Del rostro célebre en la gran pantalla al rostro interior de un hombre enamorado del Evangelio. Tras haber vestido el hábito de los monjes de Tibhirine, MICHAEL LONSDALE narra para Huellas su conversión
«Hay textos preciosos en la Upanishad (designa a cada uno de los más de 200 libros sagrados hinduistas escritos en idioma sánscrito entre el siglo VII a. C. y principios del siglo XX d.C.; ndt.), algunos budistas maravillosos, hinduistas impresionantes por su sabiduría, maestros sufíes… Me proporcionó una gran felicidad leer a Lao-Tse y Confucio. El hombre no deja de buscar. Pero lo más verdadero que he leído durante toda mi vida es el Evangelio. Las palabras de Jesús son las más humanas, las que suscitan más vida».
Michael Lonsdale, 83 años, es un actor francés que cuenta con un currículo impresionante: ha trabajado en algo así como 150 películas, incluidas algunas grandes producciones hollywoodienses como Munich de Steven Spielberg y Moonraker, de la serie de James Bond. Ha trabajado con directores de la talla de Orson Welles, Truffaut, Malle, Godard, De Oliveira, Ivory, Buñuel, Olmi (Il villaggio di cartoné, FilmAffinity 2011). Su último éxito en 2010, De dioses y hombres, un film que cuenta la historia de los monjes de Tibhirine asesinados en 1996 por un grupo islámico armado, en Argelia. Lonsdale lleva en la tv desde los años cincuenta, y es un gran actor de teatro: ha recitado a Sófocles y la Biblia, Shakespeare y Proust, Samuel Beckett y Camus, Ionesco, Pavese…
Ahora ha escrito un pequeño libro sobre su vida, traducido al italiano por Lorenzo Fazzini y publicado por la Editorial misionera italiana. Se titula Dare un volto all’amore. La mia fede da Spielberg a Tibhirine, y no habla de sus éxitos profesionales sino de su relación con Dios. Es un hombre que se ha acercado paulatinamente al cristianismo, mediante largas etapas; Jesús lo ha tomado «dulcemente», como dice él a Huellas: «Mi padre era un inglés protestante, mi madre una francesa católica, pero nunca íbamos a la iglesia. Mis padres, cosa rara por aquel entonces, habían decidido no bautizarme; pero mi madre amaba mucho a Jesús: fue la primera persona que me habló de él».
La búsqueda. Cuando Michael tenía 7 años, su familia se trasladó a Rabat, en Marruecos. Creo que el primer libro religioso que leyó fue el Corán. ¿Es así? «Es cierto. Tenía 15 años y me hice amigo de un musulmán, un anticuario de Fez», cuenta: «Me hablaba de Dios, en los cafés de la ciudad, por las noches. Me fascinaba escucharle. Pero nunca me hice musulmán».
No se convirtió por los libros. Fueron sobre todo ciertos encuentros los que cambiaron su vida. Esta autobiografía es sobre todo un listado de nombres, lugares, momentos y rostros que se convirtieron en decisivos para él: «Jesús para mí es un hombre concreto, de carne y hueso». ¿Cómo se encontró con él? «Estaba buscando algo y lo encontré en un dominico maravilloso, el padre Raymond Régamey. Lo conocí tras volver a vivir en París. Fui a escucharle porque explicaba con gran pasión las relaciones entre el arte y la fe. Quedé con él en el convento de Saint-Jacques. “¿Qué buscas?”», me preguntó. «“No sé. Busco algo verdadero, bueno, grande...”. “Quizás lo que estás buscando es simplemente Dios”, me contestó».
Pero la persona que ha cambiado de verdad su vida no es un religioso, sino una mujer, ciega, Denise Robert. «Era una persona deliciosa: sonreía siempre, era alegre, luminosa. Pasamos juntos tardes enteras hablando de todo. Al padre Régamey no le entendía siempre, utilizaba palabras cuyo significado yo desconocía. Denise, en cambio, me ayudó mucho a ser cristiano. Le encantaba caminar por París, se conocía al dedillo la ciudad. Me llevaba al Santuario de la Virgen milagrosa de Rue du Bac. Nos reíamos mucho y mientras tanto me explicaba el Evangelio, me lo contó todo sobre Jesús».
Un hombre feliz. A los 22 años Michael decidió bautizarse, precisamente en el Convento de Saint-Jacques. Su madrina, naturalmente, fue Denise: «Ese día yo lloraba, ¡lloraba!», recuerda. Ese no era un lugar cualquiera, en los años cincuenta y sesenta era una sede intelectual importante en Francia: «Allí me encontré con teólogos insignes y sacerdotes extraordinarios como Marie-Dominique Chenu y Yves Congar».
Otro punto de inflexión se dio en los años ochenta, con la muerte de su madre, en pocos meses («estuvo muy enferma durante años, pero perderla fue muy duro para mí»), de Denise y de otros seres queridos. ¿Qué le pasó en esos días? «Ya no tenía ganas de vivir, dejé de ver a mis amigos, no sentía nada, me quedé vacío». En esa circunstancia Lonsdale conoce el movimiento de la Renovación carismática y se acerca a la Comunidad del Emmanuel. ¿Por qué? «Voy regularmente a Paray-le-Monial, me gusta ese lugar y su hermosa iglesia románica. Me encontré con unos cristianos acogedores, abiertos, cariñosos. Fue una alegría. Y allí conocí al padre Dominique Rey, actualmente obispo de Tulón. Nos hicimos muy buenos amigos y me ayudó mucho».
En estos últimos años, Lonsdale como actor ha querido dedicarse «solo a obras de tipo espiritual. El mío ya no es un trabajo, sino mi manera de responder a la llamada de Cristo». Se metió en la piel de curas, monjes, cardenales; fue el muftí de la Gran mezquita de París, el arcángel Gabriel… «Pero interpreté también a personajes malos, por ejemplo al mismo diablo en Los hermanos Karamazov».
De todas formas, me parece que usted ha llevado a escena sobre todo a cristianos “normales”, como el cura rural de Bernanos, personajes cercanos a Teresa de Lisieux o Madeleine Delbrêl… ¿Por qué? «Son personas que tienen algo que decir al mundo de hoy que anhela una esperanza. Recité también Las florecillas de san Francisco de Asís, mi santo preferido. También me traté con Guy Gilbert, que recoge a los chicos de la calle». Tengo la impresión de que a usted le gustan los cristianos sencillos y llanos, de que la suya es una idea de la fe más “afectiva” que intelectual. ¿Es cierto? «Sí», responde sonriendo. «De hecho, este Papa, Francisco, es un hombre extraordinario que está cambiando muchas cosas en Roma. Su atención a los pobres es maravillosa». El punto culminante de su camino humano fue vestir el sayo del hermano Luc, en De dioses y hombres. «Una figura tan esencial, tan verdadera, tan cercana a la santidad. Además, para mí, es la imagen de un hombre feliz. Amar al prójimo nos hace felices».
La profecía de Péguy. Ahora Lonsdale ha encontrado una nueva figura de un cristiano fascinante: «Charles Péguy. Junto con otro actor, leemos sus páginas en un teatro. Es un hombre bellísimo; veo que la gente se apasiona con él. Es extraordinario lo que Péguy dijo hace ya cincuenta años y que vemos realizarse ahora, fue ciertamente un profeta. En él encuentro decisiva, al igual que para mí, la virtud de la esperanza... Cuando salimos de misa, el domingo, la fe debería reflejarse en nuestros rostros. Creo que somos demasiado temerosos».
Usted escribe que en el interior del hombre de hoy «algo se ha roto». ¿A qué se refiere? «Está a la vista de todos lo que está pasando en Francia, o en Libia, con el terrorismo. Estoy desconcertado, dolorido. Cuando era joven viví en medio de los musulmanes en Marruecos; tuve grandes amigos que no eran en absoluto unos fanáticos. Los verdaderos musulmanes están en estado de shock después de los atentados del 7 de enero, horrorizados por el Isis. El Corán no manda matar a la gente de esa manera. Los terroristas son gente fanática, malvada. Es un momento muy difícil». Pero siempre ha existido el mal… «Es cierto, pero ha llegado el momento en que, como cristianos, debemos volver a nuestra tarea». ¿Cuál? «Generar lo humano».
QUIÉN ES
Michael Lonsdale nació en París el 24 de mayo de 1931, de madre francesa y padre inglés. De 1939 a 1947 vivió en Marruecos.
Ha trabajado con Spielberg, Truffaut, Malle, Godard, Buñuel y Olmi, entre otros. Su interpretación en De dioses y hombres le valió el reconocimiento como mejor actor secundario en los Premios César 2011.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón