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Huellas N.10, Noviembre 2015

CULTURA / Svetlana Aleksievic

Hacia el hombre

Luca Fiore

Ha relatado la crisis del hombre postsoviético para «afinar el diapasón de su condición espiritual» y ha transformado el periodismo en una forma de arte. El nuevo Nobel de Literatura visto por DMITRI STROTSEV, poeta bielorruso y amigo suyo, que asegura: «Este premio es una buena noticia para todos»

Dmitri Strotsev, poeta de Minsk, escribió estos versos en 2012: «Desde montañas de carbón,/ desde las fosas,/ sacamos a la luz, dichosos,/ un sol calmo/ como un mensaje seguro…». Los dedicó a una conciudadana suya, que aprecia muchísimo, Svetlana Aleksievic, el nuevo Nobel de Literatura. La noticia llegó a Strotsev precisamente como un sol calmo, un mensaje seguro. El entusiasmo se conjuga lentamente con la reflexión y la toma de conciencia de una responsabilidad. Sentirse llamados a la fidelidad supone una tarea tanto humana como artística. Mejor dicho: artística en cuanto humana.

¿Cómo reaccionó ante el anuncio del Nobel?
El primer impulso del alma fue el de compartir la buena noticia con todo el mundo. Me copié el link del artículo para publicarlo en Facebook. Necesitaba encontrar una frase breve, que fuera mía. No escribí entonces lo que hubiera querido escribir, y ahora, cuando vuelvo a pensar en ello, lo siento.

¿En qué había pensado?
Hubiera querido escribir: Khristos voskres!, Cristo ha resucitado. En cambio, escribí algo que resultara comprensible para un público más amplio: Žyvie Bielarus! Larga vida a Bielorrusia, que es una especie de eslogan de la oposición. Y añadí: Radujemsia i viesielimsia!, alegrémonos y exultemos. Luego, cuando hablé con mi mujer Anya, descubrí que también para ella esta noticia tenía un contenido pascual.

¿Por qué pensó en la Resurrección?
No sé si consigo explicarlo. Quizás, hablando, logre entenderlo mejor también yo.

¿Quién es para usted Svetlana Aleksievic?
Uno de mis maestros. Nos conocimos hace más de una década y desde entonces nos vemos a menudo en su casa, en Minsk. Hablamos. En nuestro país no abundan personas de una altura humana, cívica y literaria tan constante en el tiempo. Se trata de una especie de tozudez en abordar ciertos temas y de una capacidad muy especial, una precisión en las relaciones personales.

¿Qué quiere decir?
Me llama mucho la atención su apertura ante cualquier interlocutor. La paciencia sin prisa que abre un camino hacia las personas para alcanzar lo que ni siquiera ellas saben de sí mismas. Tiene una sed increíble de verdad humana.

¿Cómo lo logra?
Está dispuesta a hablar durante horas, con decenas, centenares de personas, para afinar el diapasón de su condición espiritual, para poder penetrar en el alma del ser humano que tiene delante. No es una práctica manipuladora, es una confianza profunda, una esperanza firme en el encuentro con la otra persona. En ella no hay cálculo. No tienes la sensación de que quiera sacarte algo con engaño. Cuando hablo con ella, me siento como frente a un igual, frente a una persona como yo. A veces, me pide permiso para grabar nuestras conversaciones.

¿Y quién es Aleksievic para Minsk y Bielorrusia?
La respuesta a esta pregunta es la lógica prosecución del relato de mi relación con ella. La vocación de Svetlana es la sensibilidad al problema de lo humano. Es incapaz de aceptar la violencia como método de relación y de presión sobre el hombre. Las personas que viven en un contexto post-soviético están condicionadas por la confianza en la violencia como instrumento para vivir. Nosotros mismos no sabemos hasta qué punto y cuán fácilmente estamos dispuestos a aceptar esta o aquella forma de violencia. Es una triste derrota de nuestra humanidad que ha logrado el poder soviético. Los últimos acontecimientos en Rusia demuestran que todavía no nos hemos librado en absoluto de esto. Lo demuestra el hecho de que gran parte de mis conciudadanos apoyan el régimen autoritario de Lukashenko.

Sin embargo, han pasado más de veinte años desde la disolución de la Unión Soviética.
Nosotros tomamos más fácilmente del mundo lo que ya conocemos, lo que ya sabemos. En nuestro caso, la violencia. La caída del régimen soviético fue un hecho repentino y, por ejemplo, en el contexto de la apertura al capitalismo hemos elegido las estrategias de negocios más vulgares y crueles. Las hemos recibido con entusiasmo como si fueran expresión de libertad. Incluso en la Iglesia, cuando empezó a renacer, las figuras de sacerdotes más reconocidas han sido las autoritarias y despóticas. En este contexto Aleksievic es una mujer incapaz de aceptar componendas. Creo que aquí este tipo de testimonio es muy necesario.

¿Cómo se percibe esta actitud suya?
Resulta incómoda para todos. Los bielorrusos quieren que escriba en bielorruso, los cristianos quieren que declare abiertamente su postura religiosa, los rusos no quieren que critique a Putin. Ella, muy paciente, explica su posición: agradecida a su padre, bielorruso, que la educó, enamorada del tipo humano del hombre bielorruso sencillo, cercana a Ucrania porque su madre era ucraniana, dice que lloró sobre el monumento a los caídos del Maidan en Kiev, deudora de la gran literatura rusa, ama el mundo ruso pero sin los Berija, los Stalin y los Putin.

A todas luces una opositora...
No, ella critica también la oposición al actual régimen, que acusa de ceguera y de ser incapaz de seguir un rumbo preciso. Ni siquiera la oposición logra dar pasos sustanciales para librarse de la violencia. También ellos, en su opinión, no hacen más que esperar el momento justo para aplicar sus métodos violentos.

¿Cuál es la alternativa?
Para ella, la vida de un solo soldado raso tiene un valor infinito. Es capaz de entrar en el corazón verdadero del sufrimiento. De no quitar la mirada delante del dolor del hombre. Su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer (Ed. Debate), es un relato sorprendente de la guerra desde el punto de vista de las mujeres. Ella dice: los hombres no saben contar la verdad de la guerra, lo que crean es una mitología. Las mujeres, en cambio, a través de los detalles de la vida cotidiana, cuentan lo que verdaderamente ha sucedido. Los chicos de latón (conocida como Los chicos del zinc, Debate la editará en 2016, ndt.), un conjunto de historias enlazadas sobre la guerra entre la Unión Soviética y Afganistán en los años ochenta, sigue los destinos de soldados, inválidos y madres. Eligió las historias más dolorosas y esenciales, lo que dio lugar a un verdadero escándalo. Luego pasó lo de Chernóbil, y otra vez llegó al corazón de la tragedia.

¿Puede contarnos un episodio en que se vio su altura humana?
A comienzo del año 2000 tuve que moderar un encuentro en un gran cine de Minsk. Svetlana invitó a subir al escenario a las viudas de los bomberos y los policías muertos a causa de las radiaciones durante el accidente nuclear. Vi en estas mujeres la confianza y la gratitud hacia ella, que brotaban por el solo hecho de haber percibido su cercanía en ese momento tan trágico.

¿Y como escritora? ¿Dónde reside su grandeza?
Para un buen escritor, preciso, atento, bastaría con un solo tema, con una sola experiencia: la Segunda Guerra Mundial o la guerra de Afganistán o Chernóbil. En cambio, en ella sorprende la capacidad de que su atención ni mengüe ni se seque. Y luego su método: no solo transcribe y publica monólogos, sino que como escritora es capaz de transfigurar estos testimonios. Hay una linde muy sutil entre el documento y el texto artístico. La gente, alguna vez, dice: «Esto no lo dije», o: «No lo dije de esa manera». Pero eso no quiere decir que no lo hayan dicho. A la gente le cuesta relacionarse con su propia representación en el marco de una obra artística. Puede pasar que uno no se reconozca en una fotografía, o que no se encuentre dispuesto a verse reflejado en esa fotografía. Supone una sacudida, una sorpresa. A Svetlana le pasó que algunas madres de los soldados en Afganistán la encausaron. Esto coincidió con una campaña difamatoria bastante agresiva. Necesitó mucho valor para manejar la situación y tuvo que madurar un verdadero amor por estas mujeres. Consiguió mantenerse firme en su posición y, a la vez, no herirlas ulteriormente añadiendo dolor al dolor.

¿Qué puede aportar la lectura de las obras de la nueva Premio Nobel a quien todavía no las conoce?
Los hombres no quieren mirar a los ojos el dolor. Tienden a delegar en otros esta mirada. Así se abre un espacio amplio para la manipulación. Delegamos en otros esta tarea y, a cambio, estamos dispuestos a asumir componendas. Aleksievic nos llama a no apartar la mirada hacia el que sufre. Identifica la única posibilidad de salir de la crisis en el encuentro con la realidad. Lo cual, para ella, no se da solo cuando la realidad nos inflige una herida; puede ser también cuando nos da una gran alegría. Lo que ha pasado es, simplemente, que le ha tocado vivir eventos muy duros, y se ha visto obligada a mirar más en esa dirección. Es decir, su llamada es a ir hacia el hombre sin miedo, sin inventarlo, sino conociéndolo. No ha creado grupos de víctimas, categorías de personas que podemos sacrificar en aras de nuestro provecho. Nos enseña a no rechazar a nadie, a acoger a todos, a hacer lo posible para no perder a nadie. Nunca será una escritora de bestsellers. Pero que gracias al premio Nobel muchas más personas puedan leerla es sin duda una buena noticia para el mundo.

¿Puede decirnos en qué está trabajando ahora? 
Me habló de dos libros, de un material que lleva recogiendo desde hace tiempo y al que ahora se está dedicando activamente. Uno es sobre el amor, el otro sobre la vejez. Sobre la belleza del hombre que ama y sobre la belleza del hombre que envejece.


QUIÉN ES

Svetlana Aleksievic nació en Ucrania en 1948 de padre bielorruso y madre ucraniana. Es una maestra del reportaje literario, género con el que relata con toda su crudeza el fracaso de la utopía soviética.
Fue perseguida por el régimen de Alexandre Lukashenko y sus libros prohibidos en su país. Al cabo de doce años en el extranjero, volvió a su tierra y vive en Minks.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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