Elvidio, que había pensado en acabar con todo. La "riqueza” de Roberto en un barrio pobre de Taranto. Pietro, que encuentra una amistad que le hace crecer... Rostros y hechos de una jornada que ha movilizado a Italia entera. Pero que no se queda ahí, porque ofrece a todos «una esperanza para la vida»
Un hombre anciano, alto, de buen porte. Está solo. «Parece triste», señala Tiziana, una voluntaria que lleva horas haciendo su turno en la Recogida de alimentos en un supermercado de Milán el 24 de noviembre. Reparte con una amiga los folletos de invitación a la jornada. El hombre agarra el folio y una caja, luego se dirige al mostrador de la verdura. Vacila, le cuesta elegir. «¿No está su mujer para echarle una mano?», le pregunta Tiziana. Desde primera hora de la mañana era un continuo ir y venir de parejas de una cierta edad. «Soy viudo», dice dando a entender que la herida está abierta. Después pide más información sobre la Recogida, qué productos hacen falta, a quién van. «Entonces me di cuenta de que llevaba un zapato desatado», cuenta Tiziana. «Pero no me atrevía a decírselo para no incomodarle, aunque sí se lo indiqué a mi amiga.». Ella se agacha para atárselo. «La cara del hombre cambió. Sonreía. Luego se fue. A los veinte minutos regresó: "Aquí estoy, he ido a casa a por cien euros, ¿me acompañáis a hacer la compra para la Recogida? Y no os olvidéis de elegir algunos dulces...”». Gestos que nacen de «una experiencia de gratitud». Y que son la posibilidad de llevar a todos «una esperanza para toda la vida». Palabras de Julián Carrón en vísperas de la última Jornada de Recogida, invitando a mirar esta propuesta del Banco de alimentos como una ocasión para ver cómo la "caridad” puede ser una puerta abierta de par en par que dé acceso a todos los rincones de la vida, que permita volver a empezar y disfrutar de verdad. Para quien la lleva a cabo y para quien la recibe, en los tiempos difíciles que estamos viviendo, incluso cuando parece imposible. No importan solo las toneladas de comida recogida. Por supuesto que hacen falta. Pero basta caer en cualquiera de los miles de supermercados italianos, entre los casi 150.000 voluntarios que han participado en esta 22ª jornada y preguntarles qué han vivido al encontrarse con millones de personas para ver cómo puede florecer esa “esperanza para la vida entera”.
Estamos en Taranto, en el barrio de Tamburi, una zona pobre conocida por el "caso Ilva” (industria siderúrgica que causó graves niveles de contaminación, ndt). Uno de esos lugares en los que, al proponer la recogida de alimentos, te esperas caras de sorpresa que digan: «¿Pero no ves que el que lo necesita soy yo?». Roberto, de 21 años, nació allí. Estuvo acogido desde los 11 años, luego volvió a casa a los 17, aunque la situación no había mejorado demasiado. «Desde hace unos años, soy voluntario con un grupo de amigos en un centro que reparte alimentos a los pobres en el casco antiguo de Taranto. También canto en un coro y estoy implicado en la vida de la parroquia. Y participo en la Recogida». Este año, Roberto ha invitado a todos sus amigos, a los que ha enviado El sentido de la caritativa, un cuaderno con las indicaciones de don Giussani a los primeros bachilleres que iban a jugar con los niños en la zona de la Bassa milanesa. «Voluntariado y caridad no son lo mismo, pero yo solo no era capaz de explicarles que la caridad es puro amor, de modo que uno dona a otros la belleza y el bien que ha recibido». Más de una tonelada de comida se ha recogido en Tamburi. «Un regalo inesperado, han donado muchos aunque fuera poco». Con Roberto estaba también su sobrino. «Trece años, alejado de la Iglesia, pero desde ese día me pide que le acompañe a misa y viene a preparar las "cajas de comida”». Por la noche se juntó con sus amigos, que habían estado en otros supermercados. «Roberto, he visto a tu madre y a tu padre. Han donado la mitad de su compra». ¿Cómo es posible? «No me habían dicho nada. Algo les ha movido. Entonces recordé la conversación con alguien al salir del gimnasio. "Tú eres distinto", me dijo. Le hablé de mi vida y de todo lo que hago, pero me dijo: "No, es algo más". Esa noche no dormí. Pensaba en lo que hago y en mi historia. En todo, yo puedo reconocer la experiencia de Cristo. Y me lo hizo ver alguien que no tenía nada que ver con eso».
Un desconocido que, de repente, «reabre la partida sobre quién soy yo», como cuenta Federico. Durante la Recogida, en un supermercado de Rho, al norte de Milán, ocupado en sus quehaceres no hizo mucho caso de un joven negro que estaba pidiendo limosna. «Nos estuvo observando durante toda la jornada, sonriendo en cada cruce de miradas. En el fondo, estábamos haciendo lo mismo: esperar el donativo de alguien». Por la noche, el chaval llenó una caja con unas pocas cosas y se la dio a Federico, que le dio las gracias. Podía haberse quedado ahí, pero Federico se acercó con un amigo a charlar con él. Se llama Angelo y es nigeriano. Le ofrecieron algo de comer. «No, estoy haciendo el ramadán». ¿Musulmán? «No, soy cristiano, pero no sé cómo explicar que hago ayuno para dar gracias a Cristo porque existe y porque yo estoy bien».
Para Stefano, en la localidad milanesa de Cernusco sul Naviglio, también "podía haberse quedado ahí", en un número de teléfono olvidado en el bolsillo de la chaqueta. «Omar, un hombre de unos cuarenta años, se me acercó durante la Recogida y me preguntó si podíamos ayudarlo con una caja de alimentos de vez en cuando. Le dejé mi número y le pedí el suyo. Así lo di por zanjado». Pero luego «volvió a aparecer el papel y entonces le llamé. "Hola Stefano, te estaba esperando". ¿Te das cuenta? A pesar de mi distracción, él me estaba esperando. Y me llamó por mi nombre».
«Es como si el mundo no esperara otra cosa que esa esperanza, esa posibilidad. Y basta con uno para que vuelva a despertar», dice Alessio, que llevó a sus chicos de post-confirmación a hacer la recogida en un supermercado de Florencia. En la puerta se acercaron a un hombre con discapacidad, llamado Michele. «"¿Pero qué hacen? No es lo más apropiado", pensé», cuenta Alessio. «Pero allí estaban, charlando con él, que ni siquiera iba a hacer la compra, y él les escuchó. Y entró, compró para la Recogida y luego se quedó como voluntario». Muchas Recogidas se llevaron a cabo en instituciones penitenciarias. Con los menores de Nisida, por ejemplo, donde Felice "sacó" a Tony para unas horas de servicio en una tienda de Nápoles. «Tony me escribió una carta dando las gracias. "Queridos amigos", escribe alguien para el que la amistad es casi imposible, "ha sido un día inolvidable"». También en Milán, donde Paola y Fulvio presentaron la Recogida de alimentos a los "recién llegados" a la prisión de San Vittore. «Gente que no tiene nada. Pero hubo uno que se fue a su celda y nos trajo una mandarina y un trozo de pan. No tenía más, lo dio todo».
Es una mirada distinta, impensable, pero capaz de volver a ponerte en marcha. En Chioggia, los amigos del Banco de Solidaridad hicieron una fiesta con los voluntarios de las asociaciones participantes en la Recogida. Un aperitivo con juegos y testimonios. Como el de Michele, que estaba muy alejado de la Iglesia pero conoció el Banco en un momento de gran dificultad y ya no se separó más. «Junto a mi familia, esta es la experiencia más hermosa de mi vida». O Elvidio, un empresario que cayó en desgracia hace unos años. «Los hijos, la separación de mi mujer. Mi cuñada me hacía la compra. Pensé en acabar con todo». En cambio, una serie de encuentros, los amigos del Banco, la caritativa... y Elvidio volvió a empezar no sin dificultades. «Hoy podré no tener un euro en el bolsillo, ¿pero quién me va a quitar todo esto?». Se siente tan "pleno" que invitó a su ex mujer a la Recogida. También está Rita, que cuenta cómo sigue una historia que comenzó en la Recogida del año pasado, cuando se encontró con una antigua alumna con un montón de problemas. «Empecé a llevarle la caja, implicándome con ella cada vez más. Sobre todo con su hija de trece años, preparando su Primera Comunión, que aún no la había hecho». El día de la ceremonia Rita se conmovió mucho porque «su madre fue corriendo a confesarse para recibir también ella la Eucaristía, después de tanto tiempo. Ese deseo suyo de algo grande para su vida es igual que el mío».
Porque la utilidad de la caridad, su sentido, se experimenta en uno mismo, en la propia vida. «Yo me digo: "Mira lo que ha pasado". Es obra de Su mano». Pietro, 33 años, casado y con dos hijos pequeños, trabaja en el hospital. Después de la Recogida de hace tres años, le invitaron a llevar una caja de alimentos a las afueras de Milán a un hombre de mediana edad que estuvo en la cárcel, no trabaja y no tiene ningún medio de sustento. «Los primeros meses fue muy difícil. Tenía la sensación de ser un mensajero haciendo entregas. Bajaba la caja del coche, nos saludábamos y me iba». Aquella no era la "promesa" de la caritativa. «No lo dejes, mira mejor lo que sucede», le decían sus amigos. Con el paso del tiempo, la entrega que antes hacía en la acera empezó a hacerla en el portal, luego en el descansillo, en la puerta de casa. Hasta que «un día me invitó a entrar». Fue el inicio de una relación sencilla pero verdadera. «Yo le hablaba de mí, y mientras tanto le iba conociendo». Al año siguiente, Pietro le invitó a ser voluntario en la Recogida. «Estaba entusiasmado: "Quiero que todos vean todo el bien que he recibido"». La amistad fue creciendo, se abrió a otros y empezó a entrar en los detalles de la vida cotidiana de cada uno. «Es una relación que me cambia y que está haciendo crecer mi fe. Me hace esperar algo en todo lo que vivo: desde las dificultades del trabajo, el mío y el de mi mujer, al deseo de educar bien a mis hijos, hacerles ver todo el bien que existe. Todo se está convirtiendo en espera y en pregunta».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón