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Huellas N.1, Enero 2014

VIDA DE CL / CLU

Nuestra apuesta

Paola Bergamini y Paolo Perego

El reto que supone vivir en la universidad. Los chicos cuentan cómo se comprometen cada día en la verificación de la fe en el estudio, las relaciones con los profesores y los compañeros de clase. Un viaje por las distintas comunidades para descubrir el camino que están recorriendo. Y qué es lo que les hace crecer

¿Cómo nace una presencia? Volvemos a esta pregunta para sondear la vida de las comunidades del CLU esparcidas por toda Italia y ver qué quiere decir asistir a clase, encontrarse con los compañeros de curso, o simplemente vivir la vida cotidiana con el deseo de verificar el alcance del encuentro que han tenido, la importancia de la fe para la propia vida. Desde Milán a Bolonia, de las más numerosas, hasta Udine o Reggio Calabria, “periferias” en el mundo académico. Aquí resulta patente que estar presentes y crecer en la experiencia no depende del número o de una situación más o menos favorable. Depende de lo que apuntaba el lema a los Ejercicios espirituales del CLU, a mediados de diciembre: ¿Cómo se puede vivir? «Sólo manteniendo viva esta pregunta» y aprendiendo a «juzgar» puede surgir «un modo nuevo de estar en el mundo», decía Julián Carrón desafiando a los más de cinco mil universitarios reunidos en Rímini. A lo largo de estos meses se verá el fruto de este desafío. Mientras, queremos mostrar algunos flashes de la vida de estos jóvenes. Son pequeñas perlas, pescadas en un mar que abunda en ellas. No podemos contarlas todas. Son hechos que mirados hasta el fondo permiten descubrir su origen. Cuando se llega hasta ahí, el camino se vuelve más claro y se puede crecer.

Udine y Trieste
NOSOTROS DOCE (SOBRE QUINCE MIL)
«¿Por qué? Qué diferencia debería haber en vivir el CLU aquí?». Esta es la pasta de un friulano «medio véneto», como se define Giovanni, estudiante de Medicina en la Universidad de Udine. «No nos falta nada, aunque seamos sólo doce sobre un total de quince mil estudiantes». Dice que la relación con los demás compañeros es una provocación continua. «Por poner un ejemplo, últimamente siempre discutimos en la facultad sobre el final de la vida. Y ahí tengo que dar razones, en todas las conversaciones. O sobre la forma de tratar a tu novia… que es un tema que sale siempre, tomando el aperitivo o cenando juntos». Y sin embargo hablas con todos, sin estrategias previas. Los cursos de introducción para los de primero, por ejemplo: «Hemos invitado a dar los cursos a gente que no tenía nada que ver con el movimiento, y con frecuencia nos hemos sorprendido de cómo los daban. ¿Cómo se puede medir?». La medida existe, es otra. Lo sabe perfectamente Ana, estudiante de Derecho. «Tengo amigas del CLU que estudian en Milán. La confrontación no siempre es posible, por la intensidad de vida que llevan. Yo estoy sola, con ciento setenta compañeros en clase. Puedo enfadarme, o bien verificar que los que están, lo que se me da, es verdaderamente para mí». Como cuando se le acercó una chica: «Me preguntaba por un trabajo, pues sabía que tengo muchos amigos del movimiento. Pero luego empezó a hablarme de ella, de las dificultades que tiene en su familia. No lo había hecho con nadie hasta ese momento. Pero ahora estaba yo». Giovanni lleva la Escuela de comunidad semanal. «A veces tengo la pretensión de que la gente intervenga, después de años de asambleas… Pero me doy cuenta de que esas pocas personas están ahí porque necesitan de verdad venir. Aquí no te puedes esconder en la masa, o ir a remolque. Eso es un regalo. Es verdad que es fácil perderse, cuando tienes cursos o estás solo en el Consejo de la facultad. Pero es igualmente fácil volver. Porque basta con un rostro, un saludo, para volver a ver lo que te mantiene en pie. Y relaciones así han nacido últimamente un montón, ¡incluso fuera de Udine!». Con Padua, por ejemplo. O Trieste, en donde la comunidad es un poco más grande. «Aquí tampoco es una cuestión de número», dice Tommaso: «La clave es siempre qué relación tengo con Él». Aunque a veces no se sea consciente de lo que uno tiene entre manos. «Habíamos invitado a unas vacaciones a un doctorando japonés. En la asamblea final una persona interviene describiendo la dificultad de invitar a alguien a un gesto así… Y el japonés: “¡Pero qué decís! ¿Qué problema hay? ¡Esto es algo precioso!”».

Milán / Católica
EL MEJOR REGALO DE 2013
El “bello día” de Margarita sucedió en los claustros de la Católica cuando, estando en primero de Filología antigua, conoció a Alexia. Lo cuenta así: «Como había hecho un bachillerato científico, tenía problemas con el griego. Ella me enseñó a estudiar, pero sobre todo me comunicó un gusto por la vida que no me podía imaginar. Entonces me pegué a ella. Jesús no era algo abstracto: estaba en cada página, en los rostros de esos nuevos amigos. La vida del CLU es ahora mi vida. Alexia me decía: “No te conformes. Aprende a plantearte y a plantear preguntas sobre lo que estudias”». Todo cambia para Margarita. Aunque tenga que repetir cuatro veces el examen de griego. Se dan cuenta de ello los profesores, que escuchan preguntar a esa estudiante testaruda: «En su opinión, ¿voy por el camino adecuado? ¿Qué encuentra de interesante en lo que estudia?». En su cara se transparenta el gusto por el significado de la vida. Y se dan cuenta sus compañeros, a los que ella invita a los Ejercicios. Para ver qué es lo que le hace estar contenta. También lo perciben dos hermanos albaneses a los que conoce fuera de la universidad vendiendo Tracce (la edición de Huellas en lengua italiana). Van a los Ejercicios, y a la vuelta uno de ellos le comenta: «Ha sido el mejor regalo de 2013. Entre vosotros hay algo distinto. Nunca había pensado en mí mismo de este modo».
Elisabetta, primer curso de Filosofía, no encuentra a nadie del movimiento en su curso. Habla de ello con Sara, que le dice: «Eso no puede ser una objeción. Vive». Hace amistad con otros compañeros y luego, de forma inesperada, descubre que hay cuatro estudiantes de CL. Antes de clase se juntan para rezar el Angelus. Simone, en último curso de Derecho, le pregunta a su compañero: «¿Qué estudias?». «Penal. Es la séptima vez que repito el examen». Empiezan a hablar y al final Simone le deja su número de móvil. El compañero le llama: «¿Podemos vernos?». Quedan y Simone le regala el número de Tracce que contiene la Jornada de apertura de curso. Pasan algunos días y recibe una nueva llamada: «Pero ahí no da la respuesta a cómo se puede vivir». «Ok. Ven el miércoles por la tarde a un encuentro con Carrón». Al final se quedan hablando y el chico le dice que tiene una enfermedad degenerativa. «No se lo he contado a nadie». «Si pienso en que todo nació con esa pregunta, casi por casualidad… Cada día sucede algo que me hace estar contento, que me hacer ser yo mismo», cuenta Simone.
Cada día sucede el “bello día”. Para cada uno.

Padua
«¿QUIÉN LE OBLIGA A HACERLO?»
«Para seguir adelante necesito conocer a hombres apasionados por lo que estudian y enseñan». Giacomo, cuarto de Física, siente esta exigencia de forma acuciante. Habla de ello con sus amigos de CL cuando se reúnen para preparar un encuentro con los estudiantes de primero. «Lo único que nos interesaba era comunicar lo que nos suscita la realidad, también en el estudio. Porque la fascinación que te lleva a elegir esta facultad, puede debilitarse ante la dificultad de los exámenes o caer en la rutina. ¿Qué puede mantenerla despierta? Hombres que testimonien que la investigación científica puede ser una aventura apasionante. No es casualidad que este haya sido el título del encuentro. Era la única solución. Hacer ver». Invitan a todos, uno a uno. Al final acuden más de ciento sesenta estudiantes.
En el ateneo paduano la comunidad está “esparcida” por trece facultades. «Esto quiere decir que a veces sólo hay tres o cuatro personas en una facultad. Pero está bien así, porque tienes que jugártela hasta el fondo», cuenta Mateo, estudiante de Ingeniería. «El CLU no es un aparato, una organización. El CLU es Gianluca, Stefano, Filippo. Lo que hace cada día la vida fascinante y comunicable eres tú con lo que has encontrado». Así es para Elena, en último curso de Ingeniería. Este año ha dado su disponibilidad para trabajar en el GAV (Grupo de autoevaluación) de la universidad. «Han surgido relaciones inesperadas con los profesores. Nace un interés por todo, incluso por los que vendrán a la universidad cuando yo haya salido», cuenta. Al principio, sus compañeros de curso no entendían por qué se había embarcado en semejante aventura. ¿Quién le obliga a hacerlo? Está casi terminando… «En cambio, estando juntos, han visto algo distinto, hasta el punto de querer implicarse». Lo mismo sucede con la CUSL (cooperativa de estudiantes que ofrece servicios de librería, fotocopias, atendida por estudiantes voluntarios, ndt), de la que es presidenta. Durante una asamblea de la comunidad lanza la pregunta: «¿Qué presencia somos nosotros en CUSL? ¿Por qué lo hacemos?». Silencio. Pero algo cambia desde ese momento. «No se puede dar nada por descontado. Lo digo para mí en primer lugar. Cada día debo decir “sí”». En la universidad hay otros entes que proporcionan los mismos servicios. Y sin embargo… ahí se respira una humanidad distinta, hasta el punto de que puede pasar que un cliente no se enfade porque no funciona la fotocopiadora, es más, que se ponga a arreglarla. O la estudiante amiga de Elena, que un día se presenta en CUSL con algunas amigas preguntando: «¿Podemos hacer un turno?».

Milán / Arquitectura
GIOVANNI Y EL ARQUITECTO ESTRELLA
«Todo siguiendo el hilo de mi deseo». Giovanni está en el último curso de Arquitectura en Milán. Acaba de volver de Ámsterdam. Un viaje rapidísimo, para encontrarse con Herman Hertzberger, uno de los mejores arquitectos europeos de los últimos cincuenta años. «Ha aceptado dirigirme la tesis». Pero ese viaje a la capital holandesa es sólo el fruto inesperado de otra cosa. «Caer en la cuenta de mi corazón y de lo que tenía ante mí. Y tomármelo en serio. Ha sucedido así». Hace año y medio, estudiando a Le Corbusier: «Todos, desde la crítica a los comentaristas, lo describen hablando de detalles. Pero era algo parcial. ¿Cómo es posible conocer a alguien por un detalle de su trabajo?». Giovanni empieza a leer libros, se apasiona. «Encontré un intercambio epistolar entre él y Paul Claudel. Era descubrir su humanidad». Era amarle. Empieza a pensar, con algunos compañeros del CLU, que se podría invitar a algún gran arquitecto a la universidad para poder conocerlo. «No se trataba tanto de hacer una iniciativa pública, sino de ir al fondo de lo que nos interesaba». Se envían veinte correos. Responden casi todos. Y muchos aceptan venir. «Había que encontrar dinero, y fuimos a preguntar a los decanos del grado y del máster. Aquí se produjo el primer espectáculo». Los dos decanos no se encontraban nunca. Despachos en pisos distintos, vidas separadas. «Ellos mismos estaban sorprendidos de encontrarse para hablar de una propuesta interesante que procedía de nosotros». La decana del grado hablará de “comunidad de estudiantes y profesores”, para decir qué es la universidad al introducir un encuentro: «Esas palabras se habían hecho carne en lo que había sucedido. Estábamos haciendo algo nuevo. Lo normal es otra cosa: estudiantes en clase, exámenes… Y a menudo profesores que sueltan delante de todos nociones e imágenes, pero que luego vuelven a sus cosas. Todo como si su deseo estuviese truncado». En cambio, ese hilo… Giovanni tiene que presentar a un arquitecto holandés, se ha preparado bien, y le ha impresionado mucho: «Su concepto de espacio, público y privado, su idea de ciudad».
El arquitecto estrella acepta ir acompañado de su mujer. Única condición: visitar Santa María delle Grazie. «Durante esos días les hice compañía, llevando conmigo a algunos amigos, a veces quedando fatal, porque en algunos momentos no sabían mantener con él una conversación de nivel, arquitectónicamente hablando. Recorríamos Milán, y él tomaba apuntes de lo que yo decía. Curioso». El primer día, Giovanni llega con anticipación a la cita con él en el hotel. El segundo día, aunque llega con tiempo, el arquitecto le está esperando en el hall: «“¿Por qué siempre llegas puntual?”, me preguntó. Yo le hablé de mi historia, de la educación que he recibido, del encuentro con una persona grande en el liceo, que me había educado en amar todo y en tratar todo con cuidado». También a él.
En el encuentro, el profesor escucha con atención la introducción de Giovanni: «Había hecho referencia a que era estudiante del último curso, y a que en breve se abriría el periodo de la tesis. Al día siguiente, yendo en coche al aeropuerto, él me dio las gracias, diciéndome que en sus ochenta años nunca había vivido una compañía así. Me dio consejos para la tesis, me sugirió que la hiciera en el extranjero. En ese momento no le dije nada…». Era junio. Giovanni le pide que se la dirija en septiembre con un correo dirigido a su secretaria. Respuesta: cita tal día de diciembre a tal hora, en el estudio del profesor en Ámsterdam. Ninguna otra llamada, ningún otro correo. Pasan los meses, y Giovanni se sube a un avión. Lo único que tiene es una dirección. Al llegar, llama al timbre. «Soy el estudiante italiano…». «Oh dear, come in», responde la secretaria: «El profesor te estaba esperando».

Bolonia
PARA VOLVER A VERLA
«Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino dieciséis pasos y el horizonte se desplaza dieciséis pasos más allá. Por mucho que camine, no la alcanzaré nunca. ¿Para qué sirve la utopía? Sirve justamente para esto: para caminar». Palabras que campean en el segundo tramo de escaleras que lleva a las aulas de la facultad de Letras de Bolonia. Una pintada reciente, que ha llenado uno de los pocos muros todavía “libres” de un edificio antiguo ocupado desde hace años. Incluso duermen dentro. Antagonistas, estudiantes y no estudiantes, de franjas culturales y políticas que hacen revivir un tiempo lejano de luchas y deseos.
Un pantano, comparado con el río desbordado de los años setenta. «Aldo Cazzullo, periodista del Corriere della Sera, después de una visita por las calles de su antiguo barrio universitario, habla de “calma alcohólica que raya con la desidia”», dice Giovanni, físico, a pocos días de licenciarse. «Por ahí te encuentras de todo. De madrugada las calles son una alfombra de botellas y basura. Pero no todos son así, no hay sólo eso», rebate sentado a una mesa para comer con otros quince amigos del CLU. Y junto a ellos empieza a hablar sobre la vida de la comunidad. Sobre la acogida que dispensan a los de primero, sobre el happening de primavera que transforma por dos días vía Zamboni, llenándola de conciertos, exposiciones, espectáculos y restaurantes, con miles de asistentes. Pero no sólo iniciativas: en la mesa sale a la luz la vida todos los días.
Como la de Andrea y Erica, de Medicina, por ejemplo, y del manifiesto nacido para responder a la provocación de la exposición “Body Worlds”, que lleva por toda la ciudad una serie de cadáveres de verdad seccionados y recompuestos en poses plásticas: «Al principio pensábamos que podía ser incluso la ocasión para ganar algún dinero haciendo de guías. Pero poco a poco, a raíz de un comentario de nuestro arzobispo, monseñor Carlo Caffarra, empezamos a mirar el tema en serio. ¿Puede ser la anatomía un espectáculo? ¿Se puede reducir al hombre a esto, o acaso hay algo que va más allá del nivel material? Una provocación, la nuestra, que ha contado con la adhesión de muchas personas».
Una mirada nueva que desafía a todos. Incluso a un viejo profesor de Física, como cuentan algunos. Él provoca, «pero no puede dejar de sentir curiosidad ante nuestra amistad. Hasta el punto de venir con nosotros de excursión». «Esta forma de ser, de mirar las cosas y de entrar en la realidad, no es tuya en última instancia. Nace del agradecimiento porque alguien te ha mirado de forma distinta», dice Paolo, fisioterapeuta “trasladado” con su curso a la sede de Ímola: «Al principio pensaba que se trataba de una faena. Somos poquísimos, y nos vemos muy poco». ¿Un menos? «No, porque ir al fondo de la nostalgia por los rostros de los amigos lo cambia todo». Incluso la forma de hacer las prácticas ante una paciente eslovena que está en coma: «Me había enterado de que era su cumpleaños. Le dije a mi compañero: “¿Por qué no le cantamos una canción?”. Busqué una en esloveno, me la aprendí y fui a los pies de su cama a cantársela». ¿Por qué? «Porque a mí alguien me ha mirado así. Para volver a ver esa mirada. Una vez más».

Milán / Bicocca
«¿QUIÉN ESTUDIA CONMIGO?»
Domenico Micuzzo se sienta siempre en primera fila en la Escuela de comunidad. Hace unos pocos meses no sabía nada del movimiento. «Venía a nuestro piso a estudiar, porque era amigo de uno de los del piso. Cada vez con más frecuencia. Empezó a quedarse a comer, a cenar. El fin de semana prácticamente vivía con nosotros». Para Federico ha sido un descubrimiento, y mientras habla de él brota toda la gratitud por ese rostro que una noche, al volver para cenar, le preguntó “¿qué tal te va?”. «Este año nada de televisión. Era absurdo vivir como extraños en el piso. Al final siempre estábamos en silencio durante la cena. Incluso cuando, esforzándome mucho, intentaba preguntar cómo había ido el día».
Procedente de Las Marcas, estudiante de tercero de Economía, Federico participa en los órganos académicos de su facultad en la universidad Bicocca de Milán, unos edificios levantados hace pocos años entre las fábricas abandonadas de la periferia norte de la ciudad. «Y ahora está Micuzzo, todos los días, con su curiosidad, con su deseo de no dar por descontado nada de lo que le ha sucedido, ni siquiera el estudio juntos. Él, que había intentado, a través de Facebook, buscar una compañía: “¿Hay alguien que quiera estudiar conmigo?”, había colgado en su muro».
El otro se convierte en un reclamo continuo, en una continua ocasión. «El problema es comprender si las personas, el estudio o las circunstancias son una tumba en la que morir o son la ocasión para dilatar todavía más el corazón con todo su deseo», dice Margarita, graduada en Matemáticas, estudiante del máster en Bioestadística. Y se percibe que no es una frase bonita sin más cuando habla de un chico con el que estudia. Uno de esos que a veces resulta un poco pesado, que se distrae, que tiene dificultad con los libros y que con frecuencia está deprimido. «Le conocía Michele, de Derecho. Una vez nos juntamos los tres a comer. Después de una semana de estudio con él, yo ya no podía más. Pero Michele, en un momento dado, ante sus preguntas, le dijo: “Mira, tu necesidad, tu dificultad no son un fastidio más que me impiden estudiar. Son un motor, y hoy te tendré presente al ponerme delante de los libros”». Dice Margarita: «“¿Cómo se puede vivir?”, nos ha preguntado Carrón. Yo necesito al movimiento. Necesito a alguien que me haga caer en la cuenta de la realidad constantemente».
«Y estás tan ligado a esto que no estás dispuesto a ceder ni un milímetro por menos de esto», explica Genaro, estudiante de Derecho. Ni siquiera cuando en el examen, la profesora, como eres de CL, te masacra tratando de hacerte decir que si uno no puede pedir a otro que le mate es sólo por culpa de la Iglesia, que ha impuesto su cultura durante siglos: «Tenía que sacar un 21 para obtener una beca y no tener que trabajar para mantenerme». Ella le desafía, él no cede. «No por heroísmo. Es más, ni siquiera me daba cuenta de lo que arriesgaba. Sólo tenía claro a quién pertenecía y qué había encontrado en mi vida. Al final pude conseguir la beca».

Milán / Politécnico
«¿QUÉ ES ESTA COMUNIDAD?»
Paolo, estudiante de primero de Ingeniería civil, se ha juntado en clase «con los más “pintas”, pero yo creo que tienen un gran corazón». Es un torrente que desborda, porque «yo no puedo dejar de contar lo que soy: lo que he encontrado ha cambiado mi vida». A estos amigos les habla de la Escuela de comunidad, que para él es algo precioso. Un día que están en el bar, uno de ellos, tal vez el de pinta más rara, le pregunta: «Pero ¿qué es esta comunidad?». «Te lo explico sólo si me escuchas hasta el final». Paolo le cuenta cómo era antes de ese 28 de agosto de 2011 cuando, ante la tumba de don Giussani, volvió a rezar, se convirtió. Y le habla de los amigos del Poli, de su vida nueva. El amigo le mira aterrorizado: «Paolo, me has descolocado. Nunca había oído cosas semejantes». Y él: «Mira, tú haces cosas extremas porque tratas de llenar tu deseo de significado». El amigo no ha ido por ahora a la Escuela de comunidad. «No importa. Cada día sucede un hecho que salva el día. Y sucede precisamente con estas personas que me dicen: “Eres extraño”».
Si preguntas a los chicos cómo va la vida del Poli, te responden: «¡A lo grande! No se queda nada fuera». Un ímpetu bueno, que invade todos los aspectos de la existencia. Para la recogida de fondos para la campaña de AVSI, se han inventado el “Fantapoli”. «Los ingenieros son gente concreta. A una propuesta así se ha sumado mucha gente. Es una ocasión para encontrarse», dice Davide. Cuando el rector había llevado al claustro algunas propuestas sobre el estudio en inglés y sobre los proyectos Erasmus, empezaron a hablar sobre todo ello. Explica Simone: «Hemos partido de nuestras exigencias. Del hecho de que estamos en la universidad para crecer y, por tanto, deseamos conocer todas las oportunidades que el Politécnico puede ofrecernos. Nuestra amistad ha crecido. A donde no llega uno, llega el otro». Un trabajo que ha durado dos meses y que ha implicado también a los profesores. Continúa Simone: «Nunca nos hemos planteado el problema de ser una presencia. Estando juntos y teniendo como punto de partida la pregunta “¿Cuál es nuestra necesidad?”, hemos llegado al juicio. Es algo completamente distinto».
Verdaderamente se vive a lo grande. Como le ha comentado el padre de Davide a una amiga de la familia: «No entiendo lo que hace, pero cuando vuelve a casa está contento».

Milán / Statale
NO SE CIERRA
Sábado 14 de diciembre. Ejercicios del CLU. En la comida se habla un poco de todo, de forma distraída. Ricardo, estudiante de cuarto de Derecho, percibe un cierto malestar tras la lección de la mañana. Pregunta a los demás: «De esta mañana, ¿qué es lo que más os ha tocado?». Todo cambia. «Es necesario ser fiel al propio corazón, sólo así es posible ser amigos, comparándose cada uno con lo que desea; se nos invita a vivir así, sin hacer discursos. Todavía me acuerdo de cómo fui mirado mi primer año de universidad. ¿Qué había vivido mi amigo para poderme mirar así? Entiendo mejor la frase: “Fue mirado y entonces vio”, porque esas palabras empiezan a indicar una experiencia, y al mismo tiempo veo que crece la conciencia de ese encuentro».
En la universidad el clima no es hostil, pero reina la soledad. En septiembre, los chicos de la comunidad atienden a los estudiantes de primero dándoles información e invitándoles a los grupos de estudio. «Las personas se pegan a partir de sus necesidades concretas: el estudio, las clases, los exámenes», continúa Ricardo. «Empiezas a estar con ellos por agradecimiento ante lo que has vivido tú, pero a la vez te das cuenta de que estás ahí en primer lugar por ti, porque es el modo con el que lo que has encontrado se te vuelve a dar ahora».
Como los dos días de convivencia que tuvieron lugar en Arona en octubre. La invitación estaba abierta a todos los estudiantes. También a los de la comunidad. Iba quien quería. La primera mañana, un encuentro sobre “Qué es la universidad” y luego, divididos por facultades, la posibilidad de conocer y hablar con profesores y doctorandos. Por la noche, cantos, juegos… Todo forma parte de la vida. Esa mirada que se renueva no nos deja tranquilos, hace que nada sea repetitivo, ni siquiera un gesto de caridad. Como la CUSL (Cooperativa Universitaria Studio e Lavoro). Normalmente se pedía a personas determinadas que ofrecieran algo de su tiempo para hacer los turnos. En cambio, este año se ha dado este aviso: «Quien desee hacerlo, puede dar su disponibilidad. En caso contrario, tendremos que cerrar». De momento, no se cierra.

Reggio Calabria
EL ROSTRO DE VALENTINA
«Hacer la carrera aquí es todo un desafío». En Reggio Calabria, en donde se ve el mar desde las aulas de la universidad. «En general, los que quieren estudiar, los que tienen ambición, se marchan fuera», dice Tommaso, doctorando en Arquitectura. «Veo a mis compañeros. Viven la universidad como de paso, como un periodo que hay que soportar en vistas a otra cosa, o bien como un tiempo de añoranza». Y sigue: «Pero yo no me voy: gracias a lo que he encontrado, descubro cada vez más que aquí hay algo para mí». La comunidad de Reggio tiene una treintena de universitarios en total. Más alguno que va y viene. «Una periferia», dice Marco, otro estudiante para el que estudiar Ingeniería en su tierra y hacer su tesis sobre el sistema Android se han convertido en una ocasión, incluso para su vida futura: «Ante todo, para hacerme un hombre». ¿Es decir? «Para comprender qué es lo que me interesa de verdad en la vida». Para explicarlo, nos presenta a Lorenza, estudiante de Letras en Messina, que va y viene en trasbordador. Una de las últimas en llegar a la comunidad. «Fui invitada por algunos amigos a la parroquia. Entonces creía estar bien como estaba. Tenía un novio desde hacía siete años, el estudio, proyectos para el futuro, crear una familia…». Entonces empieza a ir a la Escuela de comunidad, y luego a las vacaciones en la montaña. «Me di cuenta de que lo que ahí encontraba era indispensable para vivir. No necesitaba nada más. En las montañas no echaba de menos nada, ni la familia ni mi novio. Ahí estaba todo».
Valentina parece hacerse eco de estas palabras cuando cuenta su encuentro con Ágata: «Empezamos a estudiar juntas, y cuanto más la conocía, más me asombraba darme cuenta de que ella se encontraba exactamente en la misma situación que yo: los mismos exámenes, los mismos miedos, las mismas preguntas que no encontraban respuesta». La invita al Angelus. Teme por su reacción, pero ella dice que sí. Para explicarle el gesto, Lorena, amiga de Valentina, se dirige a Ágata: «La historia de Jesús no es una historia cerrada hace dos mil años, sino que sigue presente en medio de nosotros, y se manifiesta mediante los rostros de nuestros amigos, en este caso a través del rostro de Valentina». Para Valentina es como un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía ella ser instrumento de Dios? «La invité también a la Escuela de comunidad. Por la noche, después del encuentro, me mandó un sms: “Dios me ha regalado tu amistad… ¿Puedo volver la próxima vez?”».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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