El amor por los pobres. La iglesia. Luego el poder, hasta llegar a la crisis actual. La trayectoria del ex presidente (y de su sucesora) vista por CLEUZA RAMOS, que compartió con él los comienzos del compromiso político, antes de tomar otro camino…
«El problema es haber sustituido a Cristo por los pobres. Luego a los pobres por el poder. Y por último, el poder por la corrupción». Cleuza lo dice con dolor mientras contempla la parábola de Luiz Inácio da Silva (para el mundo, Lula), el antiguo obrero elegido dos veces presidente de Brasil y actualmente implicado en una de las investigaciones judiciales y en una de las crisis políticas más duras de la historia del país. Considerar la vida de Lula, para Cleuza Ramos, responsable de la Asociación de Trabajadores Sin Tierra de São Paulo, implica considerar también su propia trayectoria. Al menos, hasta cierto punto. El mismo amor por los pobres. La misma rebelión ante la injusticia. El mismo vínculo con la Iglesia. «En nombre de Cristo, fundamos el PT», recuerda ahora. El Partido de los Trabajadores, nacido a comienzos de los ochenta, que estuvo en el poder durante los dos mandatos de Lula y toda la etapa de Dilma Rousseff, que ahora se enfrenta a un proceso de acusación y a una crisis política, económica y social que ha arrastrado a todo su pueblo.
Cleuza mira los últimos treinta años, de su propia vida y de su país. Ella empezó muy joven a trabajar con los meminos de rua, los niños de la calle, luego vino la política, la lucha social y en 1986 el nacimiento de la asociación, que hoy es una realidad de pueblo con más de cien mil personas que se acompañan para conseguir una casa, asistencia sanitaria, la posibilidad de estudiar. En 2008 confió todo esto en manos de Julián Carrón, después de conocer a CL. «Me doy cuenta de que el camino que estamos haciendo en estos años, siguiendo a Carrón, es realmente cierto», comenta. «Año tras año, voy comprobando que solo Cristo basta. Cualquier otro camino que tomes, cualquier otra senda que recorras, te lleva a lo que le ha pasado a Lula». Aquel chaval, que a los doce años trabajaba como limpiabotas y que se trasladó desde el Estado de Pernambuco, con su madre y siete hermanos, para vivir en el almacén de un bar de São Paulo, luego fue obrero, sindicalista, líder político, uno de los promotores de la campaña por el voto popular directo para elegir al presidente. Hasta ser elegido él mismo presidente.
Hoy está implicado en la investigación judicial Lava Jato sobre la corrupción en la política brasileña. Pero eso es tan solo una consecuencia. El problema es por qué el impulso ideal que anima al hombre se pierde a lo largo del camino. O bien, por qué crece.
Compartiste con Lula alguna etapa de su compromiso y lucha social. ¿Cómo te implicaste en la política?
De joven, yo ni siquiera sabía qué era la política, porque en mi casa estaba prohibido hablar de eso. Mis abuelos y bisabuelos fueron políticos militantes y los mataron, en los años en que o estabas de parte del poder o estabas muerto. Por tanto, en mi familia estaba tajantemente vetado cualquier diálogo sobre el tema. Me casé con 16 años. Mi marido me daba el número del candidato y yo iba y le votaba. Pero no se hablaba para nada de las razones del voto…
¿Qué pasó entonces?
Mi marido y yo empezamos a ir a la iglesia. Yo nací “en” la Iglesia, siempre he sido católica, pero en un momento dado empezamos a participar en un grupo de parejas católicas que se dedicaban a la labor con los pobres. Allí conocí a Lula. Era el año 1978-79. Daba las charlas, era muy persuasivo. Hablaba de los derechos de los más pobres y siempre establecía el nexo entre Cristo y los pobres. Esto me llamó muchísimo la atención.
Luego llegó tu implicación política…
Seguí a Lula paso a paso. En aquellos años él pertenecía al sindicato metalúrgico. Era carismático, enseguida le siguió mucha gente, y siempre iba acompañado de sacerdotes y algún obispo. En 1980 empezamos a pensar en formar un partido político. Por mi historia familiar a mí me horrorizaba la política, pero me impliqué porque no lo concebía como un partido como los demás: era el Partido de los Trabajadores. En nombre de Cristo, lo fundamos. Con la oposición de los ricos, porque decían que era un partido comunista que quería quitarles a ellos para dar a los pobres. Yo participaba activamente, pero a escondidas de mi marido, que era empresario. Para él, el PT era el demonio. Sin embargo yo, que ya había trabajado con los niños de la calle, era muy consciente de la injusticia social y veía en Lula la esperanza. Aquello empezó a implicar mi vida entera.
¿En qué sentido?
Mi único interés eran ya los pobres. Nada más me interesaba.
¿Ya no vivíais una pertenencia a la Iglesia?
En absoluto. Cuando el partido empezó a crecer, la Iglesia la dejamos “atrás”.
Concretamente, ¿qué quería decir eso?
Tomar otros caminos, usar métodos equivocados: huelgas, violencia. Hacíamos cursos de formación para la guerrilla. Todo estaba permitido con tal de sacar a los pobres de la calle. Luego los jefes apostaron por mí porque era la más lanzada y cuando hablaba convencía a la gente. Y así me encontré con que tenía que tomar decisiones.
¿Cuáles?
Separarme de mi marido, que no compartía lo que yo hacía. Y marcharme a vivir a la favela. Mis padres lloraban, pues temían que pudieran matarme. Estaba implicada hasta los tuétanos. En 1988 resultó elegida nuestra candidata a la alcaldía de São Paulo, Luiza Erundina. Entonces nos propusieron ir a trabajar con ella a Marcos Zerbini (su actual marido y diputado del Estado paulista; ndr.) y a mí. Yo estaba entusiasmada porque estaba al frente de un departamento del Municipio donde podía hacer mucho. Pero pronto empezamos a ver cosas que no nos parecían bien. Por ejemplo, las casas construidas para los pobres se blindaban para que no las ocuparan. Les decíamos: «Esto es un error, nosotros hemos aprendido a conquistar la tierra para la gente, no a proteger las casas». Sin embargo, las tenían “paradas” para utilizarlas en las elecciones siguientes a cambio de votos. Tampoco nos gustaba ver cómo la gente recibía un salario sin trabajar. En un momento dado fuimos a decirle a Lula: «Este no es el partido que habíamos creado».
¿Y qué hizo?
Nos respondió: «Se os paga para ejecutar, no para pensar. Eso lo hago yo». Así que lo dejamos. El partido había pasado a ser igual que todos los demás. No fue fácil porque hubo varias formas de persecución, incluso nos amenazaron. Y continuaron después, de otro modo, obstaculizando nuestro trabajo en la asociación.
¿Qué aprendiste de todo esto?
Ahora comprendo claramente, gracias al camino que estoy haciendo, que el problema fue haber sustituido a Cristo por los pobres. Luego a los pobres por el poder. Y de ahí, la corrupción que estamos viendo: el “fin” de todos los que están implicados en este sistema. Y de todos los proyectos sociales que no se han preocupado de hacer de cada persona un protagonista, sino de mantenerlo en la dependencia.
Por aquel entonces no lo veías tan claro como ahora, ¿qué es lo que ha marcado la diferencia?
Salí del partido en 1991 y estuve diez años en una búsqueda continua. Iba a misa, pero de todas formas Cristo no tenía gran importancia. Los pobres seguían siendo lo más importante para mí. En 2002, la asociación era ya muy grande, habíamos construido miles de casas. Pero yo seguía buscando, aunque no sabía el qué. El caso es que ya no sentía satisfacción por ayudar, había perdido mi afecto por Marcos, ya nada me importaba. Tomé antidepresivos durante cinco años. No había ninguna otra causa… nada me daba alegría. Cuando logramos tener una escuela, todos lo celebraron pero yo decía: «Nos faltan otras cien». Por fin tuvimos una guardería y yo lloraba, porque no era suficiente. Siempre estaba triste por todo lo que me faltaba. Quería viajar y, cuando llegaba a algún lugar, quería volver a casa. Quería cambiar de coche y, cuando lo tenía, ya no veía la necesidad de tenerlo. Incluso todos los amigos que me rodeaban me pesaban…
¿Qué pasó entonces?
En ese momento de gran confusión, conocí CL. Me llamaban mucho la atención ciertas cosas que oía: respondían a las preguntas que llevaba dentro. Empecé a ir a la Escuela de comunidad, aunque no sabía lo que era. Pero iba, porque sentía que allí había algo para mí. Recuerdo la primera vez que vino Julián Carrón a Brasil. Yo ni siquiera sabía que el movimiento tenía un jefe. Al oírle hablar sentí una sacudida y fui a decírselo al terminar el encuentro, al pie del escenario. No nos conocíamos, pero él me invitó a cenar. Le dije: «¿Por qué yo? Me han dicho que tienes muchos compromisos…». Respondió: «Es la pregunta de Mateo a Cristo, ¿tú conoces la Vocación de san Mateo?». «No». «Entonces te lo explico todo en la cena…». Ese fue mi encuentro con el movimiento. Así, paso a paso, siguiendo a Carrón, comprendí por qué me casé a los dieciséis años, por qué me separé, por qué entré en el partido, por qué me apasioné por los pobres. Y por qué me apasiona tanto Cristo. Soy muy privilegiada.
¿Por qué?
Porque he recorrido un camino mediante el cual he comprendido que solo Cristo corresponde al deseo que llevo en el corazón. No hablo con Lula desde 1991, pero creo que haría lo que fuera posible por volver al ’78, cuando Cristo era el centro de su interés. Lo creo al ver su tormento y cómo lo ha perdido todo. Ahora aquí, en Brasil, hay una crisis enorme, mucha gente está desesperada por la falta de trabajo, por la inflación… Ha habido muchas manifestaciones en la calle para echar a Dilma. Nunca he participado en ellas. Dilma caerá, pero la gente seguirá estando triste igualmente. No es esto lo que cambiará sus vidas.
¿Todavía confías en la política?
Amo la política. Pero creo que la política está hecha de hombres y mujeres. Y que uno se pierde cuando Cristo deja de ser el centro, cuando se espera que el cambio de la vida venga de otra cosa. He visto muchos cambios: he visto a un obrero convertido en presidente, he visto a miles de personas que no tenían casa y ahora la tienen, o que tienen hijos que van a la universidad. Algo que antes era impensable. Pero nada de esto les hará felices. Lo sé porque para mí era así. Antes todo era motivo para estar triste. Ahora doy gracias por cada cosa que pasa en mi vida. Porque el camino de la fe te hace abrazar toda la realidad que se te da, porque en la realidad habita la presencia de Cristo.
¿Pero cómo cambia eso tu compromiso y, concretamente, tu relación con la política?
Yo ya no amo a “los pobres”. Yo amo a la persona. Hoy no necesito construir casas, sino que cada persona tenga una casa: José, Sebastiana, Marta... La pobreza es mucho más grande y no tiene rostro: la persona tiene rostro. Gracias al movimiento, he aprendido que no soy responsable de resolver el problema de la pobreza. Soy responsable de decir mi sí a Dios cada día.
¿Qué te ayuda a vivir a Cristo como centro de tu vida?
Mis amigos. Sola no sería capaz. La compañía de los amigos, la Escuela de comunidad, el camino de la Fraternidad, mirar a Carrón, seguirle. Es facilísimo decaer. Lo es para todos, para mí más porque en este momento tengo mucho poder, por mi responsabilidad en la asociación, y puedo “usar” a Cristo para hacer una cosa u otra. Por eso necesito seguir, para vivir la certeza de que Cristo basta y que Él cuida de todo. Dios siempre me ha cuidado, por eso no me he perdido. Más aún, he tenido un encuentro verdadero, que ha dado un nuevo sentido a mi vida. Y he aprendido que o buscamos a Cristo o no buscamos nada.
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