Viaje en la zona sur de Modena donde la tierra no deja de temblar, pero los chicos vuelven a estudiar, las tiendas abres sus puertas… Y el jardín del farmacéutico, que ha perdido un hijo en un accidente de coche, se convierte primero en una iglesia para el entierro y luego en un campamento abierto a todos
Una grieta la recorre de arriba abajo. Desde el techo, por encima del tercer piso, hasta el suelo, como un rayo estampado sobre la pared. Gabriele la mira, esa casa que tiene más de cien años, en el centro del pueblo de Cavezzo. En el segundo piso vivía su madre, en el primero su hermano. El edificio de al lado se ha derrumbado acabando en migajas. Al igual que el techo de la Iglesia de San Egidio, poco más allá. Todo alrededor está vallado. Una mujer se para delante de lo que era un edificio de tres pisos y que ahora es un cúmulo de ruinas rodeado por una red. Agarra la red con sus dedos. Llora con los ojos fijos en lo que debía ser su casa, sus cosas, su vida. El tiempo se paró a las 9.02 horas del 29 de mayo, con la segunda sacudida, después de la del día 20. Desde Finale Emilia hasta Carpi, pasando por Mirándola, Medolla, San Felice, San Próspero, Concordia… Decenas de pueblos heridos.
Visitamos la zona al sur de Módena, entre los ríos del Secchia y del Panaro, para ver qué está sucediendo, mientras la tierra no deja de temblar.
En San Próspero vive Gabriela Kelm, hija de inmigrantes alemanes que llegaron aquí en los años 60. Es profesora en Módena, en el colegio La Caravana. Esa mañana estaba delante de la escuela cuando la tierra empezó a temblar. «Miré hacia el campo y pensé: “Se acabó”». Ahora «vivimos en tiendas de campaña, con otras familias en un pequeño parque del pueblo». Esos vecinos eran casi desconocidos, «ahora empiezo a descubrir su humanidad». La señora con el bastón que espera la próxima sacudida, Franca, la anciana que llevó al campamento después de dos semanas durmiendo en un coche. «Estaba agotada, y por la noche se quedó sola en una esquina. Pero al día siguiente se arregló el pelo». Margarita, que tenía un pequeño taller donde confecciona cortinas. El taller ha quedado inutilizable, pero ella ha movido la maquinaria para llevar a cabo los pedidos que tenía pendientes. «Mira al futuro con confianza, está llena de esperanza», comenta Gabriela. «No es para nada obvio que alguien desee así. Muchos piensan en irse». Aterrorizados, como esa familia que fue a visitar unos días después del terremoto. «Se habían quedado encerrados en el garaje. En cambio, miras a Franca o Margarita, y ves los signos de un deseo humano que el terremoto no ha conseguido derribar». Hace unos días Gabriela volvió a su casa para lavarse. «La tierra no temblaba, yo sí. Me vino a la cabeza el salmo: “Aunque tiemble la tierra… yo no temblaré”. Yo temblaba, sin embargo “no temblaba”». La gente ahora la para y le pregunta: «¿Cómo era el salmo? Repítelo, por favor…».
Tampoco tiembla Renzo Bielli, con los ojos claros velados por unas lentes ahumadas, delante del pórtico de su farmacia en Concordia. Allí empieza la calle que iba hacia el centro del pueblo. Cerrada, llena de escombros como después de un bombardeo. A su alrededor, un grupito de personas. Está Gianni, el relojero, con su mujer, que han tenido que dejar su casa. Y está también Carla, la mujer de Renzo, y algún otro paisano. Cuenta el farmacéutico: «Sí, la primera sacudida fue el día 20. Pero para nosotros el terremoto comenzó la noche del 23». Cuando Marco, el hijo de treinta años, se fue a jugar al fútbol a Modena, y no volvió. Una curva, un choque frontal con otro coche. «Teníamos que hacer los funerales, pero no había iglesias». Se habían derrumbado o dañado gravemente como casi todas en esta zona. Renzo y Carla levantan una carpa en el parque de su casa. «He aquí la Iglesia. Después, ya que estaban levantadas, decidimos no quitarlas. Dejaríamos abierta la verja de entrada». Luego la segunda sacudida. Concordia en su epicentro. «Empezaron a llegar los vecinos pidiendo dormir bajo la carpa». Una, dos, tres familias. «Los niños lo han llamado Campo Paraíso». Un centenar de personas acamparon alrededor de esta “iglesia” improvisada. «Hemos visto una gran solidaridad. Nos llegaba comida, ropa y mucho más. Y muchos milagros. El otro día me contactaron desde la empresa de Ferrari Corse (Ferrari carreras, ndt.), preguntándome: “¿Qué necesitáis?”. En ese momento, al cabo de dos días del terremoto, “necesitamos baños”, les dije casi en broma. Al día siguiente, allí estaban los de Ferrari instalando duchas tan fantásticas que ni nos las hubiéramos podido imaginar. El Campo Paradiso…». A su mujer y a él les gustaría construir una iglesia en el parque, cuando haya pasado la emergencia. Casi ex voto, como si el terremoto los hubiera “salvado”. «Estoy convencida de que Marco ha tenido que ver con esto. Porque lo que está sucediendo es precioso».
Cavezzo dista un puñado de kilómetros de Concordia. «Ya desde el 20 de mayo habíamos abandonado nuestras casas, tras la primera sacudida. De lo contrario hubiera sido una tragedia», dice Gabriele apoyándose en una mesa de plástico situada delante de dos caravanas. Una de ellas es hoy su casa. Con su mujer, Cristina, la han aparcado al lado de la de Piero, en el caminito que bordea el chalet del amigo. «Para poder estar juntos, para acompañarnos, porque es lo que más nos ayuda ahora», añade Cristina. Una sala de estar improvisada sobre la grava, a la sombra de un seto, porque empieza a acechar el calor del verano. Están allí también Piero y su mujer, y William. «Estaba trabajando esa mañana en el Menú de Medolla, en la restauración», cuenta William: «Casi doscientos dependientes». Luego la tierra tembló, todos huyeron despavoridos. Empezamos a contarnos: «Un milagro: estábamos todos delante de la capillita de la Anunciación que los dueños construyeron hace unos años a la entrada de la empresa. Nos ha protegido la Virgen». Ahora, explica William, han vuelto a trabajar como pueden, tratando de recuperar las toneladas de comida que estaban colocadas en las repisas de acero de un total de quince metros de altura, y que se han doblado como si fueran de goma a causa del seísmo.
También se han doblado los pilares de la empresa en donde trabaja Piero, una fábrica de pinturas. «Allí murió Vanna, una compañera mía», comenta señalando un cúmulo de hierros y ladrillos. La mujer escapó con los demás, quizás se retrasó un poco. Nada más salir de la nave, se desprendió un enorme panel de cemento. Decenas de quintales. «Mira allá», me dice Piero. Caído el panel, se ve la habitación del primer piso. En la pared, un dibujo: Jesús resucitado, a tamaño natural. Parece asomarse sobre el montón de escombros. Como si ese panel caído fuera la losa arrebatada del sepulcro. «Estábamos aquí con su marido y su hijo, dos hombretones, mientras trataban de sacarla. Yo rezaba. Su marido me preguntaba: “¿Por qué ella no se ha salvado?”. No sabía qué responder. Sólo sabía que si él y yo estábamos vivos era por gracia de Dios. Luego, al mirar a ese Jesucristo resucitado allá arriba, pensé que ella también estaba salvada… misteriosamente».
De un lado a otro, la Bassa (la zona sur de la provincia de Módena) está repleta de campamentos. Un monovolumen negro, con los asientos tumbados y la puerta del maletero abierta. «Es mi cuarto», dice el padre Andrea Zuarri, joven párroco de Budrione, un concejo de Carpi. Se ha instalado en el patio detrás de la iglesia. Allí hay también una caravana que sirve de oficina parroquial, y una letrina química. «Esta es mi nueva casa», comenta, e indicando la fachada de la iglesia: «Está llena de grietas que afectan a la estructura. Son las que más me preocupan». También la vivienda parroquial ha quedado inutilizable. Bajo una carpa, los voluntarios de la Misericordia de Pontassieve sirven la comida a algunos parroquianos que se han quedado sin casa. Otras cinco carpas sirven de iglesia, dormitorios y espacios comunes. «Han llegado contenedores con las ayudas. No nos falta nada. En cuanto necesitamos algo, enseguida aparece alguien o llega una llamada, una visita, que responde a nuestras necesidades. Milagros en Budrione…», dice sonriendo.
En cinco minutos en coche llegamos a Carpi. El Duomo ha quedado dañado. Hace muy poco que se ha vuelto a abrir el acceso a la plaza del Duomo. También algunas tiendas han empezado a abrir sus puertas. Y las dejan abiertas de par en par, por si acaso hay que huir. Nadia trabaja en un laboratorio de costura situado en un edificio en el centro de la ciudad. «Hemos bajado las máquinas y las mesas a la planta baja, para seguir trabajando y salvar lo que se pueda». Pararse significaría cerrar la empresa.
Nadia se ha pateado los parques de la ciudad para encontrase con la gente, para averiguar qué necesidades tienen. Aquí, cualquier resquicio de verde tiene una tienda de campaña plantada. Nadie duerme en casa: «¿Al cuarto piso? No subo», dice Maximiliano, 20 años, albañil, sentado en un banco de la ciudad. Junto con su familia ha comprado telones impermeables para montar unas tiendas de campaña. Enseña las cicatrices que tiene en los brazos. «Estaba trabajando en el tejado de una casa de Mirándola, cuando las casas a mi alrededor empezaron a caer a trozos. Me caí sobre el andamio, pero al final estaba vivo». El edificio donde se encuentra su piso no se ha visto afectado por el terremoto, pero ellos sí. «No puedo trabajar porque las obras están paradas, técnicamente no hemos sido “afectados por el terremoto”, y el dinero se acaba». Pero el miedo a volver a su piso es más fuerte que las demás preocupaciones.
La fiesta más loca. «No nos es ajeno el dolor ni la necesidad del otro… Mira», dice Nadia enseñándome una carta de su hermana misionera en Tailandia. Le habla de la muerte de uno de los niños que acogen allá. «¿Comprendes? Aquí, entre los que han tenido que abandonar sus casas, no hay sólo miedo. Existe también el deseo de comprender si la vida se limita a cuatro ladrillos y un poco de dinero».
Por este deseo se puede proponer a todos la “Fiesta más loca del mundo”. «Una tradición que empezó en 1984 con algunos amigos de CL. Siempre se celebró en Carpi, y estaba programada también para este año». En cambio, la harán en Mirándola, dentro de unos días. Un fin de semana a mitad de junio, con encuentros, testimonios, juegos y conciertos, con mucha afluencia de personas. «Me vuelven a la cabeza esos ojos heridos en los que brillaba una certeza y el deseo de afirmarla», dirá Gracia, llegada desde L’Aquila para devolver a los de Módena el abrazo y la ayuda que hace tres años les prestaron ellos después del terremoto de los Abruzos. «Hemos invitado a todo el mundo porque estamos seguros de que no es una ilusión o una tomadura de pelo», continúa su amiga Nadia: «El terremoto puede derrumbarlo todo, pero ¿qué es lo que yo necesito de verdad?».
«Os espero». Valentina se queda hasta muy tarde en la escuela donde da clase en Mirándola. Tiene exámenes. Desde el 20 de mayo, vive con su marido y sus tres hijos en la campiña de San Próspero, en una caravana aparcada delante de la casa de sus padres. Vivían en el centro. Pide que el coche se pare al comienzo de una calle, en el límite de la zona vallada. «¿Ves al fondo la iglesia de San Francisco?», y se queda callada mirando lo que queda de esa antigua iglesia. En ella se casó y bautizó a dos de sus hijos.
«Mi hijo Giovanni, tras la primera sacudida, empezó a quedar con un grupo de compañeros del instituto para preparar juntos el examen de selectividad», cuenta Valentina. Pero después llegó el segundo golpe, y dejaron de verse. Tardes pasadas en balde, hasta que uno de ellos manda a los demás un sms: «Venid a verme. Necesito vuestra cercanía. Espero que vuestra vida tenga un sentido. Os espero». De allí, de uno, todo empezó de nuevo. Quedaron en la biblioteca de Bomporto. Estudian cerca de las puertas. Nunca se sabe. De Bolonia y de Módena llegan universitarios y algunos profesores. También desde Milán. Las madres se ponen a cocinar para todos. «Un terremoto puede volver a despertar lo que estaba dormido, provocarnos a vivir», escriben los chicos.
Dejando la Bassa herida, vuelven a la mente las palabras casi absurdas de Gabriela que escuché por la mañana: «En su mensaje, Carrón nos dijo que no podemos quedarnos en la apariencia. Y que en todo debe aflorar el deseo que nos constituye, porque expresa que somos necesitados. Siempre. Y entonces me veo acampada, fuera de mi casa… Y no quisiera volver a mi vida de antes». ¿Acaso es realmente absurdo?
“La visita del Papa”
«“POR ESO NO TEMEMOS AUNQUE TIEMBLE LA TIERRA”. ¿CUÁNTAS VECES HE LEÍDO ESTAS PALABRAS?...»
El saludo de Benedicto XVI en San Marino de Carpi (26 de junio de 2012)
¡Queridos hermanos y hermanas!
¡Gracias por vuestra acogida!
Desde los primeros días del terremoto que os ha golpeado, he estado siempre cercano a vosotros con la oración y mi interés. Pero cuando vi que la prueba se hacía más dura, sentí en modo cada vez más fuerte la necesidad de venir en persona en medio de vosotros. ¡Y doy gracias al Señor que me lo ha concedido!
Estoy ahora con gran afecto con vosotros, aquí reunidos, y abrazo con la mente y con el corazón a todos los pueblos, todas las poblaciones que han sufrido daños por el seísmo, especialmente las familias y las comunidades que lloran a sus difuntos: el Señor les acoja en su paz.
Habría querido visitar a todas las comunidades para hacerme presente en modo personal y concreto, pero sabéis bien lo difícil que hubiera sido. En este momento, sin embargo, querría que todos, en cada pueblo, sintierais que el corazón del Papa está cercano a vuestro corazón para consolaros, pero sobre todo para animaros y sosteneros. (…) Saludo y doy las gracias a los hermanos obispos y sacerdotes, los representantes de las diversas realidades religiosas y sociales, las fuerzas del orden, los voluntarios: es importante ofrecer un testimonio concreto de solidaridad y de unidad. Doy las gracias por este gran testimonio, ¡sobre todo de los voluntarios!
Como os decía, sentí la necesidad de venir, aunque fuera por un breve momento, en medio de vosotros. También cuando estuve en Milán, a principios de este mes, para el Encuentro Mundial de las Familias, habría querido pasar a visitaros, y mi pensamiento iba a menudo hacia vosotros. Sabía en efecto que, además de padecer las consecuencias materiales, habíais sido probados en el ánimo, por el prolongarse de las sacudidas, incluso fuertes, como también por la pérdida de algunos edificios simbólicos de vuestros pueblos, y entre estos en modo particular tantas iglesias. Aquí en Rovereto de Novi, en el desplome de la iglesia – que acabo de ver – perdió la vida don Ivan Martini. Rindiendo homenaje a su memoria, os dirijo un particular saludo a vosotros, queridos sacerdotes, y a todos los colegas, que estáis demostrando, como ya sucedió en otras horas difíciles de la historia de estas tierras, vuestro amor generoso por el pueblo de Dios.
Como sabéis, nosotros los sacerdotes – pero también los religiosos y no pocos laicos – rezamos cada día con el llamado “Breviario”, que contiene la Liturgia de las Horas, la oración de la Iglesia que se sucede en la jornada. Oramos con los Salmos, según un orden que es el mismo para toda la Iglesia católica, en todo el mundo. ¿Por qué os digo esto? Porque en estos días encontré, rezando el Salmo 46, esta expresión que me ha impresionado: «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, / poderoso defensor en el peligro. / Por eso no tememos aunque tiemble la tierra / y los montes se desplomen en el mar» (Sal 46,2-3). ¿Cuántas veces he leído estas palabras? ¡Innumerables veces! ¡Soy sacerdote desde hace sesenta y un años! Y sin embargo en ciertos momentos, como este, impresionan fuertemente, porque tocan sobre el vivo, dan voz a una experiencia que ahora vosotros estáis viviendo, y que todos aquellos que oran comparten. Pero estas palabras del salmo no sólo me impresionan porque usan la imagen del terremoto, sino sobre todo por lo que afirman respecto a nuestra actitud interior frente al estremecimiento de la naturaleza: una actitud de gran seguridad, basada sobre la roca estable, inamovible que es Dios. Nosotros «no tememos aunque tiemble la tierra» – dice el salmista – porque «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro».
Queridos hermanos y hermanas, estas palabras parecen en contraste con el miedo que inevitablemente se experimenta tras una experiencia como la que habéis vivido. Una reacción inmediata, que puede grabarse más profundamente, si el fenómeno se prolonga. Pero, en realidad, el Salmo no se refiere a este tipo de miedo, que es natural, y la seguridad que afirma no es la de los superhombres que no son tocados por los sentimientos normales.
La seguridad de la que habla es la de la fe, por la que, sí, se puede tener miedo, angustia – las ha experimentado incluso Jesús, como sabemos – pero, en todo el miedo y la angustia, está sobre todo la certeza de que Dios está con nosotros; como el niño que sabe siempre poder contar con su madre y su padre, porque se siente amado, querido, suceda lo que suceda. Así somos nosotros respecto a Dios: pequeños, frágiles, pero seguros en sus manos, es decir confiados en su Amor que es sólido como una roca firme. Este Amor lo vemos en Cristo Crucificado, que es el signo al mismo tiempo del dolor, del sufrimiento, y del amor. Es la revelación de Dios Amor, solidario con nosotros hasta la extrema humillación.
Sobre esta roca, con esta firme esperanza, se puede construir, se puede reconstruir. Sobre las ruinas de la postguerra – no sólo materiales – Italia fue reconstruida ciertamente gracias también a las ayudas recibidas, pero sobre todo gracias a la fe de tanta gente animada por un espíritu de verdadera solidaridad, por la voluntad de dar un futuro a las familias, un futuro de libertad y de paz. Sois gente que todos los italianos estiman por vuestra humanidad y sociabilidad, por la laboriosidad unida a la jovialidad. Todo esto es ahora puesto a dura prueba por esta situación, pero no debe y no puede mellar lo que sois como pueblo, vuestra historia y vuestra cultura. Permaneced fieles a vuestra vocación de gente fraterna y solidaria, y afrontaréis todo con paciencia y determinación, rechazando las tentaciones que lamentablemente están ligadas a estos momentos de debilidad y de necesidad.
La situación que estáis viviendo ha puesto de manifiesto un aspecto que querría estuviera bien presente en vuestro corazón: ¡No estáis y no estaréis solos! En estos días, en medio de tanta destrucción y tanto dolor, habéis visto y sentido que mucha gente se ha movido para expresaros cercanía, solidaridad, afecto; y esto a través de tantos signos y ayudas concretas. Mi presencia en medio de vosotros quiere ser uno de estos signos de amor y esperanza. Mirando vuestras tierras he experimentado profunda conmoción ante tantas heridas, pero he visto también tantas manos que las quieren curar junto a vosotros; he visto que la vida comienza de nuevo, quiere volver a comenzar con fuerza y coraje, y esto es el signo más bello y luminoso.
Desde este lugar quisiera lanzar un fuerte llamamiento a las instituciones, a cada ciudadano a ser, aún en las dificultades del momento, como el buen samaritano del Evangelio que no pasa indiferente ante quien está en la necesidad, sino que, con amor, se inclina, socorre, permanece al lado, haciéndose cargo hasta el fondo de las necesidades del otro (cfr Lc 10,29-37). La Iglesia está cercana a vosotros y os estará cercana con su oración y con la ayuda concreta de sus organizaciones, en particular de Cáritas, que se empeñará también en la reconstrucción del tejido comunitario de las parroquias.
Queridos amigos, os bendigo a todos y cada uno, y os llevo con gran afecto en mi corazón.
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