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Huellas N.11, Diciembre 2017

ENTREVISTA

Una Iglesia visible

Paola Bergamini

La hermana MARIANGELA MAROGNOLI es la nueva Madre general de las Hermanas de la Caridad de la Asunción. Su historia, su vocación, su responsabilidad actual… Y la vida de la congregación que se encuentra ante una encrucijada histórica

«Vas a vivir para siempre el sentido de la caritativa». La hermana Mariangela Marognoli, nacida en 1950, lleva grabadas en su corazón esas palabras de don Giussani, que están en el comienzo de su vocación. «Tenía veinte años y, entonces al igual que hoy, sigo pensando que marcan un punto importante para nuestra congregación», dice al poco de ser nombrada Madre general de las Hermanas de la Caridad de la Asunción, el Instituto de derecho pontificio nacido en 1993, como fruto ulterior del carisma del padre Étienne Pernet (ver apartado). «Para mí, sin embargo, el “comienzo” de esta historia tiene su origen en un encuentro que se dio antes, cuando yo era poco más que una adolescente», apostilla. De allí arranca nuestro diálogo.

¿Qué pasó a comienzos de los años sesenta?
Frecuentaba la parroquia de Turro en Milán, que contaba con muchos catequistas que formaban parte del movimiento. Con ellos fue mi primer impacto con esta forma de vivir la fe. Recuerdo a Mariuccia, Alberto y Sandro, el responsable de la comunidad, que en 1968 decidió abandonar el movimiento. Precisamente en ese año tumultuoso llegó a la parroquia el padre Carlo Romagnoni, que supo mantenernos unidos y nos enseñó a vivir intensamente toda la realidad. Además, yo me había vinculado también con el pequeño grupo de GS del Virgilio, el instituto de Magisterio donde estudiaba. En mi comunidad había unos amigos que estaban pensando en consagrarse a Cristo. Tengo sus rostros grabados en la memoria: Giorgio, Panci, Ernesto, Bruno, Rosanna, María Rita, Antonella… Con 19 años tuve la intuición de que aquel era mi camino.

¿En qué sentido?
A través de esos amigos entendí por primera vez –y para mí fue una revelación– que la Iglesia era Cristo presente hoy. Esa intuición supuso el descubrimiento de una alegría impensable, hasta el punto de decir: «Quiero entregar toda mi vida por esa Presencia». Era el deseo de la virginidad. Hablé de ello con el padre Carlo que me confirmó que este deseo ya era señal de una vocación. Luego me invitó a hablar con don Giussani. Lo primero que me dijo don Gius fue: «Pide a la Virgen». Con él empezó mi camino vocacional. En una estrecha relación de amistad y seguimiento. Mientras, me había apuntado a lo que entonces se llamaba Escuela de servicio social, donde estudiaban algunas amigas del movimiento, entre ellas Luciana Pellegatta y Rosi Spreafico, que más tarde entrarían en la Orden Trapense, en el monasterio de Valserena y Vitorchiano respectivamente.

En cambio usted optó por entrar en las Hermanitas de la Asunción.
Por la relación que había nacido entre don Giussani y la orden fundada por el padre Pernet, algunas jóvenes de GS habían entrado en la congregación. Yo pensé en ella porque quería entregarme a la gente más necesitada. Además, en el convento de la zona de Corvetto, en Milán, donde nos reuníamos con el grupo que verificaba la hipótesis de la vocación, había conocido a la hermana Ignacia, la primera que don Giussani había conocido y con la que empezó su amistad con las Hermanitas. Naturalmente, la decisión final fue mía, pero siempre en relación con él que me ha acompañado siempre. Acabé la escuela y durante un año trabajé, porque mis padres no veían con buenos ojos mi decisión. El mismo Giussani quiso que siguiera la petición de mi madre de que tuviera por lo menos cierta experiencia laboral. El 1 de octubre de 1973 empecé el postulantado, luego dos años de noviciado. El 25 de abril de 1976 hice mi profesión y en 1982 emití los votos perpetuos. Al año siguiente salimos, junto con otras dos hermanas jóvenes, rumbo a Trieste, para ayudar a una comunidad de hermanas ancianas. De hecho, se había pensado en cerrar esa casa, pero el obispo, monseñor Antonio Santin, se opuso decididamente a la idea de que nuestras hermanitas dejaran la ciudad sin ese tipo de misión. Allí me quedé hasta 1998, luego volví a Milán. En 2008 salí de nuevo, esta vez hacia Roma, hasta este mes de noviembre.

Cuando la eligieron Madre general de las Hermanas, ¿qué pensó al conocer el resultado de la votación?
En primer lugar, me preguntaron si aceptaba. Contesté que sí. Mi primer pensamiento fue: es cosa de Dios, por lo tanto no tengo que preocuparme. No estoy en una realidad desconocida, estas hermanas son carne de mi carne. Estoy dentro de esta compañía vocacional y también la tarea que se me asigna está dentro de la unidad que vivimos. Esto me permite aceptar sin miedo e incluso vivir con ánimo alegre. Sin pensar en una carga, en un peso, sino en algo a lo que responder viviendo.

Desde que nació vuestra nueva congregación, usted es la segunda Madre general. Durante veinticuatro años lo fue la hermana Gelsomina Angrisano, una de las primeras jóvenes de GS.
En efecto, esta ha sido una elección especial. Ha culminado la que podríamos definir como fase de fundación, durante la cual la hermana Gelsomina ha sido nuestra guía y nuestra roca. Todas éramos conscientes de que nos encontrábamos ante una encrucijada histórica. Hemos vivido el gozo de la obediencia filial a la Iglesia, un paso que supone un cambio, siendo conscientes de que es el Misterio quien conduce nuestra vida: es el Señor quien actúa. Viviendo se aprende. También mi función la iré comprendiendo al mirar lo que acontece y siguiendo lo que Dios nos irá indicando.

¿Por eso no teme asumir esta responsabilidad?
Mi mayor responsabilidad es la de volver a empezar siempre de nuevo. Es siempre un nuevo inicio. Tanto para mí como para las demás. Con este corazón visitaré nuestras comunidades, saldré al encuentro de las personas. Durante el Capítulo hemos subrayado este pasaje de los primeros Ejercicios de la Fraternidad en 1982: «Si reparamos en que la consistencia y el valor de nuestra vida residen en la responsabilidad para con esta cercanía con Cristo –y, por tanto, cercanía entre nosotros y con los hombres–, comprendemos que la amistad y la compañía que pretendemos crear son para impedir que se detenga o se suspenda nuestra iniciativa en este sentido».

La medalla que lleváis al cuello lleva escrito «Adveniat regnum tuum per Mariam», el lema que al padre Pernet tanto le gustaba repetir a las hermanas. En 2006 la Iglesia reconoció a don Giussani cofundador de vuestra congregación junto al padre Pernet. ¿Dos carismas que se entrelazan?
Más aún, es la unidad entre dos carismas, cosa de la que nosotras estamos inmensamente agradecidas. Hay una similitud entre la genialidad del padre Pernet al fundar la orden y la de don Giussani al dar vida al movimiento. El mismo Giussani solía decir: «De haber empezado por la caridad, yo habría hecho lo mismo que él». Y a propósito del carisma, escribió: «Un rostro en la Iglesia de Dios, un particular acento mediante el cual Cristo te ha llamado a ti, una implicación con su llamada que se convierte en una historia personal, un derecho del cristiano, el derecho a un encuentro que obedece a la voluntad de Cristo» (Alla ricerca del volto umano, edición de 1984, Apéndice). Esto es clave: tener siempre presente el acento con el que Cristo nos ha llamado a seguirle, porque esto es lo que hace de nuestra vida una historia.

Con la elección como Madre general usted dejará Roma, una misión que le ha llevado a estar muy cerca del Papa.
Sí, ha sido una experiencia preciosa. En la capital vivimos en Primavalle-Battistini, un barrio popular a un cuarto de hora del Vaticano. Al igual que en todas nuestras casas, nos dedicamos a ayudar a las familias, a cuidar de los enfermos, a acompañar a los niños en sus tareas escolares. Con la ayuda cordial de la gendarmería, a veces llevamos a las audiencias del miércoles a niños enfermos o con situaciones familiares muy difíciles. El encuentro, primero con Benedicto XVI, luego con Francisco, les ha permitido experimentar la cercanía del Papa y de la Iglesia. En 2014, pudimos acompañar a Santa Marta a una joven pareja con su hija de pocos meses, ciega. Cuando Francisco la tomó en brazos, el padre le pidió si podía bautizarla. El Papa le contestó: «Si no tuviera ahora la audiencia, lo haría hoy mismo. Os espero en quince días». Y así fue. Él mismo llamó a la familia para ponerse de acuerdo y el día del Bautismo, cuando entregó la vela encendida al papá, dijo: «Esta es la verdadera luz que asumís, la tarea de comunicarle. Vosotros sois el último eslabón de la cadena de testigos con la que Cristo alcanza a vuestra niña». También acudimos con las familias del barrio a otros momentos de oración. Allí en Roma, esta proximidad con el Papa es una gracia especial para cumplir con nuestra tarea de hacer de la Iglesia una realidad visible, que se puede encontrar.


LA UNIDAD ENTRE DOS CARISMAS
A finales de los años 50, don Giussani conoce en el barrio milanés de Corvetto a las Hermanitas de la Asunción. Enseguida le llama la atención su experiencia de fe y caridad, su profunda unidad entre misión y vida religiosa. Muchas jóvenes, que participaban en la experiencia de Gioventù Studentesca, entran en la congregación, manteniendo una relación de amistad con don Giussani.
En 1993 la Iglesia reconoce en la misma senda el nacimiento de un nuevo carisma, también nacido del padre Étienne Pernet: nacen así, el 29 de junio, las Hermanas de la Caridad de la Asunción, como Instituto de derecho pontificio. En 2006 la Iglesia reconoce a don Giussani cofundador de la nueva congregación, conforme a lo que las Hermanas de la Caridad de la Asunción testimonian: don Giussani fue decisivo para ellas para comprender la actualidad eclesial del sello religioso del fundador, es decir, la unidad entre vida consagrada y trabajo misionero; la cercanía con los pobres para que venga Su Reino; el trabajo para que vuelvan a ser “pueblo” personas que ya “no son pueblo” porque están solas o no tienen raíces.
Actualmente, las Hermanas de la Caridad de la Asunción cuentan con casas en Turín, Milán, Trieste, Roma, Nápoles y Madrid, y constituyen una realidad social que obra en el campo de la asistencia a domicilio: el cuidado de los enfermos, el acompañamiento a las familias, la acogida diaria de los menores, el trabajo educativo en coordinación con la escuela y la familia. Normalmente, desarrollan su trabajo en colaboración con los entes locales y los servicios sociales.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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