Entre las múltiples iniciativas dedicadas a don Giussani en el décimo aniversario de su muerte, una se ha celebrado en un pequeño pueblo entre Barcelona y los Pirineos, San Hipòlit de Voltregà, lugar donde algunas familias se trasladaron tras dejarlo todo para trabajar en unos colegios. Dios «toca lo intocable»
Puedes intentarlo pero es casi imposible ordenar las piezas de esta historia. La primera pregunta que te surge es: ¿por qué aquí? San Hipòlit de Voltregà es un pueblo de poco más de tres mil almas, en el corazón de Cataluña, en la llanura de Vic, tierra de santos y de embutidos a mitad de camino entre Barcelona y el confín con Francia, a los pies de los Pirineos. Ripoll, unos kilómetros al norte de San Hipòlit, fue la cuna de Cataluña y el primer lugar reconquistado por los visigodos cristianos que se habían retirado a los Pirineos y a Francia tras la invasión musulmana. Sin embargo, actualmente, el cristianismo ha desaparecido. O casi.
En la casa de Teresa y Ferrán no existen ni espacio ni tiempo. Desde la minúscula cocina salen bandejas ingentes de comida, como si fuera un restaurante. Hay sitio para todos, a cualquier hora del día. Los amigos empiezan a llegar cuando todavía no ha amanecido, para rezar juntos los Laudes. La mesa está puesta hasta altas horas de la madrugada. Al día siguiente, igual. Ferrán Riera y su mujer, Teresa, dejaron Barcelona hace cinco años; dejaron casa, trabajo y parientes para responder a la invitación del obispo de Vic que pedía profesores para trabajar en los dos colegios de la diócesis que estaban de capa caída. «Nos mudamos a San Hipòlit junto a nuestros hijos, otras tres familias y dos jóvenes profesoras. Poco a poco han ido sumándose otras trece familias…», cuenta Ferrán. Una comunidad de CL en la Cataluña rural, sesenta personas entre niños y adultos. Algunos trabajan en los colegios, otros no, pero son un solo cuerpo.
Un monasterio de familias. Hospedan en sus casas, como hijos, a algunos chicos que empiezan a dar clase, pero acogen también a quien llega para vivir la “Semana don Giussani”, del 6 al 15 de febrero. Una serie de encuentros y una exposición en el teatro del pueblo para dar a conocer la vida de un sacerdote que ellos ni siquiera han conocido. Ferrán y sus amigos conocieron el movimiento cuando don Giussani ya había acabado su carrera. «En 2007 empezamos la primera Escuela de comunidad. Éramos padres, todos conversos ya de adultos, que buscábamos un lugar para pertenecer a la Iglesia», cuenta Joan Lluís Pijoan, uno de los primeros en aterrizar aquí. Nada se ha perdido de esa hospitalidad que empezó cuando vivíamos en Barcelona y pasábamos el tiempo libre en la masía, esa casa de campo que reaparece continuamente en sus relatos. Hoy la forma ha cambiado y el contenido se ha multiplicado.
«Si hubiese incluso un solo padre que pidiera para su hijo una educación cristiana, yo tengo orden del obispo de tener abierto el colegio». Es lo que Ferrán y su gran amigo, Lluís Seguí, escuchan de labios de Jordi Bosch, entonces administrador de los dos colegios, una tarde de noviembre de 2009. Se ha puesto en contacto con ellos para que le ayuden en el proyecto educativo, porque se conocían como profesionales del ámbito educativo. Al poco tiempo, Ferrán asume la dirección pedagógica de los dos colegios: la Escola Mare de Déu de la Gleva, en San Hipòlit, y la Escola Llissach, en Santpedor, a unos cincuenta kilómetros de distancia. En total, unos 600 alumnos desde los 3 a los 16 años. «La situación educativa aquí es lamentable. Cataluña está situada a la cola de España y España a la cola de Europa», comenta Ferrán.
Teresa, que es farmacéutica, también se puso a dar clase: «Nuestra vida se ha complicado mucho aquí, por la carga de trabajo, los problemas económicos, la casa siempre llena de gente. Pero cuando he intentado poner límites, me he visto triste. Estos cinco años son los más bonitos de mi vida». Meri y Paco, una joven pareja de Barcelona, no tenían nada que ver con el colegio, pero escuchaban a los amigos hablar del proyecto educativo. Entonces Paco se dio cuenta de que esto era lo que quería para sus hijos y para él: «Meri, prepara las maletas, nos vamos con ellos». Tenían una vida cómoda y Paco no es uno de los que aman los cambios. «Pensé: ¿qué habrá visto mi marido para tomar esta decisión? Quise entenderlo, y aquí estamos». Aquí es donde cada cual está encontrando su lugar sin haberlo programado de antemano. Eva, una mujer separada y sin trabajo, llegó de Barcelona con sus tres hijos. Hoy hace de segunda mamá para todos los hijos de los demás. Es un «monasterio de familias», como lo llama Gloria, una doctora apasionada por la vida y por don Giussani.
Lo intocable. Román ha sido el último en llegar. Estudia en una universidad cerca del pueblo y conoció CL hace dos años. Dice, seco, que está aquí por tres motivos: nunca ha visto una relación entre profesores y estudiantes como la que hay en estos colegios; quiere comprobar si el movimiento es lo que quiere para su vida; quiere llegar a ser un hombre como ellos, que no tiemblan ante la adversidad. Estos mismos hombres a los que él mira no se distinguen de los demás por un coraje singular. «Toda la vida va concentrándose en una sola cosa, la misericordia del Señor. Es lo que me permite crecer en humanidad», apostilla Ferrán. También la “Semana don Giussani” va de esto. «Nuestras iniciativas pueden nacer de un nerviosismo que pretende alcanzar ciertas metas. O pueden ser la ocasión de expresar la relación que nos permite vivir».
Sorprende en la sala del ayuntamiento escuchar a Josep Maria Sucarrats, director de la enseñanza secundaria en San Hipòlit, hablar en catalán de monseñor Gaetano Corti. Explica la exposición titulada “La realidad nunca me ha defraudado” y confiesa su inquietud: «No puedes explicar la vida que te ha dado vida». Con esta desproporción transmite una grandeza que nunca se termina de descubrir: «Fíjate, yo a los 60 años, estoy entendiendo algo crucial», le dice Franco Nembrini (director del colegio La Traccia de Calcinate, Bérgamo), un gran amigo, invitado para una de las conferencias de la semana: «Giussani no dice que educar significa hacer que los chavales se hagan cristianos, sino que es introducirles en la realidad, entera. ¡Qué confianza total! Introducirles en la realidad y en su propio corazón, ambos hechos por Dios. Entonces, si Dios quiere, podrán hacerse cristianos».
El camino en los dos colegios y en el pueblo es arduo, por distintos motivos. No falta una cierta hostilidad a la fe y a la presencia de esta comunidad, pero la exposición supone para todos una liberación. Lo corrobora Ferrán: «Darme cuenta del amor inmerecido e incomprensible que nos ha alcanzado a través de don Giussani me devuelve el deseo de vivirlo todo, cierto de que “gana quien abraza más fuerte”».
Por la noche, se celebra el acto sobre el libro de Giussani Por qué la Iglesia. Uno de los invitados no puede acudir, pero también este imprevisto se recibe con buena cara. En el teatro se reúnen amigos de distintas partes del mundo, alumnos y gente del pueblo. Nembrini, José Miguel Oriol, editor de Madrid, y Enrico Magistretti, arquitecto de Milán, cuentan su encuentro con Giussani, lo que ha supuesto para su vida y para la vida de la Iglesia. En mitad del diálogo, la pregunta del moderador se clava en el auditorio: «Pero don Giussani murió hace diez años, ¿y yo?». La respuesta está en una amistad sorprendente que llega hasta aquí y hasta ahora. «Pertenecemos a una misteriosa comunión que nace de un Acontecimiento vivo en la historia, presente», manifiesta Oriol.
Se proyecta un breve vídeo de Josep Maria Ballarín, sacerdote y escritor muy conocido en Cataluña, que tuvo ocasión de conocer a don Giussani: «Cuando lo tenías cerca, te daba paz. Y no tenía los modos del fundador; en él había esa hermosa distancia de quien sabe que la obra viene de Dios. A la Iglesia ha donado la experiencia de una amistad que en lugar de apretar, de encorsetar, libera». Una amistad que saca de la soledad también a Joan Prat, joven sacerdote de un pueblo cercano: «La Iglesia necesita a los movimientos, porque son una compañía también para nosotros, los sacerdotes. Estas familias me reciben en sus casas y me ayudan a reconocer a Cristo».
Entre cenas y desayunos, se habla de la vida sin cansarse. Han llegado también algunos amigos de Pésaro, conocidos entre los voluntarios del Meeting de Rímini. Todo el mundo aquí. «Pero, ¿por qué justo aquí?». Al día siguiente, se lo pregunta también Enric Vendrell, director general de asuntos religiosos del Gobierno de Cataluña. Con él, delante de doscientas personas, están el obispo de Vic, Romà Casanova, y el alcalde y diputado del Partido Socialista catalán, Sergi Vilamala, en el acto que cierra la Semana. El obispo y el alcalde se miden con el libro de Nembrini, El arte de educar, a corazón abierto, hablando de sí mismos y de la necesidad acuciante de significado, de personas que tengan una esperanza que comunicar.
Al final, un misa. El evangelio es el del leproso curado por Jesús. «Dios toca lo que es intocable», dice el obispo: «Durante cinco años pedí delante del Santísimo que llegaran aquí familias cristianas. Dios es grande. Sed fieles a vuestro carisma, sed lo que tenéis que ser. Seguid la sed que ardía en el corazón de don Giussani y su amor por la realidad».
Al escucharlo, Lluís Bou se conmueve. «Hoy me siento más hijo aún de Cristo y de la Iglesia». Tiene treinta años, es de Mallorca. Conoció el movimiento en la universidad mientras vivía atormentado y siempre al límite. Hoy pertenece a los Memores Domini, pero vive en la casa de Ferrán. «Nada es descontado. Estudié periodismo y ahora doy clases. La pregunta “¿por qué estoy aquí?” está totalmente abierta». No porque no tenga respuesta sino «porque la vida es cada día una llamada misteriosa, la misteriosa relación con el Padre».
Ya nada es como antes. En la mesa se sienta también Jordi Bosch, el antiguo administrador de los colegios, por quien empezó esta historia. Hoy ya no trabaja en el colegio, pero dice «que lo ha encontrado todo. Siempre había vivido mi fe como un acto de la voluntad. El encuentro con el movimiento me ha desvelado la verdad de mi fe. Ya nada es como antes». Tiene cincuenta años y hace un mes se casó con Mariví, juntos se han inscrito en la Fraternidad de CL. «Ya no podemos concebirnos sin la mirada que don Giussani ha introducido en nuestra vida», dice ella, que era atea. Miras a Ferrán, piensas que antes de casarse no quería tener hijos, porque no tenía sentido traer al mundo nuevas vidas si la vida carecía de sentido; y que era un anticlerical y perseguidor de la Iglesia convencido. Cuando su hija Ana, con diez años, le preguntó por qué habían ido a vivir allí, solo pudo decirle la verdad. «No hay nada más grande para nuestra vida que construir la iglesia». Dios toca lo intocable.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón