La secularización, la salvación, las neurociencias, Job, la relación con la Iglesia. Y Péguy: «Dios quiere ser amado por hombres libres, no por esclavos». Un diálogo a 360 grados con el físico JUAN JOSÉ GÓMEZ CADENAS
Juan José Gómez Cadenas acepta el reto. Es un físico de partículas, cuya especialidad, los neutrinos, son un trozo de realidad que apenas es nada en el que puede esconderse el secreto del universo. Cadenas no es un científico al uso, escribe poesía y narrativa. Agnóstico, acepta el reto de mantener un diálogo sobre el deseo de Dios de ser amado por criaturas libres.
¿El deseo de la libertad sigue siendo lo que nos apasiona y nos identifica a los modernos / postmodernos o ya somos escépticos en esta cuestión?
Tengo la sensación de que la libertad sigue siendo algo apasionante para el hombre moderno, y sigue siendo una necesidad esencial para todo hombre. Me parece que con la libertad nos pasa como con muchas otras cosas en Occidente, que la damos por supuesta. Ante la ausencia de retos y desafíos, pensamos que está garantizada. Tendemos a adormilarnos, a no reflexionar sobre ella. Pero si rascas un poco aparece la necesidad de libertad como algo prioritario.
Hay quien interpreta los últimos descubrimientos de la neurociencia como la certificación definitiva de que la libertad es algo ilusorio. ¿El progreso en el conocimiento físico, especialmente biológico, reduce a poco o a nada la libre decisión?
Podría alegar que la ciencia nos está negando la libertad. Pero no es así: la libertad que tenemos que ejercer es una libertad difícil, no es una libertad de dioses omnipotentes o de ángeles maravillosos. Estamos lastrados probablemente por nuestras reacciones bioquímicas, por nuestro código genético, por nuestra educación y circunstancias personales, por miles de cosas. Pero entiendo que tenemos algo dentro que nos pide que seamos libres, esa aspiración a la libertad es un derecho y una obligación.
La ciencia de este siglo XXI no invita al determinismo.
Si te fijas, la física avanza en dirección contraria. La física te plantea un cosmos que es determinista en las grandes escalas: sé exactamente dónde va a estar Mercurio a las 7 de la tarde el 15 de mayo de 2017, pero en cambio no sé exactamente dónde está un electrón que orbita en torno a un núcleo. La mecánica cuántica, que se basa en el principio de incertidumbre (que nos asegura que no es posible predecir exactamente a la vez el movimiento y la velocidad de las partículas), aniquila el sueño de Laplace (físico y astrónomo que teoriza en el siglo XVIII el determinismo). El universo no es una máquina perfectamente determinada. Con esto no estoy diciendo nada especial. No estoy diciendo que Dios se esconda en los recovecos de la mecánica cuántica. Estoy diciendo que nada en la física te dice que todo está programado. No soy neurocirujano ni neurólogo, pero sé que hay neuronas en el cerebro humano, cada una de las cuales tiene probablemente del orden de diez sinapsis (aproximación intercelular entre neuronas) por lo que estamos hablando de un billón de sinapsis como poco. Me cuesta creer que sepamos describir de manera determinista semejante prodigiosa máquina. Creo que seguiremos aprendiendo muchas cosas, del universo y de nosotros mismos, pero de ahí a decir que estamos programados hay un largo camino.
Carrón, en los Ejercicios de la Fraternidad de CL de este año, señaló que a lo largo de la historia hemos visto cómo se ha intentado, en no pocas ocasiones, proponer una salvación, una felicidad para el hombre que no fuera libre, impuesta por obligación, por la fuerza de la costumbre, del miedo. Eso ha hecho que se pierda interés por ella. ¿Tú tienes experiencia de esto, del rechazo que provoca una salvación que no pase por la libertad?
Experimenté un rechazo a la Iglesia católica tal como se vivía o concebía hace casi 50 años porque la relación del niño que yo era entonces con el cristianismo pasaba por una serie de rituales que veía vacíos de contenido y por tanto ausentes de libertad. Este vacío de contenido, este cliché es una de las cosas que me apartaron rapidísimamente de la Iglesia católica. Hay una escena que recuerdo claramente. Ocurre donde pasábamos las vacaciones familiares, en la playa de los Nietos, en el Mar Menor. Mi primo Miguel y yo –no creo que llegáramos a los diez años– decidimos no ir a la misa del domingo. Nos encontramos con mi padre que subía y que nos llevó a la misa a bofetones. Se me quedó grabado aquello: o vas a misa o te sacuden. Años más tarde entré en la universidad, simpatizaba con ideas socialistas y comunistas. Pero entonces descubro que a mis camaradas nadie les podía llevar la contraria. Tampoco me hacía gracia que me salvaran a toque de pito en el paraíso de los trabajadores.
Eran dos salvaciones sin libertad que no te interesaban.
