ALBERTO ORTEGA MARTÍN es el nuevo nuncio apostólico en Jordania e Iraq. ¿Su misión? Hacer presente el corazón del Papa que «se dilata y quiere llegar a los últimos confines». Y reconstruir, reconciliar, promover el diálogo. Una tarea inmensa que se puede acometer solo eligiendo este lema episcopal: «Te basta mi gracia»
No No es el título de una película de espías. Es el encargo que ha recibido del Papa el sacerdote madrileño Alberto Ortega Martín, que el sábado 10 de octubre recibió la consagración episcopal de manos del cardenal secretario de Estado, Pietro Parolín. A sus 52 años, Alberto Ortega es el nuevo nuncio en Jordania e Iraq. Su residencia será la nunciatura apostólica en Amman, ciudad más segura que la otra, Bagdad, que reclamará su presencia y sus desvelos. Es cierto que monseñor Ortega se ha preparado a fondo para esta tarea con largos años de servicio en la sección segunda de la Secretaría de Estado y numerosos viajes a la región. Puedo decirlo, también, porque conozco personalmente su minuciosidad y rigor en el estudio de la Teología y del Derecho, más aún, porque soy testigo de su amor sencillo y apasionado a la realidad de la Iglesia, tal como es, sin quejarse nunca de las manchas y arrugas de su cuerpo. Y sin embargo, me comentaba un cura que ha sido compañero suyo de estudios en el seminario de Madrid, la desproporción es tan evidente que causaría congoja, si no fuese por lo que el propio nuncio ha elegido como lema episcopal: «Te basta mi gracia».
Mons. Alberto Ortega ha pasado unos días en Madrid y hemos podido conversar con él.
El Secretario de Estado le ha encargado que transmita a los cristianos de Jordania e Iraq que «precisamente porque experimentan la densidad de la cruz, están en el corazón de la Iglesia y del Papa»… ¿El propio Santo Padre le ha pedido algo especialmente?
El Santo Padre me ha animado siempre mucho, y sé el interés con que vive la situación de Oriente Medio, sobre todo desde que la situación de los cristianos se ha hecho tan difícil. Eso se ve por las innumerables veces en las que habla públicamente sobre esa situación. Yo entiendo que forma parte de mi misión transmitir y hacer presente esa cercanía y ese abrazo del Papa que, como ha dicho hace poco a los obispos de EEUU, «tiene un corazón que se dilata y quiere llegar a los últimos confines».
En este tiempo, desde su nombramiento habrá hablado con los responsables eclesiales de estos dos países, ¿cómo le han acogido, que esperan del nuevo Nuncio?
Me han acogido estupendamente. A algunos les conocía hace tiempo por mi trabajo en la región; muchos me han escrito cartas preciosas o me han enviado mensajes. He tenido la suerte de que en estos días estuvieran en Roma todos los Patriarcas de las Iglesias Orientales, que participan en el Sínodo sobre la familia, y he tenido la oportunidad de saludarles y conversar con ellos. Su respuesta ha sido preciosa, mostrando un gran deseo de trabajar juntos y haciéndome partícipe de la situación que están viviendo allí los cristianos. Algunos, como el Patriarca de Babilonia de los Caldeos y el Patriarca sirio católico, han querido acompañarme en mi ordenación episcopal. Ha sido una bendición muy grande poder iniciar o proseguir esta amistad con ellos, que es también parte de la misión del representante del Papa.
No sé si puede decir que Jordania es la cara más amable de su misión, un país donde los cristianos gozan de protección, gobernado por una monarquía que abandera el diálogo islamo-cristiano...
Bueno, todas las misiones son amables, en el sentido de que se pueden amar, sobre todo si se viven como respuesta a una llamada. Pero es verdad que en Jordania la situación es más fácil, más tranquila. Es el único país de la región que goza de estabilidad, aunque tiene el problema de albergar a muchísimos refugiados de Siria y de otros países. Es un país en el que la Casa Real aprecia y reconoce el valor de la presencia cristiana, y en consecuencia ha cuidado una hermosa relación entre cristianos y musulmanes. Por otra parte promueve también una presentación muy interesante y abierta del Islam, y esa es una contribución que va más allá de las fronteras de Jordania.
Por el contrario la situación en Iraq es muy dura… Si le parece hablamos primero de los cristianos que han tenido que abandonar sus casas y refugiarse en el Kurdistán. Han demostrado que la fe es su mayor tesoro, ¿qué puede hacer la Iglesia madre para ayudarles?
Lo primero sostenerles con la oración y con nuestra fidelidad al Señor. Ellos nos han dado una muestra preciosa de fidelidad, han estado dispuestos a perderlo todo para mantener su fe, su relación con Jesucristo. Tenemos mucho que aprender a la luz de este testimonio. Además, naturalmente, tienen necesidad de nuestra ayuda material, porque su situación sigue siendo muy precaria. A largo plazo hay que sostenerles sobre todo en la educación de los niños y los jóvenes, y también ayudarles a que puedan regresar a sus hogares. En eso será necesaria una labor en todos los niveles, también en el plano político: que puedan regresar a sus hogares con seguridad, con una perspectiva de trabajo y de inserción en una sociedad a la quieren seguir contribuyendo, como han hecho siempre.
¿Y cuál es la situación de los que viven en Bagdad o en otras zonas del país? Hace poco el Patriarca Sako ha denunciado extorsiones y falta de protección…
Hay que estar también muy cerca de ellos. Quedarse allí implica un gran amor por la presencia cristiana y también un amor a su patria, a un país al que pertenecen desde el origen… Muchos se quieren quedar a pesar de las dificultades. Había una relación bonita con los musulmanes que en algunos casos se ha mantenido y en otros se ha deteriorado. En este sentido, habrá mucho que reconstruir. A veces en un contexto de inestabilidad los extremistas aprovechan para introducirse produciendo un gran daño. Eso ha generado heridas y habrá que responder con un perdón que solo puede venir de Dios. Los líderes religiosos tienen en este terreno una gran responsabilidad, la de promover el diálogo y la reconciliación entre todos.
Ahora que marcha a esa auténtica periferia, como diría Francisco, ¿qué nos pide usted a los católicos y a los españoles en general?
Lo más importante es no olvidar a estos cristianos. A veces, cuando sucede una tragedia fuerte, los tenemos presentes, pero luego desaparecen de escena. No olvidarles, acompañarles con nuestra oración y nuestra ayuda material, y también aprender de su testimonio. Yo creo que su testimonio puede ser un gran estímulo para cuidar nuestra propia fe, ese tesoro que tenemos que poner al servicio de los demás.
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