A pesar del desánimo generalizado no faltan signos de esperanza. Pero «no sabemos utilizar los hechos para alimentar nuestra razón». En una cultura que fracciona la realidad sin poderla escudriñar hasta el fondo, se nos escapa «la prueba más convincente» de que es posible volver a empezar. ¿Por dónde? Por una inquietud «que existe también hoy en día» como explica el Papa en una entrevista
En nuestra cultura, el principal obstáculo al hecho de seguir creyendo en la propuesta cristiana no es algo inherente al cristianismo sino a las formas de racionalidad positivista, que hoy suelen establecer lo que es y lo que no es pero que no consiguen penetrar hasta el fondo de la realidad. Hay que decirlo y repetirlo. La clave del problema entonces no es que falten testimonios adecuados, sino la incapacidad de utilizar los hechos que tenemos a nuestra disposición para alimentar nuestra razón en un horizonte más amplio.
Gracias al Papa Benedicto XVI y a don Giussani, nos hemos acercado a esta visión de las cosas y por tanto a la esperanza de poderla compartir con otros.
Durante una reciente sesión del Sínodo de los Obispos se proyectó ante los padres sinodales la película Bells of Europe (Campanas de Europa). La película, queaborda las relaciones entre el cristianismo, la cultura europea y el futuro del continente, propone una serie de entrevistas con algún destacado líder religioso de las principales confesiones cristianas, incluido Benedicto XVI, y con exponentes de primer plano de la política y la cultura europea.
El cimiento. La contribución del Papa resulta extremadamente incisiva a pesar de su brevedad. En pocas frases llega al corazón de las dificultades que el hombre moderno experimenta a la hora de establecer, momento por momento, si la realidad es capaz de sostener su esperanza o no. Con unas pocas pinceladas, a la vez nos conforta y nos enseña. ¿Cómo? Ofreciéndonos un antídoto a la apropiación indebida de la razón de corte positivista, y señalando un método para llegar a una visión auténtica de la realidad.
«La primera razón de mi esperanza», dice el Santo Padre, «consiste en que el deseo de Dios, la búsqueda de Dios está profundamente grabada en cada alma humana y no puede desaparecer. Ciertamente, durante algún tiempo, Dios puede olvidarse o dejarse de lado, se pueden hacer otras cosas, pero Dios nunca desaparece. Simplemente, es cierto, como dice san Agustín, que nosotros, los hombres, estamos inquietos hasta que encontramos a Dios. Esta preocupación también existe en la actualidad. Es la esperanza de que el hombre, siempre de nuevo, también hoy, se encamine hacia este Dios».
La prueba más convincente, y sin embargo la más ignorada y dada por descontado, está dentro de nosotros: es nuestro deseo. Hubo un tiempo de mi vida en que yo no era consciente de este dato, o lo consideraba como un fenómeno que se refería a cosas efímeras, y por lo tanto, para mí, el deseo era efímero en sí mismo. Desde luego, nunca lo habría considerado como la prueba de algo sustancial y constante, y mucho menos como el punto en el que cimentar la esperanza en el Infinito o en el Absoluto.
Tras recordar con delicadeza el problema que nos define como hombres, el Papa dirige de nuevo nuestra atención hacia ese testimonio de lo humano que es el Evangelio. Hay que adentrarse plenamente en ese testimonio para poder entender verdaderamente de qué estamos hablando. A diferencia de las ideologías que van y vienen, distrayendo nuestra atención de múltiples maneras y en direcciones distintas, el Evangelio es simplemente verdadero, y por tanto no se consuma nunca.
«En todos los períodos de la historia aparecen sus nuevas dimensiones, aparece en toda su novedad, para responder a las necesidades del corazón y de la razón humana que puede caminar en esta verdad y encontrarse en ella».
Más allá de la imagen que dan de sí mismos. Relacionando estos dos elementos – deseo y verdad – el Santo Padre anuncia una nueva «primavera del cristianismo», cuyos primeros síntomas se pueden observar en la inquietud difundida entre los jóvenes.
A menudo, conversando sobre estos temas con ciertas personas en Irlanda, me encuentro con padres desesperados porque sus hijos se han alejado de la fe en Cristo. Con frecuencia, atribuyen una importancia excesiva a las palabras que sus hijos utilizan para describirse a sí mismos, sin prestar atención a la fuerza del deseo que los mueve. Mientras que, cuando se detienen a reflexionar, reconocen que este deseo es lo que define a sus hijos. Les digo que traten de mirar más allá de la imagen que dan de sí mismos, para captar el deseo que está detrás. El Santo Padre, ahora, me ha proporcionado palabras nuevas para decírselo.
Dos almas. «Los jóvenes han visto muchas cosas – las ofertas de las ideologías y del consumismo – pero perciben el vacío de todo esto, su insuficiencia. El hombre ha sido creado para el Infinito. Todo lo finito es demasiado poco. Y por eso vemos cómo, en las generaciones más jóvenes, esta inquietud se despierta de nuevo y cómo se ponen en camino; así hay nuevos descubrimientos de la belleza del cristianismo; un cristianismo que no es barato, ni reducido, sino radical y profundo. Por lo tanto, me parece que la antropología, como tal, nos indica que siempre habrá nuevos despertares del cristianismo y los hechos lo confirman con una palabra: cimiento profundo. Es el cristianismo. Es verdadero, y la verdad siempre tiene un futuro».
Así el Papa nos indica caminos para afrontar y superar los problemas redefiniendo sus términos.
En Europa, continúa el Papa, necesitamos encontrar una nueva identidad a partir de la cual hacernos cargo de la responsabilidad que tiene Europa de proclamar y transmitir la verdad en estos tiempos marcados por la división y la confusión. Pero el problema, como dice el Santo Padre, no consiste en la variedad y diferencia de naciones que constituyen la Europa moderna. La diversidad no coincide con la división. «Las naciones permanecen, y en sus diversidades culturales, humanas, temperamentales, son una riqueza que se completa y da lugar a una gran sinfonía de culturas. Son, fundamentalmente, una cultura común».
Este es el verdadero problema: algo como un virus que infecta la razón del hombre, confundiendo a jóvenes y ancianos.
El Papa sigue diciendo: «El problema de Europa para encontrar su identidad creo que consiste en el hecho de que hoy en Europa tenemos dos almas: una de ellas es una razón abstracta, anti-histórica, que pretende dominar todo porque se siente por encima de todas las culturas. Una razón que al fin ha llegado a sí misma, que pretende emanciparse de todas las tradiciones y valores culturales en favor de una racionalidad abstracta. La primera sentencia de Estrasburgo sobre el Crucifijo era un ejemplo de esta razón abstracta que quiere emanciparse de todas las tradiciones, de la misma historia».
«Pero así no se puede vivir – añade –. Además, también la “razón pura” está condicionada por una determinada situación histórica, y sólo en este sentido puede existir. La otra alma es la que podemos llamar cristiana, que se abre a todo lo que es razonable, que ha creado ella misma la audacia de la razón y la libertad de una razón crítica, pero sigue anclada en las raíces que han dado origen a esta Europa, que la han construido sobre los grandes valores, las grandes intuiciones, la visión de la fe cristiana».
Nuestro objetivo. Esta alma debe encontrar en primer lugar una nueva expresión común que pueda ser compartida más profundamente en un contexto ecuménico – entre las iglesias cristianas Católica, Protestante y Ortodoxa – para poder encontrarse después con esta racionalidad abstracta.
«Después, tiene que confrontarse con esa razón abstracta, es decir, aceptar y conservar la libertad crítica de la razón con respecto a todo lo que puede hacer y ha hecho, pero practicarla, concretarla en el fundamento, en la cohesión con los grandes valores que nos ha dado el cristianismo. Sólo en esta síntesis Europa puede tener peso en el diálogo intercultural de la humanidad de hoy y de mañana, porque una razón que se ha emancipado de todas las culturas no puede entrar en un diálogo intercultural. Sólo una razón que tiene una identidad histórica y moral puede también hablar con los demás, buscar una interculturalidad en la que todos pueden entrar y encontrar una unidad fundamental de los valores que pueden abrir las vías al futuro, a un nuevo humanismo, que tiene que ser nuestro objetivo. Y para nosotros este humanismo crece precisamente a partir de la gran idea del hombre a imagen y semejanza de Dios».
Se trata de una exposición extraordinariamente clara y sencilla. Es precioso poderla leer. Pero, sobre todo, casi a uno se le corta la respiración cuando comprende que estas palabras que se ofrecen a la razón humana son capaces de volver a encender una esperanza que muchos daban por muerta y sepultada, debido a tantas transformaciones de la realidad que resultan incomprensibles.
LA ENTREVISTA AL SANTO PADRE
«El motivo de mi esperanza es que Dios nunca desaparece»
Publicamos el texto de la entrevista a Benedicto XVI incluida en la película Bells of Europe (Campanas de Europa): un viaje en la fe a través de Europa, presentada el pasado 15 de octubre ante los padres sinodales. La película, ideada por el Padre Germano Marani y dirigida por Carlos M. Casas, afronta el tema de las relaciones entre el cristianismo, la cultura europea y el futuro del continente. Entre los entrevistados, además del Papa, se encuentran también los líderes de las principales confesiones cristianas
Santidad, en sus encíclicas propone una antropología fuerte, un hombre habitado por el amor de Dios, un hombre de racionalidad ampliada por la fe, un hombre que tiene una responsabilidad social gracias a la dinámica de caridad recibida y dada en la verdad. Santidad, en este horizonte antropológico en que el mensaje evangélico exalta todos los elementos dignos de la persona humana, purificando las escorias que oscurecen el verdadero rostro del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, usted ha reafirmado en repetidas ocasiones que este redescubrimiento de rostro humano, de los valores evangélicos, de las raíces profundas de Europa es una fuente de gran esperanza para el continente europeo, y no sólo... ¿Puede explicar las razones de su esperanza?
La primera razón de mi esperanza consiste en que el deseo de Dios, la búsqueda de Dios está profundamente grabada en cada alma humana y no puede desaparecer. Ciertamente, durante algún tiempo, Dios puede olvidarse o dejarse de lado, se pueden hacer otras cosas, pero Dios nunca desaparece. Simplemente, es cierto, como dice san Agustín, que nosotros, los hombres, estamos inquietos hasta que encontramos a Dios. Esta preocupación también existe en la actualidad. Es la esperanza de que el hombre, siempre de nuevo, también hoy, se encamine hacia este Dios.
La segunda razón de mi esperanza consiste en el hecho de que el Evangelio de Jesucristo, la fe en Cristo, es simplemente verdad. Y la verdad no envejece. También se puede olvidar durante algún tiempo, es posible encontrar otras cosas, se puede dejar de lado; pero la verdad como tal no desaparece. Las ideologías tienen un tiempo determinado. Parecen fuertes, irresistibles, pero después de un determinado período se consumen; pierden su fuerza porque carecen de una verdad profunda. Son partículas de verdad, pero al final se consumen. En cambio, el evangelio es verdadero, y por lo tanto nunca se consume. En todos los períodos de la historia aparecen sus nuevas dimensiones, aparece en toda su novedad, para responder a las necesidades del corazón y de la razón humana que puede caminar en esta verdad y encontrarse en ella. Y así, por esta razón, estoy convencido de que también hay una nueva primavera del cristianismo.
Un tercer motivo empírico lo vemos en que esta inquietud se manifiesta en la juventud de hoy. Los jóvenes han visto tantas cosas – las ofertas de las ideologías y del consumismo – pero perciben el vacío de todo esto, su insuficiencia. El hombre ha sido creado para el infinito. Todo lo finito es demasiado poco. Y por eso vemos cómo, en las generaciones más jóvenes, esta inquietud se despierta de nuevo y cómo se ponen en camino; así hay nuevos descubrimientos de la belleza del cristianismo; un cristianismo que no es barato, ni reducido, sino radical y profundo. Por lo tanto, me parece que la antropología, como tal, nos indica que siempre habrá nuevos despertares del cristianismo y los hechos lo confirman con una palabra: cimiento profundo. Es el cristianismo. Es verdadero, y la verdad siempre tiene un futuro.
Santidad, usted ha dicho muchas veces que Europa ha tenido y tiene todavía una influencia cultural sobre toda la humanidad y tiene que sentirse especialmente responsable, no sólo del propio futuro, sino también del de todo el género humano. Mirando hacia adelante, ¿es posible trazar los límites del testimonio visible de los católicos y de los cristianos pertenecientes a las Iglesias ortodoxas y protestantes, en Europa del Atlántico a los Urales que, viviendo los valores evangélicos en los que creen, contribuyan a la construcción de una Europa más fiel a Cristo, más acogedora, solidaria, no sólo custodiando la herencia cultural y espiritual que los caracteriza, sino también en el compromiso de buscar nuevas vías para afrontar los grandes desafíos comunes que marcan la época post-moderna y multicultural?
Se trata de la gran cuestión. Es evidente que Europa tiene también hoy en el mundo un gran peso tanto económico como cultural e intelectual. Y, de acuerdo con este peso, tiene una gran responsabilidad. Pero como ha dicho usted, Europa tiene que encontrar todavía su plena identidad para poder hablar y actuar según su responsabilidad. El problema hoy no son ya, en mi opinión, las diferencias nacionales. Se trata de diversidades que, gracias a Dios, ya no constituyen divisiones. Las naciones permanecen, y en sus diversidades culturales, humanas, temperamentales, son una riqueza que se completa y da lugar a una gran sinfonía de culturas. Son, fundamentalmente, una cultura común. El problema de Europa para encontrar su identidad creo que consiste en el hecho de que hoy en Europa tenemos dos almas: una de ellas es una razón abstracta, anti-histórica, que pretende dominar todo porque se siente por encima de todas las culturas. Una razón que al fin ha llegado a sí misma, que pretende emanciparse de todas las tradiciones y valores culturales en favor de una racionalidad abstracta. La primera sentencia de Estrasburgo sobre el Crucifijo era un ejemplo de esta razón abstracta que quiere emanciparse de todas las tradiciones, de la misma historia. Pero así no se puede vivir. Además, también la “razón pura” está condicionada por una determinada situación histórica, y solo en este sentido puede existir. La otra alma es la que podemos llamar cristiana, que se abre a todo lo que es razonable, que ha creado ella misma la audacia de la razón y la libertad de una razón crítica, pero sigue anclada en las raíces que han dado origen a esta Europa, que la han construido sobre los grandes valores, las grandes intuiciones, la visión de la fe cristiana. Como decía usted, sobre todo en el diálogo ecuménico entre Iglesia católica, ortodoxa, protestante, este alma tiene que encontrar una común expresión y después tiene que confrontarse con esa razón abstracta, es decir, aceptar y conservar la libertad crítica de la razón con respecto a todo lo que puede hacer y ha hecho, pero practicarla, concretarla en el fundamento, en la cohesión con los grandes valores que nos ha dado el cristianismo. Sólo en esta síntesis Europa puede tener peso en el diálogo intercultural de la humanidad de hoy y de mañana, porque una razón que se ha emancipado de todas las culturas no puede entrar en un diálogo intercultural. Sólo una razón que tiene una identidad histórica y moral puede también hablar con los demás, buscar una interculturalidad en la que todos pueden entrar y encontrar una unidad fundamental de los valores que pueden abrir las vías al futuro, a un nuevo humanismo, que tiene que ser nuestro objetivo. Y para nosotros este humanismo crece precisamente a partir de la gran idea del hombre a imagen y semejanza de Dios.
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