En un contexto que cambia rápidamente, la presencia cristiana entre las aulas y las clases. Los compañeros de estudio, las prácticas, las iniciativas, los profesores, el trabajo de fin de carrera, el futuro… Los jóvenes de CL cuentan qué sucede cuando la vida encuentra una propuesta adecuada
«Pero, ¿tú no tienes miedo?». Así le espetó a quemarropa una compañera con la que habían quedado en verse en los claustros de la Universidad Católica de Milán, donde ambas estudian Lengua y literatura italiana. Margarita tuvo que enfrentarse a una pregunta que no se esperaba. «¿No piensas en qué pasará después de graduarte? Ya no habrá universidad, las iniciativas, estos amigos…». Al cabo de un instante de silencio, responde: «Claro que pienso en ello. Siento cierto vértigo porque no sé qué pasará, pero no tengo miedo. Todo lo que he vivido hasta hoy no lo hubiera podido ni imaginar, así que confío en el futuro porque estoy en un camino que me ayuda a madurar, a ser yo misma». Luego le habla de su vida, de la fe, de las personas que le han cambiado la vida y el modo de mirar la realidad. Y su amiga le confiesa: «Yo todavía no he tenido un encuentro así, pero lo espero ansiosamente».
Una tarde, tomando café en el bar. Se puede partir de ahí para una pequeña ronda que permita comprender algo mejor qué puede decir hoy la fe a un chico de veinte años que estudia en la universidad, qué formas puede adquirir hoy una presencia cristiana en medio de las aulas y las clases. En ese diálogo se encierra casi todo. Las incertidumbres de quien afronta un momento clave en su vida. La espera infinita expresada en esas preguntas. El deseo de ser felices. Y la gran cuestión que inflama el corazón a los veinte años, y no solo entonces: ¿existe algo o alguien que responda a semejante espera?, ¿existe algo que abra un camino hacia una certeza existencial?, ¿alguien que nos acompañe hacia la meta?
Son preguntas que han atravesado generaciones y generaciones de estudiantes desde que la universidad se convirtió en un fenómeno de masas, y que se juega en un contexto –es preciso tenerlo presente– en vertiginosa evolución. «En los últimos años la universidad ha cambiado por completo», explica Carmine Di Martino, profesor de Filosofía teórica en la Statale de Milán y responsable del CLU (los universitarios de CL) junto a Stefano Alberto, sacerdote docente de Teología en la Universidad Católica de Milán. «Con la reforma que ha establecido el sistema, 3 años + 2, el estudio se imparte por semestres, hay una mayor asistencia a clase, menos casos que no completan sus ciclos de estudios, pero la estancia en los ateneos es más breve, las relaciones que se establecen en la etapa universitaria, más contingentes». Además, en Italia, el recorte presupuestario estatal y la introducción de las evaluaciones de los cursos han agudizado las diferencias. «Se ha ampliado la distancia entre universidades grandes y pequeñas, entre norte y sur». Resultado: ciertos ateneos se han vaciado, sobre todo en la zona meridional. «En Sicilia, Calabria o Pulia, muchos chicos al acabar su bachillerato se apuntan directamente a una universidad de Lombardía o Piamonte, en cualquier caso desde Bolonia para arriba». La vida en los claustros y las aulas tiene otra fisonomía. Hay menos grupos, menos organizaciones. Y también comunidades cristianas más reducidas respecto a hace unos años.
«You made my day». Todo esto se suma a otro cambio importante: la reducción radical de las iniciativas políticas, las de antaño, con un fuerte carácter ideológico. «Ya nadie se mueve por esas motivaciones», prosigue Di Martino. «El esqueleto exterior que sostenía la vida de tantos jóvenes se ha hecho añicos. Lo único en que puede apoyarse un diálogo o un encuentro es lo que atañe a una problemática personal». A los chicos hoy solo les interesa lo que puede servir para vivir. Esto supone, como siempre, un reto para la fe: «Nada importa más que el sujeto, su conciencia y su consistencia».
La persona. Aquí se juega la partida. Una cuestión eterna pero que hay que enfocar de nuevo porque emerge con fuerza entre los jóvenes y sugiere la búsqueda de nuevas formas de presencia cristiana. Una presencia que contempla también una acción en las instituciones universitarias, las iniciativas para recibir a los de primero, los grupos de estudio, pero que se centra conscientemente en lo que Di Martino llama «la experiencia personal». Cobra una importancia crucial al respecto el encuentro de persona a persona, los diálogos cotidianos, la vida en la universidad, los compañeros, el estudio…
Por ejemplo, Giuseppe, estudiante de Ingeniería en Bolonia, escucha a un profesor suyo que empieza el curso hablando de los recursos humanos y dice: «Para abordar el problema de la gestión del personal en una empresa, tenemos que partir del conocimiento de lo que es el hombre». «Esa afirmación atrajo enseguida mi atención», cuenta Giuseppe. «Acabábamos de empezar a estudiar El sentido religioso de don Giussani. Fui a leer de nuevo la primera premisa». Quería hablar con ese profesor para dialogar sobre el contenido del libro de Giussani. Fui a verle y él me dijo: «¿Sabes cómo dicen los americanos? You made my day, me has alegrado el día. Gracias, es lo que deseo de mi trabajo». Giuseppe se sorprende de haber podido ser instrumento para alcanzar el corazón de otro, para sorprenderlo. Y la sorpresa crece cuando el otro le dice: «Soy agnóstico, pero lo que ahí se dice es verdad. Acércate a quien sea de esta misma manera, porque lo que has hecho enciende una chispa que pone en marcha el motor humano. Esto es lo que puede cambiar la universidad».
Haciendo prácticas. Palabras parecidas a las que Alessandro, también de Bolonia, escucha de una profesora que ha invitado a participar en la Escuela de comunidad (el encuentro semanal de los estudiantes de CL): «Le conté lo que hacemos y ella me dijo que se alegraba de que existiéramos y viviéramos en la universidad. Me animó a contar a todos lo que vivimos porque una amistad como la nuestra no es ni mucho menos obvia».
Chiara está haciendo las prácticas en una farmacia de Chieti. Al comienzo se queda algo cortada sobre todo cuando el discurso cae sobre CL y algunos manifiestan una estima dudosa, pero luego… Cuando vuelve de unas vacaciones del CLU, no puede contenerse y empieza a contar «porque no quería guardar para mí todas las cosas hermosas que había recibido». De ahí, preguntas, desafíos, cometarios. Y una sorpresa: «Decir quién soy de verdad me había vuelto más interesante a sus ojos. Me tomaban más en serio». Hasta esa extraña frase: «Tú eres distinta de todas las personas de Iglesia que he conocido hasta hoy. Vives la fe de una manera que me interesa».
Es una diferencia que toca a las personas no porque utiliza palabras distintas, sino porque trasmite un modo nuevo de vivir las cosas de costumbre, cotidianas. Por ejemplo, una cena en un piso de estudiantes de la Cooperativa La Ringhiera. Hay un invitado, un chico de primero: «¿Pero vosotros os esperáis unos a otros para cenar juntos? Y mientras uno habla, ¿todos los demás le escuchan?».
Correcciones. Siempre en Bolonia, facultad de Medicina, Enrica charla en el bar con una compañera de curso: «Enrica, nada me basta». Notas excelentes, familia estupenda, un chico encantador. «Nada. No sé qué hacer, a quién plantear mis preguntas. Pero te he conocido a ti y tu manera de abordar las cosas me da una esperanza que no tenía. Nunca lo había visto». Textual. «Le propuse estar conmigo y con mis amigos. Luego la invité a algún gesto de la comunidad. Pero me quedé pasmada nada más escucharla: ¿de verdad habla de mí?, ¿de mí con todas mis incoherencias, mis límites…?». Su amiga ha empezado a seguir la experiencia del CLU y el otro día le envió este mensaje: «¿Puedo dar yo también el diezmo? Cuando veo algo que me corresponde, tengo que lanzarme…».
Correspondencia. Una palabra clave para entender si el cristianismo sigue siendo válido hoy, si puede ser interesante para la vida. Si tiene algo que ver con los deseos de estos chicos. «En un momento como el actual, donde se han derrumbado las bases para la educación familiar y los ideales fuertes, todo debe ser hallado y descubierto en la propia experiencia personal», sigue observando Di Martino. «No puedes decir “Dios”, ni ninguna otra palabra importante, si no emerge desde dentro de tu experiencia humana. Y si el movimiento no fuera una propuesta existencial, tal como nos la testimonia y nos la ofrece con insistencia apasionada Julián Carrón, no podría ser ni siquiera percibida. Mucho menos secundada. No interesaría. Solo una propuesta que se dirige directamente al yo y que puede ser comprobada afectivamente y pasada por el juicio a partir de la experiencia puede hacer brecha hoy en los jóvenes».
Así, al hilo de los acontecimientos, aflora paulatinamente una determinada forma de presencia y de testimonio. Federica está acabando sus estudios de Literatura en la Statale de Milán con una tesis sobre Leopardi. Empezó armada de buenas intenciones para demostrar el profundo sentido religioso del poeta, contestando su nihilismo… «Me molestaba que mi profesor me hubiese catalogado como cristiana y sacara una objeción tras otra», hasta que llegó esa última anotación al lado del núcleo central de su tesis: «¡Estoy de acuerdo!». «Me quedé de piedra», admite Federica. «Él no era el malo que me ponía trabas, sino alguien al que le importaba mi trabajo, que se lo tomaba en serio más que yo misma». Corregir esas páginas se convirtió en el trabajo más bonito para ella porque le permitió entender «el valor del testimonio»: «No se trata de defender lo que creemos, sino de dejar que emerja la belleza de una mirada sobre la vida, y sobre Leopardi, desde dentro de la experiencia, sin la preocupación de defender nada».
Es importante captar este matiz, aunque no sea el único. «Algunos defienden que ahora falta una presencia cristiana en la universidad», sigue comentando Carmine Di Martino. «No es verdad. En mi opinión esa presencia se ha enriquecido incluso a nivel cultural». ¿Por qué? «Porque, centrándose en la persona, hace florecer un abanico de iniciativas distintas, también en el ámbito cultural, cuyo objetivo no es convalidar las propias opiniones, sino que encauzan el interés de personas concretas, con nombre y apellido, que profundizan en sus estudios y los van verificando en relación con distintos interlocutores». ¿Ejemplos? Experimentos acerca de Dante, encuentros, debates, congresos organizados por estudiantes. Aletheia, iniciativa análoga en el ámbito de la filosofía. Lucerna iuris, en el campo jurídico… Todo esto nace de los chicos, sin presiones externas, de manera capilar, personal y pública al mismo tiempo.
La muerte de su madre y el examen. Pietro estudia Ciencias Políticas en Bari. Un compañero le hablaba ayer de su vida. Le decía que se encontraba vacío, que nada le satisfacía. «En lugar de soltarle unas frases hechas o un simple “lo siento”, le invité a la Escuela de comunidad. Él, que es ateo, acudió sin dudarlo». Al final le confiesa a Pietro: «Aunque no puedo creer en Cristo, reconozco que os reunís por un interés personal, que no es nada formal; nadie os lo pide, ni un responsable ni una organización. Os une algo o “alguien” más grande».
De esta manera muchas veces Cristo vuelve a resultar decisivo para la vida, a interceptar el deseo, aunque confuso, de los chicos. A continuación encontraréis el relato de los Ejercicios espirituales de CL propuestos a los universitarios a comienzos de diciembre, dirigidos por Julián Carrón. Han participado cuatro mil chavales, muchos por primera vez. Una de ellos, que participaba por primera vez, comentaba la primera noche: «Son todas cosas verdaderas, no puedo negarlo. Pero yo estas cosas no se las comento ni siquiera a mi mejor amiga». Al día siguiente, al salir de la lección de Carrón que se centró en mostrar cómo Cristo salva el deseo del hombre, ante quien objetaba «para mí no es así», contestó: «No sé. Pero mientras escuchaba a Carrón, pensaba: seguramente él experimenta una respuesta a su deseo. De lo contrario no podría hablar como habla del miedo, de la inseguridad, de los anhelos; no podría ser como es. Pero además esto se ve también en vosotros, en cómo vivís». “Vosotros” eran los chicos que la habían invitado. Jóvenes como ella, a lo mejor confundidos, metidos en líos, frágiles, pero seguros de la experiencia que viven.
Marta, de Milán, estudia Matemáticas. Ha perdido a su madre hace poco. Dos días después hizo un examen: «Tenía en la cabeza a mi madre, cómo ha afrontado siempre la realidad, cómo ha vivido serena su enfermedad y cómo le planteaba siempre con confianza sus preguntas a Dios». Su hermano, lo mismo: «El profesor se sorprendió de que me presentara al examen. Me dijo que veía en mí una certeza, una actitud segura ante el futuro».
En la planta del hospital. He aquí el camino de la certeza. Aflora poco a poco en la vida de cada persona y abate el verdadero obstáculo que frena el corazón de los jóvenes, el «emocionómetro». Así lo llama Carmine Di Martino: «Se mide todo con la vara de las emociones. Verdadero es lo que produce una emoción fuerte, falso lo que no produce emoción. Hay un uso de la razón que es preciso volver a descubrir, porque se suele aplicar a los estudios pero no a la vida. De ahí el miedo a vincularse, a asumir un compromiso. La propuesta cristiana solo puede arraigar ahí».
Martino estudia Medicina en Milán y comenta: «En la planta coincido con dos médicos muy jóvenes, con muchas preguntas, hijos en todo de este cambio de época». En fin, mentalidad común sobre todo en cuestiones candentes: vida y muerte. «Los primeros días, cuando aparecían estos discursos, soltaba alguna respuesta “justa”, pero ellos reaccionaban cerrándose. Y yo no me quedaba contento». ¿Y luego? «Con el tiempo aprendí que yo ganaba poniéndome verdaderamente a la escucha de sus interrogantes, haciéndolos míos de manera no formal, sin preocuparme de responder enseguida y cerrar las cuestiones… como dice don Giussani, “buscando la limadura de verdad que ellos también expresan”». Solo así empieza un diálogo real con el otro y sobre todo sucede un descubrimiento: «Estando con ellos, gano yo porque entiendo mejor quién soy y en qué creo. Y también de qué incertidumbre parte a veces mi actitud defensiva y de dónde viene mi certeza ante la vida».
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