La muerte repentina de Marcos Pou que, tras licenciarse en Físicas en la Universidad de Barcelona, acababa de ingresar en el seminario. El que fue su “padre” durante cuatro preciosos años, lo recuerda. Y testimonia cómo «el hijo se ha convertido repentinamente en padre»
El sábado 21 de febrero, pasadas las seis de la tarde, recibía este mensaje de Marcos: «Leyendo los Ejercicios, luego bautizo del hijo de Españita y luego un encuentro que he organizado con Miguel sobre los Hechos de los Apóstoles... Me acuerdo de ti, amigo mío. ¿Cómo andas? Qué grande es Cristo, te invito a pensarlo un instante». Fue la última provocación que me hizo en esta tierra. Cualquier ocasión era buena para acompañarnos en la peregrinación de la vida, con el deseo de que dominara siempre la presencia de Cristo. Cualquier ocasión era buena para sostenernos en el deseo de conocerle y amarle cada día más. Durante unos años he sido padre para él, preocupado por ayudarle en el camino de la fe, en su deseo imperioso de ser totalmente de Cristo. Hoy, después de su muerte repentina, Marcos ya ha alcanzado la meta. Se fundió en un abrazo amoroso con Aquel que su corazón añoraba tanto. Hoy, él ve y experimenta en plenitud lo que nosotros deseamos conocer cada día más, vive ya con Aquel que es el amor de su alma. El hijo se ha convertido repentinamente en padre. Hoy es el experto en Dios, pues lo ve cara a cara. Las tornas se han cambiado bruscamente.
Peregrinando. He acompañado a Marcos durante cuatro preciosos años, llenos de muchas alegrías y también de dolores. La vida humana es un camino hacia el Destino bueno que nos espera. Quien ha participado en una peregrinación larga, caminando a pie, sabe bien que en ella hay días mejores que otros, pero que a lo largo del camino domina la imponencia del Señor a través de lo creado y de los amigos que caminan junto a nosotros. Lo que da sentido al esfuerzo y a la fatiga del camino, al buen y mal tiempo, al cansancio y al dolor físico, es el deseo de la meta. Marcos estuvo dominado por este amor a su Destino. Tanto que, en los momentos de desánimo o cansancio, se volvía a poner en pie levantando la mirada a Aquel que busca nuestra alma. Sus límites, su incapacidad, su pecado no le definían; se le imponía la presencia de Cristo y el deseo que le despertaba. Lo que dominaba en él no era su desproporción o inadecuación, sino su afecto a Cristo.
Sencillez y grandeza de corazón. Ciertamente tenía no pocas virtudes. Las que más he admirado han sido su sencillez en seguir a Cristo dentro del carisma de CL y la grandeza de su corazón, que fue creciendo cuanto más se concebía en relación, cuanto más pertenecía. Tenía un corazón sencillo y dócil. En su seguimiento dominaba el amor a la Verdad, viniera de donde viniera. Toda palabra o sugerencia que percibiera como dicha a él por Cristo la acogía con entusiasmo y se convertía en propuesta de vida. Y ante su límite o incapacidad, siempre acababa venciendo la grandeza de la Presencia que reconocía ante sí, el bien que se le comunicaba. Era hijo del Acontecimiento. Y así se convirtió en un padre para muchos, pues el Señor le concedió un corazón grande, capaz de amar a muchos y de tal modo que cada uno se sentía preferido. Nadie quedaba excluido, de los amigos de clase a la mujer que pedía a la entrada de la Iglesia donde solía ir a misa, de los amigos del movimiento, a quienes amaba con verdadero afecto, a los mendigos que encontraba en la caritativa. Esa capacidad de amar no provenía de él, sino de Aquel a quien miraba y era el motivo de su alegría. Una alegría que con pasión compartía con todos.
Gestos de amor. Quisiera destacar dos circunstancias que educaron potentemente el corazón de Marcos, que fueron una forma privilegiada de reconocer a Cristo y entregarse a Él con decisión, unos gestos que repetía semanalmente. Cuando las circunstancias se lo impedían, lo vivía con dolor. Me refiero a la caritativa y la adoración al Santísimo Sacramento. Cada viernes por la mañana solía ir al comedor de las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta. Allí, dándose a los más necesitados, haciendo lo que le pedían, gozaba reconociendo que en ellos aprendía a amar a Cristo cuidando de sus miembros dolorosos. Y por la tarde, se acercaba al Tibidabo a estar junto a Cristo sacramentado, procurando con frecuencia que los amigos le acompañaran. Eran acciones concretas con las que quería crecer en su afecto a Cristo, darle su vida.
La pasión de su vida. Dijo sí a Cristo, cuando percibió su llamada, con prontitud y radicalidad. Fue abriendo su corazón para acogerlo, para que dominara en todo lo que vivía. Y siguiéndole, su humanidad floreció de un modo extraordinario. Vivía con verdadera paternidad su responsabilidad en el CLU. Le urgía comunicar a todos el bien inmenso que es Cristo y cómo la vida se cumple adhiriéndose a Él. Con el tiempo, Cristo llegó a ser la pasión dominante de su vida. Su deseo continuo era ser totalmente de Cristo. ¡Cuántas veces expresaba este deseo en sus mensajes y en nuestras conversaciones! Cristo le tomó la palabra y lo ha hecho totalmente y definitivamente Suyo. Pocos minutos antes de su muerte tenía esta conversación con sus amigos después de sus primeros días en el Seminario: «¿Cómo ha ido esta semana?». «Estoy acostumbrándome porque el Señor es muy celoso». «¿Celoso? No entiendo por qué utilizas esa palabra». «Sí, sí, es como si fuera a casarme con mi novia. Pero es que a mí me ha tocado la más celosa de todas. El Señor es súperceloso, es el más posesivo de todos». «¿Posesivo?». «Sí, porque a mí me lo pide todo, a todas horas, en cualquier lugar, y lo quiere de inmediato».
Su dicha acabará venciendo. Diariamente rezaba por Marcos el rosario pidiendo a la Virgen que lo protegiera y le concediera la gracia de ser totalmente de Cristo, de que fuera un testigo potente de Su presencia en el mundo, de que fuera agraciado con un corazón de padre, de que fuera feliz y que se le otorgara el don de la santidad. En estos días se me hace cada vez más evidente que la Virgen ha tomado en serio mi petición. No ciertamente como yo había imaginado. Pero no puedo no reconocer que mi súplica ha sido cumplida totalmente.
He llorado y lloro aún su pérdida. Lo echo mucho de menos, lo añoro. Pero la certeza del bien que posee, deja mi corazón serenamente en paz. Bien lo expresa Julián en su mensaje con ocasión de la muerte de Marcos: «El desgarro que sufrimos por su alejamiento no podrá prevalecer sobre la felicidad de que Marcos goza en la compañía de su amigo del alma, Cristo. Su dicha acabará por vencer nuestra pena, haciéndonos entender la ley de la existencia cristiana: “En la vida y en la muerte somos del Señor”. La memoria de Cristo es el único bálsamo para una herida tan profunda».
Mensaje de Julián Carrón con motivo de la muerte de Marcos
Milán, 25 de Febrero 2015
Queridos amigos:
“Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”. Son estas palabras de San Pablo las primeras que me han venido a la memoria cuando he recibido con consternación la noticia de la muerte de nuestro querido Marcos. No creo que podamos encontrar otras más apropiadas para describirle. Quienes hemos tenido la dicha de conocerle hemos visto que no vivió para otro sino para el Señor. Su alegría desbordante tenía su origen en Él. Y su muerte no ha sido otra cosa que morir para el Señor. Nosotros no podemos mirar la vida y la muerte de Marcos sin tener ante nuestros ojos que “para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”. El que ha sido Señor de su vida, es ahora Señor de su muerte. Participando de la muerte de Cristo, Marcos participa ahora de su resurrección, de la compañía de quien fue todo en su vida y que ahora nadie le podrá arrebatar. No lo podremos disociar en nuestra memoria de Cristo, de cuya plenitud ya vive. El desgarro que sufrimos por su alejamiento no podrá prevalecer sobre la felicidad de que Marcos goza en la compañía de su amigo del alma, Cristo. Su dicha acabará por vencer nuestra pena, haciéndonos entender la ley de la existencia cristiana: “En la vida y en la muerte somos del Señor”. La memoria de Cristo es el único bálsamo para una herida tan profunda. Sostengámonos los unos a los otros, amigos, en esta memoria.
Un fuerte abrazo
Julián Carrón
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