Hay una expresión que ya resulta familiar en nuestro vocabulario: «Emergencia educativa». Expresa la conciencia del vacío educativo que está a la vista de todos, y que se debe a la renuncia de las últimas dos generaciones a asumir esta tarea fundamental. Al comienzo, no todo el mundo lo veía. Ahora, sí. Es un dato importante, porque advertir el problema es sin duda el primer paso para afrontarlo.
A ello se añade otra expresión, que aparece en la portada de la relación-propuesta del “Comité proyecto cultural” de la Conferencia episcopal italiana (hablamos de ello en este número): El reto educativo. Es como decir: aceptada la provocación, empieza el partido. Un partido difícil, que se juega a largo plazo (la educación será uno de los objetivos de los obispos italianos durante los próximos diez años), pero ya nos situamos en el campo, conscientes de que se juega un destino que nos concierne a todos, no sólo a los profesionales de la educación, profesores y estudiantes. En el prólogo a este volumen, el cardenal Camillo Ruini observa: «Al tener como objetivo la formación y el desarrollo del sujeto humano, la educación está intrínsecamente ligada a los grandes interrogantes acerca del hombre (…): en realidad, aunque con distintos grados de responsabilidad conforme al papel social de cada uno, de alguna manera todos somos actores del proceso educativo».
¿Qué quiere decir ser «todos actores del proceso educativo»? ¿Por qué la educación es algo que me atañe, tenga o no hijos, sea joven o adulto, empresario o parado? ¿De qué instrumentos dispongo para asumir este reto?
En esta apertura de curso (véase “Página uno” de este número), Julián Carrón sintetizaba la propuesta educativa de don Giussani, centrándose en su origen: «Me sorprende releer lo que dijo durante su primera hora de clase: «Siempre he dicho a mis alumnos desde mi primera hora de clase : “No estoy aquí para que asumáis como vuestras mis ideas, sino para enseñaros un método verdadero para juzgar las cosas que os voy a decir. Y las cosas que os voy a decir son una experiencia que es el resultado de un largo pasado de dos mil años”». Sabía que no podía ayudar a nadie si no ponía en movimiento el “yo” de aquellas personas, que no era suficiente con lo que él decía, que no bastaba ni siquiera su testimonio: era consciente de que sólo podía ayudar ofreciendo un método para que sus estudiantes pudiesen juzgar todas lo que él decía. Es decir, desde el inicio don Giussani desafía el corazón de aquéllos que el Señor le pone delante. Es la exaltación de la persona».
Es un reto que se dirige al corazón, a la experiencia de lo humano en el ámbito de la escuela y en la vida entera. Es un método para juzgarlo todo. Está claro que con tus hijos o tus estudiantes no tienes escapatoria, pero basta mirar con lealtad nuestra experiencia para darnos cuenta de que, en el fondo, no existe ninguna relación humana –desde la amistad más estrecha al encuentro más ocasional– ajena a esta dinámica, que no de pie a un reto recíproco para conocer y abrazar la realidad. Toda relación tiene un alcance educativo, en primer lugar, para uno mismo. Educar constituye el entramado mismo de la vida. Un reto propiamente humano.
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