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Huellas N.10, Noviembre 2016

IGLESIA

En el corazón de la prueba

Maurizio Vitali

«No he sido llamado por mi persona sino por mi país». Dieudonné Nzapalainga, el más joven de los nuevos cardenales, narra su vida (sin escolta) en la República Centroafricana. La vocación, la guerra, el imán que vivió en su casa… El camino del perdón. Y por qué él no tiene miedo

El sábado 19 de noviembre, víspera de la clausura del Año de la Misericordia, el Papa celebra un Consistorio para el nombramiento de 17 nuevos cardenales. Proceden de once países repartidos por todos los continentes. Algo que –ha afirmado el Pontífice– «expresa la universalidad de la Iglesia, que anuncia y testimonia la Buena Noticia de la Misericordia de Dios en cada rincón de la tierra». Del nuncio apostólico en Siria al anciano y heroico sacerdote de Albania, de los prelados estadounidenses a los pastores de países pobres y atormentados, si existe un hilo rojo que une a todos estos nuevos cardenales es el testimonio misionero en las distintas periferias existenciales. Los más ancianos rozan los noventa años: reciben la púrpura por su testimonio, no por una estrategia de futuro. El más joven es un león de África de 49 años. Su nombre es Dieudonné Nzapalainga y es arzobispo de Bangui, capital de la República Centroafricana. Francisco inauguró el Año Santo abriendo la puerta de su catedral, hace un año. Un león, sí, y no es una forma de hablar. Define su estatura humana y de fe. En medio de una guerra civil feroz, que además se presenta, sin serlo, como una guerra de religión, va a visitar los barrios más peligrosos donde solo los soldados y los rebeldes se atreven a entrar. Ellos armados hasta los dientes, él sin chaleco antibalas ni escolta. Acude allí para encontrarse con la gente, los pobres, los niños, los refugiados, las viudas y los enfermos. A los cristianos, musulmanes y animistas les pide que dejen de odiarse. Indica el perdón como única salida posible para que la persona recobre su dignidad y para que se haga realidad la reconciliación del país.

Eminencia, ¿cuál fue su primera reacción al saber que el Papa Francisco le nombraba cardenal de la Santa Iglesia Romana?
Cuando recibí la comunicación, me sentí confuso, un tanto cohibido. Pero inmediatamente pensé en la gente de Bangui y tuve claro que no he sido llamado por mi persona sino por mi país, por el pueblo africano. Sentí una inmensa gratitud a Dios y al Santo Padre, y al mismo tiempo un profundo sentimiento de humildad, teniendo en cuenta que primero Francisco vino a la República Centroafricana para visitar a una Iglesia pobre que vive una situación muy difícil, en medio de pruebas y sufrimientos; y hoy, de nuevo, porque llama a uno de los pobres hijos de esta Iglesia para estar a su lado y promover el perdón y la reconciliación.

Vive usted en un país paupérrimo, la renta media es de un euro al día. Usted mismo nació en una familia numerosa y muy pobre.
Paupérrima, éramos 14 hermanos y hermanas. Mi padre era católico y mi madre protestante.

¿Qué es para usted la pobreza?
La conciencia de que el Señor ha tenido piedad de mí, de la poca cosa que soy. Saliendo a mi encuentro, dándome la vocación sacerdotal, hasta convertirme en cardenal. No puedo ser otra cosa que portavoz de los pobres, sabiendo que hay una pobreza material y también otra espiritual.

¿Cómo surgió su vocación?
Conocí a un sacerdote europeo espiritano (de la Congregación del Espíritu Santo, de la que también forma parte el cardenal,ndr). Él venía a nuestro barrio, jugaba con nosotros, comía con nosotros, en una palabra compartía nuestra vida. Yo pensaba: un europeo que está conmigo, ¡extraordinario!

¿Qué posibilidad real existe de reconciliación en un país tan golpeado por la pobreza y la violencia?
Después de un periodo de divisiones y enfrentamientos, el Papa Francisco vino a abrir la puerta santa de nuestra catedral para inaugurar el Jubileo de la Misericordia. Aquel día la gente llenó las calles de la ciudad, las oficinas y los comercios cerraron, todo era una explosión de alegría y un estallido festivo de bocinas. Yo veía todos esos rostros de gente feliz, contenta, que exclamaba«¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios!». Gente atenazada por la pobreza y la violencia que esperaba una palabra de paz y felicidad.

La visita del Papa y el Año de la Misericordia, en su opinión, ¿han incidido en la situación de su pueblo?
Sin duda. La visita del Papa es un punto de no retorno en nuestra historia. Vino a vernos y no le frenó el clima de violencia, el caos y el peligro. Francisco arriesgó. Arriesgó como hombre de fe, y vino para estar con nosotros. Y así consiguió tocar el corazón de todos. La gente se encontraba delante de un hombre feliz, que sencillamente nos decía: vengo a estar con vosotros y no tengo miedo. Entre esa gente había también muchos, muchos musulmanes.

Esto a nivel de los corazones y de las conciencias. ¿Y en el ámbito social y político?
Francisco testimonió públicamente, delante de todos, que juntos, y solo juntos, es posible perseguir la paz y construir el país. Dio un sentido a nuestro ser centroafricanos. Él mostró que existe un terreno común para que los distintos bandos implicados puedan encontrarse, dialogar y trabajar juntos por la reconciliación nacional.

¿El mensaje ha sido recibido o se esfumó después de la comprensible emoción inicial?
Los jóvenes sobre todo han percibido que las barricadas podían caer, que los muros podían ser derribados.

Eminencia, se dice que usted transita mucho por la ciudad para encontrarse con gente de todo tipo y en todas las situaciones, ¿es cierto?
Sí, claro.

¿Va con escolta?
No, no, ¿bromea? Voy andando y, si voy lejos, en coche. A veces conduzco yo mismo.

Perdone una pregunta directa y un poco banal, pero… ¿no tiene miedo?
(Carcajada) Siempre he concebido el martirio como algo connatural al propio ser cristiano. Mire, si tuviera que pasarme algo me sentiría por las calles de Bangui como si siguiera en Jerusalén el camino que llevó a la muerte a Jesús. ¿Miedo? Bueno… De todas formas, el perdón y la reconciliación son más fuertes que el miedo. Porque son la manera de estar de Cristo.

Entonces, ¿usted también frecuenta asiduamente el famoso “Kilómetro 5”, el barrio musulmán donde se producen episodios de violencia sistemáticamente?
Voy a menudo para visitar a muchos hermanos y hermanas musulmanes, y decirles que tenemos que encontrarnos, trabajar por el retorno de la paz, la justicia y la reconciliación. Eso exige que aceptemos enterrar nuestras hachas de guerra y oponernos juntos a los extremismos de uno y otro bando.

A principios de octubre, precisamente en el Kilómetro 5, hubo conflictos y homicidios después del asesinato de un general del ejército, el comandante Marcel Mombek. Este hecho elevó la tensión hasta el extremo. ¿Todavía vuelve usted por allí?
Mire, unos días después del asesinato, el 13 de octubre, guie una marcha por la paz en ese barrio.

¿Y cómo fue?
Con una multitud exultante, caminamos invitando a dialogar y a acabar con el miedo. Le cuento dos anécdotas que me llamaron especialmente la atención. En un momento dado una cabra se puso en la cabeza de la manifestación, marchando silenciosamente con nosotros. Se convirtió en nuestra mascota. Más aún, en el signo de que hasta los animales están por la paz entre los hombres en la República Centroafricana... Luego me paré junto a un grupo de jóvenes y estuve hablando con ellos de paz y de perdón. Entraron en su casa y al salir me entregaron a un joven que, no me cabe duda, tenían prisionero con la intención de ajusticiarlo.

¿Y después? ¿Ha podido hablar con todos, públicamente?
Sí, sin problemas. Subrayando que nosotros los cristianos hemos cantado junto a los musulmanes el himno nacional para mostrar al mundo entero que todos somos centroafricanos. Ya se trate de musulmanes, católicos, protestantes, animistas, todos somos centroafricanos.

¿Cuál fue la reacción?
La gente lo aprobaba agradecida, exclamando repetidamente: «Allah akbar», Dios es grande. Luego seguí diciendo que nadie podrá construir nuestro país en nuestro lugar. Que para nosotros ha llegado el momento de amar. Por eso he pedido que desterremos de nosotros el odio y la cólera.

El enfrentamiento entre los Seleka y los anti-Balaka, ¿no es una terrible guerra de religión entre musulmanes y cristianos?
No. Es una guerra política. Las autoridades religiosas cristianas y musulmanas siempre han alertado ante el hecho de que ni los Seleka luchan por Mahoma ni los anti-Balaka combaten en nombre de Jesús, sino que lo hacen por sus propios intereses. Los anti-Balaka se definen como cristianos, pero en realidad no lo son y utilizan el nombre de Dios como escudo. Un cristiano no mata por su religión y el cristianismo enseña a perdonar.

¿Qué significa para usted vivir la fe en un contexto tan atormentado?
Confiar siempre en Dios, especialmente en el corazón de la prueba, y tener el don de una fuerza interior para estar ante las situaciones más absurdas e inhumanas, y –cómo lo diría– poder superarlas. Significa recordar continuamente que Cristo en la cruz dijo: «Padre, perdónalos». Encendió así una antorcha en la brutal oscuridad del mundo. La lógica del perdón es la única que puede romper la cadena de la violencia. Y nosotros sabemos con certeza que el Señor es fiel.

¿Es verdad que el imán de Bangui, Oumar Kobine Layama, vive en su casa?
Estuvo durante cinco meses. Se encontraba con la necesidad de un alojamiento seguro y tranquilo, porque donde vivía era demasiado peligroso, así que le di las llaves de casa. Ya éramos muy amigos antes, juntos hemos puesto en marcha muchas iniciativas a favor de la paz, y ahora lo somos todavía más. Vivir juntos nos ha permitido poner a prueba lo que ambos creemos, es decir, que la religión une a los hombres, no les deja solos, les sostiene en su comunidad y les hace amantes y custodios de la vida.

Usted lleva años defendiendo activamente en la vida pública una empresa increíble, como es afirmar el diálogo y la pacificación para superar la feroz violencia dominante. ¿Qué es para usted la esperanza?
Es dirigir la mirada a Cristo. Para Dios nada es imposible. Pero Dios no hace nada sin nosotros, sin contar con nuestra libertad. Para vencer el miedo, solo debemos responder a la llamada del Señor y vivir en comunión con él y con nuestros hermanos.

¿Qué mensaje le gustaría enviar a sus hermanos cristianos europeos? ¿Qué les pediría?
La oración. Es decir, la conciencia de que Dios es todo y que sin él el hombre no es nada. Esta es la raíz de nuestra unidad como hermanos y hermanas.

Una última pregunta. ¿Qué significa para usted y para su gente, un año después, la visita del Papa?
Sencillamente esto (que se lee al inicio de la primera carta de san Juan, ndr): «Lo que hemos oído, lo que han visto nuestros ojos, lo que hemos mirado y nuestras manos han tocado...», la presencia del Señor que ha venido a visitarnos, a abrir la puerta y decirnos: ¡entrad!


TODOS LOS NOMBRES DEL CONSISTORIO
En el Consistorio del 19 de noviembre, el Papa Francisco nombra a 17 nuevos cardenales. Además del arzobispo de Bangui, son creados: Mario Zenari (Siria); Carlos Osoro Sierra (España); Sérgio da Rocha (Brasil); Blase J. Cupich (EEUU), Patrick D’Rozario (Bangladesh); Baltazar Enrique Porras Cardozo (Venezuela); Jozef de Kesel (Bélgica); Maurice Piat (Isla Mauricio); Kevin Joseph Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; Carlos Aguilar Retes (México); John Ribat (Papúa Nueva Guinea); Joseph William Tobin (EEUU).

A los miembros del colegio cardenalicio, el Papa ha querido añadir a: Anthony Soter Fernandez, arzobispo emérito de Kuala Lumpur (Malasia); Renato Corti, obispo emérito de Novara; Sebastian Koto Khoarai, obispo emérito de Mohale’s Hoel (Lesoto); y el padre Ernest Simoni, presbítero de la Archidiócesis de Shkodrë-Pult (Albania), que cumplió 18 años de trabajos forzados bajo el régimen. Los nuevos cardenales, según ha explicado el Papa, «representan a muchos obispos y sacerdotes que en toda la Iglesia edifican al Pueblo de Dios, anunciando el amor misericordioso de Dios en la atención cotidiana del rebaño del Señor y en la confesión de la fe».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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