Los últimos Ejercicios espirituales de CL incluyen algunas citas suyas. Retrato de ERNESTO SABATO, el escritor argentino autor, entre otros, de España en los diarios de mi vejez. Las ciencias, el comunismo, la muerte del hijo. La vida de un hombre que sabía que existe una respuesta para aquel que busca con sinceridad. Y que quizás se está manifestando «de un modo silencioso y subterráneo...»
Físico, ensayista, escritor y pintor.> Hijo, esposo y padre. Muchas son las facetas que Ernesto Sábato tiene para comentar. Innumerables, tal vez, los calificativos para intentar comprender su persona y su obra. En definitiva, su aporte al mundo. Sin embargo, de todo aquello que se ha dicho y se ha escrito, es su humanidad y esa búsqueda constante por encontrar aquello de lo que está hecho su ser lo que queda grabado en la retina de cualquier lector atento.
Muy joven formó parte del Partido Comunista, convencido de que siguiendo la ideología que allí le ofrecían contribuiría a derrocar la injusticia y a mejorar la vida de tantos que sufrían la opresión de un mundo cada vez más materialista, “tecnolátrico” (así lo definió en una entrevista en TVE, “A fondo” 1977) e inhumano. Fueron años de adoctrinamiento para desembocar en la amarga desilusión: la propuesta del comunismo se revelaba falaz y violenta. Abrazó entonces la física y la matemática, ganó una beca para trabajar en el Laboratorio Curie, viajó y estudió allí solo para terminar en otra desilusión: testigo de la escisión del átomo de uranio –que daría luego origen a la bomba atómica–quedó aterrado ante la capacidad de destrucción del hombre. Así comenta Julia Constenla: «Ni el comunismo ni la ciencia volverán a cobijarlo de la incertidumbre (…). Está solo frente al mundo. El único sitio donde podía intentar encontrar las respuestas a las preguntas que se hace el hombre de todos los tiempos es en el fondo de su propio corazón» (Sabato, el hombre. La biografía definitiva, Sudamericana, Buenos Aires 2011).
Entre impulsos contrarios. Aún desilusionado por sus dos previos intentos, Sabato siente que no puede sino seguir ese llamado visceral que le grita a encontrar un camino hacia la respuesta acerca del sentido de la vida, no solo suya, sino de la humanidad entera; siente la responsabilidad de contribuir en preservar «la sacralidad de la persona humana» (Antes del fin, Seix Barral, Buenos Aires, 1998, p. 39). Pero también se sabe abandonado en esta tarea que –indefectiblemente– adjudica al escritor: «Los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona. En esta tremenda dualidad vivirá desgarrado y lastimado» (Antes del fin, p. 39). ¿Qué hacer entonces? Un impulso vital lo anima a seguir buscando porque tiene que haber una respuesta. Otro impulso contrario lo empuja a desertar de la idea: si hay tanto sufrimiento es que entonces el Mal ha vencido al Bien y ya no hay remedio. Y sin embargo ante este último pensamiento un dato irrefutable se impone testarudamente: el hombre ama, ríe, llora, lucha por lo que quiere, es decir, la humanidad aún existe. Sabato oscila entre «la desesperación y la esperanza, que es siempre la que prevalece; si no, la humanidad hubiera desaparecido casi desde el principio, porque son tantos los motivos para dudar» (Antes del fin, p. 112).
La muerte de un hijo. En su lucha por encontrar aquello que puede rescatar al hombre de sí mismo, recuperando así la humanidad perdida, Sabato se enfrentó con un obstáculo inesperado. Un dolor calaría muy hondo en él y contribuiría a orientar esa búsqueda que había comenzado en su juventud: su hijo Jorge, volviendo de un viaje a la playa, muere en un accidente de coche. «Desde que Jorge Federico ha muerto todo se ha derrumbado y no logro sobreponerme a esta opresión que me ahoga» (Antes del fin, p. 89), escribe Sabato y, tratando de expresar su indecible dolor, se compara con aquel que va «como perdido en una selva oscura y solitaria buscando en vano superar la invencible tristeza» (Antes del fin, p. 89).
Lejos de rendirse a que no hay nada que pueda latir al ritmo del corazón humano y que por el contrario la vida es casi una trampa, Sabato comienza a darse cuenta de que necesita vislumbrar esa eternidad que en el fondo siempre ha anhelado. Es lo único que podría restaurar su alma herida: «Puedo decir que el tiempo de mi vida se quebró, que después de la muerte de Jorge ya no soy el mismo, me he convertido en un ser extremadamente necesitado, que no para de buscar un indicio que muestre esa eternidad donde recuperar su abrazo» (Antes del fin, p. 98). De este saberse hondamente necesitado parte su reconocimiento en la realidad misma de esos indicios del destino: «No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra manera de alcanzar la universalidad que a través de la propia circunstancia» (La resistencia, Seix Barral, Buenos Aires, 2000, p. 17). Todo se vuelve para él un signo: la música, una mesa bien puesta, un libro, las flores, los animales, la belleza de cada gesto, todas ellas «huellas que los hombres nos van dejando, como las piedritas que tiraban Hansel y Gretel en la esperanza de ser encontrados» (La resistencia, p. 19). Todo empieza a remitir a un Absoluto. Ese Absoluto con mayúscula que cada hombre busca: «En la irremediable soledad de este amanecer escucho a Brahms, y siempre por sus melancólicas trompas vuelvo a vislumbrar, tenue pero seguramente, los umbrales del Absoluto» (citado en Sabato, el hombre).
Nostalgia del absoluto. La búsqueda de siempre por una senda más definida le permitió a Sabato mirar a la cara el dolor por la muerte de su hijo, así como tantos otros dolores: la enfermedad de su amada Matilde, la pobreza, la injusticia y la violencia en su querida Argentina y en el mundo.
Medirse con la realidad lo hizo más penetrante y más sensible. Entender que buscaba el Absoluto lo hizo más humano. Comprendió que a esta nostalgia «no se la puede explicar, pero se la siente como la memoria de una armonía que fuese nuestra más auténtica forma de existir» (España en los diarios de mi vejez, Seix Barral, Barcelona 2004, p. 179). Empezó a percibir que ese «telón de fondo» de la vida, esa nostalgia de eternidad, «era invisible, incognoscible, pero con el cual se medía toda la vida». Este dejarse tomar por los indicios de lo eterno en la realidad le lleva a querer comunicar su descubrimiento a los demás, sobre todo a los jóvenes a los que les habla con ternura recordándoles que «la vida del mundo hay que tomarla como la tarea propia y salir a defenderla porque esa es nuestra misión» (Antes del fin, p. 110).
Por la grandeza que llega a descubrir en lo cotidiano Sabato puede afirmar con certeza que «la vida es abierta por naturaleza» (La Resistencia, p. 23), lo cual significa que la vida es positiva, que tiene un germen de victoria dentro, aun si no lo vemos siempre con tanta claridad: «Una enfermedad puede ser la apertura, o el desborde de un milagro cualquiera de la vida: una persona que nos ame a pesar de nuestra cerrazón (…) Amor que nunca se recibe por descontado y que siempre pertenece a la categoría del milagro» (La Resistencia, p. 23).
El escritor pudo constatar que, dejándose tocar por lo que nos rodea, para aquel que busca aparecen las señales de una posible respuesta. Lo cual implica arriesgarse una y otra vez ante lo desconocido, ante el otro y que siempre hay que esperar con los brazos abiertos para que «una nueva ola de la historia nos levante» (Antes del fin, p. 115).
Quizá, añade Sabato, «ya lo esté haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras en invierno» (Antes del fin, p. 115).
QUIÉN ES
Nace en 1911 en Rojas (Buenos Aires), décimo de 11 hijos de dos inmigrantes italianos. Después de doctorarse en Físicas, dividido entre Argentina y París, huyendo del Partido comunista al que se había adherido, en 1945 abandona las ciencias para dedicarse a la literatura. Albert Camus es quien descubre su grandeza.
Tras la muerte de su hijo Jorge y de su mujer Matilde, vuelve a casarse con Elvira, de la que nacerá Mario. Tras la dictadura militar (1976-1983), es nombrado presidente de la Comisión nacional para los desaparecidos, de la que nace el dossier Nunca más. En 1984 fue galardonado con el Premio Cervantes.
Sábato muere en 2011, dos meses antes de cumplir los cien años. Entre sus obras, numerosos ensayos y tres novelas: El túnel (1948), en el que ahonda en las contradicciones e imposibilidades del amor; su obra maestra Sobre héroes y tumbas (1961), en donde los diversos niveles de la narración enlazan vivencias personales y episodios de la historia argentina en una reflexión caracterizada por un creciente pesimismo; y Abaddón el exterminador (1974), que se centra en torno a consideraciones sobre la sociedad contemporánea, su condición «babilónica» y su presente. Sus memorias están recogidas en el libro Antes del fin (1998).
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