Esencialmente nunca me ha interesado una salvación sin libertad. Tampoco me ha interesado que me redimieran por el consumo o por la gloria, por tonterías que encima eran menos interesantes que las otras. Por lo menos el paraíso tiene su gracia. Si quieres, quizás por carácter, los científicos tendemos a ser rebeldes, no nos gusta que nos impongan cosas, y yo casi siempre he huido de esas imposiciones.
¿Puede explicarse, en parte, la secularización de nuestra generación por una incapacidad de ofrecer una salvación que retase a la libertad? En España quizás tenemos especial experiencia de eso.
Creo que hay dos elementos importantes que explican la secularización. Uno es el que has nombrado y otro es muy diferente. Creo que el cristianismo, y todas las religiones en general, se enfrentan a una serie de nuevos desafíos. La ciencia moderna plantea una serie de hechos comprobados, comprobables, que reducen el espacio que antes se asignaba a lo sobrenatural, a Dios, a la religión: hay un cosmos regido por leyes físicas bastante bien entendidas que pueden funcionar sin la necesidad directa de un Dios que mueva los hilos. Estamos ya muy lejos de los dioses politeístas que eran responsables de absolutamente todo lo que pasaba. Esto es especialmente claro en la biología, que viene a decir que el hombre es una entidad que funciona poco más o menos por la programación de sus genes. Sobre todo, esto se puede debatir todo lo que se quiera, pero reduce la concepción más ingenua de la divinidad de antes. El Dios creador, si lo hay, tiene que ser un creador más sutil de lo que algunos pensaban. Y el Dios redentor que nos salva de la muerte, si está ahí, también es más sutil. Esto no quiere decir que la ciencia fuerce la secularización o el ateísmo. Digo que la ciencia moderna hace que la religión, tal y como se concebía hace unos pocos siglos, no vale; hay que repensarla absolutamente. Esto lo conecto con la salvación por decreto ley. Las dos cosas pueden servir para explicar la secularización. La nueva visión del cosmos y del universo no se puede explicar de manera muy sencilla con soluciones muy fáciles, requiere una reflexión muy profunda, requiere bastante imaginación. Si uno va a creer en Dios o en el Dios de los cristianos tiene que ser bajo unos presupuestos muchísimo más abiertos a la razón, muchísimo más abierto al debate, muchísimo más abierto a la libertad del espíritu de lo que podría ser hace trescientos años.
Dices que, tras los últimos conocimientos científicos, la hipótesis de la creación es mucho más sutil: Dios es mucho más sutil. Es lo mismo que sucede en la cuestión de la relación entre la Iglesia y el Estado con motivo de la Ilustración. En los dos casos hay una invitación a la purificación de la fe que viene de la modernidad/postmodernidad que siempre ha buscado un cristianismo fiel a sus orígenes: una adhesión solo posible a través de la razón y de la libertad. Esa sutileza de la que hablas requiere una libertad que asienta.
Absolutamente. En mi opinión, cualquier aproximación a la religión, a la fe, debe resistirse a los atajos fáciles. Un ejemplo de esos atajos es postular la «teoría creacionista» (que tiene bien poco de teoría) como manera de negar la teoría de la evolución. Como científico, estoy convencido de que la teoría de la evolución es correcta (en el sentido en que una teoría científica puede ser correcta, nada impide que nuevos datos nos obliguen a repasarla, revisarla o extenderla en el futuro) como creo que la teoría del Big Bang es correcta. Eso no significa que la ciencia dé todas las respuestas. El científico dice: «Mira, esto es lo que sé y lo que no sé, pero desde mi ignorancia, me embarco en la búsqueda del saber, humilde y maravilladamente». Creo que el hombre religioso no puede negar las evidencias científicas, creo que si hay un Dios es un Dios que no niega. Pero también creo que la ciencia no cierra ninguna puerta al hombre que, con ilusión y esta humildad, busca a Dios. Ese diálogo, esa capacidad, me parece que está ahí, que nadie la niega. Como hombre, creo en la libertad.
Tú también escribes poesía y novela. Quizás la creación humana, literaria, sea otro de los ámbitos en los que más se hace evidente la libertad. Escribir es otro modo de entrar en la realidad, invitar al lector a entrar contigo. Tanto si se hace ciencia como si se hace literatura, tenemos que atender con nuestra libertad la invitación que hay en las cosas. Las cosas nos llaman y nos invitan a ir a otra parte: hacia una belleza que puede escribirse con mayúscula.
Si no hay libertad, difícilmente hay sentido de la belleza, de la estética. Aquí es difícil saber librarse de las eternas paradojas del huevo y la gallina. ¿Sentimos que la naturaleza es bella porque nos hemos adaptado a ella, o todo lo contrario? Una vez más, me cuesta, como científico, pero también como persona que ama la poesía, pensar que haya alguna ventaja evolutiva en que amemos la poesía de Rilke. Me cuesta verlo cuando Rilke dice: «¿Quién, si yo llorara, me escucharía / entre las jerarquías de los ángeles?». ¿Esto por qué me emociona? Los hombres tenemos un cerebro maravilloso que ha generado algo maravilloso llamado lenguaje, y ese lenguaje nos genera la capacidad de asombrarnos, de conmovernos, hasta extremos casi incomprensibles usando su propia maquinaria. ¿Todo esto es descriptible por la ciencia? Pues muy probablemente sí, dentro del ámbito de lo que la ciencia puede, porque la ciencia siempre sabe dónde se tiene que parar. Un buen científico siempre dice «hasta aquí llego, quizás llegaré más lejos mañana pero por ahora llego hasta aquí».
Sin tu libertad, sin tu deseo de ser escuchado por la jerarquía de los ángeles cuando lloras, Rilke quedaría muerto. Haces falta tú con tu llanto.
Eso es evidente. Sin libertad no hay arte que valga, de hecho no hay ciencia que valga. Para mí el ejercicio es más profundo. Un científico es por definición un hombre libre que dialoga con el universo y se atiene a ese diálogo. No le puedes poner una pistola en la cabeza y obligarle a declarar que las cosas caen hacia arriba y la gravedad no existe.
En el diálogo con el universo y en el poema, la libertad está en juego.
Está en juego. Y está en juego de esta manera sutil. Yo, como científico, no puedo hacer ciencia siguiendo lo que otro me ponga en la agenda. Si me dicen lo que me tiene que salir, ¿para qué voy a hacer el experimento? No se puede concebir al científico sin la libertad, no se puede concebir al artista sin la libertad, y consecuentemente no se puede concebir al hombre sin la libertad. Y eso lleva a uno de los grandes puntos donde yo tanto confluyo con Carrón y compañía. Suscribo totalmente esa reivindicación furiosa de la libertad.
Carrón cita a Péguy: «Dios quiere ser amado por la bella mirada de hombres libres y no de esclavos». Desde tu posición, ¿qué eco tiene en ti esta afirmación?
El Dios que Péguy nos dibuja con esa línea está bastante más cercano a mí que el Dios que le da a Moisés las tablas de la ley. No creo que el hombre moderno pueda concebir otro tipo de Dios. En el diálogo entre laicos y religiosos sobre quién o qué exactamente es Dios, tiene que estar incluida la palabra libertad, la palabra amor y la palabra belleza. Leía hace unos días un magnífico texto sobre Job de Ignacio Carbajosa donde se toca la naturaleza del mal. Me daba cuenta de que se trata de una de las cosas claves de la libertad. No se puede hablar de libertad sin poner en la misma parrilla elementos como el dolor, la angustia frente a la existencia del mal, y a la vez el asombro ante la belleza. El hombre que no es libre de alguna manera está inmunizado contra casi todo. Le pasan las cosas porque quieren los hados, y de alguna manera se puede resignar: me cae un rayo y me parte la casa, ¿qué le vamos a hacer? Mientras que el hombre libre se rebela contra eso, como hace Job, que se rebela contra Dios y se enfada con él. Yo estoy muy de su parte. La respuesta que le ofrece Dios en el libro de Job es decirle: «Mira que yo he creado todo el universo». Que es como una manera sutil de decirle: «Tú estás en el universo, has tenido esta ocasión asombrosa de estar vivo, de pensar, de asombrarte frente a todo lo que te rodea, y no necesariamente eso es gratis». La libertad puede implicar todas estas cosas y por tanto no necesariamente tienes que echar la culpa a Dios.
Volvemos al mismo punto: Job, en vez de encontrarse con una receta o con una solución mágica que resuelva las consecuencias del mal, está de nuevo ante su libertad, ante una invitación a usar la razón.
Exactamente. Por eso me he acordado del tema. ¿Los hombres todavía queremos la libertad? Sí, la queremos, pero que nos salga gratis. Yo soy libre, pero si algo va mal, te pongo una denuncia y pagas tú. Es muy complejo y requiere siempre un diálogo profundo. Te engañaría si te dijera que soy capaz de entender el mal, no soy capaz, por más vueltas que le doy.
El mal es incomprensible.
Esencialmente es incomprensible. Pero me gusta mucho de Carrón y compañía que nunca me han intentado dar una fórmula. Una vez más, les pone a mi nivel como hombres libres que dialogan y, entre todos, intentan ayudarse, y es para mí uno de los valores de mi relación con ellos.
JUAN JOSÉ GÓMEZ CADENAS
Nacido en Cartagena en 1960, es científico y novelista. Hijo de marino, su infancia nómada transcurre entre diversas ciudades costeras. Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad de Valencia, es profesor de investigación del CSIC y dirige el grupo de Física de Neutrinos del Instituto de Física Corpuscular. Es autor de varios artículos y publicaciones científicas relacionados con la física y la ciencia ficción. En el año 2000 publica un libro de relatos, La agonía de las libélulas, y en 2008 su primera novela, Materia extraña, ambientada en el CERN. En la actualidad dirige el experimento NEXT en el Laboratorio Subterráneo de Canfranc (LSC), una instalación singular del Ministerio de Industria, de reciente creación.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón