Su tarea es ser un «testigo que no estaba» y «penetrar en los momentos anónimos de la historia», para decirnos que somos protagonistas de la gran aventura humana. Nos hemos reunido con el escritor irlandés (y archi-premiado) COLUM McCANN, que nos habla de su oficio. El deseo de «vivir en voz alta», el intento de «evitar siempre el estancamiento», para sí mismo y para el lector. Y ese «instinto sincero» que nos mueve desde dentro, porque hay algo escrito en nosotros
Leyendo algunos de los libros de Colum McCann se tiene una intuición inesperada: ser escritor significa más de lo que normalmente se piensa. McCann va a la raíz de las cosas. Empieza desde lo insólito, para hacer de ello un fundamento estable desde el que partir. En sus manos, lo insólito se convierte en la norma de la realidad. Su manera de utilizar las palabras proporciona al lector la certeza de ser transportado a un lugar donde es esencial ir.
McCann se lo toma en serio. Hace un par de años dio una charla a unos estudiantes del Boston College, dirigiéndose a ellos así como nos gustaría que los grandes escritores supieran aún hablar. «Sospechad de aquello que os consuela demasiado», les advirtió. «Si os consuelo demasiado, sospechad de mí. Vivimos tiempos difíciles». Les exhortó a viajar con esperanza, pero estando alerta. «El verdadero optimista nunca niega la realidad de la oscuridad. Es más, los optimistas son mucho más cínicos que los cínicos crónicos. Deben vencer al cínico que llevan dentro. Deben examinar el mundo, deben zambullirse de cabeza en la oscuridad». Y siguió diciendo: «Aquí entra en juego vuestra fe, que tiene valor sólo cuando es puesta realmente a prueba. Mi fe ha sido puesta a prueba, algunas veces. Caminad con ella, dejad que os enriquezca, y quedaos con las voces de quienes os fiáis. Esas cosas permanecen. La esperanza permanece».
Las bandas promocionales sobre las cubiertas de sus novelas contienen a menudo palabras como “ambicioso”, “audaz”, “valiente”. Antes de leer el libro, parecen magnánimas, generosas. Pero después de haber leído un rato, parecen asumir una nota equívoca, hipócrita, incluso evasiva: porque el aspecto que más sorprende en los libros de McCann es su paso seguro. Al leerlos me siento transportado, guiado por un explorador sin edad que delicadamente me conduce de una escena a otra, y se mantiene aparte. El autor está allí, siempre presente, pero casi silencioso entre aquellas palabras que se hacen mías.
McCann es exigente. Empuja hasta el límite mi confianza en él. Sin embargo algo, en la voz del narrador, me infunde la confianza necesaria para continuar. Las frases están construidas con precisión, pero permanecen abiertas, sugieren y evocan en vez de enunciar y definir. Sus libros son actos de búsqueda, no el concretarse de viajes programados.
Empieza siempre con la obsesión por una persona, una historia, un acontecimiento. Se encamina a partir de ahí, y la palabra “fe” no es casual. Prosigue de intuición en intuición esperando que sea la historia la que revele el propio significado. El lector le acompaña y hace sus descubrimientos. Es la obsesión –un hombre que camina sobre un cable suspendido entre los rascacielos altísimos, una pareja de pioneros de la aviación, un pacificador– la que insinúa que existe algo que vale la pena perseguir. En cierto sentido, lo que ambiciona es “únicamente” persuadir a las palabras para que le revelen el significado de lo que lo atrae. Es audaz en virtud de la enorme paciencia y tenacidad con la que busca el camino justo hacia un destino cuya existencia intuye, en algún lugar más allá de la niebla.
McCann, naturalmente, es irlandés. Sus libros, dice, hablan siempre de Irlanda, incluso cuando están ambientados en otros lugares. Pero TransAtlantic, su última novela, habla explícitamente de su país, que es también el mío. Entreteje las historias de cuatro personas: el enviado de paz George Mitchell, los pilotos y aventureros Alcock e Brown, y Frederick Douglass, un activista afroamericano que luchaba contra la esclavitud y que visitó Irlanda en los años de la hambruna. Se trata de una especie de historia de Irlanda. Tiene que ver con el modo en que la historia humana también discurre a través de la continua transformación de las vidas anónimas por debajo de la narración principal. La versión oficial de los hechos es en realidad sólo una versión posible, y es tosca y superficial. Junto a la narración histórica reinventada que conforma el marco, McCann nos cuenta las vidas de una camarera irlandesa, Lily Duggan, y de las generaciones que sucedieron a su difícil existencia. Acerca estas historias y las une mediante una sutil telaraña de correlaciones. A través de la interacción entre lo conocido y lo desconocido se deja entrever la posibilidad de una historia nueva. Y de este modo ofrece al lector un don inesperado: la sensación perdida de sentirse protagonista de la Historia. Leemos las vicisitudes de otros personajes anónimos, pero al mismo tiempo empezamos a reconocer nuestro papel en la gran aventura de la humanidad.
TransAtlantic tiene una estructura aparentemente frágil. A veces se vislumbran los hilos que entrelazan las vivencias. Parece pedir que al lector que se fíe de usted desde el principio. Y yo me he fiado, aunque a menudo no entendía bien por qué.
Sólo se entiende después. Y esta es la cuestión: es necesario salir de un libro para comprenderlo. Es mucho más interesante dejar que una persona comprenda por sí misma, que decirle lo que debe comprender. Y además, si la voz del libro enuncia opiniones contundentes, el misterio desaparece. El libro se convierte en algo estático. Opino que los buenos libros se comprenden después, quizás al cabo de un año. Cuanto más me alejo de un libro, más debería enriquecerse. Se depositan estratos de experiencia que sólo con el tiempo empiezan a adquirir un sentido completo.
Bono, de U2, en una ocasión, habló de la relación entre el canto y la fe: se canta una nota con la certeza de que estará también la siguiente. Su libro me sorprende del mismo modo, como si pidiera al lector un compromiso: debemos confiar en que el autor nos llevará de vuelta a casa sanos y salvos.
El escritor César Vallejo dice que «el misterio mantiene unidas las cosas», y me encanta esta idea. Pero es difícil creerlo: leemos esta afirmación, y ¿cómo se puede creer? Bien, debemos abandonarnos al misterio para poder creer en él. Pero es verdad que se actúa sobre la base de la fe, de la idea de que dentro de nosotros hay algo escrito. Que las cosas se arreglarán solas, si seguimos el camino justo: un instinto sincero. Todos tenemos historias que contar, por tanto seguramente dichas historias se encontrarán.
¿Cómo encontró los elementos –Douglass, Mitchell...– y cómo empezó a relacionarlos entre sí?
Son obsesiones. Mentiría si dijera que sabía exactamente lo que quería hacer. Y pienso que es bueno no haberlo sabido. Debe haber un motivo si algo nos obsesiona. El arte de crear es el arte de seguir tus obsesiones, aunque no las comprendas del todo, o quizás precisamente porque no las comprendes. Tenía muchas ganas de escribir sobre Douglass. Me parecía una historia extraordinaria: un esclavo negro americano que viene a Irlanda y se encuentra inmerso en increíbles contradicciones morales y físicas. Es un esclavo pero se aloja en casas bellísimas, y luego descubre que los irlandeses lo pasan peor que sus compatriotas; pero debe mantenerse fiel a su idea, porque sabe cuál es para él el peso de la historia. La historia es una realidad en evolución. Tendemos a pensar que está grabada en piedra, pero al contrario cambia continuamente.
El libro conduce la historia hacia el momento presente, sugiriendo que el escritor es un “testigo que no estaba”. Usted, ¿qué es lo que busca en la historia? ¿Una moral, un rasgo recurrente?...
No es mi intención decirle a nadie cómo escribir o cómo pensar, pero para mí la narrativa tiene una moralidad intrínseca. Me gusta la idea de que servimos para algo: que somos importantes, que nuestras historias son importantes, que nuestra relación con la historia es importante. ¿Ha visto alguna vez un libro de historia en el que alguien cambie un pañal? Bien, pues este es un libro de historia en el que alguien cambia un pañal, y sale por la puerta con el olor de su hijo en las manos, y va a otro país para participar en las negociaciones de un proceso de paz. En el espacio de pocas páginas se puede tener a uno como Tony Blair y... a las secretarias que preparan el té. Nadie puede decirme que las mujeres que preparaban el té en Stormont (la antigua residencia del Parlamento de Irlanda del Norte; ndr) no eran importantes. Para esto es para lo que servimos: nuestra tarea es penetrar en esos momentos anónimos. Y asimismo sostener todo el peso de la historia: no para hacerlo reducirlo a pequeños detalles, sino para hacerlo grande y pequeño al mismo tiempo. Soy reacio a hablar de moral, pero estoy convencido de que es muy importante. Si se la saca de contexto, pueden tacharte de sentimental. O de arrogante.
El deseo humano que trata de superar las circunstancias adversas parece ser el tema del libro: todos los personajes están guiados por esta fuerza. ¿Quizá sea este el tema de todos los libros, después de todo?
Nunca se me había ocurrido, pero es verdad. Todos nos vemos impulsados a actuar por el deseo. Y si hay algo que personalmente quiero evitar, y ahorrárselo a mis personajes, es el estancamiento. Quiero que sigan moviéndose. También yo quiero «vivir en voz alta», come dice Emile Zola.
A veces, sobre todo en nuestra cultura actual, pensamos en las palabras como en una especie de contenedores de los significados. Pero yo creo que las palabras son otra cosa, una especie de interruptor; como si la verdad estuviera ya en nuestros corazones y la palabra adecuada lograra sacarla fuera.
Como una puerta, más que como un interruptor; porque hay algo de violencia en la idea de un interruptor. Podemos verlo como una puerta que abre a una serie de puertas. Para que funcione, las palabras deber disponerse sobre la hoja en el orden adecuado. Pero es necesario un lector creativo. A menudo se dice que cuando terminas el libro serán los demás quienes te digan de qué habla, y sólo entonces empezarás a comprender qué has hecho: creo que es una gran mentira, y pienso que los escritores juegan demasiado con ello. Creo, por el contrario, que somos conscientes de nuestras ideas. La mayor parte del tiempo se trabaja en la niebla: «¡Hazme avanzar una página más, aunque no sé a dónde me dirijo!». Pero en un momento dado uno mete la marcha adecuada y el libro comienza a llevarte a un lugar precioso, o al menos eso esperas.
El poeta (irlandés) Patrick Kavanagh hablaba del «Relámpago», el misterio. Su hermano Peter escribió una poesía sobre la relación entre el misterio y las palabras, en la que decía que las palabras son la parte menos importante: «Las palabras se inflaman en un hilo tremendo por algo insólito». También en sus obras las palabras conllevan un significado profundo que supera lo que se escribe.
Me encanta la idea de que las palabras estén al servicio del misterio. Como oraciones verdaderas y precisas. Gran parte del “arte” de escribir consiste en indagar, en explorar nuevos territorios. El lenguaje mantiene unida la realidad.
En su discurso en el Boston College empleó palabras que en la actualidad los autores irlandeses utilizan poco, por ejemplo “Dios”. Sin embargo, usted no tiene miedo de utilizarlas.
No.
¿Pero qué concreción tienen para usted? ¿Qué claridad tiene al respecto?
Tengo una idea clara de lo que es la gracia. Tengo una idea clara de lo que es la justicia social. Tengo una idea clara de lo que pueden hacer las historias. No me encuentro del todo cómodo ante la idea de hablar en público de mi fe y de mi relación con Dios. No sé si está ya plenamente madura. Y no sé si alguna vez lo estará. Ni siquiera sé si quiero que lo esté. Pero hablo con mucho gusto del significado, del sentido moral y de la gracia, y de todas aquellas cosas que nos llevan al límite. Hace poco estuve en Sandy Hook (la pequeña ciudad de Connecticut donde, el 14 de diciembre de 2012, tuvo lugar una masacre en una escuela; ndr), y los chavales de 17 y 18 años estudiaban Que el vasto mundo siga girando. Fue uno de los momentos más increíbles de mi vida. Se me saltaban las lágrimas literalmente. Me dijeron cosas como: «Mi hermano fue asesinado», o «trabajaba como niñera del niño que fue asesinado»... Eran ellos los que se preguntaban cómo buscar un indicio de luz en medio de la oscuridad.
¿La Voz de sus libros es siempre la misma?
Tengo la impresión de moverme cada vez más hacia un punto en concreto, o hacia una idea global que no puedo negar. Tiene que ver con la redención y la alegría. La última frase de A este lado de la luz dice: «Las resurrecciones ya no son lo que eran». Hay un hombre que sale de un túnel, pasa de la luz a la oscuridad y de la oscuridad a la luz. La última frase de El bailarín era muy parecida, algo así como: «Haz que esta felicidad se extienda hasta la mañana». La última frase de este libro es: «Debemos dar las gracias al mundo por no haber acabado ». Si crees en la posibilidad de la alegría, entonces debes cantarla. Por tanto, pienso que me interesan las ideas de gracia y de curación, pero la manera en la que me acerco a ellas será distinta cada vez, eso espero. Espero tener acceso a una sinfonía de voces diferentes. Para mí es la posibilidad de convertirme en alguien distinto, de alejarme de mí mismo. Si me preguntaran cuál personaje soy en cada uno de estos libros, no sabría responder. «¿Quién eres tú en estos libros?». No lo sé. Soy todos ellos, partes de cada uno. Pero las cuestiones relativas a la voz son sumamente importantes. Debes esforzarte por encontrar la voz justa. Y me acabo de dar cuenta de una cosa: la gente me pregunta por qué escribo con técnicas narrativas y voces diversas. «¿Por qué no utilizas una única voz narradora?», me preguntan. Bueno, ¿cuál es el libro de las voces, que contempla el mundo desde distintos ángulos? ¿Cuántos libros hay en la Biblia? ¡Apenas he encontrado una respuesta válida! Lo ves, extraemos nuestras voces de las voces de los demás.
ENTRE HISTORIAS Y NOVELAS
Colum McCann nació en Irlanda en 1965. Se trasladó a Estados Unidos, y vive con su mujer Allison y sus tres hijos en Nueva York, donde enseña Escritura creativa en el Hunter College de la City University. Es autor de seis novelas y dos libros de relatos. Que el vasto mundo siga girando (RBA Libros) ganó en 2009 el National Book Award y el premio Bottari Lattes Grinzane en 2011. Entre otros títulos, recordamos A este lado de la luz (RBA Libros). El último, TransAtlantic, ha sido publicado en Estados Unidos por Random House.
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