El gesto del artista Erdem Gunduz en la Plaza Taksim. Sólo el acento sobre la verdad de la existencia se opone al sistema
Incluso en la aparente híper-libertad de las sociedades modernas, el Estado tiende a aplastar a la persona de manera sutil pero firme. Este hecho podría considerarse esencial para el orden social, pero en realidad constituye una ofensa al sentimiento de libertad de los hombres. Don Giussani sostenía que sólo dos tipos de hombres salvan enteramente la estatura del ser humano: el anarquista y el auténticamente religioso. El primero es la afirmación de uno mismo hasta el infinito; el segundo es la aceptación del infinito como significado de uno mismo.
En algunas manifestaciones ocurre que una transgresión resulta aplastada con exagerada violencia por parte de la policía. A menudo un episodio de desorden –por ejemplo una marcha contra los recortes– sirve para que pase a segundo plano el quid de la cuestión y lo que sucede después puede ser archivado como un exceso no autorizado. Pero lo que realmente emerge es la verdadera potencia de la fuerza que tenemos cada uno de nosotros allí donde estamos.
Obviamente, este proceso difiere en cuanto a nivel y destreza, según sea la naturaleza del régimen, la ideología imperante, las circunstancias contingentes. Sin embargo, incluso cuantos de entre nosotros viven en sociedades “libres” comprenden que, como observaba Václav Havel, las libertades democráticas nunca pueden ser superiores a aquellas permitidas en las sociedades que definimos como “totalitarias”. En una sociedad democrática la libertad va ligada a la idea de que las personas están plenamente satisfechas con la representación democrática disponible. Cuando esta toca un cierto límite en los deseos o en las frustraciones del “público”, las distinciones entre democracia y dictadura pueden difuminarse.
En Turquía, durante las protestas que estallaron a finales de mayo, centenares de hombres y mujeres se han quedado de pie en silencio en la plaza Taksim de Estambul, imitando el gesto de un artista, cuya protesta silenciosa hizo que se ganara el sobrenombre de «duran adam», hombre de pie. Erdem Gunduz comenzó su protesta después de que la policía hubiera aplastado la revuelta antigubernamental con gas lacrimógeno y cañones de agua. Durante más de cinco horas el «hombre de pie» permaneció en la plaza Taksim, con la mirada fija en el retrato de Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna, cuya imagen destaca en el lateral del Centro Cultural que lleva su nombre. Un equipo de la CNN informaba: «Las personas, solas o en parejas, han seguido llegando y han permanecido en silencio en la plaza, todo el día... Algunos se cogían de las manos en signo de silenciosa solidaridad, y algunos simpatizantes ponían crema para el sol en el rostro de los manifestantes. Pero la policía ha llegado con fuerza y se ha llevado a los pacíficos manifestantes en sus furgones». El mismo Gunduz ha desaparecido de la plaza y no está claro si ha sido detenido.
En El poder de los sin poder Havel destaca que el “régimen” –sea cual sea su naturaleza– siempre perseguirá hasta el más pequeño gesto que se configure como un intento de vivir en la verdad. Basta con que la costra de la mentira se rompa en algún punto, una vez, para que el castillo entero se derrumbe y se desintegre.
¿Qué podría haber más bello para el hombre que el simple “estar”, testimoniando simplemente la realidad de su existir? Havel define estos fenómenos como «revueltas elementales contra la manipulación». El solo hecho de poner el acento sobre la verdad de la existencia se contrapone del modo más potente al automatismo del sistema. No es la violencia de lo que el poder tiene realmente miedo, sino más bien de su ausencia, la simple humanidad del ciudadano que hace sentir su presencia: el poder de los sin poder.
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