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Huellas N.7, Julio/Agosto 2017

VIDA DE CL

Una partida abierta

Paola Bergamini

El 2 de junio cinco mil chavales de secundaria participaron en la audiencia con el Papa. Una experiencia que ha marcado su vida, la de los que los acompañaban y la de sus padres. «En Roma me encontré con dos personas
importantes: Francisco y Jesús»...

«Me alegré mucho de ver al Papa. Me hizo pensar mucho. Porque yo soy ateo. Alessandro». «En Roma me encontré con dos personas importantes: el Papa y Jesús. Lodovico». «Estaba muy cerca de donde pasó el Papa. No me abrazó, ni siquiera me saludó, pero puedo decir: “Para mí ha sido un encuentro”. Irene». «Esta fue la primera vez en mi vida en que pude no solo escuchar sino ver a Jesús. Mariagiovanna». Son algunos de los mensajes que en las horas que siguieron a la audiencia con el Papa Francisco (como hemos contado en revistahuellas.org), los Cavalieri (la propuesta de experiencia cristiana para los chavales de enseñanza media) enviaron o escribieron durante el viaje de vuelta en autobús y en tren aquel 2 de junio. Más de cinco mil chavales procedentes de Italia, España, Francia, Suiza, Portugal y, gracias a las migraciones, el mundo entero, vivieron un momento que ha quedado grabado en sus corazones. Una experiencia tan incontenible que los padres la vieron inmediatamente al llegar sus hijos de vuelta a casa.
¿Algunos ejemplos? Muchísimos. Pocos días después de la audiencia, Valeria recibe este sms de parte de un padre algo titubeante tanto ante la idea del viaje como ante esa experiencia sui generis: «Todas mis perplejidades han desaparecido delante de la cara feliz de mi hijo».
En un primer momento, Cristina no quería ir a Roma. Es de las que les gusta llevar siempre la contraria. A media mañana, esperando al Papa, suben al estrado Frank y Uwa, dos chicos nigerianos que relatan su historia: la travesía en el Mediterráneo, el miedo a morir, las peripecias y el encuentro con los Cavalieri que dio un nuevo sentido a su vida. Sus palabras le dejan huella. Afuera, bajo la columnata de Bernini, comiendo un bocata, reconoce a la profesora que acompañaba a esos dos chicos. Se acerca porque «tengo que conocerles» y se hace con las hojas de sus testimonios escritos. Llega a su ciudad, Aosta, a la una de la madrugada. A su madre, que le pregunta si tiene hambre, le dice: «Sí, pero después. Tengo que contarte lo que ha pasado, es demasiado bonito y tengo miedo de olvidar algún detalle». Saca de su mochila las hojas y empieza a leer. «Mamá, han vivido momentos terribles, pero están llenos de esperanza».
Pietro, trece años, volviendo en autobús a su pueblo (Gessate, cerca de Milán), se queda en silencio. Solo durante la parada comenta con una amiga el testimonio de los dos chicos que han escapado de la muerte. «Han querido compartir lo que llevaban dentro», le dice. Pero hay algo más: la repuesta del Papa a la pregunta sobre el dolor ha soltado ese nudo que llevaba dentro desde que murió su padre. Esa misma noche, su madre llama a Gabriela: «Gracias por la magnífica experiencia que habéis ofrecido a nuestros chavales. Han vuelto encantados y renovados por las palabras del Papa. Pietro, que como bien sabes no suele expresar sus emociones, lleva una hora hablando».

La “no respuesta”. Muro, miedo, esperanza, dolor, las palabras del Papa retornan en los relatos de los chavales. En los días siguientes tienen ganas de contar, casi para no perder lo que han visto y oído. Precisamente la tercera pregunta, sobre el sufrimiento, ha suscitado muchas reacciones. «¿Cómo creer que el Señor te ama cuando te quita un ser querido o permite cosas que tú jamás querías que sucedieran?», había preguntado Tanio.
Francisco le descolocó con su respuesta. Ni siquiera él podía darle una explicación, sino «simplemente miro el Crucifijo. Si Dios permitió que su Hijo sufriera así por nosotros, algo debe haber allí que tenga sentido. Te ayudarán a sentir el amor de Dios solo aquellos que te sostienen, que te acompañan, que te ayudan a crecer». Esa no “respuesta” abre un camino inesperado. Benedetta, 12 años, es contundente. «El Papa no nos dio una respuesta banal, tipo “Dios deja morir a las personas para que vayan a un lugar mejor”. No tiene sentido. Él nos dio una ayuda». Lo mismo opina Pietro. «Me llamó la atención que Francisco, aun siendo una persona culta, admitiera que no podía responder, mientras que muchas personas no lo reconocen. Está claro que no quiere engañarnos y nos enseña cosas verdadera». Nada de engaños, sino algunos puntos firmes para avanzar en medio de las pruebas.
Marta plantea su miedo a crecer, a perder un ámbito de seguridad. Francisco la provoca a «asumir el reto que te plantea la vida. Tenemos que aprender a vivir abriendo horizontes, cada vez más». Flavia escribe: «Escuchando a esa chica entendí que yo también tenía ese miedo. El Papa no me lo ha quitado, pero lo ha trasformado en algo positivo: lo ha llamado esperanza. He empezado a esperar conocer a nuevas personas que me puedan ayudar en un futuro o que yo pueda ayudar».
Ese 2 de junio también se ha clavado en el corazón de los padres y de los profesores que acompañaban a los chavales. Giovanni, el director de la orquesta que integra a Cavalieri de medio mundo y que ha acompañado los cantos durante tres horas, en un momento dado se sentó en un banco y se le saltaron las lágrimas: «En esos minutos pensé que realmente “el Señor se ha inclinado sobre mí”», recuerda.

En el tren. En el viaje de vuelta en tren los chavales están cansados, hay un barullo tremendo, una gran confusión. Hay que reprenderlos: «Ya basta, callaos». Nada. «Puedes pensar: ¿pero cómo? Con lo que acaban de ver y oír, ¿y se portan así?», cuenta Valeria. «Pero resulta evidente que reducir la experiencia vivida a capacidad de ser coherente es mucho menos que agradecer la belleza gratuita que hemos vivido juntos». Mejor ponerse con ellos y organizar un juego, incluso implicando a los viajeros ajenos al grupo.
«No debemos solucionar sus preguntas, sino ayudarles a encontrar ellos la respuesta. Es mucho más educativo. Es una aventura», explica el padre Marcello Brambilla, responsable de los Cavalieri. «Y a vivir siempre con la mano abierta», como dijo Francisco.

LOS TESTIMONIOS ANTES DE LA AUDIENCIA
REPITIENDO UNA Y OTRA VEZ “GRACIAS”
Me llamo Uwa y tengo 15 años. Soy de Nigeria y llegué a Italia el 30 de junio de 2016. En Nigeria tenía dos hermanos, dos hermanas, un padre y una madre, ahora mismo no sé nada de ellos. Mi padre se dedicaba al comercio de tierras. Un día llegaron a mi casa unos jóvenes que dispararon a las piernas de mi padre y luego apuñalaron en el estómago a mi hermano mayor. A pesar de que mi hermano estaba herido, conseguimos huir y escondernos en casa de un tío mío. Sin embargo, al día siguiente, esos hombres volvieron a buscarnos y tuvimos que escapar otra vez y viajar hacia Libia, donde nos quedamos durante siete meses. Vivíamos en una casa en ruinas, pero un día tuvimos que huir. Durante la huida, sin querer, nos separamos y nos perdimos. Durante tres meses, yo viví solo en una habitación, sin comer ni beber. Una noche, mientras buscaba algo para comer, llegué hasta la playa y vi una embarcación con gente dentro. Intenté subir al barco, pero no lo conseguí. Al día siguiente por la mañana llegó otro mucho más grande. Éramos muchísimos, nos dejaron subir y nos dieron comida y bebida. Aquí encontré a Frank. Me di cuenta de que hablaba mi mismo idioma y en seguida nos hicimos amigos. Juntos llegamos a Italia.

Me llamo Frank. Nací el 15 de octubre de 2002, tengo 14 años. Mis padres murieron y también mi hermana cuando yo tenía solo 7 años. Yo me crie con mi tío. Una noche, mi tío se fue a dormir y nunca despertó. Me quedé con su esposa, que me trataba muy mal. Un día, mientras estaba recogiendo leña y lloraba, un hombre se me acercó y me preguntó por qué estaba llorando; yo le conté toda mi historia y este hombre me dijo que, si quería, podía ir a vivir con él y con sus amigos. Me fui y empecé a vivir con ellos. Estando con ellos me ocupaba de las cosas de casa: cocinaba, lavaba sus trajes, limpiaba la casa. Una noche, oí por dos veces unos disparos, tuve mucho miedo, de repente llamaron a la puerta, eran dos hombres con los que yo vivía, uno estaba herido y el otro tenía una pistola. Me dijeron que teníamos que huir inmediatamente. Era diciembre de 2014. Anduvimos un día entero y llegamos al desierto. El hombre que estaba herido murió. No teníamos agua ni comida. Llegamos a Libia en enero de 2015. No teníamos dinero para pagar al hombre que nos guio y este nos vendió a un hombre árabe. Trabajamos para él durante año y medio, hasta que el hombre árabe me llevó a la playa en su coche. Pensaba que quería ahogarme y empecé a chillar y quería huir. Pero me dio un bofetón y perdí el conocimiento. Me metió en un barco, me dejó allí y se fue. El barco empezó a moverse, yo tenía tanto miedo que lo único que pude hacer fue cerrar los ojos y rezar a Dios para que no me dejara morir. Recé en todo momento con los ojos cerrados, hasta que oí gritar que la Unidad de salvamento había llegado. Abrí los ojos. Subieron en esta embarcación primero los niños y las mujeres embarazadas, así que pude subir. Fue en ese momento cuando conocí a Uwa. Llegamos a una tierra donde me dijeron: “Bienvenido a Italia”. Me dieron zapatos, ropa y comida. Era el 30 de junio de 2016.

¿Por qué nos ha pasado todo esto? Dios nos ha salvado, ha permitido que nos encontráramos y ahora somos como hermanos. Estamos juntos, vivimos juntos en Términi Imerese. Nuestros educadores nos han matriculado en la misma clase en el colegio y todo el mundo nos ha acogido con los brazos abiertos. Nuestra profesora nos invitó a participar en una exposición sobre los inmigrantes, junto a nuestra clase, y luego nos propuso la experiencia de los Cavalieri. Al principio no entendíamos mucho, pero después de haber jugado, hablado y cantado juntos, empezamos a estar siempre con ellos. A nosotros nos gusta estar con los Cavalieri. Están muy atentos, nos cuidan mucho y es muy bello ver su manera de estar juntos. Los Cavalieri son amigos que están siempre ahí cuando lo necesitamos. Nos tratan como hermanos. Con ellos podemos ver nuestro futuro más luminoso y mejor. No podemos dejar de darles las gracias y repetir una y otra vez gracias, gracias por cómo nos cuidáis, gracias por vuestra ternura, gracias por vuestro amor. Los Cavalieri son amigos que nos enseñan el amor.
Frank y Uwa

EL PAPA RESPONDE
LA CERCANÍA DE UN PADRE
Durante la audiencia en el Aula Pablo VI con los “Caballeros del Grial”, el Pontífice contestó a diversas preguntas que le plantearon los niños sobre la amistad, sobre lo que pueden aportar al mundo y sobre
el sentido del sufrimiento. He aquí algunos pasajes de sus respuestas

La primera pregunta versaba sobre el miedo a los cambios y sus consecuencias, en concreto el miedo de una niña a perder a sus amigos en el cambio del colegio al instituto.
La vida es un continuo ‘buenos días’ y ‘adiós’. Muchas veces es un ‘adiós’ breve, pero otras es un ‘adiós’ de años, o para siempre. Se crece conociendo y despidiendo. Si tú no aprendes a despedirte bien, jamás aprenderás a conocer gente nueva. Se trata de un desafío de la vida. En el cambio del colegio al instituto tus compañeros no serán los mismos. Quizás os veáis de nuevo y habléis, pero debes encontrar nuevos compañeros. Es un verdadero desafío. En la vida debemos acostumbrarnos a ese camino: dejar algunas cosas y encontrar cosas nuevas. Esto también tiene un riesgo. En este sentido, os animo a no tener miedo, a no cerrarse y crecer. Cuando un chico, una chica, un hombre, una mujer, dice basta y se acomoda en el sofá, no crece, cierra el horizonte de la vida. Mira hacia uno de los muros del Aula Pablo VI. ¿Qué hay detrás? No lo sabes. Así te quedas limitado y de ese modo una persona no puede crecer. Tiene un muro delante. No conoce lo que hay al otro lado del muro. Pero si tú vas fuera, al campo, por ejemplo, ¿qué ves donde no hay muros? ¡Todo! Ves el horizonte. Debemos aprender a mirar la vida mirando horizontes. Siempre más, siempre más. Siempre adelante. Esto es conocer nuevas gentes, conocer nuevas situaciones… Ello no implica olvidarse de los viejos amigos, no. Siempre hay un bello recuerdo. Con frecuencia nos reencontramos con los antiguos compañeros y disfrutamos de su amistad. Pero para crecer debemos continuar siempre adelante.

«¿Qué se puede hacer para cambiar el mundo?»
Si ya es difícil para la gente grande, para la gente que ha estudiado, para la gente que tiene la capacidad de gobernar los países, cuánto más difícil será para un niño o niña, ¿no? Sí, es difícil. Pero querría preguntaros: ¿es posible? ¿Vosotros podéis cambiar el mundo? Sí, pero ¿cómo? Empezando por lo que tenéis a vuestro alcance. Por ejemplo, siempre, cuando me encuentro con los niños, les pregunto: «Si tienes dos caramelos y se te acerca un amigo, ¿qué haces?». Normalmente todos responden: «Le doy uno a él y el otro me lo quedo». Algunos no lo dicen, pero piensan: «Me guardo los dos en el bolsillo y me los como luego, cuando se marche». La primera es una actitud positiva, la otra es una actitud egoísta, negativa. [Ilustró estas dos actitudes con un gesto de la mano] La mano abierta simboliza la actitud positiva, la cerrada simboliza la negativa. Para cambiar el mundo hace falta tener la mano abierta. La mano es un símbolo del corazón. Es decir, hace falta mantener el corazón abierto. El mundo se cambia abriendo el corazón. Escuchando a los otros, recibiendo a los otros, compartiendo las cosas, y vosotros podéis hacerlo.
Si tú tienes un compañero, un amigo, una amiga que no te gusta, que es un poco antipático, ¿vas a los demás a hablar mal de esa persona? Eso es estar cerrado, tener el corazón cerrado, la mano cerrada. En cambio, si lo aceptas: vale, no me gusta, pero no digo nada; eso en cambio es tener el corazón abierto, la mano abierta. Es un gesto pequeño, pero podemos cambiar el mundo con las pequeñas cosas de cada día, con la generosidad, con el compartir, creando vínculos de fraternidad. Si alguien me insulta y yo le insulto, eso es tener el corazón cerrado. En cambio, si alguien me insulta y yo no respondo de la misma manera, eso es tener el corazón abierto. ¡Nunca respondáis al mal con el mal!

«¿Cómo podemos entender que el Señor nos ama cuando nos quita a un ser querido o cosas que no quisiéramos perder jamás?»
Pensemos un poco, todos juntos, con la imaginación, en un hospital de niños. ¿Cómo se puede pensar que Dios ame a esos niños y les deje enfermar, les deje morir muchas veces? Pensad en esta pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué hay niños en el mundo que sufren hambre, mientras que en otros lugares del mundo derrochan? ¿Por qué? Hay preguntas que no se pueden responder con palabras. No tengo palabras para explicarlo. Con frecuencia encontrarás cualquier explicación, pero no del porqué, sino del para qué. Cuando yo me hago, en la oración, esa pregunta, por qué sufren los niños, el Señor no me responde. Y entonces miro el crucifijo. Si Dios permitió que su Hijo sufriera así por nosotros, debe haber allí algo que tenga un sentido. Pero yo no puedo explicar este sentido. Hay en la vida preguntas y situaciones que no se pueden explicar con nuestra cabeza.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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