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Huellas N.2, Febrero 2016

PRIMER PLANO

Una auténtica inversión

Luca Fiore

El deseo infinito y el temor de que no tenga respuesta. En el corazón de la Gran Manzana, tres días de conferencias, exposiciones y espectáculos para no evadirse del verdadero problema del hombre. Hemos asistido al evento público donde se condensa la vida de la comunidad de CL en EEUU. Una ocasión para entender dónde tiene su origen y ver sus efectos

Por las aceras están los restos que quedan de los árboles de Navidad. Pequeños abetos atados con cuerdas, preparados para ser retirados por los servicios de limpieza urbana. En vísperas de la tempestad de finales de enero, la Gran Manzana apenas ha dicho adiós a las luces y a las tradicionales fiestas. Y es entonces cuando el New York Encounter enciende los focos sobre algo que América, normalmente, deja en la sombra, de lo que no se habla. Algo que suscita cierto embarazo. Uno de esos temas que es mejor evitar, a uno mismo y a los demás.
El lema de este año retoma un verso de George Gray, un poema de Edgar Lee Masters que dice “Longing for the sea and yet (not) afraid” (literalmente: «que anhela el mal y sin embargo (no) lo teme»). El temor ante el gran viaje de la existencia. El deseo, la nostalgia de una grandeza, por una parte, y por otra la resistencia a apostarlo todo por ello. Ese not, ahí metido en medio del verso del poema, dice que aquí, en este evento, hay quien piensa que no está dicho que deba ser así. Que en esta América donde los institutos demoscópicos controlan las “crisis del cuarto de siglo”, es decir, las vidas paralizadas de los jóvenes de 25 años que ya viven decepcionados, el miedo no tiene la última palabra.
New York Encounter es todo esto. Un lugar donde se condensa una vida que llega desde los cuatro puntos cardinales de EEUU. Personas que, en vez de parapetarse detrás de sus propias creencias, deciden acudir a Manhattan, al centro del centro del mundo, para decir a todos lo que viven y en lo que creen. En otras palabras, venir a este evento neoyorquino es una buena manera de entender qué es Comunión y Liberación en EEUU. Y, por qué no, qué es CL sin más.
Quince encuentros, cinco exposiciones, tres espectáculos y 360 voluntarios. Miles de participantes. Tres días inspirados explícitamente en el Meeting de Rímini. El encuentro este año se abrió con las palabras del poeta de origen tejano Christian Wiman, que desde el escenario del Metropolitan Pavillion dijo: «Me llama la atención cuántas veces expresamos con palabras un dilema psicológico y, sin embargo, esto no me libera de ello… Vivimos convencidos de que basta con hablar para quedar liberados de nuestras tensiones. Pero me he dado cuenta de que no es verdad. La experiencia me dice que me calma el recuerdo de los momentos que han tenido el poder de sosegarme».

Bocanada de oxígeno. Los que vienen al New York Encounter parecen atraídos por algo que tiene que ver con lo que contaba Wiman. Por ejemplo, Curtis y Rachel, una pareja de Des Moines, en Iowa. Pidieron a sus cinco amigos del grupo de Escuela de comunidad (los encuentros de formación que propone CL, ndr.) que cuidaran de sus cinco hijos para poder ir al evento. Un gesto valiente, este de admitir la propia necesidad delante de los amigos. Algo extraño en un país cuyo ideal es el hombre que se hace a sí mismo. ¿Pero necesidad de qué? «Hace poco perdimos un hijo», cuenta Curtis. «Ha sido un periodo difícil y necesitábamos volver allí donde hemos podido ver con claridad el rostro bueno de Jesucristo. Donde tuvimos experiencia de Él».
En medio del estruendo de la zona de restaurantes, Emily amamanta a la pequeña Juliette cubriéndose con un chal blanco: «He dejado a mis otros tres hijos con una familia amiga. Tenía que venir. ¿Sabes?, mi vida es muy hermosa, pero normalmente no soy capaz de darme cuenta. Y me deprimo. Aquí encuentro personas que me enseñan a ver mi vida por lo que es. Para mí es una bocanada de oxígeno».
En el Pavillion se habló de pobreza, medio ambiente, economía, inmigración, investigación espacial. Allí aterrizó el astronauta Tom Jones con su humanidad arrolladora; Priscilla La Porte, hermana de Matthew, que murió intentando detener al asesino del Virginia Tech, que en 2007 mató a 32 estudiantes antes de quitarse la vida; y Joshua Stancil, ex preso que recuperó la fe durante los 18 años que pasó entre los barrotes (v. n. Huellas 11/2015).
Todas ellas existencias heridas, pero rescatadas. Necesitadas, pero contentas. Como también lo es la de Branson Hipp, con esa cara de niño, ordenado sacerdote hace apenas seis meses. Vive en Atlanta y frecuenta una pequeña Escuela de comunidad en la que participan un par de familias. «La amistad con ellos me ayuda a entender mejor mi vocación», explica. «Yo necesito esta cercanía, porque me devuelve la fascinación por la persona de Cristo que me llevó a ser sacerdote. Al cabo de unos años en el seminario, me volví cínico. Solo veía los aspectos negativos de la Iglesia. El encuentro con las obras de Giussani y con CL hicieron saltar algo dentro de mí, salvaron la distancia entre el rezo del breviario y las cosas normales de la vida».

Una inversión. Las salas del Metropolitan Pavillion han sido un continuo ir y venir de gente (este año se han registrado 8.300 visitas frente a las 5.500 de 2015). Muchas familias han ido incluso con sus hijos pequeños. Es la ocasión de ver a los amigos que viven lejos. Para todos es un gran sacrificio estar aquí, pero nadie se arrepiente de haber venido. Un fin de semana en esta ciudad sale caro y, en un país que es muy poco propenso a ahorrar, tomar la decisión de ir al Encounter implica hacer una auténtica inversión. Se ve que el atractivo vale el precio del vuelo y el hotel. Incluso para aquellos que, al ser voluntarios, se pierden casi todo el programa de actividades. Desde la exposición sobre Fray Junípero Serra o la dedicada al “pequeño mundo” de Guareschi y Jannacci, el espectáculo de música contemporánea sobre los Salmos o el de música y poesía americana.
Entre las conferencias, había una organizada por un grupo de médicos que se reúnen durante el año para ayudarse en su trabajo. Pasa lo mismo con un grupo de profesores. También se encontraron aquí los miembros de la asociación Well-Read Mom (Mamás de buenas lecturas), una red que nació en Crosby, Minnesota, por iniciativa de una madre de CL y que hoy implica a decenas de grupos en todo el país (v. Huellas, n.11/2013).
Marta y Emad hablan en árabe entre sí. Ella nació en Jerusalén, en una familia árabe-israelí, y vive en Toronto. En el Encounter se ha encargado de una exposición sobre los cristianos en los campos de refugiados de Jordania. Él es egipcio, conoció el movimiento hace unos años después de mudarse a EEUU. Estos días ha acompañado a monseñor Amed Shamon Nona, antiguo obispo de Mosul, actualmente al frente de la Iglesia caldea en Australia, que en 2014 se vio obligado a huir con los fieles de su ciudad, invadida por el Isis (ver p.15).

Impacto humano. Precisamente los cristianos perseguidos estuvieron en el corazón de este Encounter. En el acto con el padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, monseñor Nona repitió lo que tantas veces ha tenido que decir en estos meses: «Los terroristas tienen miedo a una vida cristiana feliz». El temor, al que hace referencia el lema de este año, dio aquí un vuelco.
Un reclamo al núcleo de la experiencia cristiana que, con otras palabras, llegó de Julián Carrón al final de su intervención en el acto central: «Un impacto humano es lo que puede sacudir hoy a la gente. No tanto una serie de valores, una doctrina o un sermón. Un acontecimiento que lleva dentro el eco del acontecimiento inicial. En el que nosotros podemos ver el acontecimiento inicial». Y aquí el sacerdote español golpea la mesa con la mano. «¡Ahora! En el presente. De otro modo el acontecimiento cristiano estaría muerto, sin ninguna posibilidad de despertar el deseo del hombre, ni de satisfacerlo».
Un eco que también se percibe en el Encounter. Ashley y Nate, por ejemplo, son una joven pareja de Omaha, en Nebraska. Nate se crió en una familia protestante y se convirtió al catolicismo antes de casarse. Está enfermo de fibrosis quística. Quedarse en casa habría sido mucho más cómodo, aparte de económico. Pero este año quería estar en Nueva York. Incluso a costa de no pasar la Navidad con sus padres.
A propósito de padres: al Encounter vino también su madre. La misma que no se tomó muy bien su “espantada” al catolicismo. En estos años ha puesto al mal tiempo buena cara. Una gran mujer, seria, devota, voluntaria en una comunidad para rehabilitar a toxicómanos. Pero Nate y su mujer la invitaron sin pensar que aceptaría. «He estado mucho tiempo con mi suegra durante el fin de semana», cuenta Ashley. «Alguna vez me había hablado de su tendencia a “no desear”, a no pedir demasiado a la vida por miedo a quedar decepcionada por las cosas. Me ha llamado la atención que fuera la misma experiencia que vivió también Joshua Stancil, el preso que dio su testimonio aquí. Todos los encuentros ofrecían una posibilidad de vencer este miedo. Mi suegra estaba realmente impactada».
La mujer compró un ejemplar de El sentido religioso de don Giussani y leyó medio libro durante la noche. Paseaba por el Encounter con los ojos como platos. Antes de subir al avión hacia Nebraska, confesó a su hijo y a su nuera: «Lo usaré como texto con las chicas de la comunidad de desintoxicación».


La sorpresa
«GIUSSANI, ¿QUIÉN? CUÉNTAME MÁS…»

Ha arriesgado su vida para luchar contra el ébola en África, pero no se atrevía a hablar desde un escenario. De todos modos, fue al Encounter… La historia de David y de un encuentro “fallido”

«¿Hola?». Al otro lado del teléfono se ha hecho el silencio. «¿Hola?». María Teresa, una de las organizadoras del New York Encounter, había sabido de él por la prensa. Gracias a él, Médicos Sin Fronteras había ganado un importante premio por lograr frenar el ébola en Liberia, la epidemia más grave a nivel mundial de los últimos años: 28.000 casos, 11.000 muertos. Una enfermedad que no perdona. Entonces pensó: «Sería interesante que nos contara qué le llevó a arriesgar su vida de ese modo». Por eso escribió a David, médico hebreo, que le respondió: «Sí, por supuesto. Podemos hablar por teléfono».
María Teresa le llamó y David, cordialmente, intentó comprender: «¿Queréis que muestre algunas fotos y hable de cómo trabaja Médicos Sin Fronteras?». Al otro lado: «Eso sería estupendo, pero sobre todo queremos que nos cuentes por qué fuiste ahí, por qué arriesgas tu vida en esas misiones». David se quedó callado. Unos segundos de silencio que ya eran parte de la respuesta. «¿Hola?». Vuelve la voz de David: «Si queréis que hable de lo que hemos hecho, de acuerdo. Lo demás no me parece interesante». María Teresa insiste: «No te creas, es lo que más nos interesa».

En ese punto, él alza la voz: «Entonces dilo. ¿Es un héroe lo que queréis? ¿Alguien que cuente sus hazañas? Porque llevo dentro una herida, una herida terrible, y solo encuentro algún consuelo cuando voy a esos lugares y, por un instante, creo que puedo ayudar a alguien». Ella contesta: «Es exactamente esto lo que queremos que cuentes. Esa herida es lo que te hace grande». «No, todavía no estoy preparado para hablar de eso».
María Teresa rebobina el diálogo con David. ¿Por qué puede decir que esa herida es importante para ella? Intenta escribirlo en un correo.

Pasan unos días y llega la respuesta: «Voy en un tren hacia Nueva York. Sigo leyendo tu mensaje. Nunca había pensado que este corazón del que tú hablas pudiera ser algo bueno. Te repito que no voy a hablar, ¿pero podemos continuar esta conversación? Nunca había pensado en estas cosas de esta manera».
David llega al Metropolitan Pavillion. Le recibe una pancarta con el lema: “Longing for the sea and yet (not) afraid”. María Teresa había quedado allí con él, justo en el lugar donde hubiera querido que hablara en público. La cita es para desayunar con otros invitados al evento. Retoman el diálogo donde lo habían dejado, y en un momento dado David dice: «Nada más entrar, he visto que todos están contentos, ¿qué es esto? Mira, yo nunca había querido afrontar la pregunta que me has hecho. Por eso el otro día por teléfono alcé la voz. Pero hoy he venido porque pensaba que tal vez aquí puedo entender mejor qué estoy buscando».
El diálogo continúa. David explica que recientemente había escrito a Médicos Sin Fronteras para comunicar su dimisión. Quería asumir el riesgo de ver si lo que le había escrito María Teresa se podía vivir, no solo en lugares peligrosos sino también en un hospital normal de Brooklyn, junto a su mujer y su hijo de seis años.

Mientras deambula por las salas del Encounter, David pregunta: «¿Pero de dónde viene todo esto?». María Teresa le habla de don Giussani. Unas palabras sobre un sacerdote italiano dichas a un médico hebreo americano. Entonces le invita a ver con ella De mi vida a la vuestra, la exposición dedicada al fundador de CL. Un panel tras otro, llegan a uno que dice: «Os deseo que nunca estemos tranquilos».
«¡Pero esto es de lo que hablábamos antes! Es mi problema: no estar nunca tranquilo. ¿Por qué esta herida es algo bueno? Quiero entenderlo. ¿Dónde puedo encontrar a don Giussani? ¿Ha muerto? ¿Pero ha escrito algo sobre esto? Dame algo para leer». Ella propone: «Empieza con El sentido religioso».
Ambos se acercan al mostrador. David compra un ejemplar del libro de Giussani y, mientras lo guarda, dice: «Quiero estudiarlo, ¿pero podemos seguir hablando? Me gustaría, no solo para leer y discutir sobre el libro, sino para hablar de la vida. De mi vida».


La voluntaria
«UNA VIDA TAN INTENSA COMO NUNCA HABÍA VISTO ANTES»

Es capitán de Marina, pilota los Black Hawk, y en el Encounter guiaba a los voluntarios. Carie Boothe cuenta cómo ha encontrado primero la fe y luego el movimiento. Y porque no se separa de él…

La capitán Boothe, de la Marina Militar americana, viene de Oregón y actualmente vive en Jacksonville, en Florida. Es una piloto de los Black Hawk, los helicópteros de la película de Ridley Scott. La próxima primavera embarcará para una misión en aguas del Golfo Pérsico.
La capitán Boothe se llama Carie y es una chica de veintisiete años, con largos cabellos y una sonrisa abierta. Su tarea en esta edición ha sido la de coordinar a los voluntarios. Nos cuenta cómo se convirtió al catolicismo y cómo conoció al movimiento. Es significativo lo que dice del catolicismo y del movimiento, para alguien acostumbrado a dar un significado preciso a la palabra “batalla”: «Para la mayoría de los católicos la vida es una constante batalla entre lo que dice la Iglesia y lo que dice el mundo. Y cada uno tiene que luchar, no hay escapatoria, porque el mundo está ahí siempre dispuesto a derrumbarte. Pero el trabajo que propone la Escuela de comunidad es distinto. Gracias a ella, todo lo que sucede se torna una ayuda para caminar. Por esto sigo acudiendo a ella».

Conoció a la Iglesia a través de John, un compañero de universidad: «No había conocido a nadie con tanto interés por la vida». El domingo por la mañana, John iba a su casa, desayunaban juntos, él tocaba la guitarra, estudiaban y hablaban de aviones, de la vida y de la Iglesia. Empezaron a intercambiarse unos libros. «Me prestó la autobiografía de Thomas Merton. Luego Dante, Tomás de Aquino, san Agustín. Eran todas personas que habían vivido experiencias que yo reconocía en mi vida y sabían describirlas de manera extraordinaria. Y, vaya por Dios, eran todos católicos. Me preguntaba: ¿serán todos católicos atípicos?». El deseo de entender le lleva a pedirle a John que le preste un catecismo. Se lo lee por entero. «Cuando acabé, empecé a ir a misa. Nueve meses después pedí entrar en la Iglesia Católica».

Frecuenta el curso de iniciación cristiana en Pensacola, Florida, donde conoce al padre Richard. «Una semana antes de bautizarme, tenía un vuelo con un instructor. Era un calvinista y acabamos hablando del problema de la predestinación. En lugar de dos, volamos cuatro horas hablando de esto. Nada más bajar del helicóptero entendí que toda esa teoría no tenía sentido para mi vida. No tenía claro qué era y cómo funcionaba mi libertad. Fui a ver al padre Richard y hablamos largo y tendido. Al final, me dijo: “Los lunes quedamos un grupo de amigos para ayudarnos. ¿Quieres venir?». Era la Escuela de comunidad de Pensacola.
Dos chicas y tres curas. La primera vez, Carie, que disfruta mucho hablando, no pudo decir ni una palabra: «Lo que estaba pasando era mucho más de lo que hubiera podido imaginar. Después del encuentro, fuimos a cenar y vi cómo esas personas se interesaban por la vida de unos y otros, también por la mía… Era una vida tan intensa como nunca había visto antes. Desde entonces no he dejado de frecuentarles».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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