que Jesús habría elegido en esa comida. Había en mí una alegría desbordante. Me sentía la persona más afortunada del mundo».
Clara también mira con ojos nuevos a las Memores Domini de su casa tras la comida con Mª Ángeles, una mujer a la que conoció en la caritativa en la Plaza Mayor de Madrid. «De repente fue como si se me abriesen los ojos y empecé a ver: unas servían, otras fueron a comprar, otras charlaban con ella, todas, cada una de una manera, la estábamos acogiendo. Y pensé en lo que nos dice el Papa de que los pobres son un bien para nosotros. Gracias a su venida, he podido ver más verdaderamente el bien que es mi casa».
Todo por la sencillez de Mª Ángeles al reconocerse preferida, pues cuando Clara la invitó, ella acertó enseguida: «Es por lo del Papa, ¿verdad?». Ya la habían invitado otros grupos, y Clara se sintió un poco avergonzada, pero esa sensación se convirtió en estupor ante la reacción de su invitada: «¡Qué alegría que todos hayáis pensado en mí!».
Y es que uno de los rasgos comunes a todas las iniciativas que se han puesto en marcha para responder a la invitación del Papa es la alegría. Todos los voluntarios que nos cuentan las comidas, cenas y meriendas de las que han sido testigos terminan hablando de una fiesta. «Desde que tenía 12 años no me había sentido tan feliz», comentaba una madre de siete hijos que ocupa una finca ruinosa en Torrelodones. «La Iglesia es vida y tiene que ofrecer vida, como dice la Escuela de Comunidad –señala Gabriel–. No puede hacer trampas, no le basta con dar comida, o una limosnita. Yo, que tanto trampeo, he compartido mi vida con ellos. La hemos compartido todos. Nos hemos mirado a los ojos. Hemos llorado y bailado. Ha sucedido la unidad, por un momento como en casa, ha sucedido algo inexplicable, nos hemos sentido unos parte de los otros. Mucho más de lo que podíamos imaginar al realizar todos los preparativos. Vuelve suceder el pobre que nos enriquece. Doy gracias a Francisco por darnos esta oportunidad para volver a experimentar qué es la Iglesia».
El pobre soy yo. Cuando Pilar oyó el aviso «nació un deseo inmediato de seguir la indicación, pero claro, ¡yo no conozco a ningún pobre! Pero a la primera de cambio, al dar el aviso en la Escuela de comunidad de Castellón ya fui descabalgada de mi medida y mis planes, ¡gracias a Dios! La última en llegar a la Escuela contaba que trabaja en un proyecto con inmigrantes y que están muy solos. Evidentemente no hacía falta ningún plan, ni salvar a la humanidad con nuestras fuerzas, solo responder a la realidad». Es la diferencia, como indicaba Julián Carrón, entre responder por una carencia, que nos lleva a necesitar siempre nuevos "proyectos", o por «una plenitud que nos urge comunicar». «Después de barrer, fregar y recoger, salíamos cansados, pero con una felicidad que no nos podemos dar. En el coche nos mirábamos y ya no éramos los mismos. Qué plenitud y cuán fuera de nuestra medida y capacidades. Nunca hubiésemos imaginado una vida tan preciosa».
Como dice Ana, de Fuenlabrada, «estamos tan despistados que a menudo nos olvidamos de que los verdaderos pobres somos nosotros. ¡Soy yo!, cuando no reconozco en el otro un bien para mi camino, para mi conversión, para mi vida. Pobre en pobreza de espíritu». También lo cuenta Javier, de Villanueva de la Cañada, que organizó con sus amigos una recogida de alimentos por la mañana y una merienda con chocolate por la tarde. «Podíamos ver la sencillez de tantas personas que ofrecen una contribución a nuestra iniciativa por un deseo de ayudar a los demás de alguna manera, que es la búsqueda, de algún modo, del propio cumplimiento».
Todo por un sí, aunque sea en cadena, como en el caso de Manu. «Muchos de nosotros habíamos oído, incluso cordialmente, la invitación del Papa. Pero sin la propuesta de uno que se la juega y al que sigues como la concreción de la compañía de Cristo para ti, se hubiera quedado en una bonita intención irrealizada. La sensación común tras haber secundado la propuesta de nuestro amigo Fernando, que secundaba la del movimiento, que secundaba la del Papa, es de agradecimiento. Seguir nos conviene: el horizonte se te hace más grande, el corazón se ensancha y te sorprendes de que juntos siguiendo hacemos cosas de otro mundo».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón