La amistad con don Giussani, los años de la revista Il Sabato y 30Días y la pasión por san Agustín, Péguy y Santa Teresita del Niño Jesús. Un querido amigo recuerda al sacerdote fallecido el pasado 19 de abril, que ha marcado la historia del movimiento en Roma (y no sólo)
Con conmoción y suma gratitud recuerdo a don Giacomo Tantardini, que me acompañó durante más de la mitad de mi vida y que ha sido para mí un padre, un hermano y un amigo. Conmoción y gratitud, dos palabras que le eran muy queridas y que le marcaron particularmente a lo largo de los últimos quince años. Muchísimos de los que le conocieron recuerdan su gran capacidad de comunicar la fe atrayendo a los jóvenes más alejados. Además, le recuerdan como el apasionado promotor de obras e iniciativas sociales; el inspirador agudo e inteligente del semanario italiano Il Sabato en los años calientes 80 y 90; el polemista, a veces intransigente; su fuerte personalidad. Una figura que marcó profundamente el catolicismo militante de entonces. Todo esto era don Giacomo.
Sin embargo, el hombre y el sacerdote que volvió a Roma tras el bienio transcurrido en Salamanca en 1997-98 era una persona distinta. El “exilio” español, confortado por el abrazo y la amistad de don Giussani, le había cambiado. Ya no era el militante o el combatiente de la fe lo que te sorprendía, sino la humildad del sacerdote, la intensidad de la oración, la ternura y la fuerza con que te abrazaba, el tiempo vivido sin ansia. Su perspectiva había cambiado y su corazón se había ensanchado. En un artículo de 2001, “El asombro es lo que cuenta”, dedicado a Péguy y publicado en 30Días, dirá que había tres intuiciones que para él no eran evidentes en los años 90. La primera era que el mundo prosperaba incluso sin Jesús. Lo cual liberaba a la fe de cualquier resentimiento. La segunda, que la descristianización era obra de los clérigos y no del mundo. La tercera es que esta descristianización, como decía Péguy, nacía de un error de mística, de la negación del Misterio, de la obra la gracia. En su comentario, don Giacomo afirmaba: «Nunca han encontrado la gracia, es decir, el atractivo de Jesucristo, no la han encontrado nunca de manera sensible».
El atractivo de Jesucristo es el título de la obra de don Giussani que, en su opinión, recogía «tal vez las cosas más bellas que dijo». Recordaba, a propósito de esto, cómo Giussani le había confesado: «“¿Sabes?, me habían propuesto como título “El afecto a Cristo”. Pero yo sugerí El atractivo de Jesucristo”. También aquella vez me miró y nos miramos conmovidos y agradecidos por la gracia de una “comunión de espíritu” (Fil 2,1). Una “comunión de espíritu” que don Giussani quiso expresar delante de todos con esta frase: «El entusiasmo de la entrega es incomparable al entusiasmo de la belleza». En efecto, nuestro sí a Jesús nace del atractivo que Él es. Y así es posible decirle siempre que sí, porque este sí coincide con una petición: “Ven” (Ap 22, 17). Como dice el canto que de pequeños aprendimos a cantar en la Comunión: “Ven a mí, querido Jesús, y mi corazón une a Ti…”». Era uno de los cantos que nos hizo aprender durante la misa del sábado por la tarde en San Lorenzo al Verano en Roma. De niño había aprendido que Jesús era “querido”, había aprendido a amarlo. De mayor había comprendido que «para amar es necesario antes ser amados. Es necesario antes alegrarse por ser amados». Se puede amar a Cristo sólo porque antes experimentamos que Él nos ama, la respuesta precede a la pregunta, y así la fe nace de la experiencia de un gran amor. Don Giacomo recordaba a menudo a san Agustín, para quien Pedro era más bueno, pero Juan era más feliz porque era más amado por Jesús. Era éste el don de los testigos. En él solía adoptar el rostro de una singular ternura con los niños, de una atención a los necesitados.
Cosas sencillas. Testimonio y tradición. En el artículo sobre Péguy se preguntaba: «En el tiempo del exilio, ¿qué se nos ha concedido? Tres cosas que estos años nos han dado. Utilizando las palabras de Péguy, la primera: el catecismo de la parroquia natal, el de los niños pequeños». Por eso hizo que 30Días volviera a publicar los dos libritos de la Doctrina Cristiana editados por las Ediciones Paulinas en 1955, con preciosas ilustraciones en color. «Lo primero que hace esta indefensión es que hace queridas, queridas como nunca, las cosas sencillas de la tradición de la Iglesia». De ahí la conmoción que sentía don Giacomo cuando Giussani hablaba de «mi seminario», el de Venegono, el mismo en que él estudió, con los mismos maestros. El segundo don recibido en el tiempo del exilio es la oración. «Si el atractivo de Jesucristo es algo que acontece, el hombre sólo puede esperar. El mejor modo de esperar es repetir las fórmulas más sencillas de la oración cristiana». El cuaderno Quien reza se salva, con introducción del cardenal Ratzinger, editado por 30Días en varios idiomas y difundido en miles de ejemplares por todo el mundo, expresaba esta exigencia. El tercer don recibido en el tiempo del exilio era la conciencia de que «la estación de los militantes pasó definitivamente».
Un cristiano de la parroquia. Personalmente, siguiendo a Péguy, se definía como «un cristiano de la parroquia, que ama el catecismo que estudió de pequeño, que recita las avemarías del Santo Rosario, porque el resto, todo el resto, sucede por gracia».
El último periodo de su vida estuvo marcado por el dolor y la prueba de la enfermedad. Asistió hasta el final a la misa vespertina del sábado en San Lorenzo, incluso cuando la debilidad extrema y la tos persistente le impedían hablar. El domingo 15 de abril, en la clínica, participó en silencio en la santa misa. Al final miró a los presentes, uno por uno, con un afecto indecible, como quien mira por última vez a los que quiere. En la casa que lo acogió durante sus últimos meses, en los estantes de la librería, además de las obras de Giussani y la Opera omnia de Agustín, su amado autor al que dedicó tres volúmenes y sus lecciones en la Universidad de Padua, había innumerables imágenes de santa Teresita, a la que tenía mucha devoción. En una ocasión, evocando la figura de Giussani, había escrito: «Un día sonriendo me dijo: “¿Sabes?, en el Paraíso tú estarás cerca de santa Teresita del Niño Jesús”. Y yo, riendo: “Sí, pero sólo si tú también estás allí”».
El saludo de Julián Carrón en el funeral
Qué significa ser aferrado por Cristo, qué significa Cristo para la vida de un hombre que se deja verdaderamente cautivar por toda su belleza y su capacidad de cumplir lo humano, lo hemos podido palpar en el testimonio de don Giacomo.
En un mundo en el que Cristo queda reducido a un aspecto del vivir, siguiendo a don Giussani hemos podido ver qué significa Cristo para la vida, para la sociedad, para una presencia verdadera en todos los ámbitos de la vida; y, así, don Giacomo nos ha testimoniado la belleza de ser cristiano y ha arrastrado a muchos tras de sí.
Por esto, pedimos que, junto con don Giussani, siga generándonos para que podamos dar continuidad a su testimonio a través de la fragilidad de nuestras personas.
Todo Comunión y Liberación se une al llanto por su pérdida, invocando para él la vida eterna y para todos nosotros la consolación en nuestro ser.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón