Una exposición puesta en marcha por unos amigos argentinos se convierte en punto de encuentro entre ex guerrilleros y seguidores del régimen. Y luego, la caridad creativa en Venezuela, la novedad de Cuba… La vida del movimiento en América Latina hoy, después de los cuatro viajes del Papa. «¿Basta un abrazo para cambiar el mundo?»
Es un continente totalmente herido. Atravesado por la caída de los sistemas socialistas en países que esperan un rescate, casi todos encajonados entre un pasado violento y un presente haciendo cola para la comida, y en medio narcotráfico, desequilibrios, inercias. Tal vez por eso en América Latina es más fácil admitir que sin la misericordia no se vive. Sencillamente, porque nada más está a la altura de la situación.
«La única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios». Es una frase del Papa Francisco que vuelve muchas veces durante el ARAL, la Asamblea de responsables de las comunidades de CL en Sudamérica, celebrada en Sao Paulo los mismos días en que la ciudad se preparaba para la manifestación que sacaría a la calle a un millón de personas contra la corrupción política después del escándalo de Petrobras, en un Brasil doblegado por la crisis económica.
La Asamblea es un encuentro de tres días con Julián Carrón y casi doscientas cincuenta personas, llegadas desde las comunidades del movimiento repartidas por el continente y con vidas sociales a menudo atormentadas. La cuestión es que estos lugares han sido alcanzados por el abrazo de Francisco, en cuatro viajes con los que ha querido visitar América Latina desde que es Papa. El abrazo es esa «debilidad omnipotente del amor divino», que «encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena», como dijo en México a mediados de febrero: «la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia».
«¿Pero con este abrazo basta?». La pregunta surgió de Alejandre Mayo, responsable de la comunidad cubana, por el impacto que sintió al mirar cómo se movía Francisco en La Habana el pasado mes de septiembre. «Como tercer Papa que venía a nuestra tierra, esperábamos que dijera: ¡basta ya!». Esperaban que hiciera justicia. En cambio llegó y dijo que la historia la cambia «un juego de miradas», como le pasó a Mateo delante de Jesús. Llegó y saludó a Castro. Un escándalo para muchos. «Lo primero que pensé es que se estaba equivocando en todo», continúa Alejandre que, como su mujer, se quedó muy descolocado. «Su sabiduría no viene de un esquema, no se enfrenta, abraza. No comunica la verdad “a secas”». Por eso a algunos les puede parecer ambiguo.
Jesús y la adúltera. «Si nosotros reducimos todo eso al modo de actuar de Francisco», dice Carrón, «nos defendemos de la conversión». En cambio se nos da este testigo que es el Papa, «el Misterio nos da esta posibilidad: ¿cómo mira él a los hombres? ¿Por qué insiste tanto, sobre todas las cosas, en la misericordia?». Fuera de estas preguntas uno se queda anti-castrista en un rincón mientras la historia sigue adelante. «El enfrentamiento nunca ha cambiado nada. Ni siquiera por agotamiento», continúa Carrón. «Yo no sé qué pasará, pero hay hechos que abren procesos nuevos». Basta pensar en el fin del embargo o en el Partido comunista llevando a sus jóvenes a escuchar al Papa.
Unos meses después de la visita, Alejandre mira la relación con su padre: «Es comunista y yo nunca he hablado con él de la situación, ni de mi fe. En cambio ahora siento que quiero hacerlo. Ha cambiado mi mirada hacia quien es simpatizante del gobierno y piensa de un modo distinto a mí». Cada año, después de los tres días de Asamblea en Sao Paulo, siempre le asaltaba el malestar al pensar en volver a casa. «Pero ahora estoy contento, me falta Cuba. No porque sea mi patria. Espero a Cuba porque espero a Cristo. Y ese es el lugar que Él ha elegido para mí».
En un México golpeado por el narcotráfico y la violencia, el Papa estuvo más de veinte minutos delante de la Virgen de Guadalupe. «Nos ha mostrado la manera de entrar en la vida entera», dice Oliverio González, responsable de la comunidad mexicana. En su país el Papa habló de la familia y ofreció a todos el testimonio de una joven madre y una pareja de divorciados. «Mientras nosotros pensamos en la familia perfecta, él volvió a poner en el centro a Cristo».
En el escenario se proyecta un video que repasa los viajes de Francisco por varios países. Entre los discursos de Paraguay, se ha elegido un párrafo dedicado a las mujeres y a las madres «que, con gran valor y abnegación, han sabido levantar un país derrotado». Y añade el Papa: «Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América». Parecería nada, en medio de tantas cosas importantes. «Pero él, con esa frase, estaba diciendo algo muy potente», explica Julián de la Morena, responsable del movimiento en Sudamérica. La Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) fue el conflicto más atroz de la historia latinoamericana, un genocidio para el pueblo paraguayo: fueron exterminados los hombres, pero también los muchachos varones que tuvieron que ir a combatir al final. Sobrevivió aproximadamente un hombre por cada siete mujeres. Y muchas de ellas se prestaron a unirse a los pocos hombres que quedaron, mutilados, para dar hijos al pueblo. «Para el mundo, aquellas mujeres no estaban precisamente “en regla”. Para el Papa son las más gloriosas de América». Es exactamente el Cartel de Pascua, Jesús y la adúltera en la catedral de Chartres, que desde el escenario sirve de trasfondo a estos tres días de encuentros y asambleas. Está la violencia del fariseo que tira del brazo de la mujer y le echa en cara su pecado. Y está el gesto de Cristo, que escribe con el dedo en la arena. «Pocas palabras, con las que introduce en el mundo un juicio nuevo. Revolucionario». Una mirada nunca vista. «Todo estaba claro, aquella mujer debía ser condenada», continúa De la Morena. «En cambio aquel hombre agachado sobre la arena nos da una conciencia que nace de la misericordia. Un criterio distinto, por el que todos somos rescatados. Porque nosotros somos aquella mujer».
La tarea. «¡Este amor es lo que cambia la vida!», dirá Carrón en la Asamblea. «Sin la misericordia no podemos entrar en un mundo lleno de personas heridas: nuestros hijos, los amigos, los más alejados. Nosotros mismos». La cuestión no es “adaptarse a los tiempos”, ni mucho menos si el Papa cede o no ante Castro, «sino que tal vez debamos llegar hasta aquí para entender qué es la verdad». Aprender de nuevo, insiste Carrón, «¡qué es el cristianismo! ¡Qué es el movimiento!». El encuentro con el carisma que con cada uno de los que están aquí, en la Asamblea, ha tenido la fuerza de cambiarle la vida, de reconciliarle con su propia historia. «Pero se puede estar en el movimiento desde hace muchos años, hacerlo todo, y no tener el sentido del Misterio. No mirarse a sí mismo ni a la realidad como Misterio». De esto depende la claridad sobre la propia tarea en el mundo, sobre «qué es el testimonio». Todo pende de la libertad y hay que dar tiempo para que la verdad trabaje en el corazón. Sobre todo, hace falta una pregunta tan grande y tan llena de misterio «que solo Cristo sea la respuesta».
Vuelve a nuestros ojos el gesto de Jesús delante de la adúltera. «No podemos imaginar la radicalidad de la lucha que Cristo tuvo que llevar a cabo para cambiar la mentalidad de su tiempo», decía don Giussani. Hablaba precisamente de la raíz de una cultura nueva, que consiste solo «en el acontecimiento de Cristo presente» que llena de sentido cualquier situación, como se ve en las historias personales de los que están aquí y en la vida de las comunidades, hasta las más pequeñas. O mirando a una chica venezolana que clasifica las muchas medicinas que recibe de los muchos amigos de otros países. Y que llora. Han traído para ellos fármacos, dinero, todo lo que podían, sabiendo por lo que están pasando, en esa crisis infinita de un sistema que estalla: la falta de productos, también los básicos, es un drama cotidiano, como lo es también la seguridad (desde 2014 Caracas ha superado por su tasa de homicidios a la ciudad más peligrosa del mundo, San Pedro Sula, en Honduras).
En Argentina, por un grupo de amigos que hizo la exposición sobre el Bicentenario de la independencia para el Meeting de Rímini de 2012, está sucediendo lo impensable. La exposición trataba de profundizar en la verdadera razón que había movido el corazón de los libertadores. Indagaba también en sus diarios y cartas personales, donde se veía que ni siquiera el triunfo de la independencia, la victoria sobre el Imperio español, les hacía sentirse realizados. «Es la desproporción entre aquello por lo que el hombre lucha, una sociedad justa», explica uno de ellos, Aníbal Fornari, «y lo que consigue obtener. La tensión que cada uno vive entre utopía y búsqueda del significado». La exposición nació «como revisión histórica, sin más ambiciones», afirma. Pero luego tomó otro camino. De hecho, Aníbal envió los contenidos de la muestra a Héctor Leis, filósofo, amigo y ex compañero, que vivía en Brasil desde que se exilió por su participación en la lucha armada con los montoneros, durante el régimen militar de Videla, entre 1976 y 1983. «En nuestro trabajo vislumbró algo tan nuevo que, según él, habría sido una ayuda para la reconciliación entre ambas facciones: guerrilleros y represores», cuenta Horacio Morel. Leis estaba buscando un espacio de encuentro y percibió como decisiva la clave de lectura de la exposición: el deseo. «No planteábamos el tema de la dictadura o la reconciliación sino precisamente la necesidad infinita del hombre, de todo hombre, y su intento de colmarla».
Leis, que llevaba tiempo enfermo, murió poco después de haber sido la chispa de una historia imprevisible. De hecho, en poco tiempo, Aníbal, Horacio, Lola y otros amigos empezaron a reunirse con ex montoneros, familiares de los desaparecidos, y aquellos que formaban parte de las tropas militares y paramilitares. «La exposición se convirtió en un punto de encuentro. Y nosotros, en espectadores de algo mucho más grande que nuestros planes».
Una cosa misteriosa. La herida de aquellos años de la dictadura sigue abierta en el corazón de los argentinos, y toda la rabia permanece a flor de piel. Siempre se ha intentado, de diversas maneras, también por parte de la Iglesia, dar espacio a la reconciliación, pero «estamos aprendiendo», dice Horacio, «que el encuentro no nace de la lógica del consenso», de la renuncia de una parte de uno mismo para poder encontrarse con el otro. «La unidad no es un acuerdo: eso es algo político y propio de los hombres. La unidad es comunión. Y es de Dios», añade Carrón. «Tenemos necesidad de Otro». Un “más allá”, que se introdujo gracias a la exposición. Para los amigos argentinos tampoco resultó banal enfrentarse a los represores. «Pero todo cambia al reconocer esa cosa misteriosa que somos, que es cada uno de nosotros», afirma Horacio. «Reconocer el misterio de nuestro ser tan capaces de hacer el mal. Todos. Y de ser incapaces de salir de nuestro mal sin la ayuda de otro».
El camino continúa. La mayor editorial presente en América Latina, la española (y radical) Santillana, ha querido celebrar un encuentro público sobre la exposición y se ha encargado de las publicaciones didácticas, con su trabajo y con los testimonios del diálogo imprevisto que se va abriendo camino. La Conferencia Episcopal de Argentina quiere la exposición en el Congreso eucarístico que se celebrará en octubre. «Y en todo este recorrido», señala Aníbal, «la pregunta que surge siempre es: ¿quién es Giussani?».
«Nosotros somos sus hijos», dice Carrón. «Lo que sucede en Argentina nos habla de nuestra tarea. La actitud crítica no es mirar el límite de lo que tenemos delante sino descubrir su valor. El juicio no es ponerse en un bando ni quedarse quietos. Es una presencia original». Heridas que llevan el peso de décadas solo pueden ser abrazadas en un lugar libre, generado por una experiencia que se vive. La verdad vivida, de la que hablaba Juan Pablo II. «El único origen del carisma es Jesucristo presente. Podemos pasarnos la vida lamentándonos o dando gracias cada vez que algo es insuficiente. ¡Menos mal que es insuficiente! Menos mal que existes, Jesús. Si no, ¿qué sería la vida?».
La aventura. Resuenan las palabras de don Giussani citadas en la presentación de su biografía (ver p. 14). Giussani venía justo aquí, cerca de Sao Paulo, afrontando cada vez la fatiga del viaje aunque se encontrara con poca gente. Pero eso nunca le detuvo. «El que puede hacer en el mundo la Iglesia de Dios es el Espíritu de Cristo», decía. Era cierto, porque en la existencia del movimiento «había una señal», explicaba. «Un cierto encuentro que fijó su mirada en Brasil. Por tanto, seguimos con testarudez –es decir, con fidelidad– un signo». Hablaba de un chico que fue a Italia buscando el movimiento. Una nada, en medio de la inmensidad de Sudamérica. Pero para él la persona lo era todo. Y añadía: «Este es el largo viaje que debemos realizar juntos, esta es la aventura real: el descubrimiento de esa Presencia en nuestra carne y en nuestros huesos, el sumergirse de nuestro ser en esa Presencia –es decir, la santidad–, que también es la verdadera empresa social».
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