A una semana de la audiencia, trescientos responsables de CL en América Latina se han reunido en São Paulo para su asamblea anual. De la última "sorpresa de Dios" en Roma al testimonio de su primerear que crea la persona y el pueblo en los distintos puntos de la geografía americana
Me gusta la palabra “spinnaker”. La vela es esencial para que el barco corra, pero el protagonista es el viento. Es lo que he podido ver en Brasil, a orillas del Atlántico, y en São Paulo, a orillas del misterio vivo de la Iglesia, a una semana de la histórica audiencia con el Papa venido de este lado del mundo.
Aterrizo en el aeropuerto y todo está predispuesto para facilitar, acoger, servir. Es una verdadera frescura en este final de verano tropical que reemplaza abruptamente los últimos rigores de la meseta castellana. Una circunstancia absolutamente privilegiada la de poder convivir con los amigos del continente americano y con Julián Carrón para mirar a través de sus ojos lo que he vivido en Roma en primera persona. Me siento como subida a hombros de un gigante. Aquí en efecto, todo es a lo grande. Con los ojos bien abiertos y el corazón agradecido, viajo con Bracco, Isabel y Silvia hacia el Centro Marianopolis de São Paulo, que nos hospeda para el ARAL, el encuentro que reúne a los 300 responsables de CL de veinte países distintos del Nuevo Mundo.
Las sorpresas de Dios. Los rostros amigos aparecen uno a uno como en el atrio de una casa que reúne a pueblos distintos, donde la familiaridad vence las distancias geográficas y culturales al calor de la experiencia cristiana. Nos reunimos todos en el salón de actos para la primera velada: la proyección del vídeo de la audiencia del 7 de marzo. El encuentro con la presencia, las palabras y el abrazo del Papa. Es el «método de Dios». Y el punto de partida para el trabajo de estos días: «¿Qué ha pasado en Roma?», tanto en la plaza como en los puntos más remotos de las Américas, mediante la retransmisión en directo.
La primera asamblea, el sábado por la mañana, nada más empezar nos brinda una joya. Alexandre, profesor en la facultad de Medicina de la Universidad paulista, donde se forma la futura clase dirigente de Brasil, narra su experiencia (ver p. 28) de que «todo en nuestra vida empieza con un encuentro». Francisco dixit. Alexandre alude al difícil clima universitario y a «las sorpresas de Dios» cuando menos te lo esperas. Conoce a unos chicos que, paso a paso, siguen la senda de cualquier encuentro evangélico, desde la sorpresa inicial hasta la declaración explícita y la libre adhesión. Los últimos en llegar le devuelven toda la frescura del carisma.
Es una historia que impacta y Carrón nos provoca, nos educa: «Pero nosotros, ¿seguimos creyendo en el atractivo de la fe? Dos mil años después, acontece lo mismo que entoces. El último en llegar se da cuenta de la novedad que porta nuestra vida, de la diversidad humana que Cristo introduce en nuestra vida diaria, normal, la de todos. Es Cristo mismo que da testimonio de sí a través de nosotros. Fuimos a Roma para recibir el abrazo de Cristo, sea cual fuere la situación en la que nos encontramos. Mientras el Papa hablaba, acontecía lo que nos estaba diciendo». Es formidable este criterio para reconocer una presencia. La asamblea discurre como un torrente, entre el brasileño, el castellano y una pizca de itañolo.
Una belleza desarmada. En muchos de los países latinoamericanos la vida cotidiana, personal y social, sufre situaciones económicas, sociales y políticas muy ásperas. La violencia es tremenda. Pero el modo de actuar de Dios, «su belleza desarmada», crea un pequeño pueblo en el cauce inmenso de estas tierras, que reúne a estudiantes, jóvenes, padres, empresarios, abuelos, curas y Memores Domini, tanto indígenas como misioneros. Los amigos de Venezuela, en particular, atraviesan un tiempo de locos (ver p. 36). Padre Leonardo apareció fotografiado en la primera página de un diario, mediando entre los estudiantes universitarios, las autoridades locales y la Policía nacional. Tratando de evitar lo peor. En su hermoso país faltan comida y medicinas. «Nos sentimos como los primeros cristianos», comenta Alejandro, otro venezolano, conmovido porque acaba de recibir de regalo unos vaqueros nuevos que un amigo colombiano le ha traído.
Por la noche, el padre Leonardo (ver p. 29) junto a Oliverio, de Coatzacoalcos, Estado de Veracruz, entre los más azotados por la violencia en México (ver p. 30), dan sus respectivos testimonios y responden con hechos a la pregunta formulada por Julián Carrón: «¿Creemos todavía en la capacidad que tiene la fe de provocar un atractivo en aquellos que encontramos? ¿Creemos todavía en la fascinación victoriosa de su desnuda belleza?».
Julián de la Morena, responsable de CL en América Latina, sintetiza: «Acabamos de verlo. Mediante estos dos testimonios acabamos de comprobar que “el hombre nuevo”, la “nueva criatura” de la que habla san Pablo, nace de la elección de Dios. Como nos decía el Papa este verano en su mensaje al Meeting de Rímini, el método que Dios ha introducido para cambiar el mundo es la elección primero de Abrahán, luego de otros nombres, de uno en uno, hasta la elección de la Virgen. Y así sigue haciendo, hasta hoy. Ha elegido a Leonardo, ha elegido a Oliverio y te ha elegido a ti y a mí. Y aceptar esta preferencia es el factor que lo cambia todo. La iniciativa del Misterio que nos precede es una vocación; al aceptarla, le permitimos a Dios que, siguiendo su plan, cambie el mundo, tanto en Venezuela como en México. No es un análisis ni un proyecto lo que cambia el mundo, sino los hombres que aceptan en su vida esta preferencia del Misterio. De allí nace un pueblo, un pueblo que vive día a día de esta misma iniciativa del Misterio. Por eso comprobamos que la victoria de la resurrección de Cristo es que exista este pueblo que es la Iglesia viva en Venezuela o en México».
Y cierra el encuentro con estas palabras: «Afrontando la realidad tomamos conciencia de cómo nuestra vida genera un pueblo dentro de nuestros pueblos. Un pueblo que lleva en la mirada a los primeros discípulos, Juan y Andrés».
¿Cómo ser libre? En la asamblea por la tarde, Santiago, 33 años, un argentino afincado en Montevideo, Uruguay, pregunta qué significa «ser libres» mientras tu trabajo peligra. Él no se ve muy libre. «¿Qué significa la invitación del Papa a ser libres?». Carrón le interroga: «Empieza desde ahora, aquí. Sé libre. Arriesga una respuesta justo a partir de esta frase; plantea una hipótesis en base a tu experiencia. Es mejor equivocarse que renunciar a ser libres. Dímelo tú: ¿qué te dice la invitación del Papa? ¿En dónde encuentras tú la libertad para vivir tu circunstancia?». Santiago cuenta: se ha puesto enseguida a buscar otro puesto de trabajo, pero esto no le ha dado mucha libertad. Luego ha rezado mucho y esto le ha hecho un poquito más libre. Carrón: «Leamos juntos lo que nos ha dicho el Papa sobre la libertad: “Giussani educó en la libertad, guiando al encuentro con Cristo, porque Cristo nos da la verdadera libertad”. ¿Es fruto de nuestro esfuerzo ser libres? ¿Fruto de nuestras energías? No. Entonces, ¿qué es lo que nos da libertad?».
Empieza a seguir los pasos del encuentro de Juan y Andrés con Jesús, y va iluminando la experiencia de cada uno de nosotros. La de Santiago. El estupor del encuentro los deja en silencio, tanto que se despiden sin hablar, callados porque se sienten una sola cosa, embargados por la misma presencia.
Se ensimisma con las palabras de Giussani, con Andrés que vuelve a casa y abraza a su (ya famosísima) mujer. Carrón muestra cómo no nos liberamos por nosotros mismos, sino que nos libera el don de una presencia. Como ha sucedido también en Roma. Y dirigiéndose a Santiago, ahora más que nunca, nuevo personaje evangélico: «Comprueba de dónde nace tu libertad. No puedo sustituirte, ahorrarte este camino. Es un óptimo ejemplo del trabajo que nos espera para responder a la propuesta del Papa».
En nuestros ojos, los hechos. La asamblea se deja «desafiar por las sorpresas de Dios», por los problemas y las preguntas que emergen y sacuden toda pretendida autosuficiencia. Por ejemplo, Jovana, brasileña, recién licenciada, está aprendiendo que la compañía «no resuelve sus problemas, como creía antes, pero la sostiene». Horacio cuenta que un día estaba redactando un artículo sobre la situación política de la Argentina, pero en un momento dado se para: «¿Me sirve este análisis para levantarme mañana, para vivir la relación con Claudia, mi mujer?». Y Carrón cita a san Agustín: «En nuestras manos los códices [las palabras que nos ha dirigido el Papa], en nuestros ojos los hechos» y relanza el camino con la certeza de que Cristo se somete al tribunal de nuestra experiencia humana. La libertad nace así.
Brasil / En la Facultad de Medicina
La primera intervención en la asamblea del sábado por la mañana fue la de ALEXANDRE ARCHANJO FERRARO, de São Paulo
La periferia en la que yo vivo es la Facultad de Medicina de São Paulo. Este año, mi facultad ha estado marcada por hechos graves entre los alumnos: violación, discriminación... Han surgido colectivos y grupos estudiantiles. Yo tenía dentro una gran pregunta: ¿Cómo puedo comunicar una novedad a través de mis clases de Medicina? A mitad de curso me buscó un alumno, el que era mi preferido, y me dijo: “Profesor, me gustaría estar cerca de usted”. Me quedé muy impresionado porque respondía a un deseo también mío. Le pregunté: “Pero, ¿para hacer investigación científica?”. “No lo sé –me contestó–, lo que quiero es estar cerca”. La semana siguiente trajo a otros dos. Al principio, quedó claro que ellos eran ateos, de izquierda, implicados en aquellos colectivos, pero que tenían una pregunta: “¿Cómo se puede llegar a ser un médico más humano? Ser más humano, ¿se aprende, o es algo innato?”. Yo les decía: “No es innato. Se aprende a crecer en humanidad”. Desde septiembre empezamos a quedar semanalmente. Yo no podía hablar de la fe, dado el prejuicio que ellos tenían, y tuve que recurrir a una creatividad enorme. Después de Navidad nos fuimos de excursión a la montaña y, de modo inesperado, surgió una conversación sobre la Iglesia. Pensé: “Dios mío, ahora tengo que decirles cuál es mi identidad”. Les hablé del movimiento y de mi vocación. Su rostro mostraba una sorpresa absoluta. Al cabo de cuatro días, dos de ellos me buscaron para decirme: “Hemos buscado en internet lo que es Comunión y Liberación. Sabemos que existe una cosa que se llama Escuela de Comunidad. Queremos empezar a hacerla. ¿Es posible siendo ateo hacer Escuela de Comunidad?”. Yo les dije sí. Una semana después, el tercer alumno, mi preferido, me dijo: “Alexandre, el recorrido que hemos hecho juntos me ha abierto el corazón y he entendido que soy sed de justicia; he optado por no hacer Escuela de Comunidad con vosotros y dejar la facultad para militar en el partido”. Obviamente, en ese momento, entendí el drama del educador. Puedo ofrecer el mismo camino y tener una respuesta distinta. Hace un mes comenzamos a vernos para la Escuela de Comunidad sobre El Sentido Religioso. En el primer encuentro preguntaron: “¿Basta con hacer la Escuela de Comunidad? ¿Qué más hace falta?”. “Bueno, pagar el fondo común y hacer caritativa”, contesté. Pagaron el fondo común y buscaron una caritativa. Después de quince días, hicieron un gesto público en la Universidad al que convidaron a sus amigos. Yo pensaba: “Durante años he insistido en el CLU sobre la caritativa, el fondo común, la presencia en el ambiente, preocupado de estas consecuencias, mientras todo en la vida nace de un encuentro. ¿Qué he aprendido yo con eso? No sé si, de aquí a un año, ellos seguirán aquí, pero yo hoy tengo ya algo: “no os alegréis por las obras, sino por el hecho de que vuestros nombres están escritos en el cielo”. Esta alegría ya la tengo. La segunda cosa que he aprendido es que a tu pregunta: “¿Creemos todavía en la capacidad de la fe de ejercer una atracción?”, yo respondo: creo. Yo he visto en esos chicos, que pertenecen totalmente a la lógica del mundo, la atracción de la fe, que implica el drama de la libertad, por lo cual uno acepta y otro opta por un camino distinto. Y por último, he aprendido que la realidad, tal como es, es el lugar donde nos expresamos y, al hilo de sus provocaciones, crece nuestra experiencia personal.
Venezuela / Zamba, ya no me dejes…
Algunos pasajes del testimonio del padre LEONARDO MARIUS, de Caracas, en la velada del sábado
El Papa nos dice: “Solo quien ha sido acariciado por la ternura de la misericordia, conoce verdaderamente al Señor”. Quizás la segunda parte de la frase no la tenga del todo clara, pero lo que sí he visto en mi vida es la caricia de su misericordia. Parece extraño, pero todas las circunstancias que he vivido este año han sido una caricia para mí. Por ejemplo, la enfermedad de mi hermana, que gracias a Dios está saliendo adelante; la muerte de mi padre hace unos meses; la ida del padre Leonardo Grasso a Costa Rica, con el que llevaba viviendo once años. Y después la situación del país. Paradójicamente, todas estas circunstancias han sido ocasiones para reconocer la ternura de su misericordia. ¿Por qué? Porque todas me han llevado a reconocer a Cristo, a no quedarme tranquilo, a despertarme. Quizás unas han sido más bruscas que otras, pero uno, después, se queda agradecido porque el que te despierten es algo bueno. Me doy cuenta de que eso, con el tiempo, me llena de certeza. Mirando atrás, pensaba: “Hace años, frente a cosas así, me hubiese caído a pedazos”. Y ahora estoy tranquilo, ¡y contento! Contento frente a la dificultad y con una certeza. Por ejemplo, ante la enfermedad de mi padre. Después de celebrar la misa en la clínica y darle la unción de enfermos, el médico nos dijo: “Mira, le quedan tres días de vida”. Y como mi padre siempre fue un militante, de esos a los que no le puedes ocultar nada, mi hermano Alejandro y yo fuimos a decírselo: “Papá, te quedan tres días de vida”. Y él dijo: “Bien”. Dijo solo eso. Porque ya había hecho una experiencia hermosa de fe que lo llevaba a abandonarse al Señor. Viví ese momento como un gesto personalísimo que el Señor tuvo conmigo.
La situación de mi país, sobre todo en estos últimos meses, es que tenemos un Estado en quiebra y una situación económica y social dramática. La gente lo pasa muy mal. Si vas a un supermercado, no puedes comprar lo que quieres; tienes que hacer cola e ir el día que te toca (en base al número final de tu cédula). A esto se suma el drama de la inseguridad. Yo estoy esperando a que me roben, porque me han pasado ya varias por delante y ya he tenido que llamar a la policía. Estamos viviendo así, pero en esa situación el Señor me mira con ternura. ¿Por qué? Porque la prueba nos ha llevado a estar mucho más unidos, a ser mucho más solidarios. Por ejemplo, ante la falta dramática de las medicinas, hicimos un grupo de WhatsApp en el cual todo el mundo pone lo que necesita junto a la lista de medicinas de los demás. Entonces, cuando uno va a la farmacia pregunta por todas las medicinas que necesitan los amigos de la comunidad. Es trabajoso, ¡pero es hermoso! Es hermoso ir a la farmacia y pensar en todos tus amigos.
Cuento un episodio significativo. Llevábamos semanas preparando con el movimiento estudiantil una misa para el 12 de febrero, día de la juventud en Venezuela, porque en ese día el año pasado empezó la protesta en la que hubo muertos. Los estudiantes querían una misa para pedir por las víctimas y también por los que habían torturado. Fue un gesto noble y bueno por su parte. Sabíamos que ya no hay libertad en nuestro país para protestar. Ellos iban a realizar una concentración que asistiría a la misa. Estuve toda la mañana de ese jueves negociando con los militares, porque había acudido un general y el comandante de la policía nacional. Les hablé con un gran cariño mientras negociaba, poco a poco. Entonces, me acordé del Nuncio al que un día le pregunté: “Excelencia, ¿cómo hace para estar ahí, delante del presidente y de sus socios?”. “Para mí es sencillo: parto del hecho de que estos son hijos de Dios, también estos son hijos de Dios”. Y en otra ocasión, dijo: “A mí, Jesús me precede siempre. Me ha precedido en la Comunidad Europea y me ha precedido aquí; es decir, cuando yo llego, Él está ahí esperándome”. Frente a este militar y a este policía, hacía memoria y me decía: “Estos son hijos de Dios”. No me puedo relacionar con ellos como si solo pudieran ser unos matones, sino como hijos de Dios. Viendo algunas señoras que los insultaban de lejos, yo me preguntaba: “¿Acaso estoy loco?”. No, porque yo estaba de lo más tranquilo, hablando con una libertad que no venía de mí. Le decía al militar: «Si usted quiere, le decimos a los jóvenes que pasen uno por uno por la acera tranquilos para ir a la misa; si no se lo permite, ¿usted es consciente de que está violando el derecho al libre tránsito y a la libertad religiosa consagrados por la Constitución?». Frente a lo cual admitió que seguía órdenes. Luego, frente a tanta tensión, el jefe de la policía me dice: «Padre, ¿el Señor no dijo que había que adorarlo en espíritu y en verdad? ¿Por qué entonces no se celebre la misa en la calle?». A lo que le respondí con gran respeto y afecto: «Usted sigue órdenes, ¿cierto? Yo también, las misas se celebran en el templo». Al final hicimos una oración con los jóvenes y estaban muy agradecidos. No hubo violencia de ningún tipo. Luego los acompañe bajo la lluvia para garantizar que no los reprimieran o llevaran presos. Para mi estar ahí, fue un momento de mucha tensión, fue estar delante de Él. […]
Me remito para acabar a la canción Zamba de mi esperanza que a mí particularmente me encanta, “Zamba, ya no me dejes, sin tu canto yo no vivo más”. Es decir, esto es lo que deseo para mi vida, es decir, que Él no me deje porque sin Él yo dejaría de cantar.
México / «Por eso te lo he pedido a ti»
Algunos pasajes del testimonio de OLIVERIO GONZÁLEZ, de Coatzacoalcos, en la velada del sábado
Soy un hombre de fe apasionado del rock and roll. Eso soy yo. Escuchando al Papa me ha venido un primer momento de nostalgia por mi historia. Yo era un universitario cuando en el ’98 secuestraron a mi padre, lo torturaron y lo asesinaron. Este trágico hecho –además yo estaba en un grupo de rock y pasaba por un momento de drogadicción y alcoholismo muy fuerte– fue la circunstancia mediante la cual Dios me dijo: “Tú”. Y yo pude conocer a Cristo. En la misa a los nueve días de su muerte, me presentaron a los amigos del movimiento y a partir de ahí empezó todo. Fue todo un camino de traición, de pecado, porque yo recaía y siempre me conmovió la paciencia y la misericordia que tuvo Dios conmigo a través de rostros muy concretos. Uno de ellos fue Amedeo, que está aquí y que fue y es todavía como un padre para mí. Digo siempre que este trágico hecho es lo que ha salvado mi vida. La muerte de mi padre ha salvado mi vida y todo lo que hoy tengo –mi esposa, mi familia, mi empresa, mis amigos–, todo me ha venido del encuentro con los amigos del movimiento a raíz de ese hecho. Por eso, escuchar al Papa hablar del encuentro, de la misericordia, me trajo a la memoria mi historia. Y, en el presente, la pasión y el fuego que Cristo me concede a través de nuestra compañía. Cuando Julián Carrón me pidió asumir la responsabilidad de CL en México, le dije que yo experimentaba una desproporción absoluta porque soy un pecador. Y él me contestó: “Por eso te lo hemos pedido a ti”. A mí esto me conmovió mucho y, a partir de ese momento, lo que más me ayuda es seguirle a él, a Carrón, y seguir al Papa.
Identifico dos cosas últimamente de lo que es vivir intensamente lo real y que el Papa nos decía: “amar la realidad” y “salir a las periferias”. Me doy cuenta de que mi responsabilidad, o sea lo que se me ha pedido, no es un quehacer, no es una gestión, sino la llamada a ser cada vez más yo mismo. Con esta pasión trato de vivir mis circunstancias y esto me hace cada vez más libre.
La situación de mi país, que está masacrado por la violencia, me ha permitido ser protagonista. En mi ciudad hay un grupo de em- presarios que participan en el tema de la seguridad y justicia, personas que quieren a Coatzacoalcos y que están dispuestas a arriesgar por un bien común. Nuestra presencia haciendo el Encuentro Coatza promovido por CL, tiene un continuo deseo de abrazar la realidad, y esto ha ayudado a que yo participe ahi.Soy el más joven del grupo y me conmueve comprobar que la fe nos hace ser una presencia original.
Cuando el Papa nos propuso a todos rezar el rosario por Siria, al principio pensé que esto no incidía en la realidad pero, obedeciendo y siendo fiel a lo que pedía el Papa, me di cuenta del bien que suponía para mí este gesto. Así que con los amigos propusimos hacerlo también en nuestra ciudad, en una plaza de Coatzacoalcos. Hablamos con el Ayuntamiento y nos dieron el permiso para hacerlo. Nos hemos dado cuenta del alcance que puede tener un gesto que puede parecer insignificante: ahí, en la plaza pública, cada vez que nos reunimos una vez al mes, se acercan creyentes y no creyentes, a pedir junto con nosotros, porque entienden que, frente a la violencia que vivimos y que nos supera, pedir la paz nos permite estar delante de la realidad sin que esta nos aplaste. Rezar el rosario ha sido para nosotros una posibilidad real y verdadera de estar cerca de la gente. Por eso, Julián de la Morena nos instó a dar un paso más y a preguntar, al acabar el rosario, si había allí alguna víctima o alguien que había perdido un familiar. Hace un mes se me acercó una viuda que ha perdido a su esposo y tiene dos hijos. Me conmovió ver la necesidad que hay frente a tanta violencia, porque muchas veces se pone la atención en un proyecto político, en un análisis o en una serie de medidas y reglas, mientras que a estas familias –como pasó con la mía– nadie las toma en cuenta. Quedamos a cenar con esta señora y lo que nosotros hicimos fue únicamente escuchar, no hicimos otra cosa. Ella hablaba de todo el drama que estaba viviendo con la pérdida de su esposo y al final nos agradeció por haberla escuchado y haberla mirado con afecto. Me doy cuenta de que salir a las periferias y estar cerca de los más necesitados no es un quehacer, ni mucho menos un proyecto, sino más bien un seguimiento, un seguir en este caso al Papa. Lo que pido es tener esta sencillez para seguir y así experimentar la caricia de Cristo y sentirme más cercano a estas personas que están sufriendo la violencia en mi país.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón