Va al contenido

Huellas N.5, Mayo 2008

BENEDICTO XVI

La verdadera libertad es un don gratuito de Dios

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

Algunos pasajes de los discursos pronunciados durante el viaje apostólico a EEUU, del 15 al 21 de abril

Respuestas del Santo Padre a las preguntas de los obispos americanos.
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C., 16 de abril de 2008

La fe se transforma en aceptación pasiva de que ciertas cosas “allí fuera” son verdaderas, pero sin relevancia práctica para la vida cotidiana. El resultado es una separación creciente entre la fe y la vida: el vivir “como si Dios no existiese”. (...) Consiguientemente, más que transformarse y renovarse por dentro, los cristianos caen fácilmente en la tentación de acomodarse al espíritu mundano (cf. Rm 12,2). (...) El Evangelio debe ser predicado y enseñado como modo de vida integral, que ofrece una respuesta atrayente y veraz, intelectual y prácticamente, a los problemas humanos reales. La “dictadura del relativismo”, al fin y al cabo, no es más que una amenaza a la libertad humana, la cual madura sólo en la generosidad y en la fidelidad a la verdad. (...) la fe cristiana es esencialmente eclesial, como sabemos, y sin un vínculo vivo con la comunidad, la fe del individuo nunca crecerá hasta la madurez. Volviendo a la cuestión apenas discutida: el resultado puede ser una apostasía silenciosa. (...) Sin embargo, la salvación —la liberación de la realidad del mal y el don de una vida nueva y libre en Cristo— está en el corazón mismo del Evangelio. Hemos de redescubrir, como ya he dicho, modos nuevos y atractivos para proclamar este mensaje y despertar una sed de esa plenitud que solamente Cristo puede dar. (...) En el cristianismo no puede haber lugar para una religión meramente privada: Cristo es el Salvador del mundo y, como miembros de su Cuerpo y partícipes de sus munera profético, sacerdotal y real, no podemos separar nuestro amor por Él del compromiso por la edificación de la Iglesia y la difusión del Reino.

Homilía durante la misa celebrada en el Nationals Stadium de Washington, D.C., 17 de abril de 2008
Ruego también para que este aniversario significativo en la vida de la Iglesia en los Estados Unidos y la presencia del Sucesor de Pedro entre vosotros sean para todos los católicos una ocasión para reafirmar su unidad en la fe apostólica, para ofrecer a sus contemporáneos una razón convincente de la esperanza que los inspira (cf. 1P 3,15) y para renovar su celo misionero al servicio de la difusión del Reino de Dios. El mundo necesita el testimonio. (...) Hemos oído decir a san Pablo que toda la creación “gime” hasta hoy, en espera de la verdadera libertad, que es el don de Dios para sus hijos (cf. Rm 8,21-22), una libertad que nos hace capaces de vivir conforme a su voluntad. Oremos hoy insistentemente para que la Iglesia en América sea renovada en este mismo Espíritu y ayudada en su misión de anunciar el Evangelio a un mundo que tiene nostalgia de una genuina libertad (cf. Jn 8,32), de una felicidad auténtica y del cumplimiento de sus aspiraciones más profundas. (...) Los desafíos que se nos presentan exigen una instrucción amplia y sana en la verdad de la fe. Pero requieren cultivar también un modo de pensar, una “cultura” intelectual que sea auténticamente católica, que confía en la armonía profunda entre fe y razón, y dispuesta a llevar la riqueza de la visión de la fe en contacto con las cuestiones urgentes que conciernen el futuro de la sociedad americana. (...) Quien tiene esperanza ha de vivir de otra manera (cf. Spe Salvi, 2). Que ustedes, mediante sus plegarias, el testimonio de su fe y la fecundidad de su caridad, indiquen el camino hacia ese horizonte inmenso de esperanza que Dios está abriendo también hoy a su Iglesia, más aún, a toda la humanidad.

Encuentro con los educadores católicos en la Universidad Católica de América, Washington, D.C., 17 de abril de 2008
La “crisis de verdad” contemporánea está radicada en una “crisis de fe”. Únicamente mediante la fe podemos dar libremente nuestro asentimiento al testimonio de Dios y reconocerlo como el garante trascendente de la verdad que él revela. Una vez más, vemos por qué el promover la intimidad personal con Jesucristo y el testimonio comunitario de su verdad que es amor, es indispensable en las instituciones formativas católicas. De hecho, todos vemos y observamos con preocupación la dificultad o la repulsa que muchas personas tienen hoy para entregarse a sí mismas a Dios. Éste es un fenómeno complejo sobre el que reflexiono continuamente. Mientras hemos buscado diligentemente atraer la inteligencia de nuestros jóvenes, quizás hemos descuidado su voluntad. Como consecuencia, observamos preocupados que la noción de libertad se ha distorsionado. La libertad no es la facultad para desentenderse de; es la facultad de comprometerse con, una participación en el Ser mismo. Como resultado, la libertad auténtica jamás puede ser alcanzada alejándose de Dios. Una opción similar significaría al final descuidar la genuina verdad que necesitamos para comprendernos a nosotros mismos. Por eso, suscitar entre los jóvenes el deseo de un acto de fe, animándolos a comprometerse con la vida eclesial que nace de este acto de fe, es una responsabilidad particular de cada uno de ustedes, y de sus colegas. Así es como la libertad alcanza la certeza de la verdad. Eligiendo vivir de acuerdo a esta verdad, abrazamos la plenitud de la vida de fe que se nos da en la Iglesia. (...) La verdad solamente puede encarnarse en la fe y la razón auténticamente humana, hacerse capaz de dirigir la voluntad a través del camino de la libertad (cf. Spe salvi, 23).

Encuentro con los jóvenes y los seminaristas en el Seminario de San José, Yonkers, Nueva York, 19 de abril de 2008
«Disipa las tinieblas del corazón. Disipa las tinieblas del espíritu» (cf. Oración al encender el cirio pascual). ¿Qué pueden ser estas tinieblas? ¿Qué sucede cuando las personas, sobre todo las más vulnerables, encuentran el puño cerrado de la represión o de la manipulación en vez de la mano tendida de la esperanza? El primer grupo de ejemplos pertenece al corazón. Aquí, los sueños y los deseos que los jóvenes persiguen se pueden romper y destruir muy fácilmente. (...) El segundo grupo de tinieblas –las que afectan al espíritu– a menudo no se percibe, y por eso es particularmente nocivo. La manipulación de la verdad distorsiona nuestra percepción de la realidad y enturbia nuestra imaginación y nuestras aspiraciones. Ya he mencionado las muchas libertades que afortunadamente pueden gozar ustedes. (...) Pero la libertad es un valor delicado. Puede ser malentendida y usada mal, de manera que no lleva a la felicidad que todos esperamos, sino hacia un escenario oscuro de manipulación, en el que nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo se hace confusa o se ve incluso distorsionada por quienes ocultan sus propias intenciones. (...) En algunos ambientes, hablar de la verdad se considera como una fuente de discusiones o de divisiones y, por tanto, es mejor relegar este tema al ámbito privado. En lugar de la verdad –o mejor, de su ausencia– se ha difundido la idea de que, dando un valor indiscriminado a todo, se asegura la libertad y se libera la conciencia. A esto llamamos relativismo. Pero, ¿qué objeto tiene una “libertad” que, ignorando la verdad, persigue lo que es falso o injusto? (...) La verdad no es una imposición. Tampoco es un mero conjunto de reglas. Es el descubrimiento de Alguien que jamás nos traiciona; de Alguien del que siempre podemos fiarnos. Buscando la verdad llegamos a vivir basados en la fe porque, en definitiva, la verdad es una persona: Jesucristo. Ésta es la razón por la que la auténtica libertad no es optar por “desentenderse de”. Es decidir “comprometerse con”; nada menos que salir de sí mismos y ser incorporados en el “ser para los otros” de Cristo (cf. Spe salvi, 28).

Homilía durante la misa en el Yankee Stadium, Bronx, Nueva York, 20 de abril de 2008
Todos los signos externos de identidad, todas las estructuras, asociaciones o programas, por válidos o incluso esenciales que sean, existen en último término únicamente para sostener y favorecer una unidad más profunda que, en Cristo, es un don indefectible de Dios a su Iglesia.
La primera lectura muestra además, como vemos en la imposición de manos sobre los primeros diáconos, que la unidad de la Iglesia es “apostólica”, es decir, una unidad visible fundada sobre los Apóstoles, que Cristo eligió y constituyó como testigos de su resurrección, y nacida de lo que la Escritura denomina «la obediencia de la fe» (Rm 1,5; Hch 6,7).
“Autoridad”… “obediencia”. Siendo francos, estas palabras no se pronuncian hoy fácilmente. Palabras como éstas representan “una piedra de tropiezo” para muchos de nuestros contemporáneos, especialmente en una sociedad que justamente da mucho valor a la libertad personal. Y, sin embargo, a la luz de nuestra fe en Cristo, «el camino, la verdad y la vida», alcanzamos a ver el sentido más pleno, el valor e incluso la belleza de tales palabras. El Evangelio nos enseña que la auténtica libertad, la libertad de los hijos de Dios, se encuentra sólo en la renuncia al propio yo, que es parte del misterio del amor. Sólo perdiendo la propia vida, como nos dice el Señor, nos encontramos realmente a nosotros mismos (cf. Lc 17,33). (...) «En su voluntad está nuestra paz».
La verdadera libertad es un don gratuito de Dios, fruto de la conversión a su verdad, a la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Y dicha libertad en la verdad lleva consigo un modo nuevo y liberador de ver la realidad. Cuando nos identificamos con “la mente de Cristo” (cf. Fil 2,5), se nos abren nuevos horizontes. A la luz de la fe, en la comunión de la Iglesia, encontramos también la inspiración y la fuerza para llegar a ser fermento del Evangelio en este mundo. Llegamos a ser luz del mundo, sal de la tierra (cf. Mt 5,13-14), encargados del “apostolado” de conformar nuestras vidas y el mundo en que vivimos cada vez más plenamente con el plan salvador de Dios. (...) Rezar con fervor por la venida del Reino significa estar constantemente atentos a los signos de su presencia, trabajando para que crezca en cada sector de la sociedad. Esto quiere decir afrontar los desafíos del presente y del futuro confiados en la victoria de Cristo y comprometiéndose en extender su Reino. Comporta no perder la confianza ante resistencias, adversidades o escándalos. Significa superar toda separación entre fe y vida, oponiéndose a los falsos evangelios de libertad y felicidad. Quiere decir, además, rechazar la falsa dicotomía entre la fe y la vida política, pues, como ha afirmado el Concilio Vaticano II, «ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios» (Lumen gentium, 36). Esto quiere decir esforzarse para enriquecer la sociedad y la cultura americanas con la belleza y la verdad del Evangelio, sin perder jamás de vista esa gran esperanza que da sentido y valor a todas las otras esperanzas que inspiran nuestra vida.
Éste es el reto que os presenta hoy el Sucesor de Pedro. Como «raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada», sigan con fidelidad las huellas de quienes les han precedido. Apresuren la venida del Reino en esta tierra. Las generaciones pasadas les han legado una herencia extraordinaria.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página