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Huellas N.11, Diciembre 2017

PRIMER PLANO

Renacer en un almacén

Luca Fiore

En Verona, la organización es perfecta. Pero cada año sucede un milagro: la gente vuelve a dar comida para quienes lo necesitan. Y esto cambia la vida de los voluntarios

«Yo me ocupo de que todo esté organizado hasta en los mínimos detalles. Llevo trabajando para el Banco de Alimentos muchos años y los protocolos están rodados. Pero cuando llega la fecha de la Jornada nacional de recogida de alimentos, hay algo a lo que no consigo acostumbrarme: la gente sigue donando comida para los menos afortunados. Podría dejar de hacerlo, en cambio persiste. Ninguna organización podría obtener este gesto gratuito. ¡Ninguna! Es un milagro que se renueva año tras año. Entonces me brota espontáneo: “Tú existes y mueves los corazones de la gente”». Stefano De Guidi lleva diez años de director ejecutivo del Banco de Alimentos de la región del Véneto. Dos almacenes, uno en Verona, otro en Padua. El día de la Jornada anual de recogida llegan aquí productos desde 790 supermercados, desde muchas ciudades, incluidas Mantua y otras de una zona de Brescia. Colaboran 14.000 voluntarios.
El 25 de noviembre el almacén de la calle Torricelli, en Verona, es un ir y venir continuo de furgonetas y camiones. Cada cual sabe qué tiene que hacer. También los más jovencitos parecen expertos en almacenaje. Se trabaja duro y con alegría compartida. A la hora de la cena se reparte un plato típico del lugar y unos callos que cocinan, como todos los años, los frailes del convento de Villafranca.
La presidenta del Banco de Alimentos del Véneto, Adele Biondani, llega al almacén después de su turno en un supermercado. Con ella, su padre, Guido, de 80 años. Fue él quien empezó el Banco en esta región en 1993. Su hija recuerda: «Mi padre trabajaba en un vertedero. Un día vio un camión que volcaba una carga entera de zumos de fruta. Para él, que había pasado hambre en tiempos de guerra, fue un verdadero shock».
Este año la Jornada se vive bajo la mirada particularmente cercana del Papa, que quiso asociarla a la Jornada Mundial de los Pobres. «Para nosotros implica una mayor responsabilidad», explica Adele. «Con nuestro trabajo, ofrecemos a todos una oportunidad de responder al llamamiento del Papa». En estos últimos años se ha sumado también otra novedad para el Banco de Verona: «Un clima estupendo entre los voluntarios que trabajan aquí durante el año. De manera que no solo los alimentos adquieren un nuevo significado, sino también la vida de las personas. Y esto no tiene precio», aclara la presidenta. Está pensando en los pensionistas que trabajan como voluntarios, pero también en los que llegan aquí por una orden judicial, para cumplir pena mediante labores socialmente útiles, o por los servicios sociales.
Claudio, por ejemplo, se jubiló hace dos años: «Tengo a mis espaldas 43 años de trabajo en una empresa. Mi vida seguía ciertos ritmos, tenía su equilibrio. En cuanto dejé de trabajar, advertí el peligro de aplanarme en una vida de casa y sofá... Así que me dejé entusiasmar por los amigos de CL y ahora vengo establemente aquí y me lo paso bien con ellos. Ver lo que sucede en el Banco a menudo me emociona. Ahora hay personas necesitadas que acuden al almacén. Son situaciones con las que yo no había tenido ninguna relación. Empiezo a compartir un poco de su vida que en parte va siendo también la mía».
Uno de ellos es Loris. Ha llegado al Banco a través del programa RIA (Renta de Inclusión Activa, ndt.) que asegura un subsidio mensual a cambio de un trabajo socialmente útil en entes autorizados. Tiene una historia muy complicada y carece de morada fija: «Actualmente, vivo con mi hermano, antes vivía en una caravana, pero perdía gasóleo y tuve que deshacerme de ella. En el Ayuntamiento me dijeron que fuera a una residencia, pero allí me robaron la bici y las zapatillas. Además, a las siete de la mañana, te echan». Para él, el programa de los Servicios Sociales se acabó hace dos meses, pero Loris sigue acudiendo al Banco como voluntario: «Vengo aquí dos o tres veces por semana. Los demás días pido delante de un supermercado. Vengo porque hay un clima alegre, puedo comer y es como estar en una familia. Nos ayudamos unos a otros y se me hace más ligera mi carga». Con él también está Jack, la Furia, apodado así por la velocidad con la que coloca las cajas; Pelardo, el calvorota con una bandana en la cabeza sobre sus cuatro pelos; Denis que maniobra con habilidad la carretilla elevadora. «Tienes que ver cómo llegan y cómo cambian al poco de trabar aquí», explica Stefano. «Literalmente, renacen. Sería bueno que todos lo vieran».

Tenía sed... El señor Guido, fundador de esta sección del Banco, se quedó viudo hace poco. Para esta Jornada, el 25 de noviembre, invitó a Mary y Byron, los dos filipinos que ahora cuidan de él y de su casa. «Tardé una semana en convencerles de que se sentaran a la mesa a comer conmigo...». Ella, 28 años, parece realmente andar por su casa, sin embargo es la primera vez que acude al almacén: «Nunca he visto a tanta gente junta trabajar por los demás. Nosotros somos extranjeros, pero nos encanta echar una mano para ayudar a quienes están peor que nosotros. Gracias por invitarnos».
Colgada en una balda del almacén hay una bandera con una cruz amarilla sobre fondo azul. No es la de Suecia, que nos ha echado a los italianos del mundial de fútbol, sino la del Hellas Verona. Entre los voluntarios, hay cinco hinchas de este equipo, media de edad, 20 años. Están aquí aunque su equipo juega hoy en un campo bastante cercano: «Para la Jornada anual de recogida se puede prescindir de un partido. Vale la pena. Vuelves a tu casa agotado y muy satisfecho».
Este año, entre los voluntarios, están también cuatro presos de la cárcel de Verona. Con los ojos humedecidos, comenta: «Cuando el educador me propuso esta actividad, pensé: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. Participando puedo llevar en mi corazón la miseria de otro. Es un pequeño paso en el camino que tengo que recorrer para purgar mis culpas. Fue una sorpresa para mí. Hasta hace diez días, no podía imaginar que estaría aquí. Hoy no soy solo un preso, sino alguien que da de comer y de beber a este Jesús que se lo pide».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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