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Huellas N.1, Enero 2013

A LOS PROFESIONALES DE LA SANIDAD / El misterio del dolor

El grito y la gracia

Alessandra Stoppa

Benedicto XVI habla «de la ciencia cristiana», la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento. En su discurso a los profesionales de la salud, explica por qué la fe es «un alivio sin engaño» y de qué manera los enfermos salvan al mundo. Aquí, Padre ALDO TRENTO se mide con sus palabras

Cuando se acerca a sus camas, ahora que la belleza se hace tan transparente para él en el dolor, sólo puede besarlos. «Dios mío», dice en voz baja, «yo te beso». Ya no puede arrodillarse como hacía antes, como quisiera hacer, delante de cada paciente, pero su día es todo para ellos, desde muy temprano por la mañana. Ya son más de mil los sufrientes que ha acogido, que ha amado.
En su clínica para enfermos terminales en Asunción, en Paraguay, padre Aldo Trento vive en medio del sufrimiento desde hace años. Lo conoce bien. Es lo que más ha calado en su humanidad para abrir paso al Misterio. Por eso le conmueve escuchar las palabras del Papa sobre el dolor y la enfermedad. Un discurso pasado un tanto “desapercibido”, que Benedicto XVI pronunció en la Conferencia Internacional del Pontificio Consejo para los profesionales de la salud, el pasado 17 de noviembre. El Papa ha hablado de los hospitales como «lugares privilegiados de evangelización». «Es verdad», dice padre Aldo, «vivir con los enfermos me ha evangelizado».
A los once años se sube a un tractor en marcha para escaparse al seminario, vive una vocación inquieta, sufrida, para después nacer de nuevo gracias a la fe y al abrazo de don Giussani. En los estatutos de la clínica se puede leer en contra luz todo su recorrido. Su grito y la gracia. «El corazón del hombre tiene nostalgia del infinito, tiene sed de eternidad. Esta casa existe porque se nos ha concedido la gracia de pedir y mendigar la verdad, de amarla y desearla». En esta ocasión el padre Aldo reflexiona sobre lo que dice el Papa al hablar de la fe como un “ciencia que cura”, retomando las palabras del Concilio Vaticano II a las personas que sufren: «Ni estáis abandonados, ni sois inútiles. Unidos a la cruz de Cristo, contribuís a su obra de salvación». Padre Aldo lo comprueba a diario: «Mis enfermos me salvan, literalmente, y salvan el mundo entero». Cuando la clínica nació en 2004, no vivía la misma plenitud de ahora: «Lo he aprendido estando con ellos, a su lado, cada día. He ido comprobando que ellos son el mayor recurso que se me ofrece para ir al fondo de mí mismo. Estando con ellos todas mis preocupaciones pasan a segundo plano, mi vida se convierte en un quehacer grandioso: vivir frente al Misterio».
Los que sufren no son inútiles, recuerda con fuerza el Papa. «Lo que destruye no es el dolor en sí mismo, es la inutilidad, pensar que sufrir no sirve de nada. Pienso en todos mis enfermos que se fueron al cielo con la sonrisa en los labios». Cuántos le han dicho a este sacerdote: «Padre, sin este cáncer no estaría aquí y no habría encontrado a Jesús». Una gracia que vale más del cómo va la vida y de cuánto dura. Con esta «razón» los ve sobrellevar los dolores terribles del cáncer o la vergüenza del Sida. Sus sufrimientos dejan de ser una injusticia que los arrincona y se tornan experiencia de una eternidad en la que nada se pierde. «Están postrados en la cama, nadie los conoce. Pero ellos se sienten queridos tomando parte en la muerte y resurrección de Jesús».
A los médicos y las enfermeras, Benedicto XVI les recuerda que en su trabajo están llamados a aportar «un alivio sin engaño». ¿Qué significa para usted? «Sólo hay un engaño, del que proceden todos los demás: no trasmitir el hecho vivo de Cristo». De hecho, el Papa retoma las palabras del Concilio: «No está en nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos... Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros...». Y continúa: «Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelarnos enteramente su misterio: Él lo tomó sobre sí, y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor».
Padre Aldo se adentra en este misterio que sigue siendo un misterio, empezando por su propio sufrimiento personal. En estos últimos tiempos, a causa del dolor físico, se ha agudizado la dureza de algunos sucesos. «Ánimo, padre. Ofrecemos nuestro dolor a Jesús para ti», le dicen los pacientes. «El sufrimiento permanecerá siempre como un misterio. Al igual que el amor. Lo ves, lo experimentas, se te desvela: lo vives, te cambia, pero sigue siendo misterio». Porque es misterio todo lo que nos salva. «La elección del método de Dios». En una ocasión, un hombre le reprochó: «Dios es malo porque sólo es un acto de egoísmo el querer salvarnos por medio de la muerte en cruz de su Hijo». «Pero, para un verdadero padre, ¿es más difícil aceptar la muerte de un hijo o la suya propia?», dice él: «La experiencia nos muestra que Dios nos ama tanto como para darnos cada día a su Hijo. Cristo es la cumbre del amor del Padre para con el hombre. Es un gran misterio, al igual que lo es todo lo que en la vida nos lleva hacía Él».
La fe cambia profundamente su sufrimiento personal. «Mi dolor adquiere otra dimensión. El miedo ha dejado paso en mí a la oración. “Señor, eres tú quien me da este sufrimiento y me habla a través de ello. Me dices que yo debo vivir sólo en Ti, contigo y para Ti”, como decimos en la Misa. El dolor es un paso continuo hacia la conversión». Algo más profundo y precioso que aliviar el dolor.

La verificación de la fe. «El rostro del hombre sufriente es el Rostro mismo de Cristo», continúa el Papa. «En esas camas no está sólo el signo de Cristo», dice padre Aldo: «Está Cristo mismo». Lo tuvo claro, «por una pura gracia de la Virgen», desde el principio. «Ellos son más que un signo. Lo dice Jesús en el Evangelio: “Tuve sed”. “Tuve sed”. “Estaba abandonado”. Es realmente Él». Ver en ellos la presencia física del Misterio le mueve a arrodillarse. Besarlos. Cuenta de Víctor, el primer niño que acogió. La cabeza enorme, el cuerpo de un recién nacido, ha vivido en silencio marcando su vida para siempre y la de todos los que le han conocido. «Es impactante. Pero no puedes entenderlo si no lo experimentas. Porque la verificación de la fe implica darse cuenta de que Cristo es un hecho vivo, presente. Hasta tal punto que tú miras a aquel niño y ves vibrar el Ser en él. Él está aquí. Y si Él está aquí, te amo y te adoro, porque Él se identifica contigo».
En la clínica no hay imágenes del Crucificado, sólo de María. «El crucificado está en las camas». Los enfermos son los primeros evangelizadores. Lo redescubre en los enfermeros y en los médicos. Hay quien pide casarse en la clínica, porque es el lugar donde ha vuelto a encontrar la fe. «Ciertamente no se debe a mis sermones, sino al testimonio silencioso de los pacientes».

«Padre, ¡mi dedo se mueve!». En su discurso el Papa menciona nombres precisos. Santos. Giuseppe Moscati, Gianna Beretta Molla, Anna Schäffer, Jérôme Lejeune e Ricardo Pampuri, a quien la clínica está dedicada. «Es hermoso que él nos los nombre. El verdadero “hacerse cargo” del sufrimiento ha venido siempre de personas profundamente enamoradas de Cristo. No hay un solo santo que no haya sentido la necesidad de ofrecer su propia enfermedad». Para ti, ¿qué es la enfermedad? «Es un terremoto. Que sacude la inteligencia y el corazón para que reconozcan que existe alguien más grande». Y por tanto requiere un cuidado extremo. Por ejemplo, que cuando se habla de los enfermos en las reuniones pertinentes, el médico no se limite a decir si come o no, si su situación es estable o no. «Hay que considerar cómo está cada uno, saber todo lo que le pasa, lo que siente, cómo se encuentra. Y también saber cómo estamos nosotros delante de él». La clínica tiene una sala para la fisioterapia. Le dicen que está loco: ¿Para qué le sirve la gimnasia a uno que sabes que morirá? «Eso demuestra que no han entendido qué es un hospital. Es muy importante que los médicos comprendan lo que dice el Papa: el acercamiento clínico no es suficiente. Es lo contrario de lo que se piensa normalmente. La profesionalidad no se acaba en la competencia. Cuanto más miro a Cristo tanto más mejora mi capacidad de trabajo, tanto más crece mi afán de profundizar y de implicarme a fondo. Gracias a la fisioterapia, algún paciente llega a decirme: “Padre, mire, ¡mi dedo se mueve!, lo hago».
Un cuidado extremo. En las terapias, en la belleza del lugar, en los gestos que marcan los días. Le gente que pasa por la clínica, aunque sólo sea de paso, queda golpeada por una pregunta: ¿Qué hay aquí? ¿Por qué aquí las cosas se viven tan intensamente? «Despierta la necesidad de infinito». Incluso en los médicos que, al cabo de los años, le piden de poder recibir la catequesis. «Esta es la evangelización y la hacen los enfermos». Un día, vino a visitarme un amigo desde el extranjero: «Ese día él estaba deprimido, porque llovía». Un paciente, que ya no podía ver ni moverse, dijo: «Cuando llueve crece hierba fresca, las vacas la comen y nosotros bebemos la leche». Desde aquel momento, el amigo que me acompañaba reabrió sus preguntas sobre la fe sin que nadie le pidiese nada.
«Propter nostram salutem… Por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo», recuerda padre Aldo: «La salud, la salvación no es sólo una cuestión escatológica. Tiene que ver con el ahora, afecta a todo lo que somos». Como continúa Benedicto XVI: «Hoy aumenta la capacidad de curar físicamente al enfermo, pero la ciencia médica corre el riesgo de olvidar que su vocación es servir a cada hombre y a todo el hombre, en las distintas fases de su existencia». Y hace un recordatorio: «Ahora más que nunca nuestra sociedad necesita de “buenos samaritanos” de corazón generoso y brazos abiertos a todos».

La energía que nace de Cristo. Puede ser fácil pensar que sólo donde está el padre Aldo, en esta clínica colmada de gracia, existe la posibilidad de vivir y trabajar así. En el centro está expuesto el Santísimo, las jornadas están ritmadas por la oración, está la catequesis, y así sucesivamente. «La gente piensa que soy afortunado porque vivo aquí. Se pueden pensar muchas cosas, pero son falsas. ¿Quién no puede vivir lo que vivo yo? El problema es sólo quién soy yo y de quién soy yo. Si Cristo me ha aferrado y me atrae a Él, tengo mil, infinitas maneras de anunciarlo. Pero el yo debe formarse y crecer». Habla del camino que Julián Carrón nos propone: vivir intensamente la vida, respondiendo a una llamada dentro de las circunstancias. «Si nos ayudamos poco a poco a medirnos con la realidad y nos queremos, el horizonte se despeja y da paso a un trabajo personal. Como médico, como enfermo, como persona. No depende del lugar en donde estés. Sólo depende de la energía que proviene de Cristo, aquel por quien vivimos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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