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Huellas N.4, Abril 2013

PRIMER PLANO / Papa Francisco

La sorpresa de un inicio

«Las personas se sorprenden ante un hombre que ama a Jesucristo». Es lo que está sucediendo y que va más allá de todos los análisis posibles. Palabras y gestos que muestran lo que es el cristianismo: un acontecimiento irreductible. Recorremos los primeros días como Papa de Jorge Mario Bergoglio con algunas contribuciones y un breve viaje por su vida y pensamiento

En primer lugar vienen las palabras y los gestos. Dicen mucho más que mil hipótesis sobre la Iglesia, sobre lo que es o debería ser. Los hechos muestran el cristianismo como es: un acontecimiento siempre sorprendente. Irreductible ante cualquier esquema o interpretación.
Desde el día de su elección, el Papa Francisco ya lo ha demostrado con creces. Gestos como el inclinarse para recibir «esta oración de vosotros por mí», nada más asomarse al balcón de la Logia de las Bendiciones, o la visita a Santa María la Mayor llevando en las manos un ramo de flores para la Virgen, o los paseos fuera de los muros vaticanos, el saludo a los fieles, uno a uno, al final de la misa en la iglesia de Santa Ana, la llamada por teléfono a los fieles de «su» Buenos Aires reunidos en la Plaza de Mayo, la renuncia al trono y al anillo del pescador… Y palabras importantes. Empezando por las primeras, cuando habló de sí mismo sencillamente como del «Obispo de Roma», la Iglesia que «preside en la caridad a todas las Iglesias». No todos se han percatado, pero en esa cita de Ignacio de Antioquía estaba el germen de una novedad acerca del ministerio mismo de Pedro. No es una casualidad que en la misa de Entronización estuviera también el Patriarca de Constantinopla. No pasaba desde el cisma de 1054. Asimismo ha sido inusual y de gran valor para la unidad de los cristianos la oración sobre la tumba de Pedro, junto con los Patriarcas de las Iglesias Orientales, minutos antes de celebrar esa misma Eucaristía. O el evangelio proclamado en griego.
Son mucho más que simples «variaciones del ceremonial» debidas a un temperamento particular. Tienen que ver con la idea de papado, y descubriremos su alcance sólo en los próximos meses o años. Igualmente necesitaremos tiempo para darnos cuenta del alcance de muchos más gestos del Papa Bergoglio que nos han llamado la atención. La sencillez absoluta de sus rasgos. El uso reiterado de palabras como «custodiar» y «ternura». O la insistencia en «una Iglesia pobre y para los pobres» y en un poder que consiste por entero en servir.
Asistimos ya en muchos casos al intento de vaciar el impacto que suscita esta presencia para reconducirlo todo a categorías más domésticas (el sentimiento, el «Papa bueno», o con tintes políticos «el Papa revolucionario)», dando por supuesto cómo este Pontífice reconduce todo, siempre, al origen: Jesucristo.
Resulta evidente que es este el centro. Los primeros gestos de Francisco se hacen eco de los últimos de Benedicto XVI, con las mismas palabras pronunciadas por ambos de la misma manera: «La Iglesia es de Cristo, no del Papa».
Entre los hechos más importantes de estos primeros días de Pontificado se encuentra sin duda el encuentro entre los «dos hermanos», como dijo el mismo Bergoglio: el abrazo entre los dos delante del helicóptero, la conmoción por el don del icono, la escena inolvidable de los dos hombres vestidos de blanco arrodillados uno al lado del otro ante la Virgen. Un hecho único, nunca acaecido antes. Un hecho que excede el simple «relevo»: primaba una amistad verdadera entre estos dos hombres. Algo radical, que traspasa las formas y los roles, y que los acomuna en la misma profunda humildad, tan evidente en ambos. Se veía esa unidad total que nace de la fe, el reconocimiento de que todo proviene de Cristo y que con Él «el corazón nunca envejece», como dijo el Papa en su homilía del Domingo de Ramos.
Al despojar su modo de presencia de todo lo superfluo, el Pontífice nos llama a fijar nuestra mirada en Cristo. Será uno de los rasgos más importantes de su pontificado en los próximos años. Aprenderemos a conocerle. Tenemos tiempo, pero el modo de hacerlo será siempre el mismo: mirar lo que sucede. Palabras y gestos. Con estas páginas empezamos a hacerlo.

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En estas tres lecturas veo que hay algo en común: es el movimiento. En la primera lectura, el movimiento en el camino; en la segunda lectura, el movimiento en la edificación de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio, el movimiento en la confesión. Caminar, edificar, confesar.
Caminar. «Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor» (Is 2,5). Ésta es la primera cosa que Dios ha dicho a Abrahán: Camina en mi presencia y sé irreprochable. Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con aquella honradez que Dios pedía a Abrahán, en su promesa.
Edificar. Edificar la Iglesia. Se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el mismo Señor. He aquí otro movimiento de nuestra vida: edificar.
Tercero, confesar. Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de Léon Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.
Caminar, edificar, construir, confesar. Pero la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, existen movimientos que no son precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos hacen retroceder.
Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor.
Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará.
Deseo que el Espíritu Santo, por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado. Que así sea.
(Homilía en la misa con los Cardenales, Capilla Sixtina, 14 de marzo)

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Queridos hermanos Cardenales, este encuentro nuestro quiere ser casi una prolongación de la intensa comunión eclesial experimentada en estos días. Animados por un profundo sentido de responsabilidad, y apoyados por un gran amor por Cristo y por la Iglesia, hemos rezado juntos, compartiendo fraternalmente nuestros sentimientos, nuestras experiencias y reflexiones. (…) Alguien me decía: los Cardenales son los presbíteros del Santo Padre. Esta comunidad, esta amistad y esta cercanía nos harán bien a todos. Y este conocimiento y esta apertura nos han facilitado la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Él, el Paráclito, es el protagonista supremo de toda iniciativa y manifestación de fe. Es curioso. A mí me hace pensar esto: el Paráclito crea todas las diferencias en la Iglesia, y parece que fuera un apóstol de Babel. Pero, por otro lado, es quien mantiene la unidad de estas diferencias, no en el “igualitarismo”, sino en la armonía. Recuerdo aquel Padre de la Iglesia que lo definía así: «Ipse harmonia est». El Paráclito, que da a cada uno carismas diferentes, nos une en esta comunidad de Iglesia, que adora al Padre, al Hijo y a él, el Espíritu Santo. (…)
Impulsados también por la celebración del Año de la fe, todos juntos, pastores y fieles, nos esforzaremos por responder fielmente a la misión de siempre: llevar a Jesucristo al hombre, y conducir al hombre al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en cada hombre. Este encuentro lleva a convertirse en hombres nuevos en el misterio de la gracia, suscitando en el alma esa alegría cristiana que es aquel céntuplo que Cristo da a quienes le acogen en su vida.
Como nos ha recordado tantas veces el Papa Benedicto XVI en sus enseñanzas, y al final con ese gesto valeroso y humilde, es Cristo quien guía a la Iglesia por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, con su fuerza vivificadora y unificadora: de muchos, hace un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo. Nunca nos dejemos vencer por el pesimismo, por esa amargura que el diablo nos ofrece cada día; no caigamos en el pesimismo y el desánimo: tengamos la firme convicción de que, con su aliento poderoso, el Espíritu Santo da a la Iglesia el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Hch 1,8). La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, al anunciar de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio sigue siendo válido hoy, como lo fue en los comienzos del cristianismo, cuando se produjo la primera gran expansión misionera del Evangelio.
Queridos Hermanos: ¡Ánimo! La mitad de nosotros tenemos una edad avanzada: la vejez es – me gusta decirlo así – la sede de la sabiduría de la vida. Los viejos tienen la sabiduría de haber caminado en la vida, como el anciano Simeón, la anciana Ana en el Templo. Y justamente esta sabiduría les ha hecho reconocer a Jesús. Ofrezcamos esta sabiduría a los jóvenes: como el vino bueno, que mejora con los años, ofrezcamos esta sabiduría de la vida. Me viene a la mente aquello que decía un poeta alemán sobre la vejez: «Es ist ruhig, das Alter, und fromm»; es el tiempo de la tranquilidad y de la plegaria. Y también de brindar esta sabiduría a los jóvenes. Ahora volveréis a las respectivas sedes para continuar vuestro ministerio, enriquecidos por la experiencia de estos días, tan llenos de fe y de comunión eclesial. Esta experiencia única e incomparable nos ha permitido comprender en profundidad la belleza de la realidad eclesial, que es un reflejo del fulgor de Cristo resucitado. Un día contemplaremos ese rostro bellísimo de Cristo resucitado.
(Audiencia con todos los Cardenales, Sala Clementina, 15 de marzo)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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