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Huellas N.2, Febrero 2016

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

EL ROSARIO CON KAULLA
La amistad con Kaulla empezó hace veinte años, cuando vino a Italia para que su hija pequeña se sometiera a una intervención quirúrgica de corazón y la acogí en mi casa. Kaulla es iraquí, de fe musulmana y vive en Bagdad con el Isis a las puertas, pero no olvida ninguna fiesta cristiana, el cumpleaños de mi hijo o el nombre de mi marido. Se mantiene fiel a la amistad que empezó con todos los avatares de su niña. Enseguida nos hicimos amigas superando las dificultades del idioma (mi pésimo inglés, su nulo italiano), la cultura distinta (me cuesta mucho entender el criterio con el que se pone o se quita el velo), pero una cosa nos une con fuerza: la plena confianza en Dios. El día de la operación me presento en el hospital con mi rosario para rezar juntas, cada una en su forma distinta. En cuanto llego, descubro que ella no puede rezar porque tiene la regla y, según su creencia, es impura. En ese momento podía optar por quedarme en mi comprensible enojo por esa situación absurda o quedarme rezando yo por su hija. Me senté y recé al Dios bueno que nos ama. La operación salió bien y regresaron a Iraq. Al cabo de unos años, debido a otros problemas de salud de la niña, tuvieron que volver, pero no hubo nada que hacer y Esrha falleció. Algunas semanas después, recibo una carta del obispo de Bagdad que me cuenta que dos padres musulmanes han ido a verle para darle las gracias a todos los cristianos por lo que han hecho por su hija y para pedir un consejo acerca de las exequias. Me escribe que este es un gesto increíble por parte de los musulmanes. Yo solo elegí en aquel momento optar por la verdad y quedarme. La gracia de Dios ha hecho todo lo demás.
Mira, Milán

Bachilleres
UN AMIGO MAYOR
Durante las vacaciones de Navidad fuimos tres días a Roma con los chicos de GS. Invité a un amigo mayor, que creció en el conocido barrio Sanitá de Nápoles y ha tenido sus problemas con la justicia, para que me ayudara con los chicos. Cuando estuvo en la cárcel, nunca dejó de escribirnos, mantuvo el contacto y quería que pasara uno días con nosotros. A la vuelta del viaje, nos escribió este mensaje: «Profe, antes de acostarme, quiero daros las gracias por haberme permitido vivir tres días que deseaba desde hace tiempo. Han sido tres días de paz y felicidad, junto a chicos magníficos, que he tratado de cuidar como he podido. Habría dado la vida por ellos, porque uno no se puede quedar indiferente ante vidas jóvenes, con un destino grande. Cuando estuve en la cárcel, en el momento en que me ponía a escribir una carta a una persona querida, me sentía libre, porque mi corazón se acercaba al suyo. Lo mismo me pasa cuando os escribo a vosotros. En estos días me he sentido libre porque estaba con personas que me quieren».
Marcello, Nápoles

UNA PEQUEÑA REVOLUCIÓN
Siempre he creído que nuestra mirada en la calle, en el trabajo, con nuestros amigos, puede trasparentar disponibilidad o manifestar que estamos cerrados en nosotros mismos. No se trata de simpatía, sino de llevar en los ojos una presencia diferente. De ese modo es más fácil que se aproximen a nosotros las preguntas de los demás, las inquietudes y las necesidades de aquellos con los que compartimos nuestro día a día. Con esa expectativa intento moverme en la vida. Una mañana como tantas otras en un pasillo de la clínica donde trabajo iba yo mirando y saludando a todos como suelo hacer mientras me trasladaba de una habitación a otra. Las enfermeras y las limpiadoras estaban haciendo sus tareas, como yo. Una de estas últimas me mira, la saludo, y cuando yo ya había pasado pasillo adelante, oigo que me pregunta: “¿Doctor, qué es el Mal de Alport?”. Tardo unos segundos antes de responder, extrañado por oír semejante pregunta de labios de aquella joven. El Síndrome de Alport es una enfermedad genética que produce sordera y enfermedad grave de los riñones. Y me dice que un hijo suyo de tres años lo tiene y que no oye casi nada. Se está quedando aislado en el colegio, no habla bien, no puede jugar con sus compañeros y no aprende. Necesita un audífono que no puede comprar porque es carísimo y apenas tiene para vivir. Su compañera la mira con tristeza. Yo me marcho pasillo adelante con lágrimas en los ojos. Hemos organizado una pequeña revolución en la que todos en la clínica han tenido la oportunidad de ayudarla. Unos con dinero, bastante dinero, la verdad; otros con propuestas para obtener ayudas públicas; otra persona ha contactado con un comercial de la marca de los audífonos para conseguir un importante descuento. El niño ha comenzado una vida nueva, y sobre todo su madre siente que su corazón está más aliviado; por su hijo, y por haber palpado el cariño de los que cada día aparentemente pasaban por su lado sin reparar en ella. Y es que –he comprobado una vez más–, en nuestros ojos se puede ver si estamos mirándole a Él mientras nos cruzamos con aquellos que ni siquiera conocemos por su nombre.
Manolo, Madrid

San Martín de la Vega
EL ATRIO DE LOS GENTILES
El Señor nos anuncia «un año de gracia» que, en palabras del profeta, significa llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a los prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver porque se ha replegado sobre sí mismo, volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. Leyendo estas palabras del Papa Francisco en la Bula de convocación del Año de la Misericordia, mi corazón salta de alegría al identificar un lugar donde esta experiencia se me hace real y cercana. Se trata de un café matutino. Desde hace unos cuatro años, todas las mañanas, de lunes a viernes, unos amigos nos tomamos un café juntos después de dejar a los niños en el colegio. En este tiempo algunos tuvimos la experiencia del encuentro con Cristo. ¡Nunca imaginé que me pudiese suceder! Y sin embargo me ha cautivado, enamorado y transformado. Cuando nos veíamos comentábamos lo que nos estaba pasando, el Hecho más maravilloso y excepcional que le pueda tocar a un ser humano: que exista la respuesta al deseo que nos constituye y que salga a nuestro encuentro a través de personas concretas, con nombre y apellidos. Recuerdo que en esos orígenes había una pareja de ateos que se interesaron por nuestra conversión y que siguen interesándose por lo que vamos viviendo en la parroquia. Mientras tanto, los días iban pasando y ese café se convertía en un trasiego de gente que pasaba a saludarnos, se sentaba, nos iba conociendo, compartía sus inquietudes y preocupaciones. Un día, una chica que desayunaba en la mesa de al lado y que nos iba escuchando todos los días giró su silla para unirse a nosotros. Mi corazón vibraba mirándola. Sentía un interés hacia su destino que me conmovía: «¿Pero cómo puedo querer a esta persona si apenas la conozco? También me daba cuenta de que ese café me estaba ocupando una cantidad de tiempo considerable, pero algo en mi interior me decía que era lo mejor que podía hacer. Fue entonces cuando tomamos conciencia de que allí acontecía el cristianismo. El Espíritu Santo nos donaba un lugar para dar testimonio de lo que nos había cambiado la vida y ese lugar era una especie de «atrio de los gentiles», ese lugar donde Jesucristo pasó gran parte de su tiempo hablando con gente de todo tipo. Es un lugar donde uno se ve acompañado, acogido y consolado. Solemos decir que se está tan bien allí que “también se puede estar mal”. En definitiva, vamos creciendo en la certeza de nuestra experiencia a la vez que acompañamos a otros. Por otro lado, la gente del pueblo ya nos conoce y entonces se cumple lo que dice el Evangelio: algunos vienen a desayunar con nosotros atraídos por la obra de Dios en nuestras vidas; otros se han cambiado de bar porque no pueden tolerar la luz del Resucitado. ¡Es impresionante! Realmente no se puede permanecer indiferente ante una Presencia que perturba. Yo antes me preguntaba qué podía hacer para cambiar el mundo. Ahora, sé que no tengo que hacer nada distinto, solo dejarme renovar y moldear por la presencia del Señor. Cambiando yo, todo cambia. Y viviendo las simples cosas cotidianas con Cristo en la mirada, estas se convierten en extraordinarias.
Mari Luz, Madrid

PASANDO POR LA PUERTA SANTA
Querido Julián: Todo empezó cuando nos reclamaste a prestar atención al cambio cultural que conlleva el drama de los refugiados. Parecía que los 25 chicos, entre 18 y 25 años, hospedados en un centro de nuestro ayuntamiento estuvieran esperándonos. Todos tienen historias terribles a sus espaldas y un futuro totalmente incierto. Empezamos con una ayuda muy discreta, enseñándoles la lengua italiana e introduciéndolos en la vida cotidiana, con vista a que puedan quedarse en nuestra tierra. Nos repartimos en pequeños grupos para cuidar una relación lo más personal posible. Tenemos muy claro, y también ellos, que no podemos ofrecerles ninguna garantía para resolver los miles de problemas concretos que tienen, pero sí una compañía cariñosa y gratuita. Una amistad gratuita es un bien para todos. Fue particularmente significativo lo que pasó en una excursión que hicimos en el Centro de la ciudad de Como. Delante de la puerta santa del Duomo, quisimos explicarles el significado del Jubileo de la Misericordia, querido por el Papa Francisco. Ellos, tanto los paquistaníes como los africanos, son todos musulmanes, pero nadie rechazó la invitación a pasar por la puerta del Duomo «para lavar todos nuestros pecados». Y después, algunos empezaron a hablar de lo que estaban viviendo y a abrirnos sus almas. Alguien lo hizo también escribiendo y cantando un rap.
Donata y Máximo, Paullo / Milán

Encuentros
«TU CREDO COINCIDE CON LO QUE ERES»
Desde hace unos años me ocupo de inmigración y mi trabajo fundamental es colaborar con los mediadores culturales. Con muchos de ellos ha nacido una amistad, no obstante las marcadas diferencias. La mayoría es de religión musulmana. Con ellos no me enzarzo en discusiones estériles. Este año, en respuesta a mi felicitación para la Navidad, he recibido este mensaje de una mediadora albanesa, de tradición musulmana, pero que creció en los años del régimen comunista y es atea. «Gracias por tu felicitación. Te deseo una Feliz Navidad y un año 2016 lleno de luz al igual que tú. Eres la tercera persona que conozco en dieciocho años que hace coincidir su credo con sus actos. Por personas como vosotras estaría dispuesta a convertirme con gusto». Me vinieron a la mente las palabras de don Giussani cuando dice que el hombre de hoy no necesita la repetición verbal o cultural del anuncio, sino que espera la experiencia de un encuentro humano verdadero. Esto da testimonio vivo de Cristo.
Gianna, Lérici / La Spezia

EL VERDADERO DESARROLLO
Cumplo mi prestación civil trabajando para AVSI en un proyecto de educación a distancia. A menudo contacto con jóvenes recién licenciados de la Universidad Bocconi, que gestionan grandes proyectos de desarrollo. Yo, que soy licenciada en Filosofía, les escucho con interés porque quiero aprender de ellos. Me apasiona lo que hago y, según pasa el tiempo, cada vez más. Se lo debo a Rose, a sus mujeres enfermas de sida y a los niños que cuidan. Pienso a menudo en una conversación con Rose, que un día me preguntó: «Franci, ¿qué es el desarrollo? ¿Acaso es la cantidad de medicinas que distribuyes? ¿Acaso es el número de niños que consigues escolarizar? No. Porque distribuyes medicamentos y las mujeres no los toman. Pagas las cuotas del colegio de los niños y estos no van a clase. ¿Sabes por qué? Porque somos libres. El desarrollo es una mujer que toma los medicamentos porque entiende que merece la pena vivir. Es un niño que va a clase porque ese lugar es bueno para él y se siente querido. Esto es el Meeting Point International. Menos que esto, no sirve». Yo le había pedido unos datos y ella me había contestado preguntándome qué es el desarrollo, cuál es el sentido de la vida para mí. Hacía falta Uganda y Rose y, sobre todo, hacía falta que dijera que sí a todo ello para que entendiera que puedo ser útil al mundo tal como soy. Tímidamente, cuento este diálogo a una amiga de la Universidad Bocconi… y cala un silencio significativo: había aparecido otra medida, que no tiene medidas, que no se resume en datos. En su mirada vi la misma conmoción que me embargó a mí cuando pude entender que a través de mi trabajo descubro lo que sirve para vivir, lo que es un verdadero desarrollo.
Francesca, Kampala (Uganda)

La carrera de velocidad
DESDE LAS GRADAS
Tengo quince años. Con la asociación deportiva a la que pertenezco, fui el sábado a Módena para una competición. Después, al final de la tarde, había quedado en ir al encuentro sobre nuestra peregrinación a Roma con el grupo de los bachilleres de Módena y Parma. Mi especialidad son los 60 metros lisos. Esta vez no obtuve un buen resultado. Mi tiempo fue bastante superior a mi marca habitual. Al acabar la carrera, entre la indiferencia de mis compañeras de equipo y de mi entrenador, fui a sentarme en las gradas mirando a los demás atletas. Estaba triste, desanimada y sola, se me habían ido las ganas de ir al encuentro de los bachilleres. Observando las competiciones desde arriba, capturó mi atención una chica que practicaba el salto de altura. Tendría más o menos mi edad. ¡Estaba completamente calva y sin cejas! Era evidente que estaba tratándose por alguna enfermedad muy grave. Era guapa, pero lo que me sorprendió fue su continua sonrisa y su tesón al intentar superar la barra. Su sonrisa era contagiosa. Al tercer intento fallido, tuvo que abandonar la pista. Fue con la cara sonriente a saludar a su entrenador, le dio un abrazo y se retiró al vestuario. Viéndola a ella y pensando en lo triste que estaba yo, se me llenó el corazón de agradecimiento por su testimonio. Me sentí privilegiada por haber podido verla. Es como si Jesús me hubiera dicho: «Mira ahí». Fui al encuentro de GS contenta y convencida de que, sin una educación en este sentido, no me habría dado cuenta de Su presencia.
Maddalena, Coenzo di Sórbolo / Parma

CANTAR EL DON DE VIVIR
Querido Julián: Participé este verano en las vacaciones del CLU en la ciudad de Coronel Oviedo. Me decía un amigo que tener un don es una gran responsabilidad y hay que cuidarlo. Durante meses, me hundí en la insensibilidad, no lograba ver lo que había frente a mí. Al final, me harté. Ya no quería esconderme, exploté por el deseo de vivir y no saber cómo hacerlo. Busqué a mis amigos y los seguí. Me uní a ellos en silencio, siempre mirándoles a los ojos para entender de dónde venía la felicidad que tenían. Yo sé que ya fui feliz alguna vez, pero que luego me perdí. Un día, dejé de lado mis miedos y preocupaciones por entender el porqué de las cosas y me lancé a vivir, cada día, decidí ponerme la camiseta y sudarla. Empecé a entender que viviendo el día a día me descubro a mí mismo, no siempre en línea recta, pero sabiendo a dónde hay que ir. Entendí que, con el tiempo, mis preguntas son respondidas. Este corazón inquieto y deseoso no lo quiero perder, quiero esos ojos de un niño que siempre está atento y con una sencillez para poder sorprenderme siempre. Quiero de nuevo aprender a confiar, quiero volver a brillar. Mi guitarra, mis canciones y yo hemos recorrido países, ciudades, hermosos paisajes, hemos conocido hermosas personas, que siempre están en mi corazón, que son parte de mí y yo seguiré cantando que la vida hay que vivirla y se puede alcanzar una plenitud acá, en la tierra. Seguramente ese es mi don, comunicar eso y, más que nada, vivir.
Héctor, Asunción (Paraguay)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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