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Huellas N.6, Junio 2017

FÁTIMA

La sencillez de la gracia

Cristina López Schlichting

Los cien años de las apariciones de la Virgen en Fátima –1917-2017– han sido celebrados en la Iglesia por todo lo alto, con la presencia del Papa Francisco y la canonización solemne de los pastorcillos Jacinta y Francisco, los que murieron en plena infancia según había predicho María. Se trata de un espaldarazo vigoroso al mensaje evangelizador del santuario y al bien que el lugar supone para el mundo

«Mi marido se marchó de casa hace siete años y nos abandonó a mí y a nuestros seis hijos. Habíamos visitado Fátima en nuestro noviazgo y me encomendé a la Virgen. El 13 de mayo pasado entraba de nuevo por la puerta». La que habla es Soledad Gastón, una mujer guapa, madura, evidentemente marcada por un gran sufrimiento. Viene a Portugal desde Écija (Sevilla) y actualmente asiste con su esposo a una terapia de reconstrucción de pareja.
La más famosa cantante portuguesa de fados, Mariza, también atesora su propia experiencia. Nunca se había interesado por las apariciones, pero su hijo nació con cinco meses y medio de gestación y se encontraba entre la vida y la muerte. «Tenía una grave inmadurez pulmonar y los médicos nos dijeron que no sería capaz de sobrevivir, que lo mantendrían conectado a la respiración asistida 48 horas, pero que no había demasiadas esperanzas». A instancias de la abuela, Mariza viajó a Fátima y se arrodilló a los pies de la Virgen. «No le dije gran cosa, tan solo apelé a su condición de madre. Tú sabes lo que es esto… sálvalo». La cantante regresó a Lisboa y se encontró con que el niño ya no estaba en la unidad de cuidados intensivos. Horrorizada, supuso que había muerto y comenzó a gritar. Las enfermeras le explicaron que el bebé se encontraba bien y ya en planta, a una velocidad de recuperación inexplicable. Hoy es perfectamente normal y Mariza lo lleva regularmente al santuario. Les gusta pasear por allí: «Es más hijo de la Virgen que mío», confiesa.

El cambio en Portugal. Fátima es mucho más que un espacio de devoción privada. Su historia ha cambiado definitivamente la del Portugal del siglo XX, como reconocen historiadores y expertos como el catedrático de Economía Joao César das Neves: «Las apariciones coincidieron en Portugal con un momento de grave anticlericalismo y persecución religiosa». La monarquía había caído en 1910 y el Gobierno republicano era de clara inspiración masónica. Muchas órdenes fueron expulsadas, los conventos requisados, el propio obispo de Leiria se encontraba en el exilio y la sede suprimida. La noticia de que unos pastores toscos en el centro mismo del país decían estar viendo a la Virgen María contrarió extraordinariamente a las autoridades, que despreciaban la superchería y tenían por nociva la religión. En ese contexto cabe situar los denodados esfuerzos por acallar el escándalo y el interés del público por los acontecimientos. Enviaron investigadores, talaron los árboles de la zona de las apariciones y finalmente detuvieron a los tres niños y los retuvieron en las celdas de la comisaría. Curiosamente, a pesar de ser tan pequeños, entre siete y nueve años, ninguno se movió un ápice de su declaración ni cedió a las amenazas, propias de la época y de un momento educativo autoritario (se les amenazó con arrojarlos a un caldero de aceite hirviendo).
El interés por los sucesos se extendió como una mancha de aceite. Gente de Lisboa y Coimbra, burgueses y descreídos entre ellos, personas que llegaban de Galicia, España, y por supuesto muchos campesinos de los alrededores llegaban al pueblo de Aljustrel.

El milagro. Las visitas de la Virgen a los niños se producían junto a una carrasca o pequeña encina, en una de las propiedades de la familia a la que solían llevar los rebaños a pastar. Tenían lugar cada día 13 del mes y se sucedieron entre mayo y octubre de 1917. La mayor de los críos, agobiada ante la incredulidad de sus propios padres, pidió a “La Señora” que hiciese algún signo que dejase claro que no mentían y que permitiese a otros creer en lo que ocurría. La Virgen se lo anunció para el 13 de octubre.
La consecuencia fue que ese día se dieron cita en el prado entre 70.000 y 100.000 personas de toda extracción social y condición. Las fotografías de la época muestran a la multitud expectante. Con motivo del viaje que el equipo de Cope ha realizado para cubrir el centenario de los hechos ha sido interesante recuperar las crónicas de los periódicos de la época y los informes técnicos realizados, porque no solo los grandes diarios de Lisboa enviaron a sus redactores, sino que varios científicos pudieron presenciar los hechos. Son particularmente interesantes el texto del profesor Almeida Garret, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Coimbra y el alucinante artículo del periodista Avelino Almeida, un francmasón del diario del mismo signo O Seculo que irritó especialmente al Gobierno por la claridad y longitud de la descripción. Garret y Avelino coinciden básicamente en el relato (con matizaciones de percepción, por ejemplo el científico se refiere a la visión del sol como “blanco o irisado”, mientras que el corresponsal dice que era “plateado mate”). El texto del periodista explica que, después de una noche entera de lluvia «se vio a la enorme multitud volverse hacia el sol, que apareció de repente en el cielo sin nubes. Parece un gran disco de plata mate y se puede mirar sin molestia para los ojos, no ciega. Se podría pensar en un eclipse de sol. Pero he aquí que resuenan unos gritos y llega un inmenso clamor: “¡Milagro! ¡El sol está danzando, el sol está danzando!”. Ante los ojos estupefactos de una muchedumbre cuya actitud nos transporta a los tiempos bíblicos y que, presa del espanto, se descubre y mira al cielo azul, el sol se pone a temblar, hace de pronto movimientos sin precedentes; ignorando todas las leyes cósmicas el sol “danza”, según la expresión muy acertada de los campesinos. Este baile se repitió tres veces durante el transcurso de un lapso de tiempo total de diez minutos».
La noticia tuvo un impacto definitivo en la sociedad portuguesa. Se levantó una capillita donde había estado la encina famosa y las peregrinaciones empezaron como una marea constante. La gente se convertía, se confesaba, regresaba conmovida. Durante las décadas posteriores Portugal experimentó un renovarse del catolicismo y, poco a poco, las instituciones y el régimen fueron cambiando y admitiendo el regreso de las carmelitas y otras órdenes y el fin de la persecución. En la pasada visita del Papa Francisco llamaba la atención de los españoles la presencia en el santuario del presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, que explicaba con naturalidad que la aconfesionalidad del Estado en nada quedaba dañada por el respeto a la religión. Según encuestas de esa semana, el 60 por ciento de los portugueses da por buenas las apariciones de Fátima. Una cifra sorprendente en un mundo tan secularizado.

Los secretos de Fátima. En el transcurso de sus encuentros con los niños, y en particular con Lucía, la Virgen hizo revelaciones privadas –los llamados secretos de Fátima– que fueron completamente publicados y comentados de forma muy interesante por el cardenal Ratzinger. Con un lenguaje simbólico, más propio de la profecía que de un texto notarial, la Virgen anunció la revolución soviética de 1917, el final de la Primera guerra mundial, que se encontraba en curso; la Segunda guerra (¡con más de veinte años de antelación y cuando nadie imaginaba nada semejante!), las persecuciones religiosas y el atentado contra Juan Pablo II. Es bien sabido que el papa Wojtyla, que no había prestado a los “secretos” demasiada atención, se hizo llevar los textos de Lucía al hospital Gemelli después del atentado y declaró que la Virgen de Fátima le había salvado aquel 13 de mayo de la muerte por los disparos de Alí Agca. El Papa viajaría después al santuario para dar gracias y la bala que le fue extraída del cuerpo está engastada en la corona de la estatua de la Virgen, en la llamada “capellina” o capillita.
Fátima nos hace plantearnos a todos una pregunta bien simple: si es posible y razonable que el Misterio infinito se interese por los seres humanos e incluso por su historia. Es la decisiva pregunta sobre la existencia de Dios amoroso. El camino que se nos propone como respuesta no es alambicado ni complejo. Es tan simple que estuvo al alcance de unos niños pequeños y analfabetos. Basta con ponerse a los pies de la Virgen, como la cantante Mariza, y pedir. De todo el mundo llegan peregrinos constantemente y entre todos cristaliza una comunión que nace de una belleza muy natural. Por delante van Lucía –que murió hace poco y está en proceso de beatificación– y Francisco y Jacinta, cuyos únicos méritos fueron no oponer nada a la acción de la Gracia, confiar y abandonarse confiadamente, hasta su muerte. Estos dos últimos murieron de gripe española dos años después de las apariciones. Sus pequeñas vidas cambiadas fueron el principio de muchos otros cambios que hacen de cada viaje a Fátima una sorpresa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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