El corazón de Chen
Vuelo Pekín-Shanghai. Simone mira por la ventanilla del avión: grandes nubarrones negros y algún relámpago que no promete nada bueno. «Pronto empezará el baile», piensa. Está acostumbrado. Por motivos de trabajo, pasa más tiempo entre las nubes que en tierra firme. Ya ha dado la vuelta al mundo. Le gusta, pero estar lejos de su familia es un sacrificio. Para él y para los suyos. Justo la otra noche su hijo mayor le preguntaba por skype... «Atención, estamos atravesando una zona de turbulencias...». La voz del piloto interrumpe sus pensamientos. «Ya estamos». Se abrocha el cinturón y saca de la mochila el cuaderno de los Ejercicios de la Fraternidad. A los pocos minutos, oye la voz de su compañero de asiento: «¿Qué lees?». Es Chen, el cliente chino con el que viaja. En estos años de trabajo se han hecho amigos. Chen es el prototipo de chino: inteligente, criado según los “sanos” principios del régimen y con la idea de que lo fundamental es ganar dinero. Aparentemente es un hombre satisfecho, feliz. Simone opta por una respuesta vaga: «Un libro de meditaciones...». Luego piensa: «Pero, ¿qué estoy diciendo?». Deja a un lado todos los formalismos y dice: «No, disculpa. Lo que estoy leyendo es lo que más quiero. Tiene que ver con el hecho de que soy cristiano, tiene que ver con Jesús. Es la respuesta a la pregunta sobre el significado que me planteo cada instante de mi vida».
Chen mira a su amigo italiano y luego hacia el cuaderno, un poco arrugado y subrayado. «Trabajo siete días a la semana. Mi empresa está creciendo, en el fondo puedo hacer todo lo que quiera. Pero por las noches estoy cansado y triste. Nada me basta. Algo le falta a mi espíritu. No sé cómo explicarlo. ¿Me puedes ayudar? ¿Eso en lo que crees llena este vacío?».
A Simone se le saltan las lágrimas. A 10.000 metros de altura, en medio de un temporal, con la familia y los amigos en el otro extremo de la tierra... allí, junto a ese “chino” perfecto se siente objeto de un amor sin límites. «El corazón de todos los hombres está hecho para lo mismo», las palabras de don Giussani se hacen carne. Se traga el nudo que tiene en la garganta y responde: «Tu pregunta es la misma que la mía. Por ello podemos ser amigos y ayudarnos». Fuera continúan las turbulencias, el avión baila, pero no se dan cuenta.
El aterrizaje en Shanghai es tranquilo. Dos días de trabajo intenso y luego de vuelta al aeropuerto. Esta vez los caminos de los dos amigos se separan. Se despiden en el bar. «Adiós, Simone, nunca olvidaré este viaje. ¿Puedes conseguirme un libro que pueda leer también yo? Lo necesito». Otra conmoción. «Claro, te lo mando».
Dos semanas después, al abrir el correo electrónico Simone se encuentra con este e-mail: «Sé que en breve vendrás a Asia. Si quieres, ven a verme y pasamos juntos un fin de semana. Contigo estoy contento. Me ayudas a afrontar la vida, el vacío que llevo dentro. Por cierto: ¡no te olvides del cuaderno! Tu amigo Chen». Simone lo lee varias veces. El Señor se ha hecho presente una vez más de forma inesperada y sorprendente. Responde inmediatamente. «Dentro de un mes iré a Tailandia. En cuanto lo sepa, te mando la fecha exacta».
Aeropuerto de Bangkok. Simone mira a su alrededor. Ahí está. Le llama. «Chen, estoy aquí». Su amigo se acerca. «Estoy muy contento de volver a verte. Tenemos que hablar de muchas cosas…». «Ok. Mientras tanto, esto es para ti». Chen toma el libro entre sus manos. «El sentido religioso, de Luigi Giussani. No te has olvidado. Gracias, Simone». «Venga, vamos».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón