El encuentro del Papa con Bartolomé I visto por el mundo ortodoxo. Entre lecturas contrastantes y nuevas esperanzas, lo cierto es que el velo del escepticismo y de la “política eclesiástica” se ha rasgado, demostrando que existe otra dimensión donde «el milagro es la ley de la existencia»
«El Papa Francisco pidió su bendición al patriarca ecuménico Bartolomé. ¡Alabado sea el Señor!... En este gesto se encierra la esperanza de una pasión auténtica por la unidad por mucho que sea probada por dolorosos sufrimientos. Es el reconocimiento de que la unidad de la Iglesia se había perdido… Y que la Iglesia no se había conservado en su integridad en Oriente (mientras Roma caía, perdiendo la gracia), ni Roma había “tenido siempre la puerta abierta” (aunque fuera la de servicio) a sus hermanos orientales “separados”. Que el Señor proteja a los obispos de Roma y de la Nueva Roma que, animados por un increíble coraje, humildad, sabiduría y caridad, nos llaman a la unidad en Cristo». En estas palabras de Sergei Brjun, joven historiador moscovita, resuena la conciencia del camino penitencial que nos espera para ir hacia la reconciliación. Pero también el estupor conmovido con que muchos, desde Rusia, han mirado el «momento» de unidad ya presente, ya realizada en cierto modo en Cristo y atestiguada ante el mundo el pasado 29 de noviembre: el encuentro entre el Papa y el Primado de la Iglesia de Constantinopla, el segundo día de la visita de Francisco a Turquía.
¿Pero cómo ven los ortodoxos lo que allí sucedió? ¿Qué significado tienen la petición de bendición y el beso en la cabeza ante los ojos de esta realidad ya fragmentada en su seno? Resulta bastante habitual, en los ambientes de la ortodoxia rusa, una actitud de sospecha y rivalidad con respecto a Constantinopla: ya en el umbral del Concilio panortodoxo previsto para 2016, la Iglesia rusa, numéricamente mayoritaria, no esconde su contrariedad ante el primado de honor de la sede del apóstol Andrés y no pierde la ocasión –tanto en las comisiones teológicas internacionales como en la prensa interna– para acusarla de «papismo» o «despotismo».
¿Ingenuidad? Juicios muy duros como los que también han aparecido con motivo del encuentro entre Francisco y Bartolomé. «¡Cómo quisiéramos ser testigos de un evento metahistórico! Pero todo lo que nace de cálculos e intrigas políticas nunca acaba bien», escribió Mark Smirnov en la Nezavisimaja gazeta el 17 de diciembre: «La lucha por el poder continúa entre las iglesias, así que no se entiende por qué quieren convencernos a toda costa de que un Papa bizantino es mejor para Rusia que el Papa de Roma… Mientras el pragmatismo y la política gobiernen la vida y las relaciones entre las iglesias, sería cuando menos ingenuo ver un inicio de amor fraterno y cristiano en encuentros de este tipo».
Los acontecimientos de Ucrania y el riesgo de que la Iglesia ortodoxa local, ahora bajo la jurisdicción del Patriarcado de Moscú, se dirija a Constantinopla pidiendo la autonomía, sin duda han contribuido a fortalecer la desconfianza y el temor. No es casual que, ante un evento tan importante para la ortodoxia, las páginas oficiales del Patriarcado de Moscú se hayan limitado rigurosamente a una mera y lacónica crónica de acontecimientos.
La tumba de los esposos. Sin embargo, se observa cierto movimiento en la opinión pública, puesta a prueba por la agresividad de la línea dominante. La Academia Teológica de Moscú, en www.bogoslov.ru, publicó un largo artículo del padre Giovanni Guaita que da a conocer al público ruso amplios extractos de los discursos de ambos Primados. Algunas voces –en particular la joven generación de estudiosos y docentes laicos de disciplinas históricas y eclesiásticas– han hablado de la novedad sustancial de este encuentro, que el biblista Andrei Desnickij no ha dudado en definir como «el acontecimiento más intenso y relevante de todo el pontificado de Francisco, un acontecimiento que nos abre a grandes esperanzas».
Un primer motivo fundamental es que en esta ocasión se ha rehabilitado el concepto de «ecumenismo» (no olvidemos que en Rusia esta palabra tiene un sonido odioso, recuerda los desfiles oficiales de los eclesiásticos que apoyaban, camuflándola con eslóganes religiosos, la política imperialista soviética). Estábamos acostumbrados al «ecumenismo de las instituciones», observa Desnickij, «y se nos propone en cambio una relación interpersonal que vence cualquier obstáculo».
«Las formas clásicas de diálogo ecuménico», continúa Desnickij, «presuponen una relación entre los representantes de las iglesias en cuanto instituciones, cada una de ellas con su propia dogmática, su derecho canónico, sus tradiciones, etcétera. Los representantes de esas instituciones entran en diálogo tratando de dejar a un lado estereotipos y prejuicios respecto a los cristianos de otras confesiones y encontrar el mayor número de puntos en común con ellos, pero ninguno sale del marco de su propia confesión. El resultado es un cuadro muy parecido a la tumba de dos esposos de Irlanda del Norte, de credos católico y protestante respectivamente, enterrados por este motivo en dos áreas del cementerio separadas por un muro». Sin embargo, hay un monumento sepulcral común, donde los dos esposos unen sus manos de piedra encima del muro. «Pero el muro sigue allí, en su sitio. Qué se dirán las personas sepultadas en estas tumbas, cuando ambas se presenten delante de Cristo, es algo difícil de imaginar…».
Según Desnickij, el Papa ha mostrado un nuevo enfoque: «En vez de sesiones interminables y formulaciones cultas y cautelosas, nos ha ofrecido un ejemplo de diálogo personal con el Primado de la Iglesia de Constantinopla. ¿No estáis preparados para uniros a ella? Nadie os obliga. Pero nadie se quedará esperando a que estéis preparados. Que empiecen los que así lo desean y veremos qué sucede. A fin de cuentas, con un paso tan audaz como este, más allá de cualquier norma o cálculo, empezaron muchas cosas en el cristianismo. Por ejemplo, san Pedro bajó de la barca y fue al encuentro del Salvador caminando sobre las aguas. Es verdad, su fe flaqueó, inmediatamente empezó a hundirse, pero esto no resta importancia a aquel paso; ni a este, a este ejemplo, a esta audacia…».
En los últimos tiempos –y no solo en Rusia– ha campado a sus anchas otra idea reductiva de ecumenismo, según la cual, como señala Artemij Sf’jan (profesor en la Academia Teológica), los «contactos ecuménicos se reducirían exclusivamente al análisis de los distintos problemas interreligiosos e interconfesionales, a la defensa común de los valores tradicionales europeos y al servicio social».
Aquí y ahora. Este encuentro, como explica Saf’jan, nos ayuda en cambio a «concebir el ecumenismo como un instrumento para alcanzar una unidad real del mundo cristiano». Es central esta frase del Papa: «Para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estemos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias». ¿Cómo no pensar en las palabras del starets Juan en El relato del Anticristo de Soloviev? A propósito de esto, el padre Vladimir Zelinski, sacerdote ortodoxo, ha comentado: en contra de la opinión extendida de que la unidad sea «algo muy deseado que, sin embargo, sigue siendo distante e inalcanzable», en este encuentro se ha percibido «la alegría de estar juntos en la plenitud de Cristo que se revela… en una plenitud que por un instante puede resplandecer en el rostro de la Iglesia aún indivisa en su esencia».
Es como si las palabras y los gestos tan comprometidos del Papa y del Patriarca durante su encuentro hubieran rasgado un velo –el velo de la rutina astuta y escéptica de una política eclesiástica que mide todo lo que se puede y se debe hacer, y lo que no se puede ni se debe hacer, o al menos de una mediocridad cristiana que no sufre de ningún modo las divisiones y por tanto no espera unidad alguna– sobre otra dimensión, una dimensión profética donde irrumpe potentemente el soplo del Espíritu y donde el milagro constituye la ley de la existencia.
El milagro, que se empieza a vislumbrar y que constituye una segunda novedad indicada por muchas voces en Rusia, según Desnickij, es «la comunión eucarística, a la que el Papa Francisco ha tenido la audacia de invitar a cuantos la estiman importante y necesaria, y están dispuestos a encaminarse hacia ella aquí y ahora, sin quedarse esperando a que se den las condiciones ideales (¿acaso alguna vez las hubo?). La semilla ha sido puesta en tierra y sin duda germinará. Tal vez no inmediatamente ni de forma clamorosa, pero no puede ser de otro modo».
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