Aprender de lo que sucede. El testimonio personal. La oración “memoriosa”. El padre ANTONIO SPADARO, autor de la célebre entrevista al Papa, explica por qué para Francisco la fe manifiesta su fuerza y encuentra en la realidad su continua confirmación, otorgándonos la capacidad de discernimiento
«La reflexión, para nosotros, debe partir de la experiencia». Es la afirmación que cierra el párrafo “Fronteras y laboratorios” de la ya famosa entrevista a La Civiltá Cattolica. Tenemos la ocasión de retomarla con el padre Antonio Spadaro, 47 años, director de la revista de la Compañía de Jesús, experto en web y literatura, y «segundo jesuita más famoso en el mundo», tal como le han llamado después de ese diálogo en tres etapas, publicado simultáneamente en todo el mundo. Profundizar en sus contenidos es fundamental para seguir a este Papa, para leer la Evangelii Gaudium y para darse cuenta de por qué «no se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo» (266). «Por experiencia propia». La fe puede hallar su confirmación sólo en la realidad. Sólo juzgando a fondo lo que nos pasa, a la luz de nuestras necesidades y exigencias más verdaderas, podemos caer en la cuenta de la diferencia radical que Cristo introduce en la vida.
¿Por qué para el Papa es tan decisiva la experiencia? Y, ¿en qué consiste?
El Papa Francisco no es una persona que ame poner en primer plano los conceptos. No parte de ideas claras y precisas que luego aplica a las distintas situaciones; él parte siempre del contacto con quien tiene delante, personas o grupos. Por una parte, se trata de una categoría arraigada en su espiritualidad, en su formación jesuítica; en la pedagogía de san Ignacio el punto de partida y de trabajo es siempre el contexto y la experiencia. Lo dice claramente en la Evangelii Gaudium, pero lo había dicho también antes: la realidad «es», mientras que la idea es fruto de una elaboración que siempre corre el riesgo de caer en el sofisma separándose de lo que es real, y puede llegar incluso al totalitarismo cuando la idea pretende imponerse sobre la realidad. Para el Papa la realidad siempre es superior a la idea. Es uno de sus cuatro principios fundamentales de lectura de la realidad. Por lo tanto, si se puede llevar a cabo una reflexión es sólo a la luz de la experiencia. Sólo después de esta reflexión, cabe valorar la acción que hay que emprender. En segundo lugar, para este Papa cuenta mucho su experiencia pastoral. Los rostros concretos de las personas que conoció son, en cierto sentido, los que le convirtieron a la experiencia. En su labor en Buenos Aires, por ejemplo, maduró muchísimo el valor de este contacto directo con la gente. No es una categoría intelectual; es su misma vivencia que lo mueve a partir de la experiencia. Sin contar con un tercer aspecto.
¿Cuál?
La pertenencia. La experiencia, para el Papa, no es sólo la individual, sino también la de un pueblo, la Iglesia. Saber que se pertenece a un pueblo tiene para él un valor incomparable. En el fondo Dios se revela a un pueblo, no a un individuo aislado. Por lo tanto la experiencia de la fe tiene siempre su contexto en una pertenencia. El subjetivismo se elimina de raíz.
Cuando el Papa habla de la fe como algo que nace del «asombro que surge al encontrar a alguien que te está esperando», remite a que el encuentro con Cristo es siempre un acontecimiento, un hecho objetivo del que se tiene experiencia…
Ciertamente. Pero el concepto de “objetivo” no se debe entender nunca como absoluto, desligado. Lo que guía su reflexión y luego su acción es la conciencia de que Cristo se ha encarnado. El Papa lo dice con claridad en la entrevista que nos concedió, no se hace discernimiento sobre las ideas, sino sobre las historias. No existe una objetividad inerte, existe una objetividad que se traduce en un rostro, una historia, una experiencia. La objetividad es Cristo. La novedad es el Evangelio. Este es el punto. Todo lo demás viene después. No porque tenga poca importancia, sino porque existe una prioridad absoluta: el anuncio. Y la vocación del Evangelio es la de ser anunciado a todos, en cualquier situación existencial.
¿Esto no implica que, en cualquier situación y más allá de las diferencias de culturas y tradiciones, el hombre tiene dentro un criterio que le permite juzgar y reconocer esta objetividad? Existe un acontecimiento que sucede en la historia – el anuncio de Cristo –, y también existe el corazón del hombre que es capaz de percibir su carácter único, porque lo espera. Me parece que el Papa hace hincapié también en esto.
Sí. Existe algo en el interior del hombre, una apertura, que el Papa identifica con una herida. Y esta herida implica el deseo fundamental de Dios. Esta figura que es la herida hay que entenderla como una llamada profunda inscrita en el corazón del hombre. La Iglesia se dirige sustancialmente a una humanidad que advierte, siente, experimenta esta herida.
El mismo Papa parte de esta herida. Cuando dice «soy un pecador en quien Dios ha puesto sus ojos», para definirse a sí mismo utiliza un término que extrae de la experiencia más radical que un hombre tiene, la del propio límite. Es un dato que no podemos ocultar, la vida es despiadada en este aspecto…
Sin duda. En el fondo, la experiencia de fe y de adhesión a Cristo se apoya en el reconocimiento de que somos pecadores. Una persona que no advierte esta herida, que la niega, se hace prácticamente impermeable al Evangelio.
Llama mucho la atención el hecho de que este dinamismo entre el corazón del hombre y la realidad se convierta en un factor de conocimiento continuo. En cierto sentido, él habla sólo de cosas que ha descubierto viviendo. Lo que dice está vinculado a menudo a episodios que ha vivido, como la fe de su abuela, el día de su vocación, las religiosas que le han cuidado… o el hecho de abrir una catequesis hablando de Noemí, la niña enferma que acababa de conocer. ¿Por qué?
Por eso. Porque hace siempre referencia a la experiencia real, que tiene rostros precisos. Son estos los que le ayudan a reflexionar, a pensar. Lo que dice es siempre fruto de algo que se ha grabado en su piel, en su vivencia, en su historia. También los santos son para él «rostros» precisos. No cree en eso que llama irónicamente «energías armonizadas», cree en ciertos rostros. Esta es la categoría hermenéutica para comprender todo lo que dice. Si interpretamos su magisterio con la categoría de la idea, de afirmaciones abstractas, acabamos perdiendo el rumbo.
¿Pero qué es lo que permite esta disponibilidad de corazón para poder aprender continuamente? Es el Papa, tendría todos los títulos para pensar que «ya sabe lo suficiente» en materia de fe…
La humildad. Que para él no es una virtud ascética, sino en primer lugar una vía para acercarse bien a los demás y a la realidad. Es un estar disponible ante la experiencia, que en Francisco tiene un fuerte arraigo. ¿De dónde nace? Exactamente no lo sé. Pero sin duda, a mi entender, le viene de haber experimentado lo contrario. Es muy interesante, por ejemplo, que él siga pidiendo perdón por los pecados no de la Iglesia sino por los suyos. Cuando cuenta que le nombraron provincial, de joven, con 36 años, y se arrepiente de haber sido áspero, casi agresivo en su relación con los demás y con la realidad, también debido a la inexperiencia, en sustancia dice haber experimentado en su propia piel los efectos de una cerrazón ante la experiencia. También esto, con el tiempo, le ha enseñado a ser dócil. Luego hay una segunda cuestión que se convierte en método: el discernimiento. Que, no lo olvidemos, es una de las claves de la espiritualidad jesuítica.
Él afirma explícitamente que «sólo se puede discernir en una narración, no en una explicación filosófica», es decir, partiendo de la experiencia y no de las ideas. Pero, ¿qué significa exactamente discernir?
Se pone de manifiesto en cómo está guiando la Iglesia. Muchos creen que el Papa tiene en la cabeza una especie de proyecto, de suma de ideas que llevar a la práctica. No lo considero una visión correcta. El Papa hunde sus raíces en el terreno de la experiencia concreta. No vive en un globo, tiene una percepción clara de los que le rodea. Pero cuando se mueve, relee continuamente lo que hace, lo lleva a la oración personal y lo hace objeto de diálogo con los demás. Por lo tanto, avanza en un proceso que podemos definir de discernimiento espiritual, buscando y reconociendo paso a paso la voluntad de Dios. La visión más correcta de su proceder es que «se hace camino al andar». Cuando se pone en marcha, comprende mejor adónde dirigirse. No persigue la puesta en práctica de principios teóricos; es una visión dinámica.
También la Iglesia, que es una realidad viviente, de alguna manera toma conciencia de sí viviendo y reflexionando sobre su historia. El Papa en su diálogo con usted citaba a san Vicente de Lerins: «El mismo dogma (…) progresa, consolidándose con los años, desarrollándose con el tiempo, haciéndose más profundo con la edad». Y en la Exhortación dice: «La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad». ¿Se puede decir que para Francisco la experiencia es un método de conocimiento decisivo para la Iglesia misma, además de para cada fiel?
Toma la palabra la experiencia del pueblo cristiano. Piense también en el cuestionario enviado a todas las diócesis como introducción al Sínodo sobre la familia. Han hablado de él como de un “sondeo de opiniones”, mientras en realidad responde a esta lógica, la de recoger la vida del pueblo de Dios, la experiencia vivida. Que resulta más útil que partir de documentos y presupuestos teóricos. Se invita el pueblo de Dios a interrogarse sobre su experiencia en este campo a la luz del Evangelio. Claro está que esto no es suficiente; es propedéutico para una ulterior reflexión. Volvemos, en el fondo, a los ejercicios espirituales de san Ignacio. El discernimiento es la base fundamental del juicio. Es sentir y gustar las cosas interiormente. No es un proyecto de tipo exclusivamente racional, en un sentido abstracto; desde nuestro mismo interior maduramos la experiencia de cómo proceder. Y emerge una dirección a la que seguir, que no es fruto simplemente de nuestra capacidad de decidir, sino de la obediencia al Espíritu.
El Papa insiste mucho en la tentación de «domesticar las fronteras» y acabar teniendo una «fe de laboratorio», una fe abstracta, estática, que no ofrece instrumentos para juzgar la realidad y conduce a un «autismo intelectual». Para él, ¿de dónde nace este riesgo?
El papa Francisco es ajeno a las ideologías. Totalmente. Uno de los mayores riesgos que denuncia es la ideologización del Evangelio, que se da sobre todo cuando el Evangelio se lee mediante otras categorías. Para él el Evangelio se lee con el Evangelio. Es una experiencia absolutamente original, única. No se puede reducir su lectura con el uso de mitologías ajenas. De aquí su rechazo categórico a cualquier politización, tentación hegemónica o cosa por el estilo. No tenemos que estar en las fronteras para ser asimilados por ellas, sino para vivir en esas fronteras con nuestra originalidad propia. No es una lógica de anexión, sino de reto, de comparación.
De lo contario, se acaba reduciendo todo a lo que ya sabemos.
Claro. Cuando el Papa pide que «abramos las puertas de la Iglesia» no entiende en primer lugar que dejemos entrar a las personas en las iglesias; pide que abramos las puertas para que el Señor pueda salir. A veces nosotros las cerramos tan a cal y canto que, al final, Cristo parece como enjaulado dentro… en cambio, la Iglesia es un tesoro que tiene que estar a disposición de todos. Este reclamo recorre toda la Evangelii Gaudium.
Otro de sus reclamos potentes es la fe como testimonio. «También en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: “tiene sed de autenticidad, exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo”», escribe en la Exhortación (150). Aquí también se revela como fundamental la experiencia: el camino hacia la verdad es una relación, algo que se puede experimentar.
Él mismo es un Papa que comunica un mensaje testimoniándolo. Habla del valor de la pobreza viviendo la sencillez. O de la oración, rezando. Trata de unir el gesto a la palabra. Sustancialmente, quiere salir de la lógica de la predicación, de la sola palabra, para mostrar en acto lo que quiere. De esta manera, un gesto se revela más potente que la palabra. Ignacio dice que el amor se demuestra más con las obras que con las palabras. Es una dimensión que mueve a la acción.
Hay otros puntos en los que la experiencia emerge como un factor decisivo para el Papa. En primer lugar, su método educativo. En la entrevista cita un episodio. Para que sus estudiantes del Liceo se interesaran por la literatura, empieza a invitarles a escribir y acaba implicando en relación con la clase también a Borges.
Bueno, aquí podríamos hablar del “riesgo de educar”. Actuar así es realmente asumir un riesgo, porque implica la posibilidad de malentendidos. Pero en este caso concreto él asumió ese riesgo porque se dio cuenta de que era la mejor manera de crear un puente entre la experiencia de la literatura que quería comunicar y la que tenían de ella sus alumnos. La única vía era ir a su encuentro: partir de su punto de vista, de su inteligencia y curiosidad, y leer paulatinamente la necesidad profunda que albergaban. Entrando en la literatura con sus exigencias y preguntas, al final salieron chicos abiertos a la literatura en cuanto tal e incluso algunos se convirtieron ellos mismos en autores. Sí, la experiencia es de alguna manera también el corazón de su idea de educación.
En la entrevista, usted subraya que el Papa, incluso cuando habla de sus preferencias en el campo del arte – Hölderlin, Manzoni, Caravaggio, Mozart –, parte siempre de la vida y no de un discurso intelectual. «La vida pone a prueba las palabras», dice parafraseando al personaje de Manzoni, el Innombrable. Es una buena definición de experiencia…
Para él el arte no se encierra en el ámbito estético, autónomo respecto al resto. La novela, la poesía, el arte en general es parte integrante de la vida. También de la vida espiritual y pastoral. En este campo se mueve con gran facilidad y elasticidad. Para explicar la esperanza partió de Turandot. Creí haber entendido mal… Nosotros habríamos empezado con un “por ejemplo en…”, habríamos abierto un paréntesis. En cambio, para él el discurso es fluido, no hay solución de continuidad. Esto me llama la atención. La estética del Papa implica una relación con la obra de arte en la que la obra plasma radicalmente la percepción. De hecho, su fruición coincide tout court con hacer experiencia de ella. Cuando lees una novela, tienes una experiencia de vida, no una simple experiencia de gusto intelectual. Es una observación que ofrece muchas posibilidades de desarrollo.
Último aspecto: la oración, su oración personal. El Papa la define como «memoriosa», es decir, «repleta de recuerdos, también de la memoria de mi historia o de lo que el Señor ha hecho». ¿También orar es para él hacer experiencia?
Sí. Su oración no es abstracta; implica la observación de los hechos y el reconocimiento de dónde el Señor ha actuado y actúa. Lo dice también en su Exhortación: sólo el encuentro con el Señor puede dar la «alegría del Evangelio», cosa que no puede conseguir una decisión ética o la adhesión a una idea. Por ejemplo, él tiene este momento de adoración vespertina, hacia las siete y media, que es pura contemplación y silencio. Resulta curioso que no lo haga por la mañana. Claro, por la mañana reza los Laudes, luego celebra la Santa Misa… Pero en este momento especial por la tarde pone su jornada delante del Señor y lleva a la oración lo que ha vivido. En definitiva, lleva a la oración su experiencia.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón