Un sacerdote, una notario y una neonatóloga. Hombres y mujeres testigos de una belleza que desarma. Muy humana, muy oportuna
Jesús se dirige al ambón para predicar. Jesús Úbeda es párroco de un pequeño pueblo de Madrid. Se celebra una de las fiestas de la localidad. Viene a misa mucha gente que no pisa habitualmente la iglesia. En la primera lectura, el mandato del Génesis 2.4: «Abandonará el hombre a sus padres y se unirá a su esposa». Matrimonio, matrimonio entre hombre y mujer. El que ha hecho la lectura es homosexual. Hay varios homosexuales en el templo. Algunos están casados entre sí. Entre los heterosexuales las situaciones familiares no son muy ordenadas. No pocas parejas se han hecho y desecho varias veces. ¿Cómo predicar? Jesús, sacerdote joven, siente removerse dentro las palabras de Carrón en la Apertura de curso. No se puede decir que desconozca la teología moral. Pero apuesta por contar qué sabe él del amor. «Revestido para la celebración pensé que podía aparecer ante ellos como un payaso si no ponía delante la experiencia que ha marcado mi vida», recuerda. A medida que avanza en su homilía el silencio se espesa, en la pequeña iglesia todos están pendientes de sus palabras. Al concluir la celebración se acerca a cada uno, los saluda. Y pocos días después recibe la carta de una señora divorciada que asiste desde años a esa misa. En la misiva recuerda su reacción en 2012: «Acababa de divorciarme hacía poquitos meses. Me pareció entender que, si se rompe el matrimonio, las personas que lo han roto no tienen cabida en la Iglesia. Me sentía incomodísima y culpable, fracasada, con la sensación de que no valía para nada, me sentí una intrusa en ese momento, sin esperanza. Estaba sentada en el primer banco, pero si hubiera estado atrás me habría salido, tenía delante a un hombre machista, cruel, frío y calculador».
La chispa, obstinada. El sermón de entonces produjo rechazo. El de este año, algo muy diferente. Los mismos textos de la Escritura, el mismo cura, otro mundo. «Ha sido maravilloso poder escuchar la homilía correspondiente al mismo Evangelio, este año sí que hablaba el sacerdote, hablaba de Amor. Dijo que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza para que no estemos solos, nos ha creado con un mismo corazón, con una misma necesidad, la de ser amados y amar», señala la mujer herida, la mujer que ve cómo su corazón vuelve a vibrar. Repite como suyas las palabras que ha escuchado: «Ese Amor nos da otra mirada, otra apertura de corazón, sin pretensiones ni reproches, una gran ternura, bondad y misericordia. Puedo reconocer su Presencia en otro semejante que tiene las mismas necesidades que yo. Todos nos necesitamos y Dios nos ha creado iguales para que nos acompañemos y seamos felices». La chispa, obstinada, como hace 2.000 años ha vuelto a saltar y se abre paso un nuevo modo de mirarse: «Qué homilía tan distinta, aquí no hablaba el hombre, ni el sacerdote, aquí hablaba el mismo Jesucristo uniéndonos a todos, poniéndonos por igual, sin distinciones de ningún tipo, indicándonos cuál es el camino para esa felicidad, para ser amados de esa manera. Me habría estado todo el día escuchándole, pero sin parar ni un segundo y creo que era general porque había un silencio impactante. Luego, en la puerta de la iglesia se comentaba: ¡Qué homilía!, es maravilloso, qué amor tan grande, tenemos que rezar por él…».
No estamos condenados a hacer el payaso. Este tiempo de confusión, muy parecido al de los siglos II y III de la Roma Imperial, a la que se ha llamado «la época de la angustia» (Dodds), constituye una gran ocasión para hacer ver lo pertinente que pueda llegar a ser el cristianismo. Desde dentro de las circunstancias. Sin que la oscuridad, la confusión sobre lo más evidente, sean una objeción. Más bien una oportunidad. En la pasada Asamblea de Responsables, Ana, Carmen y Jesús lo dejan claro al relatar lo que les ha sucedido.
«Porque es su hijo». La confusión es un hecho. La doctora Ana Martín es pediatra, en muchas ocasiones trata a bebés que están entre la vida y la muerte. Con frecuencia asiste a congresos internacionales en los que se encuentra con especialistas de todo el mundo. En uno de esos congresos, una de las mayores autoridades médicas de su área presentó una pregunta sobre el screening que se realiza en el primer trimestre de embarazo. Tiene por objeto “detectar” a los niños con síndrome de Down. Primera pregunta: «¿Quién está de acuerdo con esta serie de razones para practicar un aborto?». Se levantaron muchas manos. «¿Y quién está de acuerdo con estas otras razones para practicar el aborto?». Se levantaron las restantes. No había tercera opción. La forzó la propia doctora, que alzó la mano para explicar que –como pediatra– sabe que hay padres que quieren a sus hijos, aunque estén enfermos y no desean abortar. «Doctora, yo no estoy hablando de religión», replicó el ponente. «En ese momento respondí que yo tampoco hablaba de religión; y lo mantengo. Pero ahora me doy cuenta del valor cognoscitivo de la fe, que permite ver y tratar mejor lo que tienes delante», explica Martín. En su trabajo el oscurecimiento de lo más elemental es frecuente. Pero no impide que se abra paso el brillo de algo más humano. Hace unas semanas en una sesión clínica, celebrada en su hospital, se debatía por qué una mujer había llegado a los últimos meses del embarazo con un feto que tenía un problema muy grave en la cabeza. Todo el mundo sabe que estos niños mueren al poco de nacer y se discutía qué había provocado el “error”, por qué no se ha había hecho un aborto a tiempo. Ana no estaba en la sesión. Pero sí acudió una de sus colegas más jóvenes que había visto cómo la doctora Martín se relacionaba con los padres. Había visto cómo ella no consideraba un “error” que los padres quisieran continuar el embarazo. No era un error querer a ese hijo durante los meses que durase la gestación, ni llegar a tener, aunque fuera solo unas horas, a su bebé, vivo, entre los brazos. Y la colega joven, arrastrada por otra mirada, en medio de la sesión clínica, cuando nadie había considerado la hipótesis más sencilla, formuló una evidencia que desarmó a todos: «Estos padres no han querido abortar… porque es su hijo».
Esas y otras evidencias elementales, a menudo, no existen entre las parejas de lesbianas. El deseo de maternidad se fuerza hasta unos límites difíciles de sospechar hace unos años. «No solía entrar en las habitaciones en las que dos mujeres han tenido un hijo porque suelen ser niños sanos y puede atenderlos un médico más joven. También las evitaba porque me duele el riesgo físico al que se somete a los niños con las técnicas de fecundación in vitro. Y luego está la herida de no tener un padre», explica la doctora Martín. «Pero hace unos días entré en una de ellas. Habían tenido al niño con espermatozoides de un amigo, una de las mujeres había puesto el óvulo y la otra había llevado al niño en su seno. Esta última, después de la cesárea, no conseguía darle el pecho al bebé, y estaba triste y agotada en una esquina de la habitación. La otra, que no había sufrido el parto, estaba tumbada en la cama dando el biberón al bebé con satisfacción». «He comprendido –concluye la doctora Martín– que estas situaciones necesitan ser acompañadas».
Abriendo huecos. No fuera sino dentro de las circunstancias. Los desahucios han estado muy presentes en la vida social española durante los últimos meses. En los años del boom muchos pidieron créditos hipotecarios que ahora no pueden pagar y pierden sus casas. La Comisión Europea ya ha advertido, en varias ocasiones, que hay que cambiar la legislación. Los nuevos movimientos políticos y sociales han hecho bandera de la lucha contra esos desahucios. La alcaldesa de Barcelona y la de Madrid lo son, en gran medida, porque la nueva izquierda prometió parar los alzamientos que dejaban a no pocos sin techo.
Carmen Velasco es notario en Bilbao y colabora en una fundación en la que se ayuda a los que pueden perder su casa. Asiste a la negociación entre las entidades bancarias y los que no pueden pagar. El objetivo es evitar el desahucio. «Cuando empecé a trabajar en este contexto, me di cuenta de que los datos económicos son muy importantes, también es esencial el asesoramiento jurídico. Pero no podía tener en cuenta solo esos dos elementos. La situación personal, la historia de cada persona es un factor muy relevante. Si quería que el trabajo fuese útil no me podía quedar en las preguntas habituales. De la persona con la que estaba trabajando me interesaba todo. Los colegas que trabajan conmigo notaron la diferencia y quisieron trabajar así», explica Carmen. «Este modo de hacer las cosas está permitiendo llegar a personas que por su situación personal no encontraban una solución. Estamos abriendo huecos en las estructuras tradicionales y tenemos la colaboración de todos los implicados», añade.
El verano pasado, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, política de la nueva izquierda, ha querido buscar una solución a los desahucios por la vía de la mediación. Para llegar donde no se llega por la vía tradicional. Han encomendado esta tarea a la Fundación en la que trabaja Carmen.
Cura, notario y médico. Hombres y mujeres testigos de una belleza que desarma. Sin payasear, muy humanos, muy oportunos.
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