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Huellas N.5, Mayo 2012

BREVES

La Historia

Como aquella cena
Semáforo en rojo, Marino frena y se queda pensativo. Dos golpes en la ventanilla. «Me asusté, pero luego le invité a subir. No sé por qué». Nunca había llevado a un desconocido en el coche, pero cuando aquel chico llamó, le abrió. Tampoco Atila sabe por qué lo hizo: «Había perdido el autobús, vi aquel coche parado…». Le da las gracias, y sube. Pasarán juntos toda la tarde.
Marino estudia primero de Enfermería; Atila es enfermero. Está en paro. Marino es adoptado. Atila salió de Rumanía a los catorce años, se fue a estudiar a Hungría y luego llegó a Italia. Cambió siete veces de ciudad hasta llegar a Milán. «Estoy cansado de vivir. A veces he pensado en tirarme a las vías del tren, pero no lo he hecho porque entonces pienso en mi madre. Hasta matarse es difícil». Marino le escucha y mientras tanto se dirige hacia un supermercado: «Vamos a hacer la compra». Le compra comida para dos meses.
Vuelven a verse al día siguiente. Y al otro. Una noche, Marino invita a Atila a cenar con sus amigos. Se reúne una mesa variopinta. Una siciliana, una calabresa, un rumano, cuatro milaneses, algún brianzolo. También está Giacomo, al que le ha picado la curiosidad por saber por qué desde hace una semana Marino está tan contento.

Antes de empezar a comer, se reza. Atila lo hace en silencio, sin santiguarse. Dice ser protestante. Es una de las muchas cosas que cuenta de sí mismo en una cena llena de preguntas entre unos y otros. De pronto, salta Marino: «A veces suceden cosas inexplicables. Pero luego, al día siguiente, es como si no hubiera pasado nada». Inexplicable como la compra que él mismo hizo para un desconocido. Interviene Giacomo: «Atila, ¿pero tú qué pensaste cuando Marino te hizo la compra?». «Que era exagerado... No sé por qué lo hizo, creo que hay preguntas a las que no se puede responder». «¡No!», salta Giuliana: «Hay una respuesta, tú lo has dicho: no lo sé». Giacomo mira a Marino: «Hay cosas que realmente nos superan, que no son fruto de nuestra valentía, cosas que no sabemos explicar». Habla de Juan y Andrés, que después de encontrar a Jesús aquella tarde se mirarían a la cara y se preguntarían: ¿por qué éste nos mira así? Y habrían dicho: no lo sé. «Como nosotros ahora. ¿Pero aquellos dos pensarían que el rostro de aquel hombre era signo de Dios? No. Sólo sabían que había sucedido aquello que esperaban. Algo divino». Atila en ese instante se gira hacia Marino: «¡Divino!». Y todos rompen a reír.

Algunos se levantan, recogen la mesa. Atila sale a fumar al balcón con Giacomo. Y llega Arianna: «¡Es absurdo! Míranos aquí: no tenemos nada que ver. Sin embargo, sólo dos veces en la vida me he sentido tan querida. Y una es ahora». Se miran. «¿Qué día es hoy? ¡Tenemos que señalarlo!», dice Giacomo. Es día 29. «Llevo un mes y medio en paro», el rostro de Atila se ensombrece. Luego mira hacia dentro por la ventana, los otros están sentados, se ríen y hablan, y de pronto sonríe: «¡Pero si somos 13! Como en la última cena. Podríamos ser 12 ó 14… Sin embargo, somos 13». Entra, lo dice en voz alta y todos se detienen. La estancia se llena de silencio.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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