¿Qué hay que aprender hoy para estar preparados para trabajar? ¿Qué opciones hay que tomar para ello en las aulas? Un ensayo de la Fondazione per la Sussidiarietà marca un camino en favor del «capital humano». Partiendo de un Nobel
El ensayo de Giorgio Vittadini publicado recientemente en Itaca Libri por la Fundación para la Subsidiariedad (Far crescere la persona -“Ayudar a que la persona crezca”) aborda un tema de fondo, que ya fue afrontado por el profesor Vittadini en el Congreso educativo “Competencias y trabajo: desafíos para la escuela de hoy” organizado por Be Education el pasado mes de noviembre. No se limita a la situación italiana, sino que abarca una serie de cuestiones de impacto internacional: la relación entre la formación escolar y el empleo, la calidad de la educación, el tipo de enseñanza que es necesario afianzar, el crecimiento de la persona, las políticas educativas más adecuadas para la actualidad, la libertad y la autonomía de los centros.
En efecto, la educación debe ofrecer respuestas satisfactorias a los problemas y desafíos que plantea un mundo en constante cambio. Ante el “chaos pédagogique” en el que nos encontramos, tal como lo definió Philippe Nemo a principios de los 90, es urgente que la escuela proponga una reflexión seria sobre la utilidad y validez de sus propuestas, y que lo haga en diálogo, tanto con la realidad político-social como con las experiencias y comunidades educativas que ya hoy, como sugiere Vittadini, están aportando un punto de luz de interés para todos.
Ignacio de los Reyes
¿Qué tipo de cambios debe efectuar el sistema escolar a nivel político e institucional para adecuarse a las necesidades del mundo que cambia? ¿Qué hace que nuestros chicos puedan crecer en la escuela? Este es el tema afrontado en el ensayo editado en Italia con el título: Far crescere la persona. En las líneas siguientes querría sintetizarlo, partiendo de una premisa. No es superfluo subrayar el impacto que, en una sociedad tecnológicamente avanzada, tiene la educación en el desarrollo económico de un país.
Este impacto ha sido definido por los economistas como “capital humano” y es el resultado del conjunto de capacidades innatas y adquiridas por los trabajadores (las también llamadas cognitive skills). Como se ha verificado de muchas maneras, cuantas más sean las cognitive skills, más alto es el nivel de crecimiento de los países.
Pero, ¿en qué influye el hecho de incrementar y utilizar lo mejor posible las propias capacidades? Es una pregunta que se encuentra en el centro de muchos estudios, pero hoy, más que nunca, es urgente afrontarla, dado el “cambio de época” que estamos viviendo.
Según el pensamiento pedagógico funcionalista que se inspira en John Dewey, filósofo y pedagogo americano de la primera mitad del siglo XX, la escuela tenía que aumentar su eficiencia imitando la organización del trabajo de las fábricas tayloristas, de tal manera que pudiera “producir” trabajadores dotados del mayor número posible de competencias y conocimientos. Como observa en nuestro volumen Onorato Grassi, profesor de Historia de la filosofía, esta visión “mecanicista” del desarrollo del capital humano se ha ido imponiendo paulatinamente, ganando terreno a un tipo de escuela más dispuesta a valorar el nexo entre la personalidad del estudiante y el crecimiento de sus capacidades.
Sin embargo, los estudios de James Heckman, premio Nobel de Economía en el año 2000, han puesto de manifiesto los límites de esta concepción, basada en un tipo de conocimiento nocional, y han mostrado que «reducir la capacidad de un individuo a las habilidades cognitivas medibles con los test de aprendizaje de respuesta cerrada, y hacer que la escuela dependa de este modelo, tiene consecuencias graves en la educación de los jóvenes».
Los rasgos de la personalidad. En una palabra, Heckman y los investigadores de su equipo de trabajo han demostrado que el capital humano no puede ser reducido a las cognitive skills, sino que debe incluir también las «competencias blandas» (o non cognitive skills), es decir, los rasgos que constituyen la personalidad humana, entre los que se encuentran aquellos aspectos vinculados con el deseo y la dimensión socio-emocional. La American Society of Psychology los ha definido como las cinco grandes dimensiones (las Big Five): concienciación, amigabilidad, tenacidad, estabilidad emocional, apertura a la experiencia.
A través de los numerosos estudios econométricos realizados en este campo, Heckman ha demostrado que a igualdad de cognitive skills, el conocimiento que se adquiere, ya sea en el periodo escolar o en el laboral, crece notablemente con el aumento de las non cognitive skills. No solo: la presencia de non cognitive skills está asociada a un menor impacto de factores como la criminalidad juvenil, la toxicodependencia, la obesidad, los comportamientos violentos, la depresión y la infelicidad, o la implicación en actividades ilegales, menor longevidad, etc. (todo esto se ve con claridad en otro estudio de Heckman y T. Kautz, Formazione e valutazione del capitale umano, publicado recientemente por Il Mulino). Según Heckman, las Big Five no son un elenco global y fundamental del hombre, sino más bien su carácter, su personalidad. Heckman y sus investigadores, siempre a través de estudios empíricos, han verificado que el character se puede mejorar ya en los primeros años de vida y puede seguir mejorando a lo largo de todo el ciclo vital.
Dotes transversales. La alternativa que se presenta a los sistemas escolares es, por tanto, radical: o se fundamentan sobre la estandarización y la homologación del saber, o bien –si Heckman tiene razón– se construyen con una idea más amplia de la persona, que incluya las dimensiones de la personalidad, y no solo las relativas a sus prestaciones cognoscitivas.
Es interesante caer en la cuenta de que todo esto es capaz de dar respuesta a las nuevas exigencias del mundo productivo, donde los medios de producción se vuelven obsoletos cada vez más rápidamente, bajando incluso en algunos sectores por debajo de los cinco años. Hoy los trabajadores no deben simplemente poseer determinadas nociones, sino que deben estar dotados de capacidades transversales, de aquellas cualidades que son patrimonio de la personalidad, del character, como la flexibilidad, la capacidad de adaptarse al cambio, o la creatividad. Todas ellas les permiten aprender continuamente.
Por supuesto, esto no significa que las capacidades cognitivas fruto del recorrido escolar pierdan valor, sino que son consideradas como elementos indisolublemente vinculados a los character skills. Y aquí se vuelve a plantear la pregunta inicial sobre la escuela. Si todo esto es verdad, hay que preguntarse qué políticas escolares pueden favorecer la mejora, tanto de las cognitive skills, como del character. Ante todo, se ha demostrado que en los países desarrollados la calidad del aprendizaje no crece en base a las inversiones económicas. Superado un cierto nivel (cuarenta mil dólares por estudiante al año), más gasto no supone mejoras en el aprendizaje de los estudiantes. Se registra, en cambio, un claro incremento en la adquisición de conocimientos cuando las escuelas son autónomas en el reparto del presupuesto, en la elección de los profesores y en el desarrollo del currículo.
Es pertinente, por tanto, lo que afirma en el ensayo Luigi Berlinguer, que fue ministro de Educación y padre de las leyes sobre la autonomía y el concierto educativo: «La escuela tiene necesidad de comunidades educativas que tengan en cuenta las diferencias en el ritmo de aprendizaje, que sostengan los distintos momentos de fuerza y de debilidad en el aprendizaje, que utilicen junto con los padres todos los instrumentos posibles para educar». La consecuencia es que «ya no es automático el presupuesto lógico por el que corresponde al Estado destinar recursos para que se desarrolle la enseñanza y, por lo tanto, que el mismo Estado sea el gestor. Es necesario informar a los italianos sobre las orientaciones europeas y sobre la realidad actual de la escuela concertada». Y añade: «A pesar de todos los obstáculos, la autonomía ya ha conseguido dar espacio a distintas iniciativas que piden creatividad curricular y educativa en muchas escuelas, aunque aún no se hayan podido consolidar distintas y verdaderas comunidades educativas».
Educar la personalidad no es una técnica, un único método estándar que se aplica desde lo alto y se impone a las escuelas. Como argumenta Grassi, la educación y la enseñanza deben ser analizadas «en el ámbito de las actividades humanas, que en el fondo son imprevisibles –no hay nexo necesario entre las causas conocidas y los efectos– y hace que ambas, en último término, sean un acontecimiento».
El primer cambio que se hace necesario es, por lo tanto, el de la praxis pedagógica. Sea cual sea la impronta del sistema educativo y de la escuela, cualquiera puede poner en marcha esta experiencia. En este sentido, el ensayo muestra que no partimos de cero: ya existen en nuestro país experiencias pequeñas pero significativas. Entre los ejemplos citados en el libro se encuentran los nidos y las escuelas infantiles de Reggio Emilia, los “talleres de la enseñanza” (Botteghe dell´Insegnare), la Fundación Sacro Cuore, Portofranco, etc. Es indudable que solo las escuelas públicas estatales autónomas y las escuelas públicas libres, en régimen de un concierto real, pueden favorecer experiencias educativas que promuevan la formación de un verdadero character. Y la escuela tiene que tomar nota, si no quiere quedarse atrás.
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