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Huellas N.8, Septiembre 2017

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

UN SUSURRO MÁS FUERTE QUE EL RUÍDO DE LA VIOLENCIA
La Asamblea Constituyente impulsada por el Gobierno de Nicolás Maduro ha quedado instalada en el Palacio Legislativo, que alberga también el Parlamento, a pesar del “fraude” denunciado por la empresa encargada de organizar las elecciones en Venezuela y de la oposición que ha suscitado a nivel nacional e internacional. Ese domingo cuando todo parecía indicar que el país tendría pronto instaurada dicha Asamblea, yo estaba muy preocupado. Sin embargo, ese mismo día experimenté una alegría inesperada. Fui a la misa de 8:00am, me confesé y el padre me recordó la frase: «Donde está tu tesoro está tu corazón» y terminó invitándome a «ordenar el afecto» y a no poner mi afecto en lo que no vale. El padre celebrante en la homilía dijo: «Recordemos que Cristo es nuestra alegría». Luego recibí la sagrada forma de las manos de una señora, porque la fila para recibir la comunión de manos del padre era más larga. Me cambié y mientras hacía la fila pensaba en el misterio de que la comunión pueda venir a través de rostros tan distintos e inesperados, pero que Dios te pone adelante, quizás esa es precisamente la gracia de la comunión. Durante la meditación me quedé con todo esto en el corazón, porque la Constituyente y todo el escenario inminente me aterraban. Me daba cuenta que tenía miedo de que «me lo van a quitar todo», no voy a tener ciertas seguridades (alimenticias, de salud), nos vamos a sentir desprotegidos, no tengo dónde acudir a pedir ayuda o a denunciar si alguien me roba, me ataca... Me sentía indefenso e impotente, sin poder exigir que se cumplan mis derechos. Pero entonces pensé: ¿qué significa que «Cristo es nuestra alegría»? Para mí hoy significa que la Iglesia seguirá ahí, que habrá siempre entre nosotros un lugar real, nada imaginario, donde se pueda ir a pedir en mi fragilidad, a acompañarse, a agradecer. Hay y habrá siempre personas con quien trabajar, reír hasta cuando la alegría parece abandonar todas las esquinas de la realidad. Porque la presencia de Cristo entre nosotros se hace evidente aquí, entre nosotros como en medio de la violencia de Alepo, en la dura realidad cubana. Su presencia, que tampoco abandonó los campos de concentración europeos en el siglo XX, seguirá en Venezuela, en cualquier escenario por duro que sea, mientras sigan latiendo corazones humanos. Esa presencia es el tesoro más grande de la realidad y si mi corazón a diario se acordara de esto y lo viera como lo vi tan claro hoy, ahí estaría mi tesoro, ordenando mi afecto, permitiéndome estar en comunión hasta con el rostro más improbable. Hoy tengo un poco menos de miedo y agradezco tener esta comunidad porque, siguiéndola, me hace evidente esta presencia redentora. Dos amigas me decían que esta alegría es pequeña pero suficiente; y que aun cuando el mal tiene palabras que hacen mucho ruido y se transmiten por todos los medios de comunicación, la última palabra sobre la vida es una Presencia buena, una Presencia cuyo susurro al oído nos da la paz.
Francisco, Caracas

EL “DEMONIO DEL MEDIODÍA” Y EL ENCUENTRO CON CRISTO
Querido Julián: Con mis compañeros de colegio (primario y secundario) estamos cumpliendo cincuenta años de egresados. El reencuentro con ellos fue tan conmovedor como desolador. Fuimos a un buen colegio católico. Casi todos venimos de familias cristianas. Pero hoy, un gran número de ellos viven sumergidos en un incisivo dolor. Profesionalmente, económicamente, la mayoría está bien. Pero no pocos han sucumbido a lo que en la espiritualidad monástica se llama “el demonio del mediodía”. ¿En qué consiste? Es común que muchas personas (no solo monjes o consagrados, también laicos) al llegar «a la mitad del camino de la vida», hagan como un balance de los logros alcanzados y de los sueños todavía sin cumplir. Y es ahí donde puede introducirse como una carcoma. Y así sobreviene la crisis. Entre lo que se soñó en la adolescencia y juventud, y la realidad alcanzada, suele haber un déficit más o menos pronunciado. ¿Y entonces? ¿Qué hacer? ¡Se entra en lo que se percibe como la última etapa de la vida! ¡Es ahora o nunca! Y entonces, se abandona lo construido para, así lo dicen, «intentarlo de nuevo». Y así se destruyen matrimonios, familias, y otras cosas por una falacia. Conclusión: a tantos se les escapa la vida en intentos fallidos, sin finalmente construir nada sólido. Pero, ¿cómo asombrarme yo de lo ocurrido a tantos compañeros, si a mí, siendo cura, también me sucedió? También yo, después de un tiempo de sacerdocio (entré al seminario a los treinta años, después de una satisfactoria vida como laico), en un momento dado percibí mi vida como frustrante e infecunda, y me pregunté: «Si esto es ser cura... ¿vale la pena continuar?». Lo que salvó mi vida fue preguntarme a fondo: «Pero, ¿toda la Iglesia es solo lo que yo vivo o existe otro modo de vivir? Y así, por obra y gracia del Espíritu Santo, descubrí que hay en la Iglesia personas y comunidades llenas de vivacidad comunicable. Y conocí a don Giussani y al movimiento. Me fue dada una experiencia de humanidad y de vida cristiana que jamás antes había atisbado. ¡Cuánta plenitud insatisfecha! ¡Plenitud, sí, pero siempre insatisfecha! ¡Insatisfacción sí, real, verdadera, pero siempre deseosa de más! Y ahí radica la gran diferencia entre el encontrar y seguir a Cristo, o el no encontrarlo ni seguirlo. Lejos del Cristo vivo, resucitado, presente y actuante, uno busca hoy aquí, mañana allá, cambiando siempre, sin construir nada sólido. Y así se nos va (perdemos) la vida. Encontrando a Cristo en cambio uno sigue queriendo siempre más, pero ¡quiere más de lo mismo! ¡Y no es una diferencia menor! En ella ¡nos jugamos la vida!
Padre Francisco Miguel Delamer, Buenos Aires

CUANDO NO QUEDA NADA QUE HACER
¡A nadie le gusta estar enfermo! A nadie le gusta sentirse limitado, encerrado en una habitación y sin salir de la cama durante varios días. Nos medimos por la cantidad de cosas que hacemos a lo largo del día, por los éxitos que logramos y, sin duda, por esta hiperactividad forzada que el mundo de hoy nos exige. Y sin embargo, perdemos la vida viviendo; mejor, la perdemos pensando que la vivimos, mientras los días pasan y estamos metidos en esta vorágine de actividades cotidianas. Y la Vida (con mayúscula) puede ser verdaderamente intensa y grande mientras las horas y los días pasan sin poder hacer nada, en una habitación, experimentando en la propia carne que todo alrededor se escapa de nuestro control, mientras el mundo sigue con su ritmo y loco frenesí. Un nuevo brote agudo de fibromialgia, de estos que te tumban sin poder ni siquiera hablar; el marido trabajando lejos, a cinco horas de vuelo de casa; 4 hijos de vacaciones; la chica que se va justo en ese momento; la familia a más de mil kilómetros de distancia… Muchas circunstancias adversas que te vienen todas de golpe como para ponerte a prueba. De pronto, uno se da cuenta que no le queda otra posibilidad que abandonarse a Aquel que se tiene delante. Se esfuman imágenes y proyectos que podrían quizás solucionar esas circunstancias y no queda más remedio que dormir 20 horas al día sin absolutamente nada aparentemente útil, ni por uno mismo, ni por los tuyos. Sin pedirlo, sin hacer nada, se hace presente Aquel que puede resolverlo todo: los amigos se encargan de ordenarte la casa, otros se llevan a los niños a pasar el día, otros te gestionan asuntos imprescindibles, otros recorren 150 km. de noche para echarte una mano. ¡Personas de carne y hueso que entregan la vida por cuidarte! Y uno descansa con alegría y casi da gracias por estar enfermo, porque tiene delante de sus ojos algo de otro mundo, en este mundo, y misteriosamente experimenta una alegría que le llena el corazón. Cuando ya no nos queda nada que poner de nuestra parte, porque el cuerpo se ha convertido en un globo que ha perdido todo su aire, sigue quedándonos el poder abandonarnos a la presencia buena de Jesús a través de las personas que nos rodean y así experimentar el verdadero gozo de vivir.
Inacia, Santa Cruz de Tenerife

NI UN ÁNGEL NI UN SANTO
Una chica de GS escribe esta carta después de participar en una caritativa de la comunidad de Gualeguaychú (Entre Ríos) que ayuda en un comedor para niños.
Ni los más expertos en lenguaje podrían encontrar palabras que describieran exactamente lo que sentí apenas pisé el suelo del merendero de Teresa. Cuando miré con atención los rostros de esos chicos no supe qué pensar ni qué hacer; estaban ahí porque en su casa no les podían dar de comer. ¿Con qué cara me había atrevido a hablar despreocupadamente sobre la pobreza tantas veces en mi vida? Finalmente la tenía frente a mis ojos y era más de lo que desearía haber visto. Sin embargo, los niños hablaban y jugaban mientras esperaban a que les sirvieran la comida. Como si nada. Con la mirada del que poco conoce. Y cuando yo caminaba entre las mesas con platos de distintos colores y tamaños, las manos de un niño se alzaban; «¡Señora, ese es mi plato!», así se hacía oír su pequeña y dulce voz. Solo tengo dieciséis años, pero ante sus ojos ya era una señora. ¿Cómo se reacciona cuando un desconocido te tiende su vaso, confiado, y te pide que le sirvas gaseosa? ¿Y si además ese desconocido es muy joven y vulnerable? Se lo das, por supuesto. Pero ¿es un acto automático? En ese lugar fui testigo de tantas verdades como injusticias. Pensé en esa manía que tengo de lamentarme por lo que podría haber sido, y el regalo de tener tantos deseos y exigencias en el corazón. Porque a esos chicos no se les permite. Las circunstancias les obligan a vivir como en la prehistoria, persiguiendo únicamente sus necesidades básicas. En contraste, toda mi vida ha sido un camino de flores, y yo no hice nada para merecerlo, solo fui afortunada de nacer donde nací. Teresa alimenta a los niños de su barrio hace 20 años a puro pulmón, y cuando le preguntamos el porqué, se le quiebra la voz y nos habla de esa vez que un chico golpeó su puerta para pedirle un plato de comida. No estamos hablando aquí de un ángel o un santo, sino de una mujer, una persona común y corriente que miró su realidad con atención y se preguntó qué podía hacer para mejorar el mundo en el que vivía. No se necesita más que eso, amigos.
Cielo, Buenos Aires

EL ACONTECIMIENTO CENTRAL DE LA VIDA
Nuestros hijos mayores tomaban este año por primera vez la Comunión. Por razones de edad podían vivirla los tres juntos, lo que convertía a la celebración en un momento central de nuestra historia como familia. La pregunta era cómo hacer de ello un acontecimiento para sus vidas, es decir, cómo evitar rebajar el encuentro con el Señor a una mera celebración, ya fuera religiosa o social. En abril habíamos ido por primera vez a los Ejercicios de la Fraternidad en Ávila. En el mismo comienzo Julián ya nos daba la clave mediante unas palabras de don Giussani: «¡Despiértate! ¡Que la oración no sea un gesto mecánico! ¡Avivemos nuestra conciencia! Recobremos la conciencia, recuperemos la responsabilidad hacia nosotros y hacia las cosas». Recobrar la conciencia de lo que es la Comunión, recuperar nuestra responsabilidad como padres para con nuestros hijos en la Eucaristía que iban a vivir, no hacer de la primera Comunión un gesto mecánico. Desde que la conocimos hace tres años, la vida en el movimiento nos había enseñado un método que intentamos aplicar a la primera Comunión: que belleza y sencillez no están reñidos, y que manifiestan una realidad que se impone por su atractivo; que se puede ser niño pero ser tratado con la misma dignidad de un adulto, lo cual acrecienta la vivencia porque no la oculta bajo la superficialidad; que la vida y la fe no caminan por vías paralelas y que la celebración es signo de la experiencia; que solo se puede presentar la fe como un bien, y no como una ideología, si así se vive previamente; que no hay fe sin compañía; que la vida es mucho más gustosa, plena e intensa si es con el Señor. Así que esto, justamente esto, era lo que queríamos hacer presente en ese primer encuentro con Cristo vivo en la Eucaristía. ¿Cómo hacerlo? Teníamos la suerte de poder celebrarla en una pequeña capilla que, desprovista de lo superfluo, adquiría una gran belleza. Pedimos a quien canta en la Escuela de comunidad que nos acompañara y escogimos cada canción por un motivo que explicamos en el folleto que preparamos y que llevaba en la portada el cuadro de Marc Chagall, Crucifixión blanca; cuadro que por su carácter narrativo permitía comprender mejor que el acontecimiento de Cristo es una realidad en la historia y no una mera idea. Todo el mundo estaba puntual y en silencio, lo que permitió también que el sacerdote, un querido amigo tanto del movimiento como de los niños, pudiera tener un rato de conversación previa con ellos. Iniciamos la celebración con una canción de Claudio Chieffo. La experiencia de la música en estos años nos ha enseñado que esta no es un complemento, un adorno, una propuesta estética, sino algo central en la Liturgia. Nuestros hijos habían escuchado muchas veces las canciones del movimiento en el coche o en casa. El verano pasado tuvimos la suerte de disfrutar de una noche de cantos en la Masía que nos sedujo, y así sustituimos los tradicionales cantos escolares por una música cuya belleza nos sobrecogió a todos en la voz y guitarra de quienes nos acompañan cada semana en Escuela. Al comenzar la celebración nos dirigimos a nuestros hijos y recordamos juntos el camino que habíamos recorrido estos años, todo lo vivido: amigos, encuentros, las vacaciones del movimiento… ¡todo! Y juntos nos preguntamos si en esas experiencias notamos que nos faltara algo, si la felicidad nos era incompleta. La memoria se impuso. ¿Nos faltaba algo, echábamos de menos algo para ser plenamente humanos en los momentos que vivíamos la experiencia de Cristo? Cada uno se pudo contestar a su corazón. Ellos lo vivieron con verdadera intensidad porque su respuesta no podía ser más que la misma que la nuestra. Yago, quien nos ha acompañado estos años, presidía la Eucaristía y les hablaba como les habla cada vez que está con ellos. No había, pues, impostura, nada era ajeno, porque todo, de alguna manera, remitía a lo que habíamos vivido ya antes. Así que la comunión permitía vivir con plenitud lo que ya estaban viviendo con naturalidad; formaba parte de su realidad ahora en una totalidad que les iba a permitir valorar mejor cómo la propuesta de Cristo responde a los deseos de su corazón. Ahí estaban también todos con los que hemos vivido esta oportunidad de madurez humana: sus amigos, nuestra familia y la compañía de nuestra fe, algunos que la están viviendo dentro del movimiento y otros que no; pero todos en pos del mismo deseo de Dios que anida en nuestros corazones. Acabamos con la canción Reina de la Paz porque sabemos que la vida no está exenta de dolor. La plegaria a la Virgen en forma de canto se convirtió en fuente de esperanza: nuestros hijos saben que pueden confiar en el futuro porque ya lo han vivido en el presente; nuestra vida merece la pena porque no estamos solos; la comunión nos acompaña; les acompaña, nos completa. La primera Comunión se convirtió en un acontecimiento central de nuestra familia. Para siempre.
Cata y Guillermo

«HOY LA SALVACIÓN HA ENTRADO EN MI CASA»
Miércoles 6 de septiembre, el Papa Francisco va a aterrizar en Bogotá. No quito la vista del ordenador. No quiero perdérmelo. Habría podido ir hasta la avenida del Dorado para «verlo pasar», pero las masas aquí son siempre exageradas y después de una jornada de trabajo no me atrevo a ir caminando hasta allí… así que me conecto desde casa. Ya lo veo. Me conmueve cómo mira a la gente que le rodea. Del presidente Santos para abajo, no parece que haya una gran diferencia para él. No importa lo que hayamos hecho o dicho hasta un segundo antes, para él todos somos hombres necesitados del abrazo de la misericordia. Me conmueve ver cómo abraza a un soldado que perdió los brazos en la guerra contra los grupos rebeldes armados, cómo sonríe a los niños, cómo acaricia y escucha a cada uno. Él sabe escuchar, escucha de un modo distinto, él escucha de verdad a quien le habla y hace suya la necesidad del otro. Al terminar, apago el ordenador.

Jueves 7 de septiembre, cuatro de la mañana. Nos juntamos un grupo de amigos para ir al Parque Simón Bolívar, donde a las cinco de la tarde se celebrará la misa. Los días previos hemos discutido mucho: ¿pero qué decís?, ¿vamos a entrar en el parque a las cinco de la mañana?, ¿pero es que estamos locos? Pero todas las vacilaciones se esfuman ante su presencia. Allí por donde pasa, es Cristo que pasa. Es tan evidente que llena el corazón y te hace sentir “cómodo”, por fin en casa. «Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» y «por eso te buscaba en el santuario». El Papa nos sacó de nuestro sopor, de la comodidad en la que nos asentamos, como si bastara en la vida con “estar cómodos”, no tener problemas. Nos hizo ver que «mi alma tiene sed de ti» y que Cristo ha venido hasta Bogotá para salirnos al encuentro, para salirme al encuentro. Ha llegado hasta mi carne. Delante del sitio en que estuve parada casi doce horas esperándole, había un árbol que no nos permitía ver bien la pantalla gigante por la que aparecería su rostro. Poco antes de que el Papa subiera al escenario, me di cuenta: aquel árbol era el árbol de Zaqueo, puesto allí para mí, para que pudiera verme provocada a darle de nuevo toda mi disponibilidad, sin reservas, sin las medidas que tan a menudo me oprimen, quitándome la posibilidad de verlo pasar.

Al día siguiente, de vuelta desde Medellín, llegando a la nunciatura, Francisco se detuvo a saludar a la gente que le esperaba. Allí donde fuera, por todas las calles, siempre había muchísima gente esperándole. Yo vuelvo a seguir la visita en directo para poder recibir su bendición, y le oigo decir con gran energía ciertas palabras ya conocidas: «Recordad que el protagonista de la historia es el mendigo». ¡Qué impresión oír en él la misma fuerza que don Giussani ante san Juan Pablo II en la plaza de San Pedro! Un amigo escribió en nombre de todos los amigos del movimiento de CL en Colombia una carta de agradecimiento para Francisco, que esperamos que llegue a sus manos. «Queridísimo Santo Padre, su presencia aquí ha despertado en nosotros la tarea misionera que Cristo anunció: “Id al mundo entero a anunciar la buena noticia de Cristo presente”. Por eso es posible la salvación para nosotros los hombres y en consecuencia el amor, la justicia y la paz. ¿Qué ganará un hombre si gana el mundo entero pero pierde su vida? ¿O qué podrá dar un hombre a cambio de su vida? Estas preguntas marcaron la vida de nuestro gran amigo, Siervo de Dios don Luigi Giussani, y nosotros reconocemos el mismo mensaje que usted grita insistentemente al mundo a través de su pobreza y fe en Cristo Jesús. Rezamos siempre por usted, que el Señor le siga dando esta belleza en el anuncio porque necesitamos su ejemplo de vida».
Chiara, Santa Fe de Bogotá

EL CORAZÓN DEL CHINO Y EL NUESTRO
Es sábado y mis amigos están comprando yogures en una gran superficie de Fuenlabrada. Por la tarde realizamos el reparto semanal de alimentos frescos y es uno de los elementos fundamentales para las familias con niños (casi todas). Llegan a la caja y comienzan a descargar los paquetes sobre la cinta transportadora que los llevará hasta la cajera. Son casi trescientos y esta cantidad sorprende al cliente precedente, una persona de origen chino, que está pagando su cuenta. Finalmente no puede evitar la tentación y pregunta: «¿Para qué queréis tanto yogurt?». Leo le cuenta el destino que tendrán y le habla también de nuestras casas de acogida con todo lujo de detalles. Ha vivido tantas situaciones extraordinarias trabajando como voluntario en la Casa de San Antonio, que se le ilumina el rostro siempre que tiene que hablar de esta obra social en la que está implicado. El hombre se queda pensativo mientras la cajera termina de pasar por el lector óptico los últimos paquetes de yogures y se dispone a efectuar el cobro con la tarjeta de crédito que le ha ofrecido Leo. En un momento dado, el hombre extiende la mano con decisión señalando a la cajera mientras le ordena: «¡Alto! ¡Esto lo pago yo!», e inmediatamente se echa mano al bolsillo, extrae un fajo de billetes y alarga dos de cincuenta euros para que la empleada salde la cuenta. Después, sin dejar de sonreír, recoge el cambio y se marcha satisfecho. Mis amigos se quedan impactados por el gesto de aquel desconocido. Tan sólo han sido capaces de balbucear un tímido ¡Gracias! Finalmente, recogen la mercancía y regresan a nuestra sede para continuar la faena. Aún les cuesta dar crédito a lo que han vivido, pero están convencidos que El Señor ha movido el corazón de aquel hombre. ¡No hay otra explicación! ¡El chino! Como le llaman los dos protagonistas de esta historia, ha dado una patada en la puerta de nuestra esperanza y la ha dejado abierta de par en par. No es la primera vez que sucede y rezamos para que no sea la última.
Ángel, Fuenlabrada (Madrid)

Masella 2017
MUCHOS NOMBRES, UN SOLO ROSTRO
¿Cómo pude abrir sin miedo la puerta de Tenerife? Porque Marta me dijo: «Yo, desde Madrid, entro contigo en Tenerife, eso es la Fraternidad, no estás sola». Comprobé desde aquella conversación en Masella que me embargó una paz que yo no me había podido dar. Tengo 66 años y salí a las 05:30 h. de la mañana, sola, rumbo al encuentro con casi 700 personas de las que solo podría conocer a unos pocos. Partí el día anterior, por el deseo de ver la Sagrada Familia. Ya en el aeropuerto, de improviso, me encuentro con Meli que también iba a Barcelona. Sin yo pedírselo, me compra un bocadillo para desayunar. Ahí el Señor empieza a acompañarme. Vicky y Luismi me acogen en su casa de Saint Quirze del Vallés, veo y entiendo la gran obra de Gaudí, celebramos en Sabadell la Eucaristía con 10 religiosas Siervas de María, mayores todas de 80 años, pero con una sonrisa fresca perenne en sus rostros, sabiéndose esposas del Resucitado. Una cena con un matrimonio de Familias para la acogida y el vídeo del diálogo de Carrón con Pilar Rahola completan la jornada. Para ir a Masella, María, Laia, Marta y Cecilia se desvían en coche para recogerme. Y allí llego, con la esperanza de una habitación individual que me preservara de mi timidez escondida. Pero no. Comparto habitación con Almudena y Marta. ¡Qué verdad tan grande es que el otro es un bien! Cinco noches acompañada, una compañía que sacó lo mejor de mí. No podía perderme el ser feliz a estas alturas de la vida. A las 9 ensaya el coro, ¡y ahí voy! Cómo no estar entre esas voces que tantas veces he visto cuando nos conectamos desde la isla para los Ejercicios. «Soy contralto en el coro de Santa Cruz, ¿puedo cantar con ustedes?». Cuatro voces siguiendo las indicaciones, precisas y rigurosas. La partitura que no tengo y me prestan, la corrección de voz con una suave indicación. El Señor sigue conmigo. Era imposible que yo defendiera a mi equipo de Moulin Rouge sin que me cayera o hiciera perder puntos, por ello, me fui con los pequeños a empapar esponjas con agua para tirarlas a los contrarios. ¡Qué ocasión para conocer a Peter y Valeria! Disfrazada de aquella manera, venciendo el ridículo, comienzo con Elisabeth el desfile, no sin antes, las dos en oración, ofrecerlo por nuestros nietos. Ser libres, me dice Emilio. Antes de que acabara de suplicarle a la Virgen que no me tropezara durante la caminata, la mano de María Jesús me sostuvo. No solo ella, también Crespo, Cecilia, Marta y Cristina completaban la grandiosidad del paisaje. No hubo ocasión de distraerme, ni sucumbir a la tristeza que traicionara todo lo que se me estaba dando. Los hijos de Javi y Zaida, sin apenas acordarse de mi nombre me indicaban lo mejor del menú cuando entraba en el restaurante. ¿Quién es el centro de mi vida? Pasan los días y no quiero cerrar la puerta a Cristo, que me dice «quiero estar contigo, no estás sola, no cierres la puerta».
Cristina, Santa Cruz de Tenerife

El Papa en Colombia
EL ENCUENTRO CON LAS VÍCTIMAS
Reconciliación no es una palabra abstracta. Recon-ciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto y es necesario que alguien se anime a dar el primer paso. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona! Esto no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias personales o estructurales.

El testimonio de Pastora Mira García. «Cuando tenía seis años, la guerrilla y los paramilitares aún no habían llegado a mi pueblo, San Carlos Antioquia. Aun así, mi padre fue asesinado, Años más tarde pude cuidar al asesino quien ese momento se encontraba enfermo, anciano y abandonado. Cuando mi hija tenía dos años asesinaron a mi primer esposo. En seguida entre a trabajar a las inspecciones de Policía, pero a ellas tuve que renunciar por las amenazas de guerrillas y paramilitares que ya se habían asentado en la zona. Con grandes esfuerzos logré establecer una piñatería, una juguetería, pero allí continuaron las extorsiones de los mismos grupos, guerrilla y paramilitares. Recurrí a regalar toda la mercancía. En el año 2001 los paramilitares desaparecieron a mi hija Sandra Paola. Emprendí su búsqueda, pero encontré el cadáver solo después de haberla llorado por siete años. Todo este sufrimiento me hizo más sensible frente al dolor ajeno y a partir del año 2004 vengo acompañando y trabajando con familias víctimas de la desaparición forzada y en condición de desplazamiento. Pero no todo estaba aún cumplido. En el año 2005 el bloque Héroes de Granada de los paramilitares asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor. Tres días después de haberlo sepultado atendí herido a un jovencito y lo puse a descansar en la misma casa que había pertenecido a Jorge Aníbal. Al salir de la casa este joven vio las fotos y reaccionó contándonos que él hacía aparte de ese grupo y era uno de sus asesinos. Además, nos narraba cómo lo habían torturado antes de darle muerte. Ahora coloco este dolor y sufrimiento de los miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús, del Jesús crucificado para que lo una al suyo y a través de la plegaria de su santidad sea transformado en bendiciones y en capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que en las últimas cinco décadas ha sufrido Colombia. Como signo de esa ofrenda de dolor depongo hoy a los pies del Cristo de Bojayá la camisa que mi hija Sandra Paola, desparecida, había reglado a mi hijo Jorge Aníbal asesinado por paramilitares. La conservamos en familia como auspicio de que todo esto nunca más vaya jamás a ocurrir. Y que la paz triunfe en Colombia».

Las palabras de Francisco. «Pas-tora Mira, tú lo has dicho muy bien: Quieres poner todo tu dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y así sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha imperado en Colombia. Tienes razón: la violencia engendra más violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso solo es posible con el perdón y la reconciliación. Y tú, querida Pastora, y tantos otros como tú, nos han demostrado que es posible. Sí, con la ayuda de Cristo vivo en medio de la comunidad es posible vencer el odio, es posible vencer la muerte, es posible comenzar de nuevo y alumbrar una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran bien nos haces hoy a todos con el testimonio de tu vida. Es el crucificado de Bojayá quien te ha dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para ayudarte a ver en la camisa que tu hija Sandra Paola regaló a tu hijo Jorge Aníbal, no sólo el recuerdo de sus muertes, sino la esperanza de que la paz triunfe definitivamente en Colombia».
Sandra, Villavicencio (Colombia)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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