Es la manifestación de arte contemporáneo más importante del mundo. Entre muchas obras extrañas, algunas auténticas joyas. ¿La novedad de este año? El pabellón de la Santa Sede, que por primera vez se compromete con una realidad lejanísima. Un desafío vertiginoso que se juega en la relación personal con los artistas
Giovanni Testori la llamaba “bienal ballena”. Un cetáceo en la orilla de la Laguna veneciana. Un enorme animal agonizante, imagen de un evento que, ya en 1978, no tenía mucho que decir. Han pasado 35 años y la sombra de esas palabras se proyecta todavía sobre el Gran Canal, hacia arriba, siguiendo la Riva de los Schiavoni hasta alcanzar los Giardini di Castello, que con el Arsenal constituyen la sede de la 55° Bienal de Venecia. Sin embargo una visita a la que sigue siendo la manifestación más importante de arte contemporáneo del mundo se puede hacer sólo dejando de lado por un momento las justas perplejidades testorianas y no sólo testorianas. La verdadera novedad de este año es la presencia del Pabellón de la Santa Sede, fortísimamente querido por el cardenal Gianfranco Ravasi y que ha dado tanto que discutir. Il giornale dell’arte ha titulado su número de junio «El Papa en la Bienal». Papa Francisco no irá a Venecia, pero, ¿quién dice que justamente la Bienal no sea una de esas «periferias existenciales» con las que nos llama a comprometernos?
De Jung a Pasolini. Este año la muestra principal corre a cargo de Massimiliano Gioni, joven comisario de Busto Arsizio, pero neoyorquino de adopción. El título, Palacio enciclopédico, toma su inspiración de un excéntrico emigrante abrucés en Pennsylvania, Marino Auriti, que en los años cincuenta imaginó construir un inmenso rascacielos en el que se recoge todo el saber humano. Gioni es un gran director de la mirada, capaz de crear un recorrido que logra sorprender incluso a los expertos y al personal especializado. De los 150 artistas que exponen sus obras, más o menos la mitad son desconocidos. Muchos no son siquiera artistas profesionales, sino personas que por los motivos más variados han dado en crear imágenes.
La vía maestra que ha seguido el comisario es la de la curiosidad, las ganas de entender cuáles son realmente los confines del arte. El planteamiento de Gioni puede parecer anti-ideológico, incluso se diría “formalista”. Sin embargo en los Giardini la muestra se abre exhibiendo los tres “santos protectores” del Palacio enciclopédico: Carl Gustav Jung, primer discípulo de Sigmund Freud (con el Libro rojo, códice “miniado” con la interpretación de sus sueños); André Breton, teórico del surrealismo (con la máscara que crea René Iché); y Rudolf Steiner, pedagogo, ocultista y teórico de la Teosofía (con las pizarras que ha utilizado durante sus múltiples conferencias). Una vez entendido desde qué punto de vista nos situamos para mirar el mundo, nos abrochamos el cinturón y entramos de lleno en el caleidoscópico viaje dentro del vientre de la “bienal ballena”.
El relato de este recorrido habría que hacerlo mediante imágenes. Pero disponiendo tan sólo de las palabras, apuntamos el nombre de algún artista. El de Viviane Sassen, por ejemplo, fotógrafa holandesa que retrata a personas de Ghana, Tanzania, Zambia y otros países africanos: por pudor a menudo deja en la sombra el rostro de los sujetos retratados. O María Lassnig, la pintora austriaca de noventa y cuatro años todavía capaz de hacer vibrar sobre el lienzo el rostro y el cuerpo humano. Roberto Cuoghi, que realiza una monumental escultura abstracta, Belinda, un pesadísimo bloque que se sostiene sorprendentemente en equilibrio. En realidad es una estructura de corcho blanco cubierto de polvo de dolomía y ceniza obtenida del horno de una pizzería. La francesa Camille Henrod que, en un vídeo de pocos minutos, intenta reconstruir la vida de la tierra desde sus comienzos. Richard Serra tributa un homenaje a Pasolini con dos paralelepípedos de bronce oscuro, rodeados a modo de marco por los mares tempestuosos pintados por Thierry De Cordier.
Los rayos del sol. Pero si tuviéramos que detenernos en una obra, vale la pena hablar de Blindly, el vídeo del polaco Artur Zmijewski. La filmación muestra a algunos adultos ciegos a los que el artista pidió que pintaran un paisaje y su propio retrato. Por la pantalla desfilan hombres enfrentándose a un reto vertiginoso. Su humanidad emerge con fuerza. El misterio de la visión aparece con toda su insondable profundidad. En un momento dado, uno de los “pintores ciegos” dice: «¿Tengo que pintar el sol? Aquí elijo el pincel, los dedos no me valen. Dicen que los rayos del sol son hijos útiles, las huellas de los dedos serían demasiado espesas». Hacia el final del vídeo se ve una mano embadurnada de colores. Una de las imágenes inolvidables de esta Bienal.
Además de la muestra de Gioni, la Bienal cuenta con 88 pabellones nacionales. ¿El más bonito? Quizás sea el de Irlanda. El fotógrafo Richard Mosse ha llevado un film realizado en el Nord Kivu, en la República Democrática del Congo. Aquí, desde 1988 han muerto cuatro millones de personas en una guerra olvidada. En su intento de reinventar la fotografía de guerra, Mosse empezó en 2009 a tomar imágenes con la película a infrarrojos. En el carrete queda impreso el espectro de luz que no resulta visible al ojo humano. Es decir, las fotos muestran lo que existe pero que el ojo no ve: una metáfora no sólo de la guerra olvidada, sino también el intento de mostrar lo que se nos escapa a la hora de mirar. Las imágenes, que se convirtieron luego en film, son de una belleza trágica: el verde de la floresta esplendorosa se torna un magenta-rosa profundísimo. Una verdadera sacudida incluso para los corazones más impenetrables.
Sólo después de pasearse por los diez mil metros cuadrados de la exposición principal y haber metido la nariz en los pabellones nacionales más importantes, se puede valorar la medida del desafío que el cardenal Ravasi ha asumido queriendo llevar la Santa Sede a Venecia. Si para las distintas naciones se trata de presentar a los artistas más significativos del momento, hoy la Iglesia vuelve a reflexionar sobre su relación con el arte contemporáneo. Una herida, un divorcio, el teatro de profundas incomprensiones. La vía elegida no es la de proponer una muestra de arte sacro, sino la de sugerir a algunos artistas de primer nivel (cosa que no se puede dar para nada por supuesto) un tema de trabajo, el de los primeros once capítulos del Génesis. Se trataba de reanudar una relación no tanto con el arte contemporáneo en general, sino con algunos hombres, llamados a implicarse en primera persona con obras realizadas específicamente para la ocasión. La elección recayó sobre el colectivo milanés Studio Azzurro, el fotógrafo checo Joseph Koudelka y el artista australiano Lawrence Carroll. Como ouverture se eligieron tres obras que el pintor Tano Festa realizó en homenaje al Miguel Ángel de la bóveda de la Capilla Sixtina. La obra del Studio Azzurro es la que más queda impresa en la memoria. Sobre tres pantallas se proyectan imágenes de personas que caminan en un espacio indefinido. Si el espectador apoya la mano sobre una figura, esta se para y se dirige hacia él “pronunciando” algunas palabras. En la primera y segunda pantalla, se pronuncian con el alfabeto de los sordomudos nombres de plantas o animales. En la tercera – y es el momento más emocionante de todo el pabellón – los protagonistas son algunos presos de la cárcel de Bollate, a las afueras de Milán. Cuando se toca su figura, se paran y apoyan ambas manos en la pantalla. Empiezan diciendo su propio nombre, el de sus padres y el de los padres de sus padres. Mientras hablan, puede pasar que nuestras manos toquen las suyas. Es casi como estar en el locutorio de una cárcel. Con su palabra Dios creó las cosas, parece sugerir Studio Azzurro, pero en aquel momento no había todavía nadie que pudiera escuchar esas palabras. El hombre, en cambio, fue creado precisamente para que pronunciara su nombre personal, para decir «yo».
«Vosotros sois maestros». ¿Misión cumplida? Más bien es el comienzo de una aventura que se había interrumpido. ¿Se habrían podido elegir otros artistas? Ciertamente. Pero el cardenal ha asumido el reto con su estilo, y es justo que sea así. Lo que llama la atención, con respecto al contexto de la Bienal, es ver cómo en los demás pabellones la imagen artística trata de desvincularse de la palabra. Trata de expresar lo que las palabras no llegan a expresar. En el Pabellón de la Santa Sede, en cambio, se pide a la imagen que, de alguna manera, vuelva a la palabra. Y no a una palabra cualquiera. Esta es la cuestión que se plantea y no está dicho que se pueda resolver de manera convincente. ¿Es realmente necesario llevar a cabo esta reconciliación? ¿No bastaría remitirse a las formas del pasado, tan logradas y admiradas? Creo que no. No basta. Si es cierto que Cristo o es contemporáneo con nosotros o no existe, los artistas de hoy deben expresarse por lo que son, como pobres hombres modernos, con su sensibilidad y con los instrumentos que tienen a su disposición. Mirar atrás sería un atajo insolvente. A la salida del Pabellón de la Santa Sede, dejada atrás la cándida obra de Carroll, vuelven a la mente las palabras de Pablo VI a los artistas: «Os necesitamos, vosotros sois maestros». Con estos pensamientos y multitud de imágenes en la cabeza, me dirijo hacia San Zaccaria para tomar el vaporetto de regreso. Algo así como Jonás que, escupido fuera del vientre de la ballena, sale afuera y vuelve a ver la estrellas.
«NO ESPERÉIS UN ÁRBOL…»
El título elegido es En el principio, y se refiere a los once primeros capítulos del Génesis. Tras “la introducción” de Tano Festa, a Studio Azzurro se le ha confiado el tema de la Creación, a Joseph Koudelka el de la De-creación y a Lawrence Carroll el de la Re-creación. Al presentar el pabellón, el cardenal Gianfranco Ravasi dijo: «No esperéis un árbol grandioso, sino un brote».
ALGUNAS OBRAS
1. Shinro Ohtake, Scrapbooks (part.), 1977-2012. 2. Camille Henrot, Grandes fatigas (fotograma), 2013. 3. Rudolf Steiner, dibujos en pizarra, 1923. 4. Roberto Cuoghi, Belinda, 2013. 5. Viviane Sassen, Belladonna, 2010. 6. Artur Zmijewski, Blindly (fotograma), 2010. 7. Carl G. Jung, El libro rojo [página 655], 1915-1959. 8. Maria Lassnig, Selbst mit Meerschweinchen, 2000.
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