Una semana para «aguzar la vista». En estas páginas, notas y recorridos por lo que ha pasado en Rímini. ¿Qué herencia recibes? ¿Y cómo llega a hacerse tuya? He aquí algunas respuestas «en vivo» desde el Meeting
Detenerse a pensar es «precioso», dice el Papa. Pararse «para considerar los grandes interrogantes» que nos definen como seres humanos. Es el primer valor que Francisco ve en el Meeting de Rímini. Una ayuda para cada uno de nosotros dentro de una vida acelerada, que corre, se fragmenta, se vuelve árida. Y también una responsabilidad ante este mundo desmemoriado, convertido en un «triste rosario de conflictos», comentará el cardenal Parolin en su estupenda intervención en el acto final del evento.
Entre medias, una semana empeñada en responder a la tarea indicada: «aguzar la vista para vislumbrar los muchos signos –más o menos explícitos– de la necesidad de Dios como sentido último de la existencia, para poder ofrecer a las personas una respuesta viva a las grandes preguntas del corazón humano».
Monseñor Pero Sudar, obispo auxiliar de Sarajevo, ha sido uno de los más de 300 ponentes. Habla de un anciano, musulmán, que en una pequeña aldea de Bosnia, durante la guerra asistió a la matanza de sus vecinos, cristianos. Es “su bando” el que mata y echa de sus casas a los otros. Pero él no lo aguanta y, al cabo de dos meses, se quita la vida. Deja una nota escrita: «No puedo seguir viviendo porque ya no hay nadie con quien tomarme un café».
«No le había faltado la gente, sino una relación humana», dice Sudar. Él ve en el grito de la conciencia de aquel hombre una luz. Ve la sola «materia prima» que siempre puede devolver la esperanza, incluso en la situación más dura: la raíz inconmovible de lo humano, la sed de una vida que sea verdadera.
Ese hombre bosnio no aguantó quedarse sin una relación humana. Tampoco le bastó existir, según Gianni Dessí, uno de los artistas que han participado en la exposición de arte contemporáneo, autor de la enorme mano que sostenía la casa-linterna, puesta en el centro para iluminar las preguntas, las inquietudes, los descubrimientos de los miles de visitantes. Escribe: «Nuestro “aquí y ahora” se fundamenta en la relación con la historia. El mero existir no dice nada». La semana en Rímini desplegó esta relación con la historia personal y colectiva, con sus distintas circunstancias, dramáticas, cordiales, feroces, creativas o acerbas. Una relación con lo que está en nuestro origen: la cultura, la fe, la familia, los grandes maestros y los grandes ideales, los valores y las heridas que llevamos a cuestas.
Una palabrita. Lo primero que nos aporta el título de Goethe (“Lo que heredaste de tus padres, vuelve a ganártelo para que sea tuyo”) es la conciencia de “recibir”. «Para volver a encontrar algo personalmente, debemos primero perderlo. Perderlo como realidad que creemos poseer, para volver a encontrarlo como un don». Es un paso de la lección de Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, sobre el lema. En un lema tan solemne hay una palabrita implícita importantísima: lo que “tú” heredas… «Debemos hacernos personas. Personas adultas. No nacemos ya hechos; nos hacemos personas», añade Pizzaballa. Luego ayuda a entender “qué es” lo que heredamos. No solo modos, intentos, sueños, sacrificios, obras de nuestros padres, sino sobre todo el deseo que ha movido todo esto. «No debemos hacer memoria por nostalgia del pasado, sino por deseo del futuro», tratar de hacer presente lo que a menudo para el mundo es mero recuerdo: las grandes preguntas y las grandes respuestas de los que nos han precedido.
Esta memoria vive en una joven feliz de cumplir con su tarea de voluntaria limpiando los pabellones de la feria: «Dios seguirá limpiando mis miserias como yo limpio estos pabellones». Los voluntarios son siempre la primera «maravilla» del Meeting. Más de 2.000 durante la semana y 400 que han trabajado en el montaje, llegando de todas las esquina del mundo, de Canadá a Rusia, de Madagascar a Indonesia, de Inglaterra a España. La mayoría de las veces para desempeñar tareas escondidas para todos.
Los monjes y la sal. En estas páginas encontrareis palabras e imágenes de la semana, con muchos “Meeting dentro el Meeting”, es decir, espacios donde se multiplican los encuentros y los testimonios fuera de programa. Mientras tanto, se alternaban en los estrados los debates sobre economía, salud, ciencia y política, con invitados de todo el mundo.
«Hay una palabra que debemos repetir hasta cansarnos», recordará Parolin al final: «diálogo». Ciertamente no cansa ver cuándo se da el diálogo. Se abre el horizonte de par en par escuchando al chef Sumito Estévez llevar su testimonio desde un país «al borde del abismo», como es Venezuela. Habla de su hacer empresa social, de cuando vio su escuela de cocina destrozada y de cómo gente desconocida apareció de repente para ayudarle. «El día que volví a nacer, levantándome del fango, dejé de permanecer sordo al encuentro con el otro».
Ver juntos al nuncio Silvano Maria Tomasi, al rabino David Rosen y al musulmán Mohammad Sammak enseña una cosa sencilla y esencial: «es decisivo conocerse». También se aprende de ellos la «sagrada envidia» por lo que hay de verdadero en el otro. «Descubrir este toque de lo divino es una obligación», glosa Rosen.
Si no recoges la sal, solo te queda un desierto, dirían los emprendedores de Calabria que han preparado la exposición “You are the salt of the earth”. Un obispo les entregó 500 hectáreas de tierra agrícola y ellos han puesto dinero y energías para llegar a ser propietarios. Al final, entre videos y frutales, las preguntas más que agotarse se hacen tuyas. ¿Qué quiere decir “poseer”? ¿Por qué una cosa, para ser mía, me tiene que ser dada? ¿De dónde viene la libertad frente a lo que se tiene y lo que se hace?
El Meeting se celebra pocos días después de los atentados de Barcelona y Cambrils, mientras Italia es golpeada de nuevo por el terremoto y se recrudecen las polémicas sobre el Ius soli (derecho del suelo) y el bloqueo de los desembarcos de inmigrantes. La contribución que Luciano Violante, comisario del ciclo “Cambio de época”, atribuye al Meeting es «la carencia absoluta de cinismo, una suerte de inocencia del saber». Al cabo de 38 ediciones, aunque creciendo en dimensiones y en límites, el Meeting mantiene un carácter no formal, personal, donde hay espacio para todos, donde cada cual hace su recorrido. Puede suceder que los encuentros más importantes se den casualmente. O de modo totalmente imprevisto.
Cada día decenas de personas se encuentran para la oración ecuménica en el espacio dedicado a la amistad entre don Giussani y los monjes del Monte Koya, lo cual toca el corazón de Wael Farouq, invitado con sus amigos musulmanes a participar en la oración con cristianos, budistas y judíos. El primer día acude al rezo con algo de sospecha. Teme que sea algo formal. «Me topé con la sinceridad de su oración. Me avergoncé de haber dudado. Realmente lo que cuenta son las personas, no la idea que tú tienes de ellas. Estar presente significa prestar atención a las personas».
Es una perspectiva que lo rescata todo, en la justicia reparadora o a la hora de vivir en un país en guerra abriendo a todos los hospitales católicos en Siria, «ya seas Pedro o Mohammed», dice el nuncio Mario Zenari. La persona es clave también para tratar de comprender el fenómeno del fundamentalismo, como hace Olivier Roy. «Los valores europeos han perdido sentido. Es preciso abrir un espacio a la espiritualidad», al sentido religioso de todos los hombres. También ayuda a entender la muestra de Rusia Cristiana, que ofrece una relectura de la Revolución rusa como radicalización de un «vacío»: afirmando la idea de “un hombre nuevo”, se negó a la persona y su libertad.
«No se vive de las rentas». Paulatinamente, se aclara la primera y fundamental herencia que todos recibimos de nuestros padres: el «yo», la persona y sus interrogantes, sin la cual no existe ni pueblo ni comunión. Es muy concreto. Lo ves en tantos rostros, jóvenes y no tanto, que se acercan a los encuentros o se pasean por las exposiciones con una actitud de pregunta, como si dijeran: he venido aquí para aprender, para cambiar.
Lo ves diseminado en los pensamientos que Claudio Chieffo anotaba en sus agendas con la inocencia de un niño grande, a lo largo de toda su historia que no ha acabado y en la que se ha sumergido el pueblo del Meeting. «Solo hay una cosa que estoy seguro de tener que hacer: cambiar. Y solo hay una manera de cambiar: amar. Y un solo modo de amar: Cristo».
«No se vive de las rentas», parafrasean en el fast-food el lema tomado del Fausto. «Es preciso recordar, y recordar bien», continúa Pizzaballa. «Perdemos tiempo esperando grandes ocasiones, pero no son estas las que cambian nuestra existencia. La diferencia no está en la entidad del evento, sino en la calidad de nuestro compromiso, sabiendo que la vida no es nuestra». Lo aprendes de los voluntarios, de los personajes de la Biblia –tan imperfectos y que, sin embargo, toman las riendas de su propio destino–, relatados por Joseph Weiler en su cara a cara con el público y con Stefano Alberto (don Pino). O al ver a los expertos dejarse contestar o confirmar por los jóvenes en la muestra sobre el trabajo.
«Se puede vivir el propio trabajo con plenitud, si mientras trabajas te acuerdas de ti, de lo que eres», dice el padre Mauro Lepori, abad general de los cistercienses, paseando por la feria. Para él el lema va estrechamente unido al hijo pródigo. «Su herencia no es el dinero que derrocha, sino la relación con su padre. Nuestra herencia es que somos hijos. Y el corazón de todo hombre lo sabe. A través de la cultura, la ciencia, la historia… a través de todo, el corazón arde por ser hijo. Y sea cual sea la concepción que se tenga, el encuentro se da en virtud de esta conciencia común». Luego, añade: «Nosotros derrochamos la herencia, pero Dios no se cansa de renovarla, de permitirnos recuperarla».
Imprevisto. En la Arena, el espacio dedicado a los espectáculos, suenan las palabras de Caín, en los “padres” e “hijos” de la Biblia reescritos por Fabrizio Sinisi. Es uno de los 14 espectáculos de este año. «Padre mío: he matado, he errado, he traicionado, he destrozado todo lo que he tocado, pero nunca, ¡jamás!, he podido olvidar que soy hijo. El abismo que llevo dentro y que soy, el vacío que no puedo colmar, la herida que es mi corazón devastado, el mal que hago, todo, todo me habla de ti, padre, todo te pide a ti».
Nada ni nadie está excluido. Hay una herencia magnífica también para los hijos nacidos de la violencia, para las mujeres raptadas por las milicias ugandesas, que han aprendido a amar a esos hijos nacidos de la culpa, independientemente de cómo han llegado al mundo, desde que sor Rosemary Nyirumbe las acogió. «Esos niños son una herencia de Dios. Y pueden volver a ocupar el lugar que Dios les ha asignado al crearlos».
La nota dominante de este Meeting es la estima por la humanidad concreta del otro, por su esfuerzo, por sus intentos que arrancan los aplausos durante los encuentros, al final de las visitas guiadas, más allá de opiniones y procedencias. Fausto Bertinotti, sin perder tiempo acerca de cómo se interpreta su acercamiento a CL, establece un intenso diálogo con los jóvenes y dice lo que siente como más urgente para él hoy: «la espera en vela de lo imprevisto. Vosotros sois maestros en esto». El imprevisto es «lo que irrumpe en escena sin que tú puedas saberlo antes. Pero si estás preparado, juega a favor de tu libertad. Por lo tanto, confiemos en el imprevisto y dispongámonos a esperarlo».
Vuelve a la mente el obispo de Bosnia y su asombro mientras visita la feria por primera vez. Se para y pregunta: «¿es que está aquí Italia entera?». Está acostumbrado a dar conferencias, pero una asistencia tan numerosa como la de Rímini, sobre todo de jóvenes, no la ha visto nunca. «Ya nadie sabe escuchar ni, sobre todo, emplear así un día de verano. Aquí hay una fuerza que arrastra». De tú a tú, como si tuviera delante a cada una de las personas que han pasado por el Meeting, les pide que sigan así. «Tenemos que comprometernos con el bien incluso cuando todo parece decir que no saldrá. El bien nunca pierde».
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