El cuaderno rojo
«Me han dicho que te han encomendado la tarea de ocuparte de Sebastián en el marco del proyecto “jóvenes en dificultad”. ¡Suerte!». Lidia mira a su colega de Lengua con aire interrogativo: «¿Por qué, le conoces?». «Sí, es alumno mío desde hace cinco años». «¿Cinco años?». «Ha suspendido el curso dos veces y no por problemas de capacidad. Esto te da una idea del personaje. El típico que pasa de todo. Nadie le aguanta. Pregúntale a los demás compañeros… De todas formas este es ya su último curso».
El jueves por la tarde, Lidia trabaja con el chico. Al comienzo es muy duro, pero de vez en cuando Sebastián lanza una frase sobre lo que le ha pasado, una discusión con su madre, un sueño. Un día Lidia se presenta con un cuaderno rojo. «Oye, ¿por qué no intentas escribir aquí lo que me contaste la otra vez? ¿Quieres?». Él asiente. Primero media página, luego una, luego dos. El cuaderno se llena de hechos, de consideraciones, de sentimientos y de deseos. En esas hojas ya no está el gamberro, sino Sebastián. La cosa sigue durante meses.
Una mañana, Marisa, la profesora de apoyo de Sebastián, para a Lidia antes de que entre en clase. Está furiosa. «Ayer Sebastián hizo una de las suyas. Esta vez es muy grave. Todos los profesores quieren echarle del colegio. Sería un desastre porque suspendería otra vez el curso. Échame una mano, a ver si podemos hacer algo para evitarlo».
Lidia vuelve a pensar en las tardes pasadas con él: los enfados y la sorpresa leyendo sus escritos. Piensa: «En mi vida no he sido mirada a partir de mis errores. ¿Y él?». Abre su mochila y saca el cuaderno rojo. «Mira lo que escribió hace dos semanas: “Tengo miedo de lo que me pueda suceder; no quiero acabar como mi padre, que lleva diez años en la cárcel. Quiero ganarme el pan de manera honesta y formar una familia que me quiera”. Este es Sebastián. Hagámoslo leer a los otros profesores. Luego que decidan ellos. ¿Qué te parece?». Marisa no lo duda: «Tienes razón. Déjame el cuaderno, se lo enseño yo».
El día después, la bedela entra en la clase de Lidia: «Profesora, cuando pueda, le espera la directora. Es urgente». Acabada la clase, Lidia corre al despacho de la directora, entra y ve en la mesa el cuaderno rojo. «Profesora, ¿de verdad esto lo ha escrito Sebastián? ¿Usted cree que Sebas es lo que dicen estas hojas?». «Sí, todo lo ha escrito él. Yo no he corregido nada ni añadido una sola línea. Solo le hacía algunas preguntas y luego él escribía en su casa». Unos instantes de silencio. «Si este es de verdad Sebastián, yo no quiero suspenderle». «Es él. Gracias».
Lidia hace ademán de irse, cuando la directora la llama: «No te olvides de esto». Y le acerca el cuaderno.
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