El último día participó el secretario de Estado vaticano. Publicamos algunos fragmentos de su intervención
El lema que habéis dado a esta edición es fuertemente evocador: “Lo que heredaste de tus padres, vuelve a ganártelo para que sea tuyo”. La cita está tomada de la obra que tal vez mejor refleja la dramática síntesis de la vida de su autor, el Fausto de Goethe. Goethe comenzó esta obra en 1772 y la llevó a término (si puede decirse así) en 1831, un año antes de morir. Es la obra de su vida. Fausto es Goethe, es su tiempo y quizás, en ciertos aspectos, también el nuestro.
La naturaleza es para Goethe el auténtico lugar de la gloria, «pureza y belleza con que se manifiesta la divinidad», la «forma creada que revela en sí la idea infinitamente misteriosa de Dios», como subraya von Balthasar. Plantear la cuestión del Dios-naturaleza significa plantear la cuestión del hombre. De su libertad, de su decisión. (…)
Como Fausto, el hombre siempre se encuentra, nuevamente, ante una decisión: el esfuerzo titánico de la pura acción, un hacer absoluto que se vuelve potencialmente incontrolado, o la contemplación del misterio, la comprensión de la libertad como responsabilidad y no solo como posibilidad. La tentación de lo sobrehumano o la inquietud de lo humano.
Entonces, igual que hoy, creo que no se puede prescindir de la categoría “misterio”, que define la dimensión profunda de lo humano, de la que Dios participa. El misterio no es algo que bloquea el pensamiento, sino el arco del horizonte histórico-existencial entre trascendencia e interioridad. «Tú estabas más dentro de mí que lo más íntimo mío y más alto que lo más elevado de mi ser», dice san Agustín del misterio de Dios y del misterio del hombre en sus Confesiones. (…)
En un tiempo como este, el amor al prójimo no puede limitarse a relaciones digamos privadas, entre individuos. Hace falta que vuelva a realizarse en la responsabilidad pública de cada uno de nosotros, en los diversos sectores sociales, políticos e institucionales. El milagro del amor desinteresado, que parece tan absurdo para la mentalidad de muchos de nuestros contemporáneos, debe reproducirse en nuestras sociedades, en nuestra historia concreta. La tarea social y política debe reconocerse y volver a proponerse también en el ámbito educativo, tanto al individuo cristiano como a los grupos cristianos, a cada uno según sus diversas situaciones y competencias. Esta es hoy una nueva necesidad.
Hay que pedir a la Iglesia que haga creíble su amor a los hombres y mujeres de hoy mediante el anuncio del Evangelio, su estilo de vida y su ejercicio crítico en todos los ámbitos sociales y políticos. (…)
La Iglesia no es una sociedad humanitaria. Si lo fuera traicionaría su propia naturaleza y misión. Ella nace del costado abierto de Cristo y está llamada a testimoniar la dignidad divina de este amor que Dios tiene por el hombre. La diferencia cristiana nace de la fidelidad a Cristo y su Evangelio, según el estilo del amor. Pero nada hay más exigente y arriesgado que el amor. Así lo testimonia la famosísima Carta a Diogneto: «Habitan en la tierra pero son ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes establecidas pero con su vida van más allá de la ley. Aman a todos, pero todos les persiguen».
Por esto, por amor, la Iglesia y los cristianos no pueden dejar de interactuar de forma crítica ante todas las realidades. Hoy el Papa Francisco dice que prefiere una Iglesia «herida y sucia» por haber salido a la calle, antes que una Iglesia cerrada en sí misma, narcisista. Es un llamamiento a retomar las calles del mundo.
Queridos amigos, estamos en vísperas de un nuevo sínodo, dedicado por voluntad del Papa al tema “Los jóvenes, la fe, el discernimiento”. El lema de vuestro Meeting reclama también a la transmisión de la fe entre generaciones, a la conquista que la nueva generación debe hacer del tema de la fe en el mundo contemporáneo.
Como Iglesia, tenemos por delante en los próximos años una gran apuesta educativa. Pero nosotros somos los primeros que debemos dejarnos educar por Dios. Debemos dejar abierta al Espíritu la puerta de nuestro corazón. Él es el maestro interior. Debemos preguntarnos qué heredad de estilos, acciones, pensamientos, testimonios, estamos dejando a las nuevas generaciones.
Luego, después de haber intentado crear comunidades más acogedoras, más fieles y auténticas, debemos correr el riesgo de la libertad. Debemos tener el coraje de la libertad de los Hijos. Sabiendo que Dios resuena siempre y continuamente en las conciencias. Y nuestros jóvenes lo encontrarán. Lo verán en los ojos de aquellos que amen, lo escucharán en el silencio que turba ante la enfermedad, lo sentirán en el hambre y sed de justicia, lo escucharán como un «no» inderogable ante el escándalo de la violencia y el odio, lo conocerán como un fuego que arde sin apagarse.
(texto completo, en italiano, en clonline.org)
LOS VOLUNTARIOS
“Scé”, la barcaza y la amistad que le ha llevado hasta Rímini
Paolo Perego
Lo encuentro limpiando las mesas y barriendo entre las sillas del pabellón de restauración del Meeting. Solo han pasado dos años desde aquel viaje al mar. Salió una noche de Libia, pasó dos días entre las olas del Mediterráneo. «Después llegó una nave y nos acercó a la costa siciliana». Cheikh, pronunciado “Scé”, tiene 24 años y es de Senegal. Allí dejó a su madre y a su familia. Allí está enterrado su padre. Es una de los miles de almas que estos años han arribado a las costas europeas. Centros de acogida, entrevistas, permisos… «Ahora trabajo en una cooperativa del norte, en Varese. Cultivamos fruta en un jardín público del centro y la llevamos al Banco de Alimentos de la ciudad».
Está en el recinto ferial con otros 2.259 voluntarios, la espina dorsal del Meeting. Con su camiseta azul de “Servicios Generales”. Igual que la de Julio, algo mayor que él, quien le invitó a Rímini y que se pasea por los pabellones vendiendo boletos de lotería. Se conocieron en Varese, en el Banco de Alimentos, donde el italiano se dedica a hacer mermelada con la fruta de Cheikh. Estos días comparten habitación en un hotel de la costa adriática. «Él es musulmán y cuando volvemos por la noche, Giacomo, el otro chico que está en nuestra habitación y es voluntario en las exposiciones, y yo, después de contarnos cómo ha ido la jornada, rezamos a la Virgen el Memorare, mientras Cheikh se arrodilla para sus “letanías” islámicas». Por la mañana, salen juntos de camino al recinto ferial.
«Muchos me preguntan qué hago aquí», explica el senegalés. «Me dijeron que existía este lugar, donde miles de personas, diferentes por nacionalidad, etnia o religión, vienen a encontrarse. Un lugar donde se puede hablar y conocerse para construir juntos alguna obra buena». Y aquí está, un inmigrante «construyendo y mirando al futuro. Porque si algo he aprendido desde que estoy aquí es que hacer algo por los demás y no ser egoísta ayuda a construir un bien para todos. Como sucede aquí». En otras palabras, el bien común es mi propio bien. «Quiero estudiar, tal vez Medicina. Y volver a mi país, donde hay mucha necesidad».
No faltan discusiones en las conversaciones con los que se encuentra mientras limpia las mesas del fast food. «Por ejemplo, con la que es mi responsable y que se quejaba de que en el islam no se respeta a las mujeres...». Pero no es así en todo el mundo islámico, que es enorme, explica. Hay muchos aspectos culturales diferentes en los distintos países.
«Una noche estaba yo buscando algo en la habitación, distraído, poniéndolo todo patas arriba», cuenta Giacomo, el tercer amigo. «Entonces me di cuenta de que él estaba rezando». Cheikh reza sus cinco veces al día; el hermano de Giacomo le regaló una brújula para ayudarle a buscar La Meca. «Lo miré», cuenta Giacomo, «y pensé, y yo ¿cuántas veces al día me acuerdo sinceramente de Dios?».
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