Entre los escombros de los pueblos y de las vidas. «Este es un momento sagrado». El card. LUIS ANTONIO TAGLE, arzobispo de Manila, habla de su pueblo arrasado por la violencia de Haiyan: 4.400 muertos, 900.000 personas sin hogar, el grito de un hombre que pide perdón por no haber podido salvar a su familia. Y una «oleada de amor» por parte de todos los que quieren ayudar. «La cuestión no es dudar de Dios, sino buscarlo»
Esperanza en medio del dolor. El cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila, nacido en 1957, el más joven entre los electores del papa Bergoglio, fue testigo impotente de la llegada de Haiyan el 7 de noviembre. Ciudades enteras aniquiladas, como Tacloban y Palo, pero también Guiuan, Capiz, Aklan, Masbate. La furia del tifón dejó a su paso 4.400 muertos. Según las estimaciones, hay al menos novecientos mil desplazados. Los que tenían poco ahora ni siquiera tienen eso. Los que han visto morir a sus familias no encuentran paz. Y los que miran desde lejos las zonas afectadas tratan como pueden de manifestar su cercanía. Como el joven cardenal, que sigue sosteniendo la esperanza de su pueblo. ¿Por qué? Los cristianos son Gente de Pascua (de ahí el título de su único libro publicado en Italia, por la editorial Emi), personas marcadas por la Resurrección de Jesús.
¿Qué piensa y siente usted en este momento de prueba para su pueblo?
Como la mayor parte de los filipinos, yo también estoy impresionado por la destrucción que tenemos ante nuestros ojos. Casas, pueblos. Sobre todo, vidas. Aunque en cierto modo estamos acostumbrados a los tifones y a los terremotos, nunca he visto una devastación parecida. Y si a mí, que físicamente estoy lejos de la zona afectada, me ha impactado de este modo, puedo sólo imaginarme lo que estarán sufriendo quienes se encuentran en medio del desastre. Me siento unido a ellos en la pena, en el dolor, en la oración y en la esperanza.
¿Cuáles son en este momento las prioridades para las zonas afectadas?
Naturalmente, comida, agua, medicina y un refugio para los que se han quedado sin un techo. Lo necesario para sobrevivir. Pero para llegar a los lugares afectados, hay que limpiar las calles, los puertos y los aeropuertos. También hay que dar sepultura a los muertos. Y además de todo eso, tenemos una extrema necesidad de consolar a los huérfanos, a las familias rotas, a los que lo han perdido todo. Necesitamos compartir la esperanza.
¿Qué noticias tiene de las iglesias en las regiones afectadas?
Se tardó mucho en restablecer la comunicación. Las primeras noticias nos llegaron por radio y televisión. Tuvieron que pasar cuatro días antes de recibir el primer mensaje de uno de los obispos. Los obispos y sacerdotes de esas zonas también han sufrido mucho. Han tenido que buscar a sus familias y a los fieles desaparecidos. En muchos casos, las iglesias y las casas parroquiales han quedado destruidas. Los pastores están heridos, como todos los demás.
¿Cuál es la historia que más le ha impresionado?
Hay muchas. Pero no puedo olvidar la de un hombre que perdió a su mujer, a sus hijos y su casa. Quería avisar a su madre, que vive en otra región, para que supiera que él estaba vivo. Pero no había forma de contactar con ella. Sólo consiguió hablar con su madre cuando los periodistas de una televisión le prestaron un teléfono y una cámara. Entre gemidos y lágrimas, gritó: «Mamá, estoy vivo. Pero no he podido salvar a mi familia. Por favor, perdóname. Mamá, mamá...». Era el llanto de alguien que amaba tanto a su familia que habría preferido morir para salvarla. Por eso se sentía culpable. Pero yo no veía en ello un fracaso, ni mucho menos una culpa. Era sólo amor verdadero, ese que lleva al sacrificio. Estoy seguro de que Dios escuchará a ese hombre.
¿Qué reacciones ha tenido la gente común en las regiones que no se han visto afectadas?
La población de las zonas no afectadas también han sufrido. Todos estamos muy afectados. Todos sufrimos. Pero la gente de todos los rincones de Filipinas y del mundo entero ha mostrado un gran amor y un inmenso deseo de compartir, y está haciendo todo lo posible por ayudar. Estoy viendo una oleada de amor que se extiende por todas las Filipinas. Y donde hay amor, está Dios. Este momento de dolor es también un momento sagrado.
Usted pidió a los fieles de su diócesis que aplazaran los festejos programados por respeto al momento de dolor que está viviendo el país. ¿Qué reacciones hubo a esta petición?
La gente ha valorado mucho esta decisión. De hecho, muchas parroquias, escuelas y asociaciones anularon sus actividades en signo de solidaridad. El dinero ahorrado se ha enviado a las regiones afectadas. Y la mayoría ha dedicado los días libres a trabajar como voluntarios en centros de acogida o echando una mano en la emergencia. Creo que ha sido una gran oportunidad para los cristianos. Y una ocasión de educación para los jóvenes. Humana y social. Veo en todos una gran generosidad, tanto en términos de dinero como de tiempo.
¿Cómo ayuda la mirada de la fe ante una tragedia semejante?
Mire, yo estoy viendo que la fe renace entre los escombros de las casas, de los edificios y de las vidas. La fe es lo que permite a la gente mirar más allá del hoy. Es lo que les permite seguir creyendo en el amor. Convoqué a nuestro pueblo para una hora de oración. La gente expresó allí sus sufrimientos, sus penas y sus preguntas a Dios. La cuestión no es dudar de Dios, sino buscarlo. Buscar su rostro verdadero en medio de la oscuridad. Es como subir a la cruz con Jesús, gritando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Llenar el sufrimiento con esta veneración abre paso a la esperanza.
CÓMO AYUDAR
Acogiendo el llamamiento del Papa Francisco, CL promueve una recogida extraordinaria de fondos en favor de los pueblos de Filipinas afectados por el tifón.
Las donaciones se harán efectivas exclusivamente
en esta cuenta corriente a nombre de:
FRATERNITÀ di Comunione e Liberazione
IBAN: IT0600521601614000000011770
Swift Code BPCVIT2S (para aportaciones desde fuera de Italia)
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Concepto: Emergencia FILIPINAS
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