El panel del Jubileo
Blanca entra corriendo en la capilla donde está instalada la muestra “Los rostros de la misericordia”. Hoy es su primer día como guía de la exposición. Cuando se lo propusieron, pensaba que podría hacerlo fácilmente, pero luego, entre hijos, trabajo e imprevistos, el tiempo para estudiarla se redujo a unos minutos antes de acostarse, durante una semana… en fin, no se siente preparada.
Ya es la hora de cenar, hay solo una visitante, inmóvil delante de un panel. Blanca se acerca: «Buenas tardes. Si quiere, puedo explicarle la muestra». La mujer se da la vuelta. Su mirada parece llegar desde lejos, ni siquiera se había dado cuenta de que Blanca estaba allí: «Vale». «Veo que se había parado delante del panel del Jubileo. Partamos desde aquí». Cuando le explica que la celda de las cárceles se ha convertido en Puerta Santa durante este Año de la Misericordia, la señora la interrumpe: «Mira, de verdad no consigo entender esta palabra: misericordia. Es un momento muy difícil para mí…». Blanca deja a un lado la explicación y le pregunta por qué. «Mi marido está enfermo de Parkinson, inmóvil en la cama, ha perdido su dignidad, él que siempre ha sido un hombre tan bueno. No sé por qué el Señor permite situaciones tan dolorosas. ¿Qué sentido tiene? Esto es lo que me aterra».
Blanca se acuerda del rostro de su amiga Lucía, enferma de ELA, con esos ojos tan vivos. «Comprendo su dolor, este año mi hermana ha luchado contra un cáncer. Pero antes de la enfermedad, ¿cómo era vuestra vida?». A la señora se le iluminan los ojos: «¡Bellísima! Conocí a Antonio con 16 años, fue mi primer amor y el único. Nunca nos faltó trabajo y también los hijos siempre han sido buenos…». «¿Lo ves? ¡Cuántas cosas bellas! Me lo estás contando tú, lo amada que has sido. Párate un segundo y piensa en ello. No quisiera ser indiscreta hablándote de tú, pero te siento tan cercana…». «No te preocupes. No me había presentado. Me llamo Luisa. Tienes razón en todo, pero sigo sin comprenderlo».
Blanca se calla durante unos segundos, luego cobra valor y le dice: «¿Por qué te casaste con Antonio delante de Dios y has seguido amándolo durante toda tu vida? ¿Por qué has querido dar a tus hijos una educación cristiana? Quizás porque dentro de ti has percibido siempre que Cristo es la única verdadera alegría, aquello por lo que merece la pena vivir. Incluso inconscientemente, nosotros le buscamos a Él. Antonio se está preparando para alcanzar aquello que deseamos todos los días: encontrarnos con Jesús». Silencio. «¿Qué le he dicho? Ni siquiera la conozco…», son los pensamientos que le asaltan a Blanca. Y en cambio, Luisa: «¿Cómo puedes tener una fe así?». «Yo soy como tú. Dudo. Mi fe se tambalea y necesita ser renovada todos los días. La verdadera gracia de la vida es tener unos amigos que no me dejan tranquila y me lo recuerdan. ¿Sabes? Iré con ellos a peregrinar a Loreto y…». Luisa la interrumpe: «Yo soy muy devota de la Virgen de Loreto». «¿Por qué no te vienes?». El rostro se le entristece. «Me gustaría pero no puedo. No puedo andar mucho». «Pues entonces paso a verte uno de estos días para que me dejes tus intenciones, así las llevo yo a la Virgen». «Gracias. Pedid por mi Antonio, para que no tenga que sufrir mucho. Llevaba meses sin salir de casa, pero cuando me hablaron de esta exposición pensé que debía venir a verla…». Se despiden con un abrazo.
Unos días después, Blanca llama a su amiga Benedetta: «Sé que conoces a Luisa. Me gustaría ir a verla, ¿qué te parece?». «Se lo pregunto». Y al rato: «Dice que vayas. Su marido y ella ya te estaban esperando».
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