DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI en el encuentro con las autoridades civiles y el cuerpo diplomático. (Palacio presidencial de Praga - Sala Española 26 de septiembre de 2009)
Mi visita pastoral a la República Checa coincide con el vigésimo aniversario de la caída de los regímenes totalitarios en el centro y el este de Europa, y de la “Revolución de terciopelo”, que restableció la democracia en esta nación. La euforia que siguió se manifestó en términos de libertad. A dos decenios de distancia de los profundos cambios políticos que transformaron este continente, el proceso de saneamiento y reconstrucción continúa, actualmente dentro del contexto más amplio de la unificación europea y de un mundo cada vez más globalizado.
Las aspiraciones de los ciudadanos y las expectativas puestas en los gobiernos exigían nuevos modelos en la vida pública y de solidaridad entre naciones y pueblos, sin los cuales el futuro de justicia, paz y prosperidad, durante largo tiempo esperado, habría quedado sin respuesta. Esos deseos siguen desarrollándose. Hoy, especialmente entre los jóvenes, se plantea de nuevo el interrogante sobre la naturaleza de la libertad conquistada. ¿Por qué objetivo se vive en libertad? ¿Cuáles son sus auténticos rasgos distintivos?
Cada generación tiene la tarea de comprometerse desde el principio en la ardua búsqueda de cómo ordenar rectamente las realidades humanas, esforzándose por comprender el uso correcto de la libertad (cf. Spe salvi, 25). El deber de reforzar las “estructuras de libertad” es fundamental, pero nunca resulta suficiente: las aspiraciones humanas se elevan más allá de las personas mismas, más allá de lo que cualquier autoridad política o económica puede ofrecer, hacia la esperanza luminosa (cf. ib., 35) que tiene su origen más allá de nosotros mismos y, sin embargo, se manifiesta en nuestro interior como verdad, belleza y bondad.
La libertad busca un objetivo y por eso exige una convicción. La verdadera libertad presupone la búsqueda de la verdad –del verdadero bien– y, por lo tanto, encuentra su realización precisamente en conocer y hacer lo que es recto y justo. En otras palabras, la verdad es la norma-guía para la libertad, y la bondad es su perfección.
Aristóteles definió el bien como “aquello a lo que tienden todas las cosas”, y llegó a sugerir que “aunque sea digno conseguir el fin incluso sólo para un hombre, sin embargo es más bello y más divino conseguirlo para una nación o para una polis” (Ética Nicomáquea, 1; cf. Caritas in veritate, 2). En verdad, la alta responsabilidad de mantener despierta la sensibilidad ante la verdad y el bien recae sobre cualquiera que desempeñe el papel de guía: en el campo religioso, político o cultural, cada uno según su modo propio. Juntos debemos comprometernos en la lucha por la libertad y en la búsqueda de la verdad: ambas van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente (cf. Fides et ratio, 90).
Para los cristianos la verdad tiene un nombre: Dios. Y el bien tiene un rostro: Jesucristo. La fe cristiana, desde la época de san Cirilo y san Metodio y de los primeros misioneros, ha desempeñado en realidad un papel decisivo al plasmar la herencia espiritual y cultural de este país. Debe ser lo mismo en el presente y en el futuro. El rico patrimonio de valores espirituales y culturales, que se expresan los unos a través de los otros, no sólo ha dado forma a la identidad de esta nación, sino que también la ha dotado de la perspectiva necesaria para desempeñar un papel de cohesión en el corazón de Europa. Durante siglos esta tierra ha sido punto de encuentro entre pueblos, tradiciones y culturas diversas. Como bien sabemos, ha vivido capítulos dolorosos y lleva las cicatrices de los trágicos sucesos causados por la incomprensión, la guerra y las persecuciones. Con todo, también es verdad que sus raíces cristianas han favorecido el crecimiento de un considerable espíritu de perdón, reconciliación y colaboración, que ha permitido a la gente de estas tierras recuperar la libertad e inaugurar una nueva era, una nueva síntesis, una renovada esperanza. ¿No es precisamente este espíritu lo que necesita la Europa de hoy?
Europa es más que un continente. ¡Es una casa! Y la libertad encuentra su significado más profundo en ser una patria espiritual. En el pleno respeto de la distinción entre las esferas política y religiosa —distinción que garantiza la libertad de los ciudadanos de expresar su propio credo religioso y de vivir en sintonía con él— deseo destacar el papel insustituible del cristianismo para la formación de la conciencia de cada generación y para la promoción de un consenso ético de fondo, al servicio de toda persona que a este continente lo llama “casa”.
Con este espíritu, reconozco la voz de cuantos hoy, en este país y en Europa, tratan de aplicar su fe, de modo respetuoso pero decidido, en el ámbito público, esperando que las normas sociales y las líneas políticas se inspiren en el deseo de vivir según la verdad que hace libre a todo hombre y mujer (cf. Caritas in veritate, 9).
La fidelidad a los pueblos que servís y representáis requiere la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de la libertad y del desarrollo humano integral (cf. ib., 9). En efecto, la valentía de presentar claramente la verdad es un servicio a todos los miembros de la sociedad, pues ilumina el camino del progreso humano, indica sus fundamentos éticos y morales, y garantiza que las directrices políticas se inspiren en el tesoro de la sabiduría humana. La atención a la verdad universal no debería ser nunca eclipsada por intereses particulares, por muy importantes que sean, porque ello conduciría únicamente a nuevos casos de fragmentación social o discriminación, que precisamente esos grupos de interés o de presión declaran que quieren superar. En efecto, la búsqueda de la verdad, lejos de amenazar la tolerancia de las diferencias o el pluralismo cultural, hace posible el consenso y permite al debate público mantenerse lógico, honrado y responsable, asegurando la unidad que las vagas nociones de integración sencillamente no son capaces de realizar. (…)
De particular importancia es la tarea urgente de animar a los jóvenes europeos mediante una formación que respete y alimente la capacidad, que les dio Dios, de trascender los límites que a veces se supone que deben atraparlos. En los deportes, en las artes creativas y en la investigación académica, los jóvenes tienen la oportunidad de sobresalir. ¿No es igualmente verdad que, si se les presentan altos ideales, aspirarán también a la virtud moral y a una vida basada en el amor y en la bondad? Animo encarecidamente a los padres y responsables de las comunidades que esperan de las autoridades la promoción de los valores capaces de integrar la dimensión intelectual, humana y espiritual en una sólida formación, digna de las aspiraciones de nuestros jóvenes.
“Veritas vincit”. Este es el lema de la bandera del presidente de la República Checa: al final, realmente la verdad vence, no con la fuerza, sino gracias a la persuasión, al testimonio heroico de hombres y mujeres de sólidos principios, al diálogo sincero que sabe mirar, más allá de intereses personales, a la necesidad del bien común.
La sed de verdad, bondad y belleza, impresa en todos los hombres y mujeres por el Creador, está orientada a impulsar a las personas a buscar juntas la justicia, la libertad y la paz. La historia ha demostrado ampliamente que se puede traicionar y manipular la verdad al servicio de falsas ideologías, de la opresión y de la injusticia.
Sin embargo, ¿los desafíos que debe afrontar la familia humana no nos impulsan a mirar más allá de esos peligros? Al final, ¿qué es más inhumano y destructivo que el cinismo, que quisiera negar la grandeza de nuestra búsqueda de la verdad, y que el relativismo, que corroe los valores mismos que sostienen la construcción de un mundo unido y fraterno? Nosotros, por el contrario, debemos recobrar la confianza en la nobleza y grandeza del espíritu humano por su capacidad de alcanzar la verdad, y dejar que esa confianza nos guíe en el paciente trabajo de la política y la diplomacia.
Señoras y señores, con estos sentimientos os expreso, con mi oración, mis mejores deseos de que vuestro servicio sea inspirado y sostenido por la luz de aquella verdad que es el reflejo de la eterna Sabiduría de Dios Creador. Sobre vosotros y vuestras familias invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.
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