De Virgilio a Beatriz, un problema de razón
Clase de italiano en cuarto de Liceo. «Chicos, hoy empezamos a estudiar el Purgatorio, el segundo reino que recorre Dante». Se oye algún murmullo: «¡Vaya!, después de fuego y llamas, ahora...». Giulia en la penúltima fila, en cambio, está contenta. Le encanta la Divina Comedia. La profesora se coloca las gafas y empieza a leer: «Por surcar mejor agua alza las velas / ahora la navecilla de mi ingenio, / que un mar tan cruel detrás de sí abandona; // y cantaré de aquel segundo reino / donde el humano espíritu se purga / y de subir al cielo se hace digno». Tiene realmente una voz bonita, los tercetos se suceden con ritmo. Luego, la explicación: «En el Purgatorio, Virgilio sigue acompañando a Dante. En cambio, para entrar en el último reino el poeta latino lo confiará a Beatriz. Será ella su guía en los cielos del Paraíso». Luego: «Esto significa que la razón cede paso a la fe. Porque las dos no pueden ir juntas. No son sólo inconciliables sino contradictorias. O la una o la otra. ¿Vale?». Giulia reacciona. ¡Nada de vale! Levanta la mano. «Profe, disculpe, pero no estoy de acuerdo». En la segunda fila una voz: «¡Ya lo decía yo! Cuando se habla de fe, esta salta...». Alguien se ríe. La profesora se detiene: «¡Callaos! ¿En qué no estás de acuerdo Giulia?». «En el Medievo fe y razón no se concebían por separado, sino armónicamente enlazadas. Lo cual vale, obviamente, también para Dante. Pienso que...». Suena el timbre. Se interrumpe la discusión.
Un tanto desanimada, Giulia es la última en salir. La profesora la llama. «No dejemos las cosas a medias. ¿Por qué para ti no es así?». «Mi experiencia es distinta. Se necesita la razón para llegar a la fe. Aquello en lo que creo no es un sentimiento. De ser así, ya se habría acabado». Unos instantes en suspenso, luego: «Entonces, ¿puedes explicarme racionalmente la existencia de Dios?». A Giulia le tiembla un poco la voz: «Dios no se puede ver directamente, pero en mi vida han sucedido y siguen sucediendo hechos que me llevan a reconocer que él está presente. No puedo negarlo. ¡Sería como ir en contra de mi razón!». Silencio. «¿Sabes, Giulia? Este año, repensando en la figura de Juan Pablo II, he empezado a ir a misa. Ahora no puedo explicarte todos los detalles, pero he comprendido que si ese hombre creía en Dios, también puedo hacerlo yo. Y para creer como él necesito la fe. Es verdad, no basta la razón. Pero no quiero plantearme más preguntas sobre la vida. Me paro aquí». «Pero, ¿por qué, profe? ¡Lo siento, pero usted se equivoca! Siempre tenemos que hacernos preguntas en la vida. Claramente, a veces las respuestas no son las que tenemos en mente. ¡Esto es lo interesante!». «Tienes razón. Nunca dejamos de hacernos preguntas».
Giulia está ya en la puerta de la clase, pero se da la vuelta y va hacia la cátedra: «Una última cosa. ¿Por qué no habla en clase de esto?». «No puedo. No quiero ser juzgada». «Ya entiendo». «Giulia corre, vas a llegar tarde».
Giulia baja corriendo las escaleras, y piensa: «¿Cómo es posible que no se sienta libre de ser ella misma con cincuenta años, mientras yo con 17 puedo decir quién soy y en qué creo?».
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