«Hoy la salvación ha entrado en tu casa»
El viaje inició en Honduras para algunos, para otros en San Salvador, Costa Rica, Madrid, Forlí. La cita era las vacaciones centroamericanas 2017 en la playa salvadoreña de Maculís. Estaba pensado un fin de semana de sol, mar, excursiones. En cambio, desde el primer día por la noche, lluvia y cielo completamente nublado y con ello nuestros planes abajo. Durante la asamblea de inicio, compartimos nuestras expectativas, cada uno con lo suyo, esperando grandes cosas sí, pero en general también desconcertados por estar en la playa y no poder disfrutarla. La intervención del P. Paco Rupérez fue fundamental: «El clima está siendo una ayuda, el aspecto del clima ha salido a la luz en todas las intervenciones, por tanto, es una ayuda para fijar la mirada en lo esencial». Y así comenzamos.
A lo largo del fin de semana, logramos hacer la mitad de las actividades planeadas, lo cual nos “obligó” a ser creativos y a cambiar nuestros planes, por ejemplo una tarde cantando canciones de Chieffo y escuchando su explicación por parte de Laura, gran amiga suya. También para cuidarnos de la lluvia nos quedábamos juntos en la cabaña, platicando y compartiendo más. Yo entendí que esto es la pobreza, abrazar el designio de Otro, con la certeza que es siempre mejor de lo que yo imaginé. Esto era más claro viendo a Laura, una memor domini que vino desde Forlì a encontrarse con una amiga suya y con otro sacerdote que, a última hora, no pudieron llegar. Laura nos contaba que se dio cuenta de esto en el avión, que inicialmente se desanimó un poco, pero la invitación de un amigo la ayudó a recobrar la certeza de que el designio de Otro es siempre bueno.
Y allí estuvo, con una entereza inigualable, sin las personas que esperaba ver, con un grupo de desconocidos que abrazó desde el primer momento, dispuesta a que sean ahora sus amigos. Así, a través de la pobreza voy entendiendo que la salvación coincide con la respuesta a la sed que tengo de que la realidad y las circunstancias sean una ayuda para vivir una vida dichosa. Al final, una nueva intervención del P. Paco nos pone en perspectiva de lo significativo que hemos vivido: «El Señor ha querido que estemos aquí, ha querido que les conociera, que los lleve en mi pensamiento y en mi corazón». Esto es vivir la vida dichosa, un corazón que se ensancha, que crece ante la realidad porque la percibe como la voluntad de Dios.
Yo estoy muy agradecida porque el Señor se toma en serio mi vida y me invita constantemente a tomármela en serio yo también.
Enma, Honduras
¿Y tú, para qué vives?
La Jornada de apertura de curso en Madrid me ha retrotraído al impacto que para mí fueron los primeros encuentros a los que asistí en el movimiento. Volví al asombro inicial, salí de la sala tambaleándome psicológicamente, sin dejar de pensar en lo que había oído. ¿Cómo sabía Julián lo que me estaba pasando? Y ahora resulta que no solo me pasa a mí, sino que en los siguientes días pude comprobar que era lo mismo que les pasaba a otros de mis amigos del movimiento, y que como yo, por una falsa prudencia, no nos habíamos atrevido a compartir.
El reciente verano había empezado con el dolor por la muerte o enfermedad de algunos de nuestros seres queridos. Este verano ha sido muy intenso, primero por trabajo y luego por los encuentros con los amigos, sobre todo alrededor de las ya famosas (para nosotros) paellas de Guadarrama. Todo esto me ha llevado a una profunda reflexión personal y a volverme hacer una y otra vez la pregunta que alguien me hizo al comienzo de mi relación con el movimiento: ¿Y tú, para qué vives?
Ahora trabajo muy contento a pesar de que a veces apenas he dormido y llevo conmigo mis problemas, como todos. Pero siento una paz interior que no puedo reprimir. Después de atender a más de 30 personas cada día, se nota la fatiga, pero sigo contento. ¿Cómo es que puedo seguir sonriendo a las personas que atiendo y a mis compañeros? Porque el Señor está conmigo. Si no, es totalmente imposible. ¿Por qué, ante la queja y el desánimo de algunos de mis compañeros por el exceso de trabajo, me brota una palabra amable y que provoca un cambio de ánimo también en ellos?
No soy yo, para mí es más que evidente. Estoy muy agradecido a Julián por haber despertado en mí de nuevo la sorpresa. Recordaba lo que le oí decir al padre Lepori: «El hombre que no se asombra ya no es hombre». Eso pido y sé que solo Él lo puede hacer.
Luis, Madrid
ENCUENTROCASTELLÓN 2017
La realidad nunca me ha defraudado
Imagino que muchos no la pudieron ver, porque estaba sentada a un lado, muy discreta, aunque estaba sentada en una silla de ruedas. A Leonor le dio un derrame cerebral no hace mucho y tuvo que pasar varios meses en la UCI. Es profesora en la universidad de aquí, pero no ha podido reincorporarse a su trabajo en las aulas porque está dedicada en cuerpo y alma a su rehabilitación. Cuando la vi caí en la cuenta de que era la hermana de Santi, amigo nuestro muy implicado en la organización del EncuentroCastellón.
Habíamos rezado mucho por ella. Me la presentó su madre. Sonreía y me pareció muy guapa. Faltaban solo unos pocos minutos para ponernos delante del lema del Encuentro, en el acto con Javier Prades. Y ver a Leonor me impresionó: ¿tenía que venir justo a este acto? ¿No habría sido más fácil que viniese a escuchar a los que hablaban de educación, o a ver la exposición de las APAC? Ahí estaba ella, seguro que mucho más consciente que yo de todo lo que nos jugábamos con el lema: «La realidad nunca me ha defraudado». Hubo un instante en el que creo que me asusté: ¿no habríamos ido demasiado lejos, demasiado atrevidos, organizando el Encuentro con este lema? Leonor me ayudó muchísimo.
Empezamos con las preguntas a Prades, y nos desafió a todos diciéndonos que la realidad es “terapéutica”. Un amigo mío, joven y agnóstico, que había perdido a su mujer pocas semanas antes de los días del Encuentro, accedió a estar en una de las mesas como ponente. Me habría parecido tan comprensible que declinara la invitación. Pero se vino, puntual y elegante, y participó. Cuando nos despedíamos, como siempre muy simpático, me dijo: «Oye, nos tenemos que ver, porque tienes que empezar a contarme sobre lo religioso; creo que me hará bien». En la comida del domingo, ya terminado el Encuentro, nos reunimos unos cuantos a compartir lo vivido durante el viernes y el sábado. Lledó nos contó que había invitado a un compañero de trabajo. Él siempre le dice que es una “beata”. Pero con el programa en la mano, vio que conocía a alguno de los ponentes, no creyente como él, y se comprometió a acercarse el viernes por la noche al Encuentro.
Vino con su mujer, y terminado el acto sobre las APAC, con una cerveza en la mano, le confesó a Lledó que no se esperaba algo así y preguntaba si podían volver el sábado anulando un plan que ya tenían; estuvieron en todos los actos de la mañana siguiente. El domingo, ya terminado el Encuentro, Leonor escribió a su hermano, y en un whatsapp le decía: «He podido compartir contigo un momento clave de mi rehabilitación y es verdad, la realidad no nos está defraudando. Compartiremos más cosas. No hay que desaprovechar ningún momento para decirlo». Preparando el programa tuve que explicar en varias ocasiones lo que estábamos organizando y el lema a las personas a las que queríamos invitar a las distintas mesas. Fue una parte interesantísima del Encuentro, comprobando que efectivamente es una oportunidad estupenda para dialogar con personas que tenemos más o menos próximas pero con las que quizá no coincidimos en la fe, o en cualquier otro aspecto importante de la vida. Mi amigo agnóstico, cuando nos despedíamos al terminar una de las reuniones previas a los días del ENC, me decía: «Yago, tenéis que haceros publicidad, porque de cerca ganáis». Le hice un comentario, pero él insistió añadiendo: «Es que el mundo os necesita». Gracias a Dios y gracias a todos.
Yago
MONTEVIDEO
En el centro de mi existencia
Tengo 70 años y soy escribano jubilado. Me casé dos veces. La primera, en 1983, con una señora divorciada que tenía dos hijos del matrimonio anterior. En ese momento era ateo y no me importaba casarme solo por lo civil. La relación de pareja se fue deteriorando con el paso del tiempo y, diez años después, nos divorciamos. Siempre estuvimos en contacto, dado que teníamos dos hijos, chicos al momento del divorcio, y priorizábamos por encima de nuestras diferencias la atención y cuidado de los hijos. Cuando ya estábamos divorciados, los niños empezaron a ir a la catequesis. Ahí fue mi primer encuentro con Cristo a través de la Iglesia. Poco a poco fui conociéndole y comprendiendo que él siempre había estado a mi lado, especialmente en momentos más difíciles. En 1999, a los 52 años, me bauticé e hice mi primera comunión. Comencé a ir a Misa y cursé un Trienio para laicos en la Facultad de Teología, dependiente de la Arquidiócesis de Montevideo. Un compañero de curso pertenecía al movimiento de Comunión y Liberación. En 2008, me integré al mismo, participando desde entonces en la Escuela de comunidad. En 2010, luego de 17 años de haberme divorciado, me volví a casar con mi primera esposa y madre de mis hijos. Ella todavía estaba casada por la Iglesia con su primer marido, ante lo cual, y bajo la dirección y asesoramiento del Cura Párroco de la iglesia de mi barrio, mi señora logró la nulidad de aquel matrimonio.
En una ceremonia muy sencilla e íntima, pero muy emotiva, nos casamos por la Iglesia. Desde nuestro “segundo matrimonio”, nuestra casa disfruta de la presencia constante de hijos y nietos, tanto los hijos que ella tuvo anteriormente como los de ambos. A principios de 2017, su hija mayor, con su esposo e hijos, se fueron a radicar a España, y en octubre del mismo año, nuestra hija, con su esposo e hijas, hizo el mismo camino. Frente a esto, mi señora priorizó el amor por sus hijas y nietos, estos últimos, según sus palabras, razón de su vida, y se fue también a España, quedando yo solo en mi casa. Frente a esta situación, en vez de reaccionar con recriminaciones, comprendí que no estaba solo, que Cristo me acompañaba y acompaña, al igual que la Virgen María, madre de Jesús y de todos nosotros, me brindaba su consuelo y cariño, no solo para seguir viviendo, sino para comprender sin autoritarismos ni falsos moralismos que ella, mi señora, era libre de seguir su camino. Gracias a todo este proceso que viví y a la comprensión que mi vida no depende de mí sino de Otro, mi espíritu tiene una paz interior plena. A pesar de que nuestra separación no es absoluta, pero sí del punto de vista físico por muchos años, solo el Señor sabe cuánto durará. Cristo está en el centro de mi vida, no para hacer lo que yo quiera, sino para aceptar las cosas que me suceden y, con su infinita Misericordia, para aceptarlas tal como suceden. Mantengo con mi señora una buena relación, a distancia, y nos comunicamos mediante esta nueva tecnología del Whatsapp todos los días. «Si uno no está disponible para reconocer lo que surge en su propia experiencia, si no presta atención a los síntomas y los secunda, no llegará a creer, como dijo Jesús, “ni siquiera si resucitara un muerto”».
Pepe
Nada más sencillo
El título del encuentro fue “Encuentro Santiago”. Nada más sencillo para empezar a despertar en mí la conciencia de que el encuentro es siempre algo positivo. Todo comenzó para mí con un encuentro imprevisto que, con el paso del tiempo, pude corroborar como un verdadero regalo. De camino a la residencia después de un retiro del CLU en Paraná, conversaba con una amiga que colabora en la puesta en escena de la obra teatral La Anunciación a María.
Tenía todas las intenciones de irme a dormir, pensando en lo que hay que preparar para la facultad; lo típico luego de unos días fuera de la rutina, pero mi plan sufrió un giro imprevisto. Mi amiga había quedado con algunos miembros de la compañía teatral Parsifal ¡delante de mi casa! Cuando alguien te propone un encuentro y, a pesar de ciertas dudas o prejuicios, te entregas, tratando de llegar al fondo de estas relaciones, entiendes que la realidad es un regalo y te cambia.
Los personajes de la obra –Jaques, Pierre, Elisabeth o Mara– reflejan la pretensión de saber cuál debe ser la forma en que se deben dar las cosas, de manera que, cuando ello no sucede, se le viene encima todo. Ante esto, solo una Presencia puede salvarnos, una presencia que ayuda a vivir los problemas, las enfermedades, ¡la vida! de una manera distinta, aprendiendo a llevar nuestra cruz. Mi sencillo papel de leproso, en especial en esta última representación, me ha demostrado que esto es cierto: «¿Por qué atormentarse tanto cuando es tan sencillo obedecer?». A través de la realidad, se manifiesta una vocación, porque «no le concierne a la piedra buscar su lugar, sino al Maestro de obras que la ha elegido».
Andrés, Sunchales (Argentina)
Quien cree, ve
Querido Carrón: Hace pocos meses regresé de nuevo a mi país y fui invitado a la Asamblea de responsables. Lo más bonito que me pasó allí fue encontrar amigos que me ayudaran a ver dónde he visto acontecer a Cristo en estos meses.
Primero tuvimos un precioso encuentro con el Nuncio en Colombia, quien a raíz de la reciente visita del papa Francisco nos decía que lo que fascina de él es que es una persona en la que palabras y gestos confluyen y dan testimonio de Cristo. Al hilo de esto, sucedió que coincidí en un desayuno con el P. Julián de la Morena. Le conté que había regresado a un colegio en el que no quería estar, porque me fastidia ver el desinterés por educar de verdad, me enfada el modo en que se administra, me desespera a veces lo que les sucede a los chicos, pues realmente viven situaciones trágicas. Le comenté que lo que a mí me salva de todo eso es un sencillo gesto y unas hermosas palabras que todos los días me dirige mi esposa Myriam, que me ayuda a vivir mi trabajo como profesor, pues no habiendo tenido hijos, me permite mirar mi trabajo como la forma de paternidad que el Señor me ha dado. Resulta que todos los días cuando nos despedimos ella me abraza en la puerta y me dice “dales mucho amor”; y cuando voy saliendo por el corredor me dice “ama a los chicos” o también “no olvides que tienes mucho amor para dar”.
Luego cuando regreso me pregunta qué tal en el colegio. Y empiezo a valorar cosas que han sucedido en el aula. Pues resulta que el padre Julián me pidió que contara esto a los demás y cuando lo hice, él me mostró cosas que no veía tan claramente.
Primero que mi matrimonio es tremendamente fecundo porque mi esposa me hace amar la realidad que el Señor me da; me permite ir a mi trabajo venciendo el cinismo que respiro y a veces me ahoga, y en cambio me hace tener relaciones verdaderas con mis alumnos, hablando en muchas ocasiones de corazón a corazón.
En segundo lugar, lo que hace mi esposa es la forma más esencial de entender qué es el movimiento, la vida cristiana en concreto, el poner a Cristo como el centro afectivo; y esto es recuperar el inicio, porque es lo que decía Jesús a los apóstoles: amen la realidad pues es mi Padre que te la da. Me decía el padre Julián que mi esposa ha visto más allá, ha visto lo esencial del movimiento y que me lo diga es una gran gracia porque lo que satisface nuestra misión no es resolver todos los problemas, sino que podamos dar aquello que el mundo necesita, es decir amar. Sin la compañía de mi esposa y el juicio de mis amigos no podría decir que en estos meses he visto acontecer a Cristo en la realidad ardua y áspera de mi trabajo; ni estar agradecido de ir a ese lugar en el que, pese a todo, el Señor sabe salir a mi encuentro.
Jorge, Colombia
